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Viernes, 29 de mayo de 2009

ECONOMíA

El color del dinero

Para la socióloga Viviana Zelizer –argentina, radicada en Estados Unidos desde 1967– hay un valor social y moral del dinero que contradice aquello de las “leyes del mercado”, como si éstas tuvieran una lógica propia que excede lo social. El valor de la vida, las negociaciones económicas en la intimidad, la dimensión económica de trabajos invisibles o no remunerados como los de nutrición y cuidado son algunos de los temas que la fascinan y que pueden encontrarse en el primero de sus libros traducido al castellano, que acaba de editar el Fondo de Cultura Económica: La negociación de la intimidad.

 Por Veronica Gago

¿Qué tienen para decir las transacciones domésticas respecto de la economía en general? ¿Qué puede explicar la economía del hogar, de los planes sociales y de la vida de pareja respecto de los usos múltiples del dinero? ¿Cuáles son las marcas de género del dinero? ¿Cómo se diferencia un regalo sentimental del pago por sexo? Son todas preguntas que tienen un presupuesto de por sí polémico: el dinero no circula de modo impersonal, homogéneo y neutral. Tiene significados contingentes, variables. Y, sobre todo, no es lo opuesto a la esfera de lo íntimo. Más bien lo contrario: la negociación atraviesa a la intimidad constantemente. Estas son las tesis que Viviana Zelizer, socióloga argentina residente en Estados Unidos desde hace décadas, vino a presentar en Buenos Aires.

Zelizer se fue de Argentina en el ’67, con 21 años. Había ingresado aquí en la Facultad de Filosofía y Letras pero se casó con un norteamericano y partió. La lógica previsible para toda estudiante latinoamericana en Estados Unidos era que se dedicara a un tema justamente latinoamericano. Sin embargo, desde el inicio y un poco casualmente, su investigación se enfocó en la sociedad norteamericana. “Hice el doctorado en la Universidad de Columbia y me dieron una beca maravillosa: era para entrenar científicos sociales en los métodos históricos, y una de sus condiciones era que parte de mi tesis fuera sobre la historia de allí. Así descubrí la historia social norteamericana que estaba en gran auge en los años ’70.”

Recién en el último año se tradujeron tres artículos suyos al castellano y su último libro, La negociación de la intimidad (Fondo de Cultura Económica, 2009; con prólogo de Mariana Luzzi y Federico Neiburg), acaba de salir. Lo presentó en una conferencia pública: “Desde que terminé la escuela primaria no me veía obligada a hacer una charla en castellano: fue difícil”. Alguien le sugirió que la hiciera en inglés “pero yo lo hubiese considerado un fracaso”, dice, razonablemente.

¿COMO MEDIR EL VALOR DE UNA VIDA?

Como en un tejido que se dibuja a lo largo del tiempo, los temas de sus diversas investigaciones fueron encadenándose. “Desde el principio, cuando me gradué, me interesó cómo se establece el valor económico de la vida humana. Así apareció el tema del seguro de vida como estratégico para comprender justamente la interacción entre el cálculo económico y lo humano. Una de mis preguntas era por qué el seguro de vida tenía resistencia entre las mujeres de clase media, que eran las mayores beneficiarias, y era porque lo consideraban dinero sucio porque provenía de la muerte de sus maridos. También investigué cómo finalmente logra establecerse como algo legítimo. Al mismo tiempo descubrí toda una discusión que había habido alrededor del seguro de vida para los niños/as a principio de siglo. Los chicos que ahora se mueren en los guetos porque los matan, entonces se morían por enfermedades de pobres. La controversia de la época era que no se aceptaba que los padres aseguren la vida de sus hijos porque implicaba suponer la posibilidad de su muerte. De ahí pasé a interesarme por los cambios en la concepción del valor económico y sentimental de los chicos y chicas en EE.UU., de 1870 a 1930: es entonces cuando surgen las leyes contra el trabajo de los menores, y los niños pierden todo valor económico a favor de un valor sentimental ‘sin precio’. Pero eso me llevó a estudiar en paralelo cómo surgió el mercado de venta y adopción de niños y niñas a principio de siglo. ¿Por qué tenían más valor las niñas que los niños, a diferencia de cuando se espera un hijo propio, en que los padres solían preferir varones? Para la adopción, las niñas –cierto tipo de ellas: al estilo Shirley Temple– parecían más prudentes, menos riesgosas. En fin, ésa fue mi tesis, publicada en 1979, que aún se sigue usando y citando.”

EL GENERO DEL DINERO

Zelizer está sorprendida de un término que conoció ahora en Argentina, que no sabía que era de uso frecuente y que, dice, le calza bien: quiere explicar cuál es su “cocina intelectual”. Es decir, cómo prepara y de qué está hecha su investigación.

“Mi cocina intelectual, luego de la tesis, fue la lectura y el análisis de revistas populares de mujeres, donde descubrí un gran debate, en artículos y cartas, sobre el dinero destinado a los chicos: ¿se les da como mensualidad?, ¿se lo entrega a cambio de hacer las tareas escolares o domésticas?, ¿se controla su gasto? La temática que esto me permitió abordar –en contradicción con las teorías económicas standard sobre el dinero que sostienen que es único, fungible, e igual en tanto instrumento económico racional– es la idea de que hay dineros múltiples y que los dineros tienen distintos significados culturales dependiendo de quién los usa, cuándo los usa, con quién y cómo lo usa.”

¿Y cuáles son esos usos diversos?

–Lo primero que analicé fue qué pasa con el dinero en la familia y eso también está en parte en este nuevo libro. ¿Por qué si la mujer gana lo mismo que el hombre su dinero se usa en forma diferente? ¿Por qué el dinero ganado por las mujeres está “marcado” para gastos distintos, por ejemplo, se destina para las vacaciones? Desde un punto de vista racionalista estas marcas y distinciones no tienen sentido, pero yo he analizado que existen, funcionan: la cantidad es igual pero la significancia y los lazos sociales que conllevan son diferentes. Esto mismo es interesante analizarlo cuando hablamos del dinero que proviene de la asistencia social: si entra dirigido específicamente a la mujer, hay muchas más probabilidades de que ese dinero sea gastado en beneficio de los chicos. Y esto está comprobado en muchos lugares del mundo. Lo cual nos muestra esa dimensión crucial que es el género del dinero.

¿El género del dinero estaría marcado por los usos?

–La cuestión es cómo explicarlo si no queremos dar una explicación esencialista diciendo que las mujeres son más buenas. Esto es justamente lo que me interesa. Hace poco salió un artículo en el New York Times constatando que, con el inicio de la crisis, hay una disminución seria del consumo norteamericano, y que ésta se traducía en que las mujeres gastaban menos para ellas mismas para poder mantener el mismo presupuesto para sus hijos; sin embargo, el presupuesto de los varones permanecía menos variable en sus usos. El género, entonces, sería una de las marcas más evidentes de los usos diferenciados. Otro factor es la proveniencia del dinero. Y otro es la edad.

¿Esto permite hacer inteligibles otras economías?

–Todo esto se mezcla en el dinero en el hogar y aquí ya aparece lo que será la mezcla de las relaciones íntimas y las transacciones económicas. Mi pregunta es entonces: ¿cómo funcionan las economías distintas realmente y no cómo las teorías abstractas dicen que funcionan? Además, mi idea era comprender esto no en el mundo típico estudiado por los economistas y sociólogos de la economía: las empresas, las corporaciones; mi contribución era precisamente decir que la economía importante no es sólo la de las empresas, sino la doméstica, la de los cuidados, la economía informal, los microcréditos. Que no son marginales, ni triviales ni “menos” económicos, sino que contribuyen –y no sólo de forma interpersonal– de manera macroeconómica.

Ese es el efecto trasnacional que tienen las remesas por ejemplo...

–Ese es un tema que me fascina. Es un ejemplo justamente de esos pequeños dineros, diría: dineros íntimos, que se mandan en general entre familiares y cuyas consecuencias macroeconómicas son impresionantes.

Muchas de estas cuestiones son las que recoge el libro anterior de Zelizer llamado El sentido social del dinero (aún no traducido al castellano). Pero que pueden leerse entre líneas, como base argumentativa, de su último trabajo. “En ese libro también me ocupaba de cómo el dinero se convierte en regalo, dos términos que parecen opuestos a simple vista. Y, por otro lado, de los cambios históricos que asume el dinero de subvención o apoyo social (welfare money): ¿por qué a veces se da como dinero efectivo, y otras como ropa o comida? ¿Cómo se piensa, desde quienes lo dan, el control del dinero de los pobres?”

LA FUERZA ECONOMICA DE LA INTIMIDAD

Su proyecto siguiente fue el del libro que se acaba de editar: La negociación de la intimidad. “En inglés la palabra traducida por negociación es purchase, que sobre todo remarca el poder de la intimidad sobre la actividad económica. Ese es un punto importante para entender la idea que aparece en el título como negociación. Escribí inicialmente sobre algunos casos legales para un congreso importante de antropología: eran casos en los que se veía la dificultad de definir las significaciones del dinero. Mis intuiciones como investigadora están en este trabajo: yo veo las relaciones interpersonales en su funcionamiento económico, las observo cotidianamente. Primero pensé que iba a hacer una investigación histórica, como estoy acostumbrada. Pero finalmente me decidí a mostrar cómo lo íntimo y lo económico son normalmente concebidos como mundos hostiles cuando, creo yo, se combinan en interrelaciones complejas y permanentes. Así elegí oportunistamente, como se dice sociológicamente, algunos casos legales importantes para ver qué pasaba con esa interrelación cuando se convertía en litigio judicial, para ver cómo la ley también utiliza esa imagen de mundos hostiles.”

El libro también opera mediante una mezcla de registros y análisis. Los casos judiciales analizados van desde un conflicto, en 1840, entre un dueño de una plantación en concubinato con una esclava que deviene conflicto judicial cuando él muere y a ella se le dificulta cobrar la herencia que él le había dejado porque a los tribunales se les complica definir ese vínculo, hasta la polémica por las indemnizaciones que reclamaron los familiares de las víctimas, y especialmente las parejas homosexuales no casadas legalmente, del atentado del 11 de septiembre de 2001 contra el World Trade Center.

La discusión principal es contra la idea de que el dinero contaminaría o corrompería una cierta autenticidad de lo íntimo...

–Exactamente: discuto contra la idea de que eso es necesariamente así. Porque hay una teoría causal que dice que si el dinero entra en las relaciones personales, íntimas, de pareja o de familia, necesariamente eso derivará en la disolución o corrupción de esos vínculos. Bueno, por supuesto que hay veces que esto pasa y tiene derivaciones horribles o trágicas, pero por lo general estamos mezclando constantemente estos mundos sin que eso signifique una degradación. Al contrario: muchas veces usamos las cuestiones económicas para sostener y ayudar relaciones íntimas. Todo hogar necesariamente depende de una negociación adecuada de sus mundos económicos: ¿cómo se decide cómo y cuándo se gasta?

Hay otra dimensión en el análisis que es la de los cuidados: justamente en ella se pone en tensión de manera paradigmática la relación entre lo económico y lo doméstico.

–Hoy hay una crisis evidente de los cuidados porque hay más mujeres en el mercado laboral y eran ellas las que hacían antes el trabajo de cuidado de manera gratuita. Además, en Estados Unidos y en Europa, por cambios demográficos, hoy también hay más viejos/as que cuidar. Con esto quiero decir que el sistema informal gratuito de cuidados ya no alcanza. Entonces tiene que haber un aumento del sistema de cuidados pago y esto se enfrenta a la teoría de las mundos hostiles, porque pareciera haber algo incómodo en tener algo tan íntimo como el cuidado de los familiares como un servicio pago. Lo que otras investigadoras y yo estamos diciendo, en cambio, es que el problema no es el pago del cuidado sino el mal pago y la explotación de los cuidados. Y una de las razones que ayudan a prolongar el mal pago es que se dice: “Esas personas aceptan el mal pago porque les gusta lo que hacen, aman ese trabajo”.

Es una moralización funcional a la explotación especialmente femenina...

–Completamente. Hace poco salió un artículo de un economista que se refería a las enfermeras y decía que una muestra de su devoción es que aceptan salarios malos. En cierto modo se trata de una sospecha sobre quienes hacen ese trabajo. Lo interesante de cuando se hacen análisis empíricos es que permiten ver la mezcla de mundos que esto implica. Por supuesto que quien cuida a un niño/a o a un viejo/a mezcla en su trabajo un afecto que puede sentir por esa persona, pero eso no tendría por qué ser un impedimento para que esté bien pago. Hay algo al respecto que es la propuesta del pago estatal a familiares para suplir esta demanda de cuidado; esto por ejemplo se ha estudiado en Inglaterra. Lo cual evidencia que el sistema estatal de ayuda falla y a la vez muestra un problema feminista, porque en general son las mujeres las que se hacen cargo de los cuidados de sus familias y, si les pagan a ellas por esta tarea, esto puede ir al mismo tiempo en contra de sus carreras, de sus ocupaciones, de otros usos de su tiempo. Es una problemática seria. Pero son formas de demostrar cómo todo esto mezcla lo íntimo y lo económico de manera permanente.

¿Cómo aparece esta relación en la prostitución?

–Todos los pagos sexuales que pueden ser explicitados como prostitución son ilegales en primer lugar. Pero luego vienen las dificultades en términos jurídicos. Un caso muy famoso e importante legalmente fue el de un concubinato de un señor Marvin, que cuando se separó su pareja le hizo un juicio para reclamar su parte del dinero y judicialmente le dijeron que no podían darle dinero porque, al no estar casados, significaba que le estaban pagando por las relaciones sexuales. Finalmente le dieron dinero pero justificado en que ella le había ayudado en un negocio y no por la relación íntima. Así era legítima su parte económica como socia, pero no como partenaire sexual. Otro caso que me fascinó fue el de una pareja de casados: ella tiene un accidente por el que se queda cuatro meses en el hospital y el marido abre una causa judicial contra quien le provocó el accidente por “pérdida de consorcio” con su mujer, lo que significa “pérdida de afecto” durante su estadía en el hospital, porque interrumpe su vida emocional pero también sexual. Entonces, esa misma ley que prohíbe dar compensación por relaciones sexuales, en un caso como éste, sí acepta reconocerlas y obliga a pagar por su falta.

VIDAS CONECTADAS

¿Cómo es el enfoque del trabajo relacional que propone?

–Yo digo: los teóricos de los mundos hostiles están equivocados pero también quienes sostienen los reduccionismos –lo que llamo posición nada-más-que–: especialmente la alternativa más dominante, la económica, que sostiene que el mundo económico y sentimental no están separados pero los intenta explicar a ambos con la misma teoría racionalista y así el mercado de coches usados es lo mismo que el mercado de la intimidad. Ese reduccionismo –sea económico, cultural o de otro tipo–, así como la teoría de los mundos hostiles, no pueden explicar la interacción de mundos. De allí mi idea de “vidas conectadas”: ¿cuáles actividades se conectan y cómo lo hacen? El trabajo relacional es tratar justamente de encontrar cuáles son las transferencias económicas, los modos en que las hacemos, cuándo y con quiénes, porque son esas transacciones las que dan cuenta de la relacionalidad de la vida. Cuando el trabajo relacional falla (por ejemplo: si le doy una propina a mi marido), la situación puede parecer cómica u ofensiva. Pero el trabajo relacional es lo que produce que esas vidas conectadas funcionen o no. Porque tenemos que tener en cuenta que hay muchas que no funcionan y terminan en litigio judicial.

Para dar luz a la dimensión económica de esa relacionalidad, muchas veces invisibilizada por sus mismos protagonistas, Zelizer analiza cómo algunas compañías –al estilo Tupperware o Mary Kay–, que se sustentan en la venta directa y domiciliaria a cargo de mujeres, “lejos de favorecer relaciones altamente profesionalizadas, confían en redes sociales para la comercialización de sus productos”. Y cita un testimonio de una vendedora que dice: “Estaba llevando en el auto a mi hijo y a cuatro de sus amigos a una fiesta de cumpleaños y los escuché hablar en el asiento de atrás acerca del trabajo de sus madres. Y uno de los niños preguntó: ‘Dime, ¿tu mamá trabaja?’. Y él le respondió: ‘No’. Eso es lo que yo quiero. No quiero que piensen que trabajo. Ni siquiera piensan que tengo un trabajo, porque no estoy ausente entre las ocho y las cinco”.

¿Por qué es tan difícil la valorización de ese trabajo relacional en el caso de las mujeres?

–Bueno, este ejemplo se los doy de leer a mis alumnos porque en un mundo en el que las mujeres están haciendo este trabajo, mantienen relaciones de pareja tradicionales porque, por ejemplo, muchas veces es el marido quien firma los cheques, y en este caso el trabajo relacional funciona favoreciendo la división clásica de género. Así también como hay muchos casos en los que hombre y mujer ganan igual o ella un poco más, y se supondría que los hombres tendrían que retribuir esa paridad con mayor cantidad de trabajo doméstico, y se ha comprobado que los hombres, en esos casos, hacen mucho menos o incluso nada. Y para no desafiar la relación de género, las mujeres se esfuerzan el doble. ¡Yo lo veo! Especialmente en las mujeres jóvenes que tienen una actividad laboral desarrollada pero después, en vez de comprar algo sencillo de comida, también se dedican a preparar algo elaborado. ¿Qué es ese esfuerzo? Un modo del trabajo relacional de género.

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Imagen: Juana Ghersa
 
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