Viernes, 12 de junio de 2009 | Hoy
ENTREVISTA
Antes de cumplir los 40 y después de 20 de actuación, Analía Couceyro es capaz de emocionarse mirando hacia atrás su propio camino, sin dejar el aprendizaje constante que implica cambiar de piel cada vez que construye un personaje. Tan versátil como inconfundible en el escenario, esta actriz que lleva como un talismán el recuerdo de la desmesura de los primeros tiempos reconoce que la maternidad, por fin, puso un límite concreto a su pasión por el trabajo.
Por Laura Rosso
Casi sin solución de continuidad, Analía Couceyro pasará de trabajar como actriz en una tragedia que ocurre en la provincia de Entre Ríos, donde es Ursula (Paisaje después de la batalla, espectáculo que se despide este domingo) a interpretar el Corifeo en Medea (versión de Cristina Banegas y Lucila Pagliai y en la que será dirigida por Pompeyo Audivert). Cambia de tragedia, de compañeros de elenco pero no de teatro, ambas son puestas del San Martín. Además dirige Dóciles y útiles en un galpón de la calle Venezuela al 2500, un proyecto de graduación del IUNA, donde dicta clases y para el cual fue convocada junto con otros dos directores. A esos trabajos le suma el rol de madre para cuidar a su pequeño León de un año, y así entra y sale veinte veces, se encarga de esto y aquello y va por la vida sin olvidarse de aquella sensación de desmesura con la que se vinculaba en sus primeros años de actriz. Lleva veinte años trabajando y eso le genera ternura, la conmueve. Siente que continúa aprendiendo, especialmente cuando trabaja en cine, porque es un lugar donde puede ir pensando cosas nuevas acerca de su trabajo, y lo define como “un territorio para pensar la actuación desde otro lugar”.
–Lo pienso bastante seguido, como algo del paso del tiempo. Justo hace veinte años que actúo. La verdad es que me genera ternura pensar en esos comienzos, las cosas que hacía, había algo muy desfachatado en el principio. Primero porque era una adolescente, empecé medio de casualidad y fue raro cómo todo se fue dando con tanta constancia. Yo empecé a los catorce años haciendo teatro en alemán y eso fue algo que perduró bastante, y de hecho actué en Alemania varias veces. Luego la actuación se transformó en lo que sé hacer básicamente. Pienso bastante en los comienzos sobre todo para tratar de que no se transforme en un trabajo rutinario. Por un lado sí se transformó en un trabajo porque vivo de la actuación, o de cosas lindantes como enseñar o dirigir, pero por otro lado está buenísimo no perder algo de esa sensación de desmesura que tenía actuar cuando tenía dieciséis años. De actuar un miércoles a la noche y al otro día ir al colegio. Tenía un vínculo con el teatro, no solamente actuando sino viendo teatro. Eran los finales de los ochenta con el último coletazo del Parakultural, Batato y toda esa movida. Cada tanto pienso en eso como algo que me gustaría aprehender, como algo a donde volver para agarrarme de eso. Esos son, muchas veces, los recuerdos que evoco cuando voy a actuar. Me doy cuenta de que a veces cuando veo que se puede llegar a transformar en algo rutinario trato de conectarme con eso, recordar esa sensación.
–Yo pienso mucho la actuación en relación con mis alumnos. Ese es un espacio de pensamiento alrededor de la actuación que no se da tanto en la actuación en sí. Actuando, uno habla más de lo concreto de la obra que de la actuación. Dando clase en el IUNA muchas veces pienso sobre el porqué de hacer esta carrera, por qué ser actor, y a veces me parece que es una locura, como que no es algo que esté muy bien en un sentido... Pero lo que tiene de privilegiado es que en un espacio muy acotado de tiempo hay un nivel de intensidad muy superior al resto de la vida. Me parece que eso es lo que para mí es importante de recuperar. Más allá de lo puntual de cada personaje, hay algo más básico de la actuación que tiene que ver con hacer lío, con estar activa, viva, con estar en una situación más intensa y de mayor pulsión y deseo que en la cotidianidad, donde también aparecen esos momentos de deseo pero más salpicados. Me parece que es una posibilidad de conectarse, no sé si más profundamente sino más violentamente, con ciertas cosas, como meter los dedos en el enchufe un ratito.
–Sí. Yo creo que en cine estoy empezando. Hay una gran diferencia técnica en cuanto a la continuidad, a la cosa fragmentada. Me parece que es muy distinto porque los resultados son muy distintos. Confío más en mi registro de qué está pasando cuando actúo en teatro que en cine. Trabajé en películas muy distintas. Lo último que hice fue La rabia, yo venía de trabajar con Albertina Carri en películas muy chiquitas en las que uno está presente todo el tiempo en el mecanismo, en el soporte, porque uno convive con la gente, hace pizarra, qué sé yo, es parte... La película anterior fue El pasado, una megaproducción de industria y fue muy distinto, condiciona mucho a la actuación eso. Por un lado está buenísimo porque tener un soporte de una producción tan grande da más comodidades al actor y eso permite concentrarte más en el trabajo, pero por otro lado justamente eso lo circunscribe todavía más y se ve más la cosa recortada de la actuación, porque es muy fragmentario. Tengo ganas de hacer cine porque siento que es un lugar para ir pensando más cosas, un territorio para pensar la actuación desde otro lugar en cuanto a lo técnico. Después hay una diferencia que tiene que ver con lo perpetuo, el cine queda. Y el teatro a veces tiene algo muy angustiante que es justamente que lo que está buenísimo y lo que es mágico y efímero de esa función genial que sólo vieron cuatro personas, a veces deja una sensación de mucho vacío porque no queda nada de eso... pareciera... O sea, quedan fotos, o videos que siempre son horribles, o el recuerdo en algunas personas, o alguien que te dice “ah yo te vi en tal obra... hace diez años”, pero el cine permanece y lo verán nuestros hijos...
–Me encanta, me gusta mucho dirigir. Hay una conexión con otras cosas además de la actuación, con el espacio, por ejemplo. En general trabajo en espacios no convencionales. En este proyecto Dóciles y útiles son quince actores, es la primera vez que trabajo con tanta gente y en un espacio muy chiquito, entonces hubo algo de la combinación de la cantidad de gente y del espacio que está bueno. Además es la primera vez que trabajo con actores que no conocía previamente, entonces parte del proceso fue encontrar sus particularidades. Empezamos a charlar, buscar materiales e improvisar a partir de una lista de tres deseos de cada actor, de mi asistente de dirección, Adriana Desanzo, y míos... Los deseos debían ser una acción, un mundo y un texto, que cada uno quisiera abordar. Y después de diez meses de acumulación y selección de textos, referentes, personajes, situaciones, que en algún momento fueron un caos, llegamos a una obra donde se cumplían muchos de nuestros deseos originales. Yo, por ejemplo, deseaba trabajar con Vigilar y castigar de Foucault, y sorprendentemente quedó mucho de ese texto, de lo opresivo de la disciplina, ahora en el ámbito del trabajo, como una cárcel actual. Algo maravilloso de dirigir es sostener con firmeza una voluntad primera, el porqué uno se embarca en empezar una obra, y al mismo tiempo estar permeable a todas las cosas que van apareciendo en las diferentes áreas y que no dependen de uno.
–La enseñanza ocupa un lugar fundamental en mi vida. Me permite, por un lado, pensar en temas técnicos concretos y seguir cerca del entrenamiento actoral, para no olvidarlo y encontrarle variaciones, que también me ayudan como actriz y directora a no “dormirme” en lo que ya sé. Es un espacio de prueba, de reflexión, donde uno puede también identificarse con los alumnos en las tendencias y los límites.
Por otro lado, empecé a enseñar también muy joven, ya hace 13 años, creo que mejoré bastante, y ya me empieza a pasar que me emociono y enorgullezco seguido cuando me reencuentro con alumnos o veo sus trabajos.
–Creo que se dio de forma bastante natural. Nunca tuve un “plan” de cómo iba a ser mi carrera, ni confío mucho en la idea de la carrera, se sabe que es muy fluctuante, y hay que saber convivir con eso... Por suerte, mi primera obra “profesional”, en el sentido de tener críticas y hacer temporada, fue El Corte, que dirigía Ricardo Bartis en el Cervantes, una obra que de cualquier manera hubiera significado para mí un gran salto, y que permitió que mi actuación se viera y valorara mucho. A partir de ahí, tuve mucha continuidad...
–No a priori. Justo ahora voy a hacer una versión de Galileo Galilei, con John King, que es un músico norteamericano con quien yo ya trabajé y que hace ópera experimental. Y yo voy a hacer de Galileo. Obviamente nunca se me había ocurrido que era un personaje que yo quería hacer. Sin embargo cuando me lo propusieron me di cuenta de que sí. Además mi primer recuerdo de una obra que vi para adultos fue Galileo, en el San Martín con Walter Santa Ana. Yo tenía nueve años y mis padres me trajeron al teatro porque no tenían dónde dejarme. Es un personaje que me parece genial. Sí hay autores que me gustaría hacer, Fassbinder por ejemplo.
–Todas. Me doy cuenta de que me conecto con mi trabajo desde otro lugar, o me conecto con todo desde otro lugar. Yo creo que hay algo como menos obsesivo con respecto a la exigencia con el trabajo. Ocupa un lugar tan claramente no central que eso me parece que me vino bien. Yo tengo algo un poco obcecado en la búsqueda de ciertos resultados y a veces las cosas, con más tranquilidad y relajación, fluyen. Tener a León cambió totalmente el centro de mi tiempo y de mi pensamiento y eso creo que me liberó bastante. Al mismo tiempo está buenísimo trabajar, estar actuando porque si no me parece que la maternidad puede ser un lugar de locura y de quedar muy pegado con eso. Actuar es como correrse y tener un universo muy solitario y personal, en un punto.
Dóciles y útiles.
Viernes 22.30 en Venezuela 2587.
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