Viernes, 25 de septiembre de 2009 | Hoy
PERSONAJES
Unos ojos que encandilaban, un amor casi eterno que podía ser fácil envidiar, algunos personajes memorables y hasta la cruzada de vender salsas con su cara para donar dividendos a causas benéficas. Paul Newman fue mucho más que una cara bonita.
Por Moira Soto
Llegando ya el crepúsculo, daba la impresión de que cierto periodismo en el fondo le estaba pidiendo explicaciones por haber sido un actor guapo, exitoso y reconocido por la crítica; por sus larguísimos años de buen matrimonio con Joanne Woodward; por haberse comprometido desde temprano (los ’60) con causas que consideraba justas y más tarde (los ’80) con prácticas solidarias como inventar salsas con su nombre y donar decenas de millones a emprendimientos de ayuda a –por ejemplo– niños con enfermedades terminales. Los buscadores de roña no se perdían de enrostrarle su alto consumo de cerveza, de endilgarle cierta responsabilidad en la muerte (por sobredosis) a los 28 de su hijo Scott, de su primera unión con Jackie Witte. Tampoco dejaban de machacarle las producciones puramente comerciales que figuran en su amplia filmografía, o que prefiriese darse una vuelta en sus coches de carreras a acompañar a su mujer a la ópera. Pero nunca nadie podrá negarle a Paul Newman su conducta constante de antidivo que no se la creía, la autocrítica sistemática hacia sus propios trabajos, su firmeza para resguardar su vida privada, su desapego por la vida farandulesca, los estimables films que realizó (dándole siempre a su talentosa mujer oportunidades para brillar) y, por cierto, sus casi siempre buenas actuaciones, aun en películas de corto alcance artístico, donde tanto lo aprendido en Yale y en el Actor’s Studio como su natural instinto y su arrollador carisma lo salvaban del naufragio.
Tantas veces definido como “estatua griega viviente” (y efectivamente, con sus rasgos perfectos y su pelo suavemente rizado bien podría haber sido modelo de Praxíteles o Fidias, representando a Apolo, Dioniso, Hermès, a un discóbolo o a un guerrero helénico), en realidad, PN gustaba de proclamarse judío (lo era, por parte de padre), sin negar sus ancestros húngaros y católicos (por parte de madre, que se pasó a la Christian Science). Este bello ejemplar de la especie humana, nacido en Cleveland, Ohio, cambió el fútbol y la posibilidad de dirigir el negocio de artículos deportivos de su progenitor, por la actuación. Empezó a hacer teatro en los ’50, sin lograr el protagónico de la obra Picnic porque al poco visionario director le pareció que Newman carecía de magnetismo sexual para encarnar al forastero que descompagina un pueblito. En consecuencia, tuvo que quedarse con el rol secundario y poco interesante del novio rico de la chica linda (que en la adaptación cinematográfica haría estupendamente Kim Novak, en el colmo de su opulenta belleza). Al poco tiempo, el novato cayó brevemente en las redes de Hollywood, hasta que se avivó de cómo venía esa dependencia y pudo zafar de un contrato a largo plazo, ya entonces divorciado de su primera esposa y consolidada su relación con Woodward, en esas fecha de alto prestigio como intérprete, ganadora del Oscar por Las tres caras de Eva (1957).
En el homenaje que se le realiza mañana por TCM, al cumplirse un año de su muerte, se podrán ver cinco películas al hilo protagonizadas por el daltónico de la mirada celeste bordeada de azul, entre las cuales dos westerns atípicos: uno contemporáneo y en plan de comedia, con guión de Terrence Malick (Los indeseables) y el otro, gran debut de Arthur Penn en una del Oeste osadamente virada a la tragedia griega, sobre guión de Gore Vidal (gran amigo de PN), El temerario. Ultimos días de ese mito llamado Billy the Kid y su duelo final con Pat Garrett. Un Billy bisexual notablemente jugado por Newman de 33, ya enamorado para siempre en la vida real de esa dama rubia sureña que con el tiempo se dejó las arrugas y las canas, lo dirigió a él en obras de teatro y juntos colgaron en la granja de Connecticut donde vivían (cuando no estaban en el depto de Manhattan) el cartel que decía: “Los Newman no viven aquí. Firmado: Familia Preston”. Harto de que se les preguntara por el secreto de su medio siglo de bienestar juntos, Paul y Joanna solían responder evasivamente: “Lujuria y respeto”, también: “Paciencia y sentido del humor”. Pero exhibir el más mínimo detalle de su intimidad, jamás de los jamases. ¤
El Temerario (1958), a las 14; Los indeseables (1972), a las 15.45; Ausencia de malicia (1981), a las 17.30; La leyenda del indomable (1967), a las 22; Infierno en la torre (1974), a las 0.15. Mañana sábado 26, por TCM.
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