Sábado, 26 de diciembre de 2009 | Hoy
MUESTRAS
Entre retratos tramposos y la memoria de una performance: una muestra reflexiona sobre el ser mujer, los límites de la infancia y de la adultez, lo vivido y de la memoria de lo vivido, la identidad y su reconstrucción.
Por Juana Menna
A fines del siglo XIX, la señorita Hilda Holmberg reunió a su familia en el patio de su casa en el archipiélago de Roslagen, en cercanías de Estocolmo. Estaba a punto de casarse, o lo había hecho ya. Los datos son imprecisos. Lo cierto es que Hilda se colocó a la izquierda de la cámara y su familia posó alrededor de una mesa servida con vajilla de porcelana y cristales, en un patio con césped cuajado de hojas otoñales. Guardó la foto hasta el día de su muerte, junto con la descripción pormenorizada de su árbol genealógico, desplegado en ese retrato familiar. Hace poco tiempo, los bisnietos de Hilda hicieron una gran limpieza y la foto casi se pierde, aplastada bajo el pulcrísimo sistema de recolección subterráneo de basura sueca. Pero la foto fue rescatada por la artista Paula Urbano. Y transformada en obra artística.
Paula nació en 1980 en Estocolmo, donde vive hasta ahora. Su madre y su padre, chilenos, escaparon de la dictadura en 1976 y se instalaron en Suecia. Luego se separaron. Su madre se casó con un argentino y así es como en 1986 Paula vivió unos años en Buenos Aires. Hace un año obtuvo su Maestría en Bellas Artes en la Universidad de Konstfack. Paula recuerda que la pregunta más fastidiosa que le han hecho desde chica es “¿Quién eres tú?”. “Investigo en mi trabajo la pregunta sobre la identidad y mi relación con el idioma materno. El hecho de haber crecido hablando dos idiomas y viviendo dos culturas simultáneamente ha creado en mí una sensación permanente de no pertenencia, que se ha convertido en el eje de mi investigación artística.”
Esa indagación aparece aquí, por un lado, en el video La vida de ella, donde cinco mujeres chilenas de la generación de Paula relatan su vida en tercera persona. A través de ellas, la artista traza un retrato de su hipotética vida en Chile, partiendo de la negación de un evento fundante: el exilio. Por el otro, La historia de ella es el título de una obra de gran tamaño que repite el concepto del video. En ella, Paula ha replicado la foto de Hilda (ella también se puso en el ángulo izquierdo) y los modelos son su familia: su madre, su marido, la hija de él; su padre y su esposa sueca, los primos comunes. Hieráticos, vestidos con ropa original rescatada de los roperos de un canal estatal, estas personas (chilenas, suecas, argentinas) son el mestizaje de una identidad que, insumisa, interpela los cánones sobre los que se asienta el concepto esencialista de “familia” y, también, de “origen”.
Si, en la foto del siglo XIX, Hilda intentaba afianzar un origen común, en su obra Paula busca el resultado inverso. Quienes posan allí simulan un pasado común apócrifo de un país que, en la mayoría de los casos, en realidad los recibió como exiliados.
“Cuando mi hermano se casó con su mujer, Lotta, nuestra madre se compró un hermoso vestido para la fiesta. Nos sorprendió a todos con un traje sastre clásico, falda recta y chaqueta, de un maravilloso color celeste. En la solapa llevaba un broche y, cuando nos acercamos para verlo más de cerca, notamos que el traje tenía un patrón de piel de cocodrilo y en ese momento todo recuperó su lógica. (...) Creo que ésta es una metáfora precisa de la clase trabajadora: se puede hablar románticamente acerca de nosotros, pero siempre nos revelamos cuando se nos mira más de cerca”, escribe Johanna Gustavsson en su cuaderno llamado A Hippopotamus in the Room (Un hipopótamo en la habitación, la relación hipocrítica entre teoría y práctica) construido a base de anécdotas, hechos históricos y experiencias personales ficcionadas. Johanna nació en Suecia en 1974 en el seno de una familia de clase trabajadora. Además de artista, es activista feminista. Su obra se divide en dos planos: por un lado, la investigación crítica de textos, y por otro, la participación en colectivos involucrados en estrategias de acción artístico-política. Así es como creó dos proyectos, The Malmoe Free University for Women y The YES! Association (www.mfkuniversitet.blogspot.com / www.foreningenja.org)
En etsa muestra Johanna va construyéndose a sí misma a través de un relato hecho a base de fragmentos propios y ajenos, donde conviven lo biográfico y lo ficticio en sintonía con la célebre máxima “lo personal es político”. Estos textos confluyen en una suerte de “autoficción”. En esa indagación, además, saca del desván de las bellas artes el concepto de “clase”, le quita el polvillo y lo actualiza desde su condición de mujer criada en cercanías de una fábrica, con compañeras de estudios universitarios cuyos padres hablaban de la filmografía del ruso Andrei Tarkovski mientras ella sentía, como apunta, que saber o no quién era no evidenciaba un asunto generacional sino “una cuestión de clase, ya que ni mis padres ni yo sabíamos quién diablos era ese tipo”.
Las últimas páginas del cuaderno (traducido al español) están en blanco, para que los/as asistentes a la exposición escriban sus propias impresiones al comprobar que aun en Suecia, el país que se exporta como la quintaesencia del orden y el progreso, hay deudas para lograr que las mujeres vivan con igualdad de oportunidades.
Seis mujeres que pintan, se colocan, se quitan, un corsé de yeso similar a los que aprisionaban a Frida Kahlo, con música de la performer Meredith Monk. A su alrededor, un grupo de curiosos asiste a una performance llamada Almarmada, que además da nombre al grupo de artistas que inició su trabajo en 1992, y cuya obra colectiva se iría multiplicando a lo largo de la década. Ahora, ésa y otras intervenciones se proyectan en las paredes de la galería.
Verónica Allocati, Guadalupe Neves, Alejandra Polito, Gloria Passarella, Silvina Resnik y Liliana Gelman fatigaban los pasillos de escuelas de arte con una sensación encontrada: eran muchas más las mujeres que estudiaban que los varones, pero aun así eran ellos quienes acaparaban los premios, los lugares de culto en los museos y los puestos jerárquicos en las instituciones artísticas. ¿Cómo se construye la identidad “mujer” en la sociedad actual? ¿Y la identidad “mujer-artista”? ¿De qué modo percibimos el arte, nuestro cuerpo, nuestro deseo?, se preguntaban, siguiendo una línea conceptual ya trazada por otras artistas que admiran: la francesa Annette Messager, la cineasta alemana Rebecca Horn o la argentina Liliana Maresca.
Almarmada es igual a “el arma del alma, el cuerpo”, explican ahora, rodeadas de fotos y videos que constituyeron su producción como performers, en una suerte de primera retrospectiva del grupo que se creó durante unos talleres artísticos impartidos por un buceador del arte conceptual, Juan Doffo. Allí se pueden ver, por ejemplo, a estas mujeres metidas en vitrinas, rodeadas de juguetes o de flores, durante cuatro horas. Una de ellas, Guadalupe, estaba embarazada, en una caja de cristal, como dormida sobre un colchón de rosas coloradas. La imagen inquietó demasiado a uno de los espectadores, Oscar Bony. Si un tiempo atrás el artista había clavado varios balazos en los vidrios de sus autorretratos, ahora no dudó en emprenderlas a los empujones contra la caja donde estaba Guadalupe, para que saliera de una vez de allí.
Almarmada se disgregó en 2000, con un ritual de extinción en una casa de Almagro, donde los objetos que se habían usado en las performances fueron obsequiados a los amigos. Al menos, aquellos que sobrevivieron a la lluvia que asoló el patio ese día. Quedó el corsé, expuesto ahora, como sobreviviente de una época donde no importaba que el arte fuera efímero, pero sí que dejara huella.
La muestra Retratos colectivos, de Paula Urbano y Johanna Gustavsson, y Almarmada, performance de los ’90: una retro(pers)pectiva se exhiben en Galería de Arte Arcimboldo, Reconquista 761, PA 14, de lunes a viernes de 15 a 19 y los sábados de 11 a 13, hasta el 30 de diciembre.
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