Viernes, 15 de enero de 2010 | Hoy
DEPORTE
Algo queda del espíritu rebelde de las primeras tribus de surfistas que desafiaban la prohibición a ese deporte en California domando cada día una playa distinta, archivando para siempre cualquier posibilidad de vestir algo más que un traje de baño. Queda la mística guerrera, al menos en las mujeres que surfean. Queda también un ambiente de código nómade, un ánimo de convivir con la naturaleza saludando al sol al despertar y un respeto por la fuerza de las mareas que terminará impulsando las tablas. Todo eso se vivió el fin de semana pasado en el “Roxy Surf y Arte”, una competencia para mujeres surfers que en su segundo año pudo duplicar la convocatoria del anterior.
Por Guadalupe Treibel
En Explicación falsa de mis cuentos, el escritor uruguayo Felisberto Hernández deshizo la metáfora y lanzó una razón de cultivo para hablar de sus textos: “En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta”. Como una intervención verde, divina y –absolutamente– inesperada, la semilla plantada germina, como ocurre con algunas buenas intenciones. Esta vez, no desde el papel sino desde la arena, el sol y el mar azul. Una idea (deportiva) pare su planta: un torneo femenino de surf. Qué va: El rincón es –definitivamente– una fiesta. Porque, en una sociedad donde menos del 15 por ciento del total de surfistas está compuesto por mujeres, afilar la convocatoria y reunir a casi 100 chicas de todas las edades es flor de logro.
Porque entre tambores, panderetas, yoga y expresiones varias y bajo el nombre “Roxy Surf & Arte”, el encuentro de mujeres con ansias de olas que se realizó el pasado sábado y domingo ya se autoproclama “un clásico” en su intentona de aunar competencia deportiva, pintura, danza, manualidades, clínicas de surf, entre otras cuestiones. Al menos, así lo deja asentado Lucila Gil, una de las organizadoras del ciclo que cumplió su tercera edición este 2010. “Es importante que se difunda la esencia del deporte, se vea el atractivo de la actividad y, así, promover el apoyo gubernamental”, explica la que fuera campeona argentina de surf en 1996 y, de nuevo, en 1998. Y el clima le dio la razón, con un sol/focazo que hizo reflejo en el mar y un calorón que pedía a gritos empaparse.
Fernando Aguerre, presidente de la International Surfing Association (ISA), asiente y argumenta la necesidad de un evento orientado exclusivamente a las mujeres: “Hay un prejuicio no sólo de hombres sino también de mujeres hacia la figura de la deportista; se la desfeminiza. Por suerte, ese paradigma tan latino está siendo destruido gracias a nenas de 6 y 8 años que surfean ¡No les importa nada el qué dirán! Lo incorporan a su cultura y va cuajando con un nuevo rol social”.
Ya en Feminidad, deportes y feminismo, las autoras Amanda Roth y Susan A. Basow planteaban una teoría de la liberación física, frente al mito de la supuesta debilidad de las mujeres asegurando que, desde el cuerpo propio entrenado, crecería la confianza, el poder, el respeto, la riqueza, el goce o –incluso– la lucha contra la amenaza de violación. La fuerza física es minada, dicen las autoras, frente al supuesto riesgo de volverse no femeninas. Ese es el traspié que hay que evitar. Y en esa línea acciona “Roxy Surf & Arte”, declarado de interés Turístico y Deportivo Municipal en Mar del Plata.
Hasta hace no mucho, los deportes eran patrimonio de los hombres. Históricamente actividades como andar a caballo o tirar la jabalina les permitían mantener su estado físico en tiempos de paz y, así, conservarlo para las épocas de guerra. “Con el paso del tiempo, ese estado de situación fue cambiando y especialmente en los últimos 50 años, la mujer se fue incorporando. Hoy, experiencias como el tour mundial de rugby o el boxeo olímpico de mujeres en Londres muestran el avance.”, relata Aguerre.
En lo que refiere al surf, el problema hasta la década del 60 fue que las tablas eran muy pesadas y no había pitas (las correítas que atan la tabla al pie). Una vez superado este obstáculo, chau chau excusas. “La fuerza no es un requisito per se a la hora de surfear. Sólo el estilo diferencia”, agrega el presidente de ISA, que viajó especialmente desde California para estar presente en el evento. Sobre la distinción, es Gil la que ofrece un poco de luz: “El hombre es más radical, tiene más fuerza. La mujer, en cambio, es más sutil, usa más la postura. Es como si danzara sobre la tabla”.
Como no hay historia sin hitos, Aguerre destaca un antes y un después: Lisa Andersen, una norteamericana nacida en Florida que, a los 16 años, le dijo a su madre: “Voy a ser campeona mundial”. Se fue a vivir a California y, tal como predijo, en la década del 90, fue campeona mundial no una sino... ¡cuatro veces! “Me acuerdo de una revista donde fue tapa, que titulaba: ‘Lisa surfea mejor que vos’; muy comentada porque hablaba de igualdad a partir de una chica linda, rubia, alta, simpática que ya era un ícono”, recuerda el creador de la marca Reef.
Andersen despertó el interés de muchas mujeres que comenzaron a acercarse a las olas. Claro, había que vestirlas para la ocasión. “Todavía no había división de ropa femenina. Los dueños de las firmas eran reticentes, creían que arruinaría el deporte”, recuenta Aguerre. Pero la demanda estaba echada; y, como no podía ser de otra manera, la oferta le siguió los pasos.
¿Y el mito de la rebeldía? ¡Cierto! “Al objetivo socialmente deseable de los ‘60 de familia con casa, auto y electrodomésticos, el surfista responde con pelo largo, sin corbata, sin ir a trabajar. Son una plaga para el statu quo; nómadas en búsqueda de olas, estudiosos del mar, de la meteorología, del tiempo, la corriente, la marea”, justifica el hombre que, durante la década del 70, el plena prohibición militar del deporte, armó una asociación ilegal, organizó campeonatos y comenzó un programa de radio de surf y –ahora– busca insertar el surf en los Juegos Olímpicos. “Es un deporte libre. No somos socios de ningún club. Somos indios que no usamos camisetas, no pagamos permisos. Gente liberal sin autorización, sin permisos”, define, sin más, el ex Reef.
Hija de uno de los referentes máximos del surf argentino (Daniel Gil es su padre) y dos veces campeona argentina, Lucila es una de las más involucradas en el proyecto. Fundadora del Club Surf y Arte, cuenta que –de pequeña– su papá hacía un gran esfuerzo por entusiasmarlas con el deporte: “Nos llevaba a distintas playas y con un megáfono rojo nos gritaba: ‘Esa ola es tuya. Esa. Esa’. ¡No sabíamos adónde meternos! Hizo mucho por el surf femenino, al haber dejado un legado de hijas surfistas”. Es que la familia cuenta con ¡nueve hermanos! Siete chicas, dos chicos.
Viviendo un tiempo en Hawai a fines de los ‘90, vio un campeonato de surf de chicas y ¡zas! Se encendió la lamparita. “En el ‘98 volví y, junto a mi hermana Moira, armamos un club femenino de surf e hicimos un primer campeonato a pulmón. Yo tenía una motito, que usábamos para convocar desde el boca en boca. Y se llenó de chicas”, recuerda.
Después vino la primera hija, que la alejó del surfeo momentáneamente. “Tuve que aprender a manejar la ansiedad de no correr las olas”, asegura. Cuando llegaron sus otros dos hijos, ya sabía cómo hacerlo. Igual, con una rotura de clavícula que le impidió seguir compitiendo.
Estos y otros vaivenes le impidieron continuar con la organización anual de los campeonatos. Pero la idea seguía latiendo... Entonces, dos años atrás, en 2007, llegó el nuevo aviso y retomó la intención con “Roxy Surf y Arte”. “En la primera edición se anotaron 40 chicas; hoy son 90, que vienen de todas partes de la costa. Definitivamente ha habido un gran crecimiento”, recuenta.
Con la historia a cuestas y haciendo base en Honu Beach, Faro Norte, Mar del Plata, el mundillo femenino del surf argentino se hizo eco de la convocatoria “Roxy Surf & Arte” y, entre trajes de neoprene y gorritas flúor, reprodujo la cultura “arena y sol” con un arranque de lo más particular.
Alrededor de las 9.30 am, la profesora de yoga del Club Surf y Arte –agrupación a cargo del evento–, Florencia Gómez Gerbi llamó a una veintena de mujeres de todas las edades (de 20 a 65, presentes) para hacer el “saludo al sol”, una proclama silenciosa de poses yoguísticas y actitud zen, para conectar con el mar.
“Es una disciplina milenaria que sigue funcionando porque da resultado. Conecta con el cuerpo y pone en eje, limpia espiritualmente. Las mujeres estamos en plena conversación interna día tras día y el yoga cesa ese ruido, da armonía”, cuenta la muchacha y linkea con el surf: “Para correr olas y estar en el mar, hay que estar bien físicamente, tener flexibilidad, y el yoga otorga esos beneficios. Además, permite controlar la respiración bajo las grandes olas”.
Junto a Lucila Gil, Gómez Gerbi es una de las precursoras del club. Viviendo actualmente en California, la también actriz y bailarina dice que la propuesta no existe en otros puntos del mundo y ya está pensando exportar el formato. “A diferencia de otros deportes, el surf es una cultura y está íntimamente ligada a la rebeldía. Es tan libre que, internamente, todo el mundo quiere hacerlo. Quizás haya gente que no se anime pero ¿quién no va a querer deslizarse por una ola? Además, tiene una historia, es una tribu y lleva directamente a los temas ecológicos. Al fin y al cabo, los surfistas no quieren que les rompan los ecosistemas”, destaca la marplatense.
Tomando el toro por las astas, las organizadoras –integrantes del Club Surf y Arte– no ahorraron en lookeo temático y, con coronas de flores (inexplicablemente artificiales, dicho sea de paso) depositadas en sus blondas cabecitas, marcaban el paso por la arena, indicando clínicas de surf y clases de pilates, de yoga.
Mientras, la gente curioseaba en las cercanías y, lentamente, tomaba posiciones estratégicas cerca del mar. Hombres y mujeres con lonas, cámaras fotográficas y un plan: ver qué hacían las chicas en el mar. Porque, al fin de cuentas, ¿qué es un evento de surf femenino sin mujeres surcando olas?
Las deportistas –de entre 6 y 50 años– con sus bronceados californianos, sus mechas rubias y una actitud de lo más relajada esperaban su turno para dar cátedra en un fin de semana a puro “aloha” y “buenas olas” (las frases más escuchadas). ¿La leyenda más leída sobre carteles y tablas? “Somos luz”.
Es que, con nueve categorías para la competición, el evento –promovido por la marca de ropa Roxy, de Quiksilver– cedió espacio para que todas desplegaran sus tablas en un mar de olas (bastante pequeñas): niñas, hasta diez años; principiantes menores, hasta 15; principiantes mayores, hasta 16; juniors, hasta 18; Longboard; Open; Tandem, donde las chicas invitaron a un hombre a compartir las olas, haciendo acrobacias en una misma ola; Master, desde 35 y Bodyboard.
A la vista de un jurado compenetrado, el correteo –entre olas– estuvo puntuado según un criterio estricto. El jefe de jueces, Cristian Petersen, explica los puntos evaluados: “Buscamos la maniobra más radical en el punto más crítico de la ola, la fluidez, fuerza y arrojo”. Y rescata el hecho de que se trabajen los mismos parámetros a nivel mundial: “Se las juzga de la misma manera que se las juzgaría si fueran a un mundial y eso es favorable para levantar el nivel”. ¿Los premios? Al orden del día, con 2 mil pesos en regalos, (más) coronitas hawaianas y trofeos artesanales. ¿Las participantes? De 1 a 100, de lo más variadas.
Si algo une a estas mujeres, es su flechazo por el agua. No es difícil decir que se trata de una adicción que las encuentra despertándose a las 8 de la mañana para buscar las mejores olas. Y la menor cantidad de gente posible, claro. Más allá de los gajes del oficio (malestares en el oído por el viento que sopla o articulaciones endurecidas por el frío del mar), la idea de hacer un giro, un roller, un tubo (la ola pasa por encima de la persona) o un floater (el surfista pasa por encima de la ola, para volver a tomar la rompiente que abre) las acerca casi a diario al mar.
En el caso de Fabiana Andrea Sosa, de 43 años, el deporte le tocó la puerta a través de su hija Marcia. “Le llevaba la tablita y, como me moría de calor esperando, me compré una para remar. ¡Salí parada en la primera ola! Y no me detuve más”, cuenta la mujer que aprendió sola, mirando a otros surfistas. Es que, según dicen las expertas, la mejor forma de corregirse es contemplar las maniobras de las demás.
“Además, ando en skate y estudio abogacía”, agrega la entusiasta y recalca la solidaridad del ambiente femenino y del Club Surf y Arte. Es que, en sus primeros (y frustrados) acercamientos al deporte, los hombres le decían que las maniobras eran “muy difíciles” y la convencieron de cesar en la intentona. Pero, una vez derribado el tabú y con una hija surfista en la manga, ya no hubo pero que valga.
Sosa también es integrante del Club de Surf y cuenta que, aunque la asociación es mixta, los sábados son netamente de mujeres. “Nos juntamos y buscamos olas. El mes pasado, sin ir más lejos, viajamos a Pinamar. También pintamos, hacemos yoga, buceamos, jugamos al paddle y promovemos las actividades artísticas que están presentes en este campeonato”, enumera. El apoyo de sus compañeras le da energía. Y le permite continuar el aprendizaje.
Con 21 años, Sofía Guatelli también es parte de la entidad. Pero ella prefiere dar clases a correr el circuito y, aunque haya competido en Longboard y Tandem en “Roxy Surf y Arte”, reconoce que lo hace lúdicamente. En sus palabras: “Realicé el curso de instructora internacional y vivo de esto. A la par, estudio terapia ocupacional”.
Otro es el caso de Coral Sineno, de 10 años, de Necochea, una nenita blonda y tímida que surfea hace cuatro y compite hace tres. En su primera visita a Mar del Plata, Coral se anotó para participar del evento. ¿Por qué? “Me encanta agarrar olas, aprender viendo a las chicas más grandes”, explica ella, que acaba de pasar a sexto grado y sueña con ser buena surfista. “No me pongo nerviosa; lo hago para divertirme nada más”, dice.
Además del deporte, a Coral le gusta la música. El año pasado empezó a tocar el saxo y el piano. Le gusta el reggae y, sí, escucha Bob Marley. ¿Su surfista preferida? María Paz Usuna, de 17 años, del equipo Roxy, que estará viajando en la semana a Nueva Zelanda para el Mundial Junior.
Vale comentar que otra de las metas de “Roxy Surf y Arte” fue –justamente– juntar algo de dinero para que Usuna y su equipo lleguen tranquilos a la otra punta del mundo. “Cuando era chiquita competía contra mujeres de 20 o 26 años porque no había categorías. De a poco fuimos metiendo y ahora hay juniors, lo cual incentiva que las nenas se anoten”, recuerda la adolescente Usuna que se topó con su primera ola a los 4 años.
Fanática del mar y el fútbol, María Paz vivió en California hasta los 12. Después Argentina y el equipo Roxy. “Las chicas siempre queremos dominar el agua. Pero hay que ganarse el respeto de los chicos o no te dejan olas. Yo grito. Si me las sacan, ¡les digo de todo!”, cuenta con desenfado. Y carácter.
“Argentina ha producido un par de docenas de surfistas buenos, pero un solo surfista mundial: Ornella Pellizari”, asegura el experto Aguerre. Ranqueada en el top ten internacional (el WQS), Pellizari carga el trono indiscutido de talento y humildad.
Como anfitriona del evento, la marplatense de 22 años no sólo se metió al mar y dio cátedra de fuerza y aptitud; también firmó autógrafos a las más chiquitas que la tienen como referente y habló con cuanta persona se acercase a conversar. A modo de bio...
Cuando tenía apenas 11, Ornella juntó la plata de su primera comunión y compró una tabla. La suerte estaba echada. No se bajaría más. “Ese mismo verano participé de un campeonato femenino. En aquel momento, las surfistas eran poquísimas. Lucila (Gil) era uno de mis –pocos– referentes nacionales”, recuerda. Y agrega: “De ahí en más, siempre fui poniéndome objetivos más grandes: circuito nacional, categorías de hombre, open, circuito latinoamericano y –finalmente– el internacional”.
Económicamente, no fue sencillo. Ahorraba y trabajaba, vendía premios de concursos; lo que fuera necesario para costear viajes por el mundo en busca de olas y más categoría. “Necesitaba bancarme el circuito mundial”, aclara la chica que recorrió el globo y –también– pinta: “Son dibujos surrealistas, no abstractos, medio fatalistas. A veces, romanticones”.
Dueña de un Falcon 71 color ladrillo, Pellizari entrena a diario (tenis, boxeo, corre, caminata, skate) y lleva una vida bien nómada: “En los últimos tres años, apenas habré estado tres semanas en mi casa. Es que los surfers del mundo somos otra nación, andamos como gitanos”. Y tanta andanza deja poco tiempo para relaciones duraderas: “Me divierto, pero no es nada serio. No necesito a nadie; me encanta ser independiente. Además, quiero priorizar mi carrera”.
Fanática del electrodance pop (escucha The Sound, The Kills, La Roux, LadyHawke y ¿por qué no? Lily Allen), cuenta que no le interesa la fama ni la plata, que aprovecha cada viaje para visitar museos o castillos, que sus amigas suelen ser más grandes, que estar en la playa sin hacer nada la aburre. Cuenta también que el resto de su año ya está delineado: Europa en agosto, Brasil en octubre, Hawai en diciembre. Nada mal para una profesional.
Así, entre el espacio lúdico, el sonido tamboril, los mates y la competencia profesional, con aires esotéricos y mucho color, el encuentro prendió una vez más la mecha del deporte femenino en un contexto todavía complicado pero aspiracional. “Las mujeres son las que traen vida al mundo; de ahí que tengan una relación más armoniosa con lo natural. Cuando los hombres empiecen a entender su lado femenino, la cosa va a mejorar. Igual, estamos en un país latino. Hay esquemas sociales difíciles de romper”, resalta Aguerre. Con todo, la apuesta al cambio sigue subiendo. Las olas y el viento le dan la razón.
Interesante que el espíritu verde haya sido una de las banderas de las jornadas y que haya resultado contagioso porque, con la chicharra de arranque y el saludo al sol, los puesteros del “kiosco de arte” dispusieron lonas en la arena, mesitas y ¡zas! Productos de inspiración playera comenzaron a aparecer. Algunos varios con impronta ecologista, claro.
En el caso de María Eugenia Carrera y Andrea Muollo, su emprendimiento –llamado Kancaban– se sirve de retazos de tela sin uso a nivel industrial para tejer, anudar y reciclar. “Armamos lámparas, alfombras, collares y almohadones. También reciclamos reposeras para transformarlas en bolsos”, explican las chicas con un objetivo: crear sin contaminar y reducir la basura.
Y no son más únicas. Porque la mismísima Gil adhiere al postulado y cuenta acerca de la enorme cantidad de botellas plásticas que han recolectado con el club, para la que ya están pensando una metamorfosis: “Algunas propusieron hacer una balsa; otras, una ola. Lo que sea, será arte reciclado”, asegura sobre el proyecto de su Club Surf y Arte que cada sábado del año llama a sus miembros femeninos a juntarse, compartir, surfear y, por supuesto, expresarse entre colores.
En el mismo plano de expresión, pero desde la pintura y los cuadros de tamaño, ganó su espacio otra cara del clan Sur y Arte: la artista plástica Emilia Marcón, que presentó pinturas vinculadas con el deporte y las sensaciones (individuales y comunitarias) que el surf genera. Bajo el concepto “el todo es más que la suma de las partes”, explica su nuevo material: “Voy transitando mi mundo interno a través del mar y las mujeres. Y el arcoiris –que represento– engloba esa idea. En lo individual somos faros y en lo global somos arcoiris. A eso se suma la idea de ser parte de la ola, crecer paso a paso hasta llegar a la cresta”, desarrolla la chica nacida en Mechongué, con un physique du role a lo Frida Kahlo.
No es la primera vez que esta surfista amateur se dedica a la temática femenina. Su web (emiliamarcon.blogspot.com) acerca series vinculadas: Mujeres al frente, Las mujeres estamos hechas de mar o En lo profundo son los nombres de algunas de sus series. ¿La vuelta de tuerca? Hacer intervenciones naturales; es decir, presentar los trabajos en contextos arenosos. O empedrados. “El paisaje es parte de la obra; se fusiona con ella. Por eso, hay que ser cuidadoso para que fluya y complete la intención”, agrega la mujer que dice ser “agua total”. Y bromea: “Si fuera arquitecta, estaría haciendo casas que fueran como médanos, pero pinto”.
A Marcón le interesa conjugar diferentes lenguajes del arte. Por eso, trabaja con la bailarina Gómez Gerbi en las puestas en escena. Juntas, ya homenajearon a referentes varios como Alfonsina Storni, Victoria Ocampo, Isadora Duncan o Juana La Loca. “Mujeres inspiradoras de otras mujeres”, como ella misma define.
Juntas armaron la agrupación de artes múltiples Cofradía de Mar y trabajaron la pieza Somos Luz, que presentaron el domingo por la tarde como “regalo” para las surfistas presentes. ¿El resultado? Una danza semiimprovisada al son de tambores que conectó con los elementos. Pétalos, agua y arena, presentes. “La iluminación del otro es necesaria para evolucionar”, concede Emilia al tiempo que explica cómo trabaja joyas marinas y luego las engarza en sus cuadros. “Necesito incluir a la naturaleza, que me da letra para mi obra”, explica ella. Y remata: “El mar está en constante movimiento. Nosotras también. Hay que aprender a adaptarse”.
Además de exponer, Marcón hizo lo propio coloreando tablas con las niñas que se acercaban a su stand (o, mejor dicho, su porción de arena) y enseñando la forma de dibujar mandalas comunitarias. “Compartir una pintura te une al otro”, aporta Gil, su compañera y colega, y hace hincapié en el simbolismo detrás de la mandala: “Es un dibujo no establecido que contiene un centro y conecta con la propia esencia. Sirve para la meditación”.
Otra muestra completó el aspecto arte-visual de la dupla de días en Mar del Plata: una particular colección de decenas de tablas intervenidas por artistas varios, entre ellos, Moira y Lucila Gil, las hermanas detrás del “Roxy Surf & Arte”. Empotradas en la arena, las tablas jugaban el juego surf, representando la cultura en primera persona. Ahora, según adelanta la organización, las piezas serán una muestra itinerante que paseará por nuevas playas y espacios varios. ¿Tocarán el agua?
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