Viernes, 5 de febrero de 2010 | Hoy
PANTALLA PLANA
A pesar de las escuetas mediciones de rating, Ciega a citas, la ficción que tiene pantalla en Canal 7, se está convirtiendo en un programa de culto: fans en Internet que revisan sus capítulos a diario, opinan y se pelean por elegir al mejor de los personajes. Nacida de un blog –del que apenas sobrevivió la premisa inicial: cómo conseguir un novio “normal” para callarle la boca a una madre controladora–, esta sitcom con libros de Marta Betoldi y con Muriel Santa Ana como protagonista pone en escena personajes femeninos hilarantes y logra correrse cada vez más del estereotipado conflicto de las mujeres de 30, justamente, conseguir pareja. Libretista y actriz principal hablan aquí de su experiencia y de cuál sería el final deseado para la comedia: que el conflicto se resuelva sin obligación de comer perdices.
Por Moira Soto
Por su infrecuente calidad de escritura, de realización, de actuaciones, probablemente se trate de la mejor ficción de la actual televisión abierta. Es una comedia romántica moderna, medularmente argentina y –sorpresa– está en el canal público, el 7. Se llama Ciega a citas, y se ha convertido en merecido objeto de culto aunque el rating oficial –que desde luego no incluye al público que ve la serie por Internet– le adjudique 1,6. A través de Facebook, 40 mil seguidores/as debaten y opinan a diario, se subdividen en clubes de fans de sus personajes favoritos. Una movida que parece extenderse y que ya ha llamado la atención en el exterior: Ciega... ya se vendió a más de media docena de países y acaba de ser premiada en una muestra de TV hispanoparlante de California (Mejor Ficción, Mejor Actriz Protagonista).
Con el timing y otras virtudes de la buena sitcom, estereotipos alterados que incluyen a una auténtica antiheroína y un trasfondo general más bien turbio, cuando no turbulento, Ciega a citas, reescritura de un blog de Carolina Aguirre, viene refrescando con mucha creatividad el horario nocturno de lunes a jueves, a veces a las 22, a veces a las 22.30. Conviene estar alerta para no perderse ninguno de los sobresaltos que día a día depara esta trama cuidadosamente tallada, poblada de personajes que transpiran humanidad, diálogos a menudo restallantes que no desdeñan la profundidad cuando lo pide la situación. Y al frente de un elenco casi soñado, Muriel Santa Ana, un milagro de comediante sobre quien se diría que confluyeron las bendiciones de Niní Marshall, Carole Lombard, Judy Holliday, Olinda Bozán, Rosalind Russell y otras reinas del nobilísimo género de la comedia.
Actriz, dramaturga, guionista (con el único antecedente televisivo de la exitosa Socias), Marta Betoldi vio a los ocho La novicia rebelde y tomó con firmeza taurina la determinación de ser actriz. En la adolescencia, María Vaner fue su primera maestra, y más adelante llegó el aprendizaje con docentes de la altura de Alejandra Boero, Agustín Alezzo, Augusto Fernandes. Preocupados por la seguridad laboral y económica de su hija, papá y mamá Betoldi –él contador, ella maestra– querían que Marta siguiera alguna carrera como la gente. La joven Betoldi descartó los consejos de entrar en Derecho y se metió en Letras. Pese a que la primera clase de griego la desanimó un poco, siguió adelante, apasionándose cada vez más, y terminó dando el último año libre, con alto promedio. “Me leí todo, la carrera me dio una base muy sólida. Ahora, a los 50, revalorizo ese volumen de conocimiento adquirido que no se pierde, que está ahí y lo aplicás a veces automáticamente, te brota del inconsciente”, dice la responsable de la reinvención de Ciega a citas, un blog esquemático y limitado al que Betoldi –ahora al frente de un afinado equipo– le insufló nueva vida, nuevos personajes (luego de darles espesor a los que ya estaban), nuevas alternativas argumentales.
En la mañana del domingo pasado, tomando mazagrán y comiendo una insuperable medialuna de Dolcato, Marta Betoldi, centelleante vitalidad, tiene palabras de agradecimiento para esos maestros que la formaron, “personas de una gran ética profesional, algo que va más allá del mero aprendizaje de una técnica”. Naturalmente, la estudiante de Letras iba de la facultad al teatro independiente, estuvo en grupos de repertorio, hizo clásicos, llegó a participar en Teatro Abierto. De pronto, en el ‘87, aparece la telenovela en su horizonte.
–Sabía que era un género rico en posibilidades, y con el tiempo lo fui estimando en forma creciente. Conocía producciones del nivel de Cosa juzgada, directores como David Stivel, Diana Alvarez, María Herminia Avellaneda, Rodolfo Hope... Porque la verdad es que había una TV de autor y de director, una TV donde se ensayaba, grandes actores y grandes actrices en programas unitarios, con despliegue de producción, buenos textos, alto rating...
–Debo decirte que, lejos de abrumarme, esa aceleración de la tele encaja bastante con mi personalidad. Funciono bien en ese ritmo, me adapté rápidamente. Superé pronto el pánico a la cámara gracias a los buenos directores de actores que me tocaron. Para mí, entrar en la televisión fue sumar. Enseguida percibí la diferencia respecto de la actuación: todo tenía que ser más chiquito que en el teatro. Me gusta saber dónde estoy parada, así que no me perdía detalle: miraba cómo el director ponía las luces, cómo manejaba los planos; cuando otro actor grababa, me quedaba observando, me interesaba ver cómo resolvían ciertas situaciones los intérpretes creativos. Después de Tu mundo y el mío, de Delia Fiallo, hice Los hermanos Coraje, Soy Gina, Micaela... Novelas que duraban 13, 14 meses. No se modificaban las cosas en función del rating.
–No estaba en mis planes. En realidad, me largué antes con la dramaturgia teatral: hice en el ‘98 Segundas partes sí son buenas, una adaptación de Albee. En verdad, la primera persona que me insistió para que escribiera fue mi marido, Mario (Pasik): él conocía algunas cosas que yo hacía por gusto, monólogos, y me pedía: Marta, escribí. Creo que estaba tan agarrada a ese deseo inicial de la infancia, que temía que la autora se tragara a la actriz... Pero Mario seguía insistiendo.
–(Risas.) No, no me cobra, pero lo recuerda: “Yo te lo decía”. Le dediqué el premio Clarín que gané por Socias. Más allá de ser mi compañero de vida, ha sido muy alentador, muy acompañador en este proceso tan absorbente. Porque en el caso de escribir para la tele, convivís con todos los personajes en la cabeza.
–Ahora me acuesto y me levanto con una multitud: imaginate, un capítulo por día, las correcciones. Sueño con Manucha, me levanto y escribo algo sobre la mesita de luz para Lucía, y mientras desayuno se me ocurre un gesto de Fidelina...
–Después de Segundas partes..., me embaracé de mi segundo hijo y me anoté para estudiar con Mauricio Kartun, maestro de maestros. “Escribir es horas-culo”, dice con gran sentido práctico, “y corregir, corregir, corregir”. O sea, la purísima verdad: yo invierto más horas en corregir que en escribir. Mauricio me abrió la cabeza, me hizo ver que gracias a mis distintas experiencias, tenía mucho terreno ganado. Escribí con él dentro del taller Extras. En esas fechas se estaba gestando Teatro X la Identidad. Me llamó Daniel Fanego para ver la posibilidad de integrarme, fuimos con Mario a una reunión, nos sumamos. La obra que escribo para el ciclo, Contracciones, no es partidaria, mi protagonista no era una militante sino una chica casada con un chico del centro de estudiantes de la facultad. Me pareció que si el tema era la búsqueda de los nietos, valía llegar a un campo emocional desde un lenguaje poético. Se me ocurrió entonces hacer una obra de tipo epistolar con dos embarazadas en distinto tiempo, ligadas por lazos que se van revelando en distintas situaciones de parto, una en cautiverio. Escribí esa obra en una noche, como si alguien me la dictara. La corregí y fue llevada a escena por Leonor Manso en la versión de media hora. Después la dirigió mi marido en la versión larga, en la que yo actué, porque Contracciones trascendió largamente Teatro x la Identidad y representó un cambio abismal para mí. Traducida maravillosamente al francés por Françoise Thanas, se presentó en abril de 2002 en el Congreso de la Mujer en París. En enero de 2002 se estrenó en inglés en el Teatro Arcola perteneciente al Royal Theatre de Londres y en noviembre de 2003 se puso en escena en Lille, Francia. En febrero de 2004 se representó en México DF. Después se produce la presentación en Madrid, dos meses en el Teatro de la Villa, largas giras por España... En teatro, también hice una adaptación de Locos de contento, de Langsner, y la obra Cesárea.
–Estaba justamente en España de gira, cuando Silvina Frejdkes, productora de Pol-ka, me preguntó si quería hacer algo para TV a mi regreso. Ella sabía que yo tenía empezado un guión, Minas: tres amigas socias en una agencia de publicidad. Silvina quería abogadas, negociamos y salió Socias. Para mi sorpresa, me llevé bien con la urgencia televisiva. Nos compraron los primeros 13 capítulos, nos pidieron una extensión de 26, me resistí porque nos exigía mucha investigación jurídica. Finalmente, pudimos terminar los 39 capítulos, a una gran velocidad pero de manera satisfactoria. Tanto que me dije: si pude esto, podría una tira.
–Desde luego. Quería hablar sobre nosotras, las mujeres, quería poner problemas reales y concretos sobre la mesa. Traer temas como los del aborto, la eutanasia, que siempre pensé que debían ser tratados con franqueza y hondura en un medio masivo como la televisión. Además, con la experiencia de Contracciones descubrí el poder extraordinario que puede llegar a tener la ficción. No quería señalar con el dedito índice pero sí intentar sacar la tierra debajo de la alfombra: a ver qué pasa en un país donde hay un índice de aborto tal elevado, donde los políticos –salvo excepciones contadas– no terminan de definirse y apenas se hacen debates superficiales en la tele.
–Aquí se trataba de un formato a construir, puesto que según el blog hay un personaje que puede crecer pero la premisa –la madre de Lucía apostando a que la hija no llega a la boda de Irina con novio normal– no alcanzaba para armar un conflicto dramático. Así que leí el blog, el libro y no los volví a mirar. Lo que me gustaba del personaje de Lucía era que fuera tan atravesada, mala leche, negativa. Me atraen estos personajes que rompen la armonía y quiebran las previsiones. También me parecía interesante que Lucía, siendo gorda, consiguiera candidatos. El problema era que esa premisa no daba para una comedia romántica de 120 capítulos: había que construir un atrás complejo, potente, para sostener ese triángulo de tres mujeres, uno de cuyos vértices es esa madre a la que le dimos forma, omnipresente, dominante, que ama a su modo a sus hijas pero las asfixia, cree que debe decidir por ellas. Es sorda, es atropellada, bastante tilinga, se agarra como puede a la vida. En el blog, Manucha era mala y punto. A una hija le decía “gorda” y a la otra “divina”. Entonces, le armé un pasado de gorda que había llegado a los 90 kilos, la había pasado muy mal y lo único que le pedía a la vida era que sus hijas no fuesen gordas. ¿Qué generó este pasado sin resolver? Una hija con sobrepeso y la otra flaca pero bulímica. Una vez construido este personaje, que Georgina Barbarossa hace tan bien, le buscamos unos sacudones a Manucha, momentos de quiebre para que las cosas se le escapen de las manos.
–Digamos que Lucía es más parecida a su madre de lo que ella podría creer y aceptar: mala uva sin filtro, les dice cosas terribles a los que se le cruzan. Descalifica permanentemente, es una persona acorazada tras lo kilos. A Lucía le creamos un padre muy sensible, Angelito, con el que Osvaldo Santoro se manda un festival de gracia y ternura, ninguneado por la Manucha, a quien le hace arreglos en pago del alquiler. A Irina, hija del segundo marido, la tenemos ahora en plena rebeldía tardía, haciendo mala letra, se hace punk, emo, no se quiere casar... Lucía trabaja en una redacción, lo que nos da buenas oportunidades de armar personajes casi con funciones políticas, con un Silvani que hace estupendamente Fabián Arenillas, un patán capaz de lo peor: le hemos puesto –sin previo aviso al público– textos de Mussolini, de Hitler. Está enfrentado a Cuco Marx, revolucionario del bar La Paz que cita al Che Guevara y, por supuesto, a Marx. En el caso de Marcelo Ugly, apenas quedó el nombre y ahora tenemos a este tipo oscuro, perfecto para que lo haga Rafael Ferro, que toma, desencantado con el sistema.
–No quedaba otra: en el blog, la redacción quedaba reducida a un grupo de solteros que iban a jugar al bowling. Lo primero que dije fue: si lo hace así, nos pueden acusar de plagio. La propuesta fue hacer una cosa pop-retro, con una estética definida. Trabajé con mucha libertad, el único problema se planteó ante la posibilidad de que no apareciese como autora de los libros, por una cuestión de respeto autoral, más allá de mi persona.
–También. Según se está sabiendo en estos días, no se trata exactamente de una familia paralela. En realidad, el personaje de Alejandra Flechner está en pareja con la que parece ser su hija. Sí, tiramos algunas pistas falsas, un clásico del culebrón... El ADN de este proyecto está en el ser y el parecer. Todos mienten en su escala.
–Mirá, cuando escribí ese personaje lo llamé Silvia, por Montanari. La llamé y le sugerí: tenés la oportunidad de reírte de tu propia historia. Y Silvia entró en el juego con gran desprejuicio. Fidelina se llama la propia empleada, aunque la historia del personaje es bien diferente. Y tuve otra empleada a la que quiero mucho, que a veces vuelve, Delia, que tiene un sentido del humor tan agudo que parece escapada de una sitcom. Quisimos una empleada a la altura de las réplicas que necesitan estos personajes. Fidelina no sería lo que es si no la interpretara Lidia Catalano.
–Muriel está impresionante. Se discutió si se buscaba una actriz más conocida, y yo me alegré mucho de que se hayan jugado a una intérprete del talento y del coraje de Muriel.
–Yo hago dos libros por semana, corrijo los otros. Empecé con Sebastián Pajoni, que es actor y me daba la mirada desde afuera que necesitaba. Ahora están en el equipo Marcelo Cabrera, muy eficaz, que es quien estructura; Santiago Calori, culto y de buena escritura; Laura Fahri, muy talentosa; Gabriel Mesa, que aporta la cosa liviana de la oficina; Gastón Cerano, excelente dramaturgo, y el muy creativo Juan Carlos Mastrángelo.
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