Viernes, 2 de julio de 2010 | Hoy
EXPERIENCIAS
Nombrar los miedos, enunciar la queja, poner en cuestión lo que se supone verdad revelada; todo eso y más puede suceder en una tarde, en una escuela media de González Catán, cuando se habilita la palabra y la escucha a un grupo de adolescentes. Crónica de una clase de educación sexual –de las que todavía hay demasiado pocas– en la provincia de Buenos Aires.
Por Luciana Peker
“Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”, dice una frase de Eduardo Galeano pegada en la dirección de un colegio gigante, que dirige Gustavo Galli –a la vieja usanza de saber nombre por nombre de todos sus alumnos, pero con ganas de innovar en el viejo modelo educativo–: la escuela La Salle, de González Catán, donde concurren –sólo a la escuela media– 475 chicos y chicas, que viven en cuatro barrios y asentamientos vulnerables (El Dorado, La Salle, Las Casitas y 25 de Mayo) de la zona de La Matanza. Sólo la mitad paga y los que pagan aportan de 10 a 50 pesos –sin vencimientos ni punitorios– en una escuela financiada por subsidios del gobierno de la provincia de Buenos Aires y la Fundación Armstrong.
El colegio tiene un aula dedicada a Antonio Domingo García, un ex docente y alumno asesinado el 12 de enero de 1977 por la dictadura militar, proyectos en donde realizan sus propios cortos cinematográficos y un microemprendimiento de remeras –llamado Fina Estampa– en donde el Gauchito Gil custodia el lema que marca la tierra, donde las pibas y los pibes bailan cumbia o juegan al fútbol, en la que pisan y sienten que pueden pisar para adelante. El lema dice: “Ningún pibe nace chorro”. Y en la escuela la frase no es sólo una remera. El proyecto de educación sexual integral que elaboró este colegio (en donde también se enseña catequesis) que cumple con la ley 26.156 –que se supone que no deja opción aunque muchas escuelas la obvian– sobre la enseñanza del cuidado del cuerpo se hace cuerpo en la voz de chicos y chicas.
Y como si se tratara de una respuesta de manual, del antimanual educativo, lo más importante no es lo que los chicos y chicas puedan escuchar, sino lo que tienen para contar: las historias, goces, pesos, presiones, prejuicios, tormentos y alegrías que entre convicciones, luchitas de aula, piercings negros, gorritas y cargadas se hacen eco o grito o risa y se vuelven una forma de encontrar su propia voz en un medio social que no solamente los condiciona, también los presiona –para que sean perdedores o ganadores– pero casi nunca les deja buscar. Su voz, en cambio, los encuentra hablando –y decidiendo– sobre ellos mismos. La educación sexual es una forma de barajar y dar de nuevo sobre sus propios deseos y cuerpos.
“Estaría bueno tener más educación sexual para tener más medios de prevención de las distintas enfermedades”, dice Brian, de 17 años. “Es más importante para los pibes más chicos porque ellos no tratan estos temas: tienen vergüenza de que los carguen los compañeros”, piensa Leonel, de 15.
–Yo no la juzgo, al contrario, porque ella también se cuida –apunta Brian.
“Yo tengo un punto de vista diferente porque nosotros somos cristianos y me quiero guardar. Yo quiero estudiar, ser profesor de historia y geografía, tener mi casa. Tengo otros planes. Cada uno es dueño de hacer su vida como quiere. Se puede enseñar esta materia, pero está en nosotros ponerla en práctica o no”, se diferencia con orgullo Cristian. Pero elegir el propio rumbo no es tan fácil. “Yo a veces mentía cuando me iba de campamento. Siempre me preguntaban si había hecho algo y yo decía ‘sí, tuve relaciones con una piba de Pontevedra’ y mentira, pero para que no me jodan nomás lo decía”, también se sincera Sebastián. “Te cargan si no la ponés, porque es como que los otros pibes son más porque la ponen. Yo dejé de ser virgen este año, pero decía que ya lo había hecho para no quedar mal porque sino te re cargan. Y te da cosa quedar como re chiquitito porque no hacés nada”, revela Leandro. ¿Y con las chicas? “Si tenés relaciones te dicen que sos una trola y si no que sos una tonta, nunca sabés qué quieren los varones”, aporta Natalia. Y Leandro la aconseja: “Vos tenés que hacer lo que tenés ganas”.
Los varones tienen la mochila del rendimiento a cuestas. La educación sexual no es la máquina de la verdad, pero los alienta a desligarse de la idea de masculinidad como sinónimo de rendimiento. “De lo que aprendí en educación sexual me impresionó que hay que explicarles a los varones y a las chicas que no es un juego si les hacen algo, que no se lo guarden y que pueden ir a un hospital a buscar medicación”, remarca Sebastián. “No es que porque vamos a Internet que sabemos todo. Muchos piensan que ya saben todo del sexo y del preservativo y no saben nada”, apunta Laura. Y Sebastián le da la razón: “Hay amigos que se creen que la tienen re clara y no se saben poner un preservativo. Es feo correr ese riesgo porque estas re perdido”. Pero si bien todos/as sufren presiones, las diferencias de género se notan. “Si un chico está con muchas chicas es un ganador y si una chica está con muchos es una atorranta”, se asoma Macarena como una queja. Pero Sebastián se defiende: “No, porque si estás con muchas después cuando te gusta una de verdad te dicen que sos un chamuyero”. Y con honestidad brutal también desnuda las competencias en los boliches: “Cuando caemos al baile decimos ‘bueno, a ver quién come más’, pero muere ahí.” Aunque la charla no muere. Julián se queja: “Hay pibes que tienen 17 y son papás y van al baile y dicen ‘yo a mi mujer la dejo a mi casa’ y ahí se hacen los pendejos”. “Después empieza la violencia entre parejas”, advierte Natalia en una ronda en donde las palabras fluyen. Y ella desea: “Si estamos en pareja es porque se elige entre los dos y no porque vos sos mi pareja decidís todo”.
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