Viernes, 29 de abril de 2011 | Hoy
LIBROS
No hay una receta universal para incentivar en niños y niñas el hábito de la lectura, para convencerlos y convencerlas de que es posible emprender una aventura con sólo pasar las páginas de ese libro escogido. Tal vez, como la mayor parte de los hábitos, el de la lectura también se pueda adquirir por imitación: si en casa leer es un placer, seguramente los más chicos querrán saber de qué se trata. Lo que sigue no son consejos de profesionales, sino la experiencia compartida de quienes a diario piensan en chicos y chicas a la hora de hacer su trabajo y transformarlo en libro para que circule de mano en mano.
Por Angeles Alemandi y Juana Celiz
Félix ve la tapa del libro que hoy eligió la maestra y dice que su papá se lo lee todas las noches. Pero resulta que el relato que escucha no coincide con ese que él conoce. A cada vuelta de página interrumpe a la señorita y le porfía: no, no, así no es. Nadie en la clase entiende qué pasa. Te estarás confundiendo de libro, arriesga la maestra. No, es el mismo, mi-papá-me-lo-lee-todas-las-noches.
Félix ignora que su padre es analfabeto. Que inventó una versión propia del cuento de acuerdo a las imágenes y se la repite siempre de memoria. Lee, sí lee. Adivina entre líneas la vida que sueña para su hijo, que incluye parte de lo que él no pudo tener.
El colmo de esta historia real que comparte María Inés Bogomolny en Leer es contagioso es que un no-lector despierta en otro el deseo de leer. Si es posible zarpar desde ahí, todos los accesos a la lectura prometen ser posibles.
El deseo es una boca grande con ganas de comerse el mundo o la biblioteca. Nace de adentro, de las profundidades de la almohada sobre la que se sueña con los cuentos que nos leen de noche. Viene de la mano de alguien que tiene algún modo de leer –un libro, un recuerdo del pasado, una anécdota reciente– que nos deslumbra, nos atrae. Es un gusto que se saborea como helado. El juego por el que pasamos del otro lado del espejo o dominamos monstruos antes de que mamá golpee la puerta avisando que se enfría la comida.
A veces los grandes no sabemos cómo hacer para que lxs chicxs lean. ¿Cuáles son las estrategias para la construcción de lectores? Como dice el francés Daniel Pennac en su libro Como una novela, “el verbo leer no soporta el imperativo, aversión que comparte con otros verbos, como el verbo amar y el verbo soñar”. Pero... ¿quién dice que los niños y adolescentes no leen? Entonces, ¿qué los engancha? Autorxs, editorxs e ilustradorxs que a diario navegan por los mares del mundo editorial infantil, nos dan algunas ideas para sacudir preocupaciones, asumir responsabilidades y soñar juntos: grandes y chicos, con los viajes pendientes que nos tienen prometidos todos los libros.
¿Por qué te preocupa que tu nene lea? ¿Te preocupa en serio o pour la gallerie? Si te preocupa es porque vos le das un valor. Lo bueno es que ellos tengan la opción, que vean que alguien lee y se divierte. Tener actividades diferentes te enriquece la vida. Y hay cosas que sólo están en los libros: maneras de narrar, de ilustrar. Sería una pena tremenda perder ese mundo.
En casa había una biblioteca grande. Mis favoritos eran los del Centro Editor de América Latina: los cuentos de Polidoro tenían unos dibujos increíbles de Sábat o Barnes de los años ‘60, yo nací en el ‘72. Eran alucinantes. Había además colecciones que no eran masivas, ni de lujo y se vendían en los puestos de revistas, pero tenían alma. Todo eso fue mi escuela ética e ideológica de arte. Tu persona tiene que ser la misma: no porque los dibujos sean para nenes tienen que tener menos complejidad o menos fuerza, esa gente no tenía ese prejuicio. También miraba libros de pintura de mis papás. Las imágenes me disparaban ideas. Inventaba historias. Mentía. Es un gran ejercicio: tenés que hacer creíble algo que no lo es.
La lectura de imágenes permite otro tipo de encuentro. Es una situación más íntima, y hay un tiempo más lento que es enriquecedor. Requiere silencio. En un juego o película uno no decide los tiempos. En el libro vos das vuelta la página cuando querés, vos te quedás en el mismo dibujo 5 o 10 minutos. Hay algo de acción personal que es una pena perder porque tiene que ver con la propia elección, con la personalidad. Y está bueno compartirlo con los amigos. Pasó con Harry Potter: se leyeron bodoques enormes, les llegó que era valioso leerlo, que era divertido.
Cómo incentivarlos a la lectura
Primero: sacarle a la literatura la pátina boba de la didáctica. Quizá las currículas escolares proponen buena literatura, pero lo que se hace ¡es una porquería! Si sólo tenés en cuenta a Cortázar, Mariño o María Elena Walsh para hacer un análisis estructural, destruís la experiencia de la lectura. La literatura es como la pintura: no es que se entiende o no se entiende, se experimenta. No se puede hacer ciencia con el arte.
Segundo: Pensar que buenos libros mueven tu manera de mirar el mundo. Es como el erotismo y el porno. El porno no te conmueve, en el erotismo hay algo que se toca mientras no se toca.
En el 2004, creamos el programa El poder de la imaginación. Armamos, a partir de narrativas, herramientas pedagógicas. Transformamos en cuentos contenidos de asignaturas con peso social, las que se suponen más difíciles como matemáticas, filosofía... A los profesores les propusimos armar una “currícula pasional”, esto es: contenidos importantes no por su utilidad sino porque les movió algo en su esquema de pensamiento. Con técnicas de teatro después representamos esos contenidos ante los chicos. Y los hacíamos escribir en relación a lo más profundo de ese contenido: de matemática, lo importante no es el resultado de una división sino el concepto de equidad, de repartir en partes iguales. Trabajamos con chicos estigmatizados, para quienes “la escuela no era para ellos” según ellos mismos, sus familias, las instituciones. Y después publicamos libros con esas narrativas. Así se posicionaron como estudiantes, pero también como escritores.
¿Cómo hacer para que lean? ¡Prohibiéndolo! Como hacíamos nosotros con los libros de los estantes altos: yo me subía a una silla y bajaba la selección de cuentos eróticos del Decamerón de Boccaccio. Y otro que se llamaba Grandezas y miserias de la vida sexual, de una médica que reproducía cartas de sus pacientes. Tenía 8, 9 años.
¿Por qué la pregunta se centra en los chicos? En una casa donde se lee, los chicos también leen. Hay padres que nunca leyeron o dejaron de leer. Sólo en parte tiene que ver con la competencia de los medios audiovisuales. En cuanto a la ficción hay un tema: la gente la considera puro entretenimiento, y para entretenerse prefiere una película. Lee poco, y quiere que cuando se tome el trabajo de abrir un libro, este les reditúe una apropiación cultural: quieren sentir que están aprendiendo algo, enterándose de algo concreto, informándose. Por eso el cuento está en vías de extinción.
Tampoco hay que tener la fantasía de que antes los chicos leían muchísimo y ahora ya no. Y algo más: la escuela les tiene que dar la posibilidad de ser lectores, pero no todos van a serlo. Yo soy sorda musical, no me interesa la música, y entiendo que a alguien no le interese. Pero la escuela está trabajando de un modo que no existía cuando yo era chica. Por eso este fenómeno de la literatura infantil: los chicos SI leen porque se lo piden en la escuela. Si no, ¿a quién les venderían las editoriales?
Otra cosa que recomiendo es leer en voz alta, eso funciona.
Es raro que un nene se niegue a que le lean un cuento, no tienen rechazo precoz a la lectura. Pero por cuestiones culturales o falta de conocimiento les acercan libros que quizá tienen más que ver con el gusto del adulto. Ahí se produce el salto: los chicos lo relacionan con una obligación y no con placer.
La mejor forma de acercarlos a la lectura es a través del libro adecuado. Hoy son pocas las casas donde circulan libros, por eso esta tarea tiene que ver con la escuela. Y se está haciendo una tarea fantástica.
Con Caídos del Mapa nunca pensé en llegar al libro 9. La serie está incorporada como material de lectura en algunos colegios. Me llegan mails de los chicos: me escriben sobre los personajes, qué los emociona, qué los divierte, y señalan que los personajes hablan como ellos, se identifican. Es algo que los adultos cuestionan: “¿Cómo puede ser que la literatura refleje un lenguaje tan realista, incluso con malas palabras?”, preguntan.
Para mí el escritor es como una oreja grande que capta cosas que le pueden servir, no desde la utilidad, sino que le muestran cuál es el mundo de los chicos: sus intereses, sus dificultades.
Hay un prejuicio de libros buenos y malos. Los chicos tienen diferentes accesos a la literatura: quizá por la historieta o por el cuento. Se entusiasman con vivir historias imaginarias. A veces llegan a través de best sellers. Pero el acto de la lectura se cumple igual.
Cuando yo era chica leía a la hora de la siesta, esperando para ir a la Pelopincho. Hoy sigo leyendo en ese horario.
¿El mejor estímulo para empezar a leer? ¡Tener libros! Que estén a su alcance, que puedan elegir, que vean a su familia leer con gusto, que desde chicos asocien la lectura al placer. Curiosamente, hay muchos padres que preguntan cómo hacer que sus hijos lean, pero en sus ratos libres jamás agarran un libro. Consideran que es bueno leer y entonces quieren inocular el hábito en sus hijos, como si fuera una vacuna o una buena alimentación. Pero de ese modo es difícil contagiar algo del placer.
Cuando escribo trato de no pensar en lo que diría tal o cual lector, porque eso limita mucho. Pero es imposible que no ronden por la cabeza las opiniones de los chicos. Los chicos opinan con mucha libertad: mandan mails y cartas pidiendo continuaciones de los libros que les gustaron, hasta sugiriendo a veces cómo deben actuar los personajes. Para un autor es muy gratificante ver que se han enganchado con una historia, pero por otra parte no se puede escribir a la medida de los deseos de los lectores.
Los libros son una enorme fuente de placer, de conocimiento, de entrada a otros mundos, de compañía y sería una pena perdérselos. Pero tampoco hay que colocarlos en un pedestal. Hay gente a la que no le gusta leer y, sin embargo, disfruta de otras formas de creación, como la música o la pintura.
Es un mito el lugar común de que antes los chicos leían más. Ahora hay una oferta mucho mayor de libros que antes, la literatura infantil juvenil tiene más visibilidad y se le da un enorme impulso desde la escuela, que años atrás no existía.
La escuela tiene la posibilidad de poner por primera vez un libro en las manos de muchos chicos. Eso se está haciendo cada vez más y mejor. Por supuesto, se dan todo tipo de experiencias. Los autores que visitamos escuelas a veces nos encontramos con chicos enormemente entusiasmados, que a partir de un libro han saltado a otros, que han producido sus propios textos o que están ansiosos por discutir la evolución de los personajes o la elección del final. Otras veces vemos que el trabajo consistió en identificar adverbios y sustantivos o responder a cinco preguntas para una prueba y eso fue todo. Obviamente, a esos chicos la experiencia lectora les dejó poco y nada. Hay modos y modos de leer y de impulsar la lectura.
Mis textos recurren al humor como una forma de descontracturar lo solemne. Los chicos se enganchan con eso y, como respuesta, producen ellos mismos más humor, ya sea explorando el lenguaje o poniendo el cuerpo para representar las obras de teatro. En los talleres que damos en las escuelas para incentivar la lectura y la escritura, siempre avanzamos intentando estimular la creatividad. Quizá más adelante se conviertan en grandes lectores, en escritores, en actores o no, en ninguna de estas cosas. Pero lo importante es que disfruten el momento y que desplieguen en el presente su ser original.
La intención era abrir una chancha distinta, por eso le pusimos ese nombre a la editorial, que nació hace 7 años, y también en homenaje a mi primer libro. Ser independientes nos da libertad: les damos lugar a autores nuevos, inéditos y nos jugamos por lo que vale la pena, aunque algunos crean que ciertos libros no se van a vender, como los de poesía o teatro.
Mi experiencia me dice que el marketing vale 0. Todas las editoriales me cerraron las puertas en las narices cuando quise publicar mis primeras obras de teatro. Ahora tengo libros en casi todos los sellos del país.
El mercado editorial genera objetos de consumo para los chicos, hoy más que nunca: porque los grandes leen cada vez menos y los pequeños cada vez más. Pero así como aparecen libros que publican temas de moda para vender mucho por un tiempo, hay un montón de propuestas interesantes de editoriales que producen cosas buenas: en cuento a textos, a ilustraciones, al diseño, a la idea en sí.
Al momento de crear mis libros me cuesta mucho pensar en “el” lector. Me aleja de lo que quiero hacer, me atemoriza, me aleja de crear. Me sirve confiar en un socio, en alguien que va a compartir los gustos que tengo yo. Me sirve pensar en ese niño que fui, y algunas cosas se las dedico a ese niño. Yo leía Mafalda, la Humi... Cuando era chico había pocos libros ilustrados. Después, con la influencia de la escuela empecé a interesarme más por la literatura.
Involucro a los padres con los chicos para que se diviertan juntos. Yo lo viví de chico y es importante. Me influyó tener a mis padres científicos: me era familiar un laboratorio, los experimentos, las máquinas.
Frente a los estímulos de la tecnología el libro no va a ganar. Pero siempre gana en imaginación. Ahí hay que apuntar. El libro no es un aparato. El libro puede ser interminable. No tiene fin: uno lo toma, lo usa y lo deja. Y lo vuelve a tomar, usar, dejar.
Hoy que el peso de la imagen es tan grande, acercarlos a través de la imagen es más veloz, más directo, más contundente. Para luego envolverlos con la historia. Si enganchan, bien; si no, no importa: hay un libro para cada chico.
Siempre hay alguien que introduce a ese mundo. Michèlle Petit, investigadora francesa que ha hecho etnográfica del lector, se pregunta: “¿Dónde empiezan las historias lectoras de los que vienen de ambientes no lectores?”. En la escuela, por suerte, hay muchos libros: ¿y? Se puede regalar uno hermoso a un chico no lector, pero ¿funciona? Por lo general, lo que da resultado es el vínculo humano. No basta con que el libro sea lindo.
¿Y qué pasa? Un encuentro entre dos personas, donde una de ellas tiene un libro en la mano. Es un cuerpo a cuerpo. Si no son los padres, es un maestro, el bibliotecario o ese amigo que invitó al niño a su casa a comer milanesas y le habló del cuento que tenía sobre la mesita de luz.
Desde Pequeño Editor apostamos a abrir las dimensiones de la lectura para niños y adolescentes. Al principio queríamos hacer cosas que nos gustaban y no tenían lugar: empezamos publicando historietas y poesías. Ahora trabajamos en una colección que combina lenguaje literario, informativo y artístico. La experiencia de Con la cabeza en las nubes logró eso. Encontrás fotografías de nubes, dibujos que inspiran esas formas y, al final, divulgación sobre el tema. El libro a su vez dio vida a un blog. Si te copás con la lectura, todo fluye.
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