Viernes, 29 de julio de 2011 | Hoy
LITERATURA Katya Adaui Sicheri es una escritora peruana y vino a nuestro país a presentar su segundo libro, Algo se nos ha escapado. Con un recorrido muy particular, de presentadora de noticias a narradora de tiempo completo, Katya habla sobre la escritura femenina, el panorama literario actual y la familia como eje principal de su obsesión por las letras.
Por Flor Monfort
En Algo se nos ha escapado (Borrador editores) hay una madre que le quiebra un brazo a su hija, un hombre que encarga su propio asesinato, una madre y una hija que van a nadar para calmar los dolores pero lo que logran es ponerlos en la superficie y perros que merodean por los relatos como a la basura, husmeando qué se puede rescatar para nutrirse y qué sería puro empacho. Detrás de los hocicos de esos animales que Adaui describe con tanta observación hay una narradora implacable, que no esconde el conflicto de la trama sino que deja limpio el nervio para mirarlo con distorsión y crudeza. Allí están la madre flotando como un peso muerto, desconocida pero tan cercana e invasora para la hija mujer, la agresión velada de las relaciones familiares, la presión del éxito para los hombres y la soledad como la opción más tranquilizadora para sentirse a salvo. Y la compañía de los perros, testigos mudos de la tragedia cotidiana.
Adaui tiene 34 años y forma parte de la nueva generación de narradoras peruanas, pero su recorrido es bastante atípico, ya que estuvo al frente durante cinco años de la presentación de noticias en Canal N, una señal independiente que puso al aire un video clave en la caída de Fujmori. “Fuimos responsables de aquel famoso video donde salía Montesinos corrompiendo a un congresista por 15 mil dólares. Fuimos los únicos que lo pasamos en vivo porque Fujimori estaba todavía en el poder. Ya vivíamos amenazados porque realmente contábamos lo que estaba pasando, pero cuando pusimos el video fue peor. Llamaban al canal y decían ‘Hemos puesto una bolsa negra en el baño con una bomba’. Entonces llamábamos a la unidad explosivos y ellos venían, encontraban una bolsa negra en el lugar pero no había bomba. Un día yo me estaba subiendo al bus y me asaltaron, me pegaron, se llevaron todos los teléfonos de producción. Se dice en Perú que el descrédito del gobierno fujimorista empezó en ese momento, y yo también lo creo.”
¿Por qué te alejaste del periodismo?
–En el colegio yo ya sabía que quería escribir. En el examen vocacional me salió “cero por ciento trabajo de oficina, ciento por ciento trabajo literario y 99 por ciento mecánico constructivo” así que imaginate qué claro estaba el panorama, porque obviamente mecánico no iba a ser. En ese momento, el psicólogo me dijo que era muy sociable y que el trabajo de escritora sería muy solitario para mí, entonces me mandó a estudiar periodismo. Le hice caso, y a los 20 me fui a Alemania a trabajar en el Schwabische Post. Los fines de semana también trabajaba friendo papas y salchichas en un restaurante, al mismo tiempo daba cases de español y era rescatista en una piscina. Me encantaba la hiperactividad y ganaba mucho dinero, pero creo que toda la sociabilidad de la que hablaba aquel psicólogo fue desplegada en esa experiencia porque después, a pesar de que cuando volví a Perú me gradué y me dediqué al periodismo, tuve muy claro que quería ser escritora. El periodismo en Perú está muy mal pago, sólo ganan dinero las estrellas. El reportero es el peor pago y es el que más arriesga, así que en 2005 decidí hacer otra cosa, siempre relacionada con la escritura, pero no periodismo.
¿Cómo es el panorama literario peruano?
–Estamos un poco en la mira porque el Premio Nobel es peruano y estamos agradecidos y felices porque nos están leyendo más a los jóvenes, pero en verdad el panorama literario se divide en dos grupos marcados: las mujeres, que estamos más unidas y somos más solidarias entre nosotras, y los hombres, entre quienes hay muchos celos, mucha contienda vía web donde se insultan y polemizan. Hay muchas mujeres jóvenes que han publicado un primer libro y no han sacado un segundo, entonces las que sí venimos con un segundo libro estamos siendo observadas. También es más fácil publicar ahora. Claudia Ulloa Donoso y Susanne Noltenius vienen pisando fuerte y las tres estamos participando en una antología de narradoras que se llama Disidentes. Santiago Roncagliolo, si bien vive en España, es un peruano muy reconocido y publicado y Carlos Yushimito, que salió en la revista Granta como uno de los narradores jóvenes de habla hispana que hay que leer. Así que creo que es un buen momento.
¿Creés que hay un tono generacional?
–Nosotros hemos tenido a un Bryce Echenique o a un Salazar Bondy o mismo Ramón Riveiro, que tocaban el tema de la familia, sobre todo esas grandes familias venidas a menos, pero creo que era diferente, era una lectura tal vez más política que la de nuestra generación, que es más en primera persona. En mi caso, yo vengo de una familia completamente disfuncional: padres que se pegaban, que pegaban a los hijos, temas de incesto. Mi madre es muy parecida a la madre de este libro: castradora, que insulta, que se mete con tu autoestima, que se muere la abuela y no te lo cuenta. Mi familia es muy mentirosa, muy de apañar y muy de apariencias, al estilo “no tenemos plata pero que vayan al mejor colegio”. Bien careta, ¿no?, como dicen ustedes. Mi primer libro se llamó Un accidente llamado familia y siempre para mí, desde que empecé a escribir cuentos, a los 16 años, el tema familia estuvo en primer plano. Yo hago un taller hace años con un escritor que se llama Ivan Thays, del cual han surgido muchos autores jóvenes. En la primera clase, él dijo: “Hay que escribir sobre lo que uno es testigo privilegiado”. Yo tengo algunos cuentos fantásticos, pero en realidad yo escribo sobre lo que sé, y ficciono: nunca he nadado con mi mamá en una piscina, pero imagino perfectamente cómo sería hacerlo. En ese sentido, creo que muchos siguen esta línea y lo hacen muy bien, pero no sé si es un tono, tal vez es más una temática.
La tensión y el amor se mezclan de una manera muy efectiva, pero también están los animales como espectadores de estas tragedias.
–Sí, de hecho Thays, en la presentación del libro, dijo que yo tenía una obsesión morbosa e inexplicable por los perros. Creo que en ese momento se pararon como tres y fueron a comprar el libro esperando alguna escena sangrienta con animales, pero no. Yo en realidad pienso que Ivan está equivocado. De hecho, cuando terminé de leer el libro, me di cuenta de que para nada había algo obsesivo. La vida son pedacitos, todo se te escapa, a veces lo único que te queda cuando vuelves a tu casa es el perro que se echa a tu lado y te quiere aunque seas una asesina. Yo vivo sola hace diez años y tengo una perra hace seis, y tiene una sabiduría soberbia: ella sabe cuando va a venir el temblor, cuando va a llover, cuando estoy mal.
¿Qué diferencias hay entre tu primer libro y éste?
–El primero lo escribí creyendo que sabía algo. No había ido a ningún taller, lo escribí porque dije “es el momento”. Quería ser escritora y escribir solo para mí no me parecía, entonces intenté armar algo con sentido de publicación. Empecé justo el taller con Thays y me ayudó a ordenarlo. Yo escribo de corrido, pero al día siguiente leo, edito y mejoro. Cuido mucho el lenguaje y me gusta usar las palabras precisas. El primer libro está muy adjetivado, en el segundo no hay adjetivos y cuando están son la vedette. Ni siquiera describo, soy pura acción y que la atmósfera misma te meta en la historia. En relación con el primer libro, descubrí que ésta es mi voz, que así soy yo. Este segundo libro es muy honesto, y no es lo mismo escribir un libro a los 25 que a los 32. En mi vida particularmente hay muchas más pérdidas, muchos más libros leídos y mucho más aprendizaje. Este libro lo escribí con el corazón, y los textos que a mí me conmueven son ésos, la prolijidad por sí misma no me interesa. Tampoco me gustan los escritores que son puro ego, yo escribo para perder el ego. Y también creo que la clave está en escribir para una misma. Ahora estoy participando en una antología de cuentos eróticos y me doy cuenta de lo difícil que es escribir sobre sexo, donde tal vez la mejor escena es la no contada. Por eso creo que la honestidad es clave.
Tenés mucha relación con escritores y escritoras argentinas, de hecho viniste acá a presentar tu libro. ¿Quiénes te interesan?
–Washington Cucurto, Samanta Schweblin, Oliverio Coelho, Gaby Bejerman... Lo de Samanta me gusta mucho, me parece que tiene muy claro lo que quiere decir, tiene mucha técnica, tal vez se note demasiado la técnica, pero creo que es alguien que ha aprendido, es alguien a quien no le pediría que escriba una novela nunca, porque como cuentista me parece que lo tiene todo. A Gaby Bejerman la he leído mucho también y me gusta, creo que es muy fresca. Linaje, su última novela, creo que es la más suelta de ella.
Algunos de tus cuentos tienen narradores hombres. ¿Por qué?
–Me gusta cuando lees algo, que no se note quién está detrás en cuestión de género. Me parece que lo ideal sería no saber quién lo ha escrito, un niño, una mujer, un escritor consagrado o uno novato, porque eso te posiciona de un modo más libre como lector. Para mí no hay una escritura femenina, hay voces y punto. Yo participé en dos antologías de mujeres y hay algo en eso de “hacer una antología de mujeres” que no me cierra. Muchas veces el mercado editorial es el que hace esas diferencias para vender, pero yo creo que estigmatizan, como si dijeran “la mujer no está tan vista en la literatura, vamos a hacerles el favor de mostrarlas”, pero hacen esas antologías, y realmente eso no ayuda. De las que participamos en una de estas antologías, que se llamó Matadoras, sólo dos seguimos publicando. Ojalá haya más mujeres que escriban en Perú, pero que cada una pueda publicar lo suyo, sin catálogos de “escritura femenina”.
Algo se nos ha escapado se consigue en Eterna Cadencia, Honduras 5574, Capital.
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