Viernes, 21 de octubre de 2011 | Hoy
RESCATES
Rachel Elisabeth Félix 1820-1858
Por Marisa Avigliano
Era una nena cuando cantaba canciones patrióticas en la calle mientras vendía naranjas y lo seguía siendo cuando la descubrió Choron, un empresario teatral que la llevo con él y la inscribió en los cursos de teatro Moliere, dirigido por Saint-Aulaire. Cuando Eliza (como la llamaban en la infancia) cumplió 15 años ya había actuado en más de treinta obras. Un camino vertiginoso, ideal para iniciar un cuento sobre el casting natural de las hadas. Pero lo cierto es que su biografía tiene tantas versiones como enredos y tantos aplausos como silencios. Un supuesto diario íntimo la encuentra contando que perdió su virginidad con un hombre mayor y enfermo al que ella misma le conseguía los remedios cambiando “cuerpo por monedas”. En el itinerario también aparecen un matrimonio educado que la protege y le abre las puertas de la sociedad francesa y un actor, el célebre Samson, que viaja especialmente para conocerla y para incluirla en su conservatorio. Otras versiones reseñan que su padre –un vendedor de ropa de segunda mano que vivía con su mujer y sus seis hijos en un carro que era casa y negocio y en el que Elisa nació cuando el carro de la familia se encontraba en Suiza (un territorio nada hospitalario para judíos itinerantes)–, impaciente por ganar dinero, fue quien la sacó del conservatorio y la volvió a poner en el escenario.
En 1937 Vedel, administrador del Théâtre Français, deslumbrado ante su “expresión dramática”, la contrató de inmediato. A los 18 años fue Camila, la protagonista femenina del drama Horacio de Pierre Corneille; la crítica le dedicó una página entera admirando su “natural sobriedad de actuación, el patetismo y el estilo nuevo”. Tres meses después dejó de ser Elisa para siempre y se convirtió definitivamente en mademoiselle Rachel, la mejor actriz trágica francesa.
Muy chiquita y delgada (no muy acorde con las normas de su tiempo), Rachel se imponía a través de su voz con una dicción impecable y una presencia en escena majestuosa. El ardor en sus ojos, la pasión y su técnica desbordaban frente a una crítica que para elogiarla destacaba su “autoridad masculina en el escenario”. Fue cada una de las heroínas de Corneille: Laodicea, Paulina, Jimena y una raciniana incomparable: Roxana, Berenice, Agripipina. Su Fedra (cuando tenía 27 años) no fue sólo un hito teatral, también fue uno privado.
Vista como un símbolo de la nación francesa, fue Juana de Arco y en 1848 volvió a cantar –como en la infancia– la Marsellesa, pero esta vez frente a un público callejero enfervorizado que al verla vestida con un sencillísimo trajecito blanco y llevando la bandera, veía en ella a la voluntad del pueblo en aquellos breves tiempos de optimismo republicano.
Pero no sólo triunfó en Francia, también en otros países europeos, en Rusia y en los Estados Unidos. Charlotte Brontë pensó en Rachel cuando escribió su novela Villette (dicen que Brontë enloqueció cuando la vio actuar en Londres).
Como toda estrella Rachel también era famosa por su vida privada en la que había amantes, muchos amantes y ningún marido: Luis Véron, el director de la Opera de París, reconocido sibarita y hacedor de famosas comidas parisinas –le dedicó además varias recetas que llevan su nombre, como la conocida ensalada Rachel con apio, alcauciles, espárragos y trufas–, el príncipe Joinville, el conde Alexandre-Colonne Walewski (hijo ilegítimo de Napoleón I), su primo el príncipe Napoleón, el poeta Alfred de Musset , el periodista Emilio de Girardin. “Yo soy como soy, prefiero inquilinos a propietarios” decía la mujer que tuvo dos hijos y la misma que nunca olvidó a su familia (por ahí andaban como asistente, manager y actrices padre, hermano y hermanas). Murió enferma de tuberculosis y fue enterrada en Père-Lachaise, allí estuvieron despidiéndola príncipes, actores, desconocidos judíos pobres, rabinos célebres, líderes militares y el emperador también.
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