Viernes, 2 de marzo de 2012 | Hoy
FEMINISMOS
Diga lo que diga la biología, para ellas la categoría “mujer” resulta insuficiente. Feministas, sí; aunque no creen que “la mujer” sea el único sujeto de esa herramienta política. Para las jóvenes activistas decirse feministas es una entre otras maneras de nombrarse y de nombrar lo que todavía no ha sido dicho con la voz suficientemente alta. Por eso buscan recursos expresivos que pongan el grito ahí donde sea capaz de generar desobediencia. Sobre su propio cuerpo, en la calle, en las paredes o en escenarios, escriben con la letra de su generación las nuevas políticas de género.
Por Flor Monfort
Una nueva generación de mujeres quiere abrirse paso para hablar sobre el feminismo y la pertinencia de llamarse e incluirse en el gran paraguas del movimiento feminista. Eso dicen cuando son convocadas, coinciden en “las ganas de hablar”, de ser visibles, de mostrar su trabajo y de contar sus historias (a pesar de que la mayoría no pasa los treinta): de cómo hijas de madres solteras supieron pescar en el aire esa necesidad de aprender a estar solas, a no depender de nadie, a no soñar con vestidos blancos o bocas siliconadas. Muchas se sienten afuera de cualquier sostén teórico, otras lo rechazan abiertamente, pero todas están inscriptas en una nueva era que prefiere desmarcarse de algunos términos que fueron bandera en el pasado, ampliar las fronteras y recibir nuevos nombres sobre sus cuerpos, identidades y sexualidades. Todas insisten en la urgencia del aborto legal pero reconocen sentirse afuera de esa lucha a nivel institucional, muchas hablan de una militancia puertas adentro, con dichos y actos que hablan solos. Para ellas la igualdad ya no es el horizonte sino la reivindicación del placer, la apropiación del agravio y de un lenguaje propio que les permita transmitir su descontento y transformarlo en hecho artístico, por eso son más que feministas, ya que ponen en jaque la categoría de mujer heterosexual que sirvió de base para la puesta en marcha del movimiento.
Artistas, académicas, militantes o todo eso junto, aisladas en sus estudios o bañadas en papelitos: salir a la calle ya es no símbolo de resistencia, dicen, pero adhieren a causas comunes como fue el matrimonio igualitario y como sería la despenalización del aborto. Todas coinciden en que es difícil acceder a la militancia, y que muchas veces las luchas cuerpo a cuerpo en grupos cerrados o chicos es lo que las salva y las contiene. Incluso trabajar en solitario. La diversificación es cada vez más acentuada y ellas no resisten, pero saben que las alianzas están, muchas veces, en los lugares menos pensados.
Para Helena Pérez Bellas, 31 años, cantante y creadora de Los Galgos, “ahora se vive como una especie de boomerang en donde el feminismo cae desacreditado por no haber podido dar un paso más allá de sus conquistas históricas. ¿Queremos ganar lo mismo que los hombres y nada más? ¿O queremos modificar nuestro entorno para vivir cada vez mejor? Ahí es donde nos frenamos, tener poder o dinero no alcanza, sobre todo porque las conquistas parecer terminar masculinizando a la mujer o pidiendo nada más el aborto legal. Creo que también pasa eso porque no se termina de incluir a los hombres en el diálogo, cosa que creo fundamental para conquistar no sólo el aborto legal, también relaciones cotidianas que van desde el noviazgo a la amistad en donde las mujeres se sientan cómodas y los hombres también”. Salir del molde, desmarcarse, trabajar en la reprogramación que implica no claudicar ante el modelo de mujer maternal, deseable, siempre puesta en la lupa, invitada a participar en lugares de poder pero no a disfrutar de su cuerpo y su sexualidad abiertamente, son constantes que aparecen en los discursos. Construir relaciones más igualitarias en todas las direcciones, pero sobre todo con las propias mujeres, una de las marcas que todas reconocen como desafío pendiente. Para la militancia joven, el 8 de marzo es una fecha presente pero también un día que no les pertenece, que las excluye o no las interpela, algunas deciden participar igual desde sus lugares y otras prefieren pasar de largo sin demasiada culpa.
MH es Militancia Homo, un dúo formado por Florencia Leone (diseñadora, artista plástica, 32 años) y Soledad Maggioti (fotógrafa, 29 años), quienes construyeron un espacio de indumentaria independiente y autogestivo de diseño propio, desde una idea simple pero desafiante a la vez: luchar contra lo normativo, utilizando todas las formas y combinaciones y poniéndolas en otro contexto, mezclando opuestos y haciendo que todos esos valores sean cuestionados. Utilizan telas que dan firmeza en textura y forma, y eligen tonos neutros para expresar una cierta permanencia o equilibrio que subyace al cambio. Documentan fotográficamente distintos cuerpos, una lectura sobre ellos e intentan aportar desde el diseño una oposición a la masificación que respeta la singularidad, el deseo y la multiplicidad de los procesos identificatorios. Sobre su militancia, reivindican sus cuerpos lesbianos, su necesidad de visibilizar y cuestionarse a ellas mismas, al otro y a la construcción de nuevas formas de representación. Para ellas trabajar solas o en grupos reducidos genera más fuerza, más determinación, es una manera de concentrar las energías, pero también reconocen la importancia del colectivo para ciertas conquistas, por eso se identifican con Malas como las Arañas, la agrupación lésbica-feminista de La Plata. El fusilamiento de la Pepa Gaitán en Córdoba el 7 de marzo de 2010 para ellas marcó un quiebre y un comienzo. “En esa lesbiana y con ese fallo nos estaban fusilando socialmente a todas” dice Florencia. “Empezamos a pensar en cómo generalmente se nos oculta, invisibiliza nuestra identidad de ‘lesbianas’, asimilándonos con la identidad de ‘mujeres’. Adherimos a lo que dice la teórica Monique Wittig, somos ‘fugitivas de nuestra clase de mujeres’. Muchas de nosotras no nos sentimos mujeres, porque no nos interesa pensarnos desde un binomio mujer-varón, en el cual la mujer siempre es objeto del deseo de otro, con los mandatos culturales que eso implica: ser femenina, ser heterosexual, ser dócil, ser pasiva. Aunque tampoco queremos ser varón, porque socialmente se espera de ellos que sean fuertes, agresivos, poderosos, ganadores, dueños de bienes y personas”, explican. Haciendo eje en los dos años del fusilamiento de la Gaitán, para este 8 de marzo tienen pensado llevar remeras con la inscripción “Ni mujer, ni varón: lesbiana”, acompañada de una intervención con una escopeta gigante, porque creen que cualquiera que se coloque en el lugar de invisibilizar el lesbianismo la puede disparar. Del otro lado estará la cara de Gaitán en una gigantografía, con siluetas de lesbianas y preguntas que interpelen: “¿Te da inseguridad mi existencia?”. Desde chicas, las dos crecieron en familias donde la imagen de la mujer/madre sola fue muy fuerte, una mujer que sale de la predestinación. “Yo me pienso desde primera instancia en ese feminismo desde chica, de las mujeres empoderadas y la lucha del día a día en una sociedad machista. Mi militancia va tomando su camino desde ahí. Nos sentimos identificadas y compartimos con esa mujer que se sale de la norma, siendo lesbiana o no, que se empodera para luchar, para expresarse libre y se construye a sí misma. Nos consideramos en estado permanente de rebeldía para lograr el estrangulamiento simbólico-social de una sociedad que queremos cambiar y poder crear de muchas distintas formas la sociedad con las que soñamos, junto a otras personas con las que compartimos el placer disidente”, dicen.
Madres, abuelas, maestras, mujeres que sin declararse feministas marcaron un camino es otra constante en el discurso de las entrevistadas. Pérez Bellas problematiza esa relación, pero admite que fue fundamental para ser quien es hoy, aun cuando su mamá jamás militó políticamente ni le dijo que el feminismo fue la herramienta posible para criarla sola. “Es algo de lo que no hablo, la ausencia de mi padre en mi crianza, pero es algo que sucedió y hoy me da cierto orgullo porque como toda hija mujer, encima única, con mi madre tuve y tengo muchos choques. ¿Cómo hizo para criarme mientras se ocupaba de tantas otras cosas? Creo que juntó valor y lo hizo, resignó tener otros hijos, salió a trabajar y me llevó a trabajar con ella. Siempre me enseñó a arreglármelas, nunca me alentó a aceptar plata de ningún hombre, me ayudó a ahorrar y fundamentalmente me enseñó a estar sola. La única connotación negativa de todo esto fue que siempre me imprimió desconfianza ante las mujeres, cosa que no es particular de ella. No asume ninguna praxis o definición política, pero sus acciones sí. Eso lo volví a ver en mi militancia política que tuvo, y tiene, arraigo en la educación popular: cientos de mujeres que llevan en la práctica la política que otras resuelven en la UBA. Mujeres que sacan a patadas a golpeadores de casas de otras mujeres o que colaboran frente al embarazo adolescente o denuncian al violador. ¿Hay que forzarlas a definirse como feministas? No, en todo caso hay que dar clases con perspectiva de género, informar sobre el aborto con pastillas y estar ahí cuando surja la chispa de la duda. Generar redes de confianza y amistad”.
Andrea Alvarez es baterista, cantante y compositora. Tocó con las bandas más importantes (Soda Stereo, Divididos, Charly, entre otros), en 2001 empezó su carrera solista y ya tiene tres discos (el último es Doble A). Declara que su experiencia en el universo del rock, tan masculino y fálico, donde las mujeres tienen que hacerse lugar a los codazos, aceleró una insatisfacción creadora. Nada en la escena musical la motivaba y para no quejarse lo hizo ella misma. Se considera feminista pero nunca militó en ninguna agrupación. Su militancia es la música, y conocida es su poderosa imagen revoleando los palos de percusión o batería, generando un sonido único, circulando entre escenarios poblados de varones, inspirada en mujeres como Ruth Underwood, baterista de Zappa, Karen Carpenter o su abuela Azucena, que repetía como mantra “no nació el hombre que me levante la mano”. Dice que la intelectualidad la aburre, porque es antisexy, antimusical. Se vuelca a lo popular, “soy de Burzaco, crecí en calle de tierra y escuelas del Estado. A veces es más militante feminista una mina con poca educación pero que la pelea todos los días que una concheta que estudió pero que no sabe lo que es luchar por algo realmente”, dice e insiste en la dificultad de no caer en el estereotipo: “El mensaje que se da desde los medios es tan fuerte que es muy difícil competir con eso. Por un lado se las tironea a las chicas para que sean ellas mismas y se comprometan con sus deseos y por el otro lado una mano mucho más fuerte les taladra la cabeza diciéndoles que no son nada sin un novio al lado, sin tetas, sin hijos, sin ser deseadas, sin ser flacas y miles de etcéteras. El taladro es tan grande que entra sí o sí y hay que laburarla mucho para convencerse”, dice.
Belén Romero Gunset tiene 28 años y es artista. Para ella, cuando uno de los motores del hecho artístico es el descontento las voces tienden a sumarse. “Y la calle, el diálogo, el debate, los proyectos comienzan a nacer acompañados desde por un amigx hasta por una comunidad.” Cuando trabaja está sola, pero reivindica el valor del diálogo con el contexto. Entiende que esa soledad es una posibilidad de la época, una realidad que hace 30 años estaba atravesada por la prohibición y que habilitó, desde las horas en la clandestinidad o bordeando la soledad de las luchas cuando las inician unxs pocxs, esta dinámica en la que cada tribu despliega una subdivisión infinita. Nada es bueno ni malo, es así, simplemente. “Como artista soy animada a cuestionar definiciones, a ampliar los límites, a moverme guiada por mis inquietudes, a fluir por la historia y el pensamiento contemporáneo”, dice y describe el eje de su trabajo como una multivisión crítica del mundo, donde el cuerpo está presente desde videoinstalaciones y performances donde la piel contrasta con el cemento y es protagonista la silueta de una mujer con consignas tatuadas. “En mis trabajos me cuestiono la realidad como apariencia y en sí misma, en mis últimas performances observo mi cuerpo educado y como producto del “sistema” y me programo una autorreeducación”.
En enero del año pasado, un policía canadiense le dijo a un grupo de estudiantes del Osgoode Hall Law School de Toronto que si las mujeres querían que dejen de atacarlas sexualmente en el campus tenían que dejar de vestirse como putas. El oficial Michael Sanguinetti y su compañero de la División 31 de la policía local no sabían lo que se les venía cuando soltaron el “consejito”: una réplica masiva de la Marcha de las Putas que en un año ya se realizó en veinte países, incluida la Argentina, y que promete seguir expandiéndose. En una operación de apropiación del agravio con fines transformadores, las mujeres marcharon vestidas tal cual Sanguinetti deslizó que mejor ya no lo hicieran. “No means No” (“No significa No”), “Todas Putas” y “Me siento y soy puta” fueron algunas de las leyendas que se vieron en los cuerpos y carteles. Vic Sandrini, Pamela Querejeta Leiva, Nadia Ferrari, Verónica Lemi y Flavia Baca Hubeid fueron las argentinas que convocaron a la marcha que se hizo en agosto en Buenos Aires, Rosario y Mar del Plata, entre otras ciudades, y que pretenden repetir en 2012. “Nuestro objetivo es hacernos escuchar y demostrar que las mujeres no nos callamos, que tenemos una voz propia y una opinión que no tiene por qué ser silenciada. Salir a la calle es parte de eso”, dijo Nadia a este suplemento en ocasión de aquella fecha y habló de apropiarse de una categoría, más allá de la palabra que se enuncia como insulto para borrar la estigmatización y avanzar sin dejar el placer en el closet. Paula Maffia, música de 28 años, dice: “Coincido en que la reivindicación ha sido uno de los estandartes de todas las minorías desde siempre. Transformar el insulto en un apelativo de la pequeña comunidad es algo que desde los niggers a las putas, desde las locas, maricas y tortas a los villeros nos ha ido fortaleciendo. Resignificar una palabra es fundamental para resignificar nuestra realidad. Entiendo que ésta es la búsqueda del artista: transformar en obra la desdicha, transformar en beso el grito, transformar el sueño en realidad. Esto me lleva a una pequeña anécdota de dudosa moraleja: me acuerdo la primera vez que trabajé en un grupo de estudio feminista, hace cinco o seis años. Todas feministas old school. Estaban preocupadísimas por buscar un discurso inclusivo y discutían si era mejor la arroba o la equis o la letra e, que es tan amable como el color verde en los bebés. Yo les pregunté qué pasaba con una consigna como “el Hombre ha poblado la Tierra desde hace 500.000 años”. Siendo estudiante de antropología, es algo que leo y repito muy seguido. Ellas me dijeron que lo correcto sería decir “el hombre y la mujer” y yo les dije “¿y qué hay de los intersexuales?”. Acto seguido me metí en problemas y generé revuelo cuando les confesé que yo nunca me había sentido excluida de la consigna “el hombre”. Mientras yo deseara incluirme en el significado, el significante no me iba a poder dejar afuera. Obviamente, esto les pareció una traición, pero lo que yo quería explicar es que, considero, hay que pensar estrategias a corto y también a largo plazo. Cambiar el significante es algo que depende de modas y es fluctuante, es efectista pero no efectivo. Tenemos que empezar a cambiar el significado para que las próximas generaciones se sientan incluidas, o “incluides” si te gusta más. Esta anécdota se funda en el hecho de que yo fui contenida por décadas de lucha y pensamiento”, aclara y explica que su trabajo consiste en llevar a la cotidianidad y a cada una de sus canciones su manera de pensar y de sentir. Para ella, ser honesta y franca con su sexualidad, su pensamiento político, sus ideas, sentimientos y creencias es tan importante y educador como participar de debates, actos, foros, marchas y congresos.
Todas las entrevistadas saben que son pocas las mujeres que se asumen como feministas, sobre todo entre las jóvenes con las que conviven: amigas, hermanas, conocidas, contactos de Facebook. Es muy difícil encontrar veinteañeras, como casi todas ellas, que se asuman parte de un movimiento, aunque sea desde su militancia individual. Para Maffia, el problema del feminismo y de la imposibilidad de hacer colectivas sus consignas es que no es popular. Y gran parte de esa responsabilidad recae para ella en que no todas las feministas quieren hacer del feminismo una práctica popular. “Está muy fragmentado por consignas políticas, partidistas, de clase, etarias, territoriales, de género, por la participación o no de compañeros varones, trans, inter, y miles de otras cuestiones como para hacer de este movimiento algo homogéneo. Todos los enfoques enriquecen al movimiento mientras busquen abrir la cabeza en materia de género y sexualidad, y no se circunscriban exclusivamente a la experiencia de la mujer”, dice.
Florencia Minici, 26 años, militante de la agrupación Usina, directora de Contenidos Culturales en la Dirección General de Cultura del Senado de la Nación y miembra del consejo editorial de la revista Mancilla, dice que ser feminista solamente no alcanza. Sobre cuándo siente que empezó a ser feminista recuerda un Encuentro de Mujeres en Mar del Plata, en el 2005. “Una patota de la Iglesia intentó boicotear las comisiones sobre el aborto. Un monaguillo medio anfetamínico y rugbier me empujó y yo lo escupí. Entendí el nudo de un problema que no había logrado percibir anteriormente en mis lecturas. No creo en el antiintelectualismo, pero sí que los debates académicos deben ser articulados de alguna manera con el orden de la percepción y la sensibilidad más extremas”, dice y vuelve al tema del aborto y su posibilidad de transformarse en ley. Para ella, si bien goza de consenso en una parte importante de la población, sigue siendo un tabú propio de una sociedad que no ha completado las tareas de separación del Estado y la Iglesia, por lo tanto hay un feminismo que se contenta con la participación de las mujeres en la función pública pero que es incapaz de plantear una postura de avanzada con respecto al tema del aborto. “Es la mujer transfigurada la que ha logrado triunfar en un mundo de hombres (con “hombres” me refiero a una manera de pensar al sujeto de la razón occidental), no trascendiéndolo sino incorporándose de manera funcional. No desde la diferencia radical, sino desde la diferencia cosificante. Creo que si queda una tarea posible, para un feminismo verdaderamente radical, es la de plantear la total separación del Estado y la Iglesia, así como de aportar a la construcción de una seria política educativa que incorpore lo mejor de sus debates, capaz de incidir en la formación de los sujetos, de manera accesible y no sólo como tópico progresista universitario”, dice.
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