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Viernes, 16 de marzo de 2012

Cortame la música

A falta de una narración que dé cuenta del rol de la mujer en el rock nacional, Marina La Grasta y Marilina Giménez se lanzaron a hacer su propio proyecto. Además de formar parte de la banda Yilet, están filmando un documental que intenta desandar el camino que hicieron las músicas de los ’80 a esta parte, ser un registro y a la vez una puesta en escena de las conquistas, los accesos negados y las batallas que todavía se están librando.

Marina y Marilina tienen nombres muy parecidos, las dos son escorpianas, tienen 33 años, estudiaron juntas Diseño de Imagen y Sonido en la UBA, se recibieron y forman esa especie de matrimonio que es una amistad cuando cumple una década de lealtad, amor, rutina. Es la diferencia entre ellas lo que las hace funcionar como equipo, a pesar de los parecidos (y sobre el mismo signo, famoso por bravo dicen que no es solo fama). Ya saben que no pueden estar separadas, que ahí “algo hay” y que todavía tiene mucho jugo como para dejarle ganar alguna batalla al desgaste. Entusiasmo les sobra, para contar su historia, sus proyectos y mostrar los videos de su banda, Yilet, que desde 2010 viene pisando fuerte, y que se terminó de conformar cuando decidieron convocar una baterista (Analía Castoldi) para dejar atrás las pistas y generar un sonido más potente y propio.

El proyecto inicial era de Marina, que en el ’99 formó parte de Señorita Poliéster, también una banda de mujeres que se conocieron en los pasillos de la Bond Street, en el coletazo final del agite noventero, donde habían aparecido figuras femeninas fuertes en el rock, ese espacio tan lleno de testosterona. Pero después del estallido del 2001 algo del rock femenino que se había inflamado en la década anterior perdió fuerza o quedó medio trabado. Tuvieron que pasar algunos años para que volviera a haber una ebullición que, dicen, está pasando ahora y que motivó las ganas de hacer un documental.

Pero antes de contar sobre el material, que está en construcción, arman su propio recorrido. Desde que Marina empezó a tocar la guitarra gracias a su hermana, que iba a aprender al club, cuando ella tenía 10 años, al paso de Marilina por las filas del conservatorio. Marina quiso estudiar bioquímica porque se copó con la química fotográfica, pero terminó atrapada por el cine y a Marilina la experiencia institucional con la música, esa cosa de ensayar 10 horas enfrente de una partitura, la llevó a probar con un CBC, alguno, el mismo que Marina. Se conocieron y pronto fundaron con otra gente un colectivo artístico que se llamaba RudaMacho, que durante cinco años se dedicó a hacer fiestas y eventos, desencantados de la propuesta general para ir a bailar que antes se desplegaba en lugares como Moroco o Ave Porco. Siempre en lugares alternativos y no convencionales: club sociales, canchas de básquet, con djs amigos y artistas que no habían expuesto en ningún lado, pensaban un concepto y generaban un clima que hoy se puede oler en el grupo de Facebook “yo iba a la fiesta RudaMacho”. “En 2005 RudaMacho se separó y encontré mi teclado viejo (yo había ido a aprender a Promusica), me puse a componer y me largué como solista: mi primer disco se llamó Mensagem y Marilina grabó los bajos. Unos años antes nos habían convocado para formar parte de un taller de multimedia en un colegio privado y ahí trabajamos como educadoras, dábamos las materias, pero aplicadas a lo audiovisual, con contenidos interactivos, animaciones de la Revolución de Mayo, del Sistema Solar, de los temas típicos. También adaptábamos historia de religión y generábamos una mini ficción ya sea con los chicos actuando o con stop motion de muñecos hechos en plastilina. También hicimos un noticiero de ficción para hablar del calentamiento global. Fue muy rico”, dice Marina.

Marilina: –En un momento trabajé como sonidista de un programa de Marley y dije “no quiero esto para mi vida”. Tuve una crisis, una amiga me ofreció entrar en esta escuela y fue una experiencia increíble. Para mí lo que hacíamos es lo que debería ser el colegio, o la escuela del futuro. Creo que las autoridades nunca se terminaron de sentir cómodas con nuestra presencia porque queríamos abrir cabezas, así que cuando pudieron nos echaron. Estaba buenísimo para nosotras porque teníamos que buscar cosas muy hiteras para entusiasmarlos a los chicos, si no se aburrían. Cuando eso entró en decadencia surgió que yo me sume al proyecto solista de Marina.

Las cosas por su nombre

Fue una amiga de Marina la que le dijo “vos hablás escupiendo gilletes”, y hay mucho de eso en su voz rasposa, picante. Ahí nació el nombre de la banda, Yilet, donde hacen un rock bailable que invita a saltar, pero que se multiplica por ese tono de Marina, la presencia escénica de las tres y las letras de amor y desamor que se pegan como calcomanías a la memoria.

El tránsito por esa experiencia, esa escuela de rock que es salir a tocar, a difundir lo propio, es lo que empezó a disparar preguntas, reflexiones que las dos tenían por separado y que de repente se empezaron a volcar en charlas concretas sobre el prejuicio, esa cosa de estar a prueba todo el tiempo, el comentario sorprendido de los tipos cuando bajan del escenario (“ah, tocan bien”) y la necesidad de trabajar por cuenta propia para no quedarse adheridas a una estructura tan seca como puede ser la televisión, el cine, la publicidad, los lugares donde ellas pueden desplegar su oficio. “Yo soy freelance, entonces todo el tiempo cambio y estoy con gente distinta y lo que pienso, en realidad, es que el trabajo te adoctrina a que te la morfes, todo por lo que vos lucharías, el trabajo te disciplina para no decirlo. Es ese molde el que hace que no pelees por todas esas cosas por las que te gustaría pelear. La lucha feminista es la lucha por la desigualdad y todos podemos tenerla, no solamente las mujeres, ni las que fueron feministas en los ’70. Por ahí en otro momento alguien quiso hacer un documental sobre las mujeres en el rock y no pudo, porque siempre los equipos los tienen los chongos. Nos dimos cuenta de que teníamos que empoderarnos de ciertas cosas para crecer, comprarnos los equipos y eso de alguna manera nos habilita a hacer y decir lo que queremos. Si lo tenemos que hacer solas, lo vamos a hacer, pero si alguien nos quiere ayudar, mejor”, dice Marilina y aclara que están abiertas a la ayuda económica, física, apoyo moral, o del que sea para quienes estén interesados en formar parte.

La militancia de hoy

Marina: –Ya, desde ser mujer y hacer algo que no es esperado y por el rol que ocupa la mujer en la música, ahí hay una militancia, por eso decidimos hacer el documental. Cuando nos pusimos a armar la banda jamás pensamos que estábamos desafiando algo, solamente nos expresamos, pero después en el camino surgen miles de cosas, justamente por ser mujeres. Nosotras estéticamente no cumplimos con el estereotipo de mina que toca, de mina que quiere gustar. Yo nos veo desde afuera y me parece rarísimo, un día Marilina toca en bikini, otro en camiseta de fútbol...

Marilina: –Cuando hacíamos RudaMacho había una militancia. Para mí el sonido que tenemos hoy representa a tres mujeres tocando, no nos parecemos a una banda de tipos. En el vivo tenemos mucha energía, nos gusta lo bailable, pero que no sea de plástico, sino que tenga consistencia. Es un lugar que hay que lucharlo, es complicado tocar sobre todo. Siempre está el prejuicio, por eso nosotras lo que empezamos a plantear con el documental es que hay muchas chicas tocando en roles que antes no estaban aceptados.

Hay muchas mujeres en el rock que entran en la misma rueda de lo que el rock les pide y se bancan miles de cosas, entre otras ser coristas mil millones de años cuando podrían ser solistas perfectamente.

Marilina: –Sí, de esa idea nace el documental, que arranca en los ’80, cuando si bien entraron las mujeres a la música rock y pop, enseguida las encasillaron: si eras buena, o tenías que venir de familia de músicos o tenías que ser muy linda. O eras corista o hacías melódico, por eso Fabiana Cantilo y todas las que conocemos fueron coristas de algún Charly o Fito. En los ’90 hubo como un auge de bandas de mujeres, Suárez, Mata Violeta, Sugar Tampaxxx, She devils, pero después se cortó un poco y lo que no hay es una cronología, nadie cuenta una historia del rol de la mujer en el rock. En los ’90 la sociedad estaba más preparada, pero todo explota ahora, que está lleno de bandas de mujeres: Trueno Blanco, Kumbia Queers, Paula Maffia, La Cosa Mostra, Miss Bolivia, Las Kellys, Paula Trama, Coco... Todas ellas van a estar en el documental y tienen un discurso distinto. Hay mujeres a las que el modelo del hombre músico les copa y entran en ese juego y otras que tienen otras maneras. Nosotras vamos a registrarlas a todas, primero porque lo interesante es justamente lo diverso y además porque conviven.

Marina: –Viuda e Hijas fue la única banda que duró un tiempo o Rouge... y de alguna manera con letras irónicas y desde alguna postura de pensar en el lugar de la mujer. A Celeste Carballo no la dejaron entrar, triunfó con Sandra cantando melódico, pero ella venía del rock. Queremos generar una fuerza además de contar la historia, queremos generar un registro y también sabemos que trazamos un mapa con las preguntas: por qué ninguna banda de mujeres llegó a ser como Los Redondos, por ejemplo.

¿Qué les gustaría que pase cuando el documental se exhiba?

Marina: –Generar una reflexión en cada mujer que hace música y que tal vez no pensó en un montón de cosas.

Marilina: –También entusiasmar un poco y que las mujeres se puedan ver en otro rol, que no es el que los medios te están poniendo todo el tiempo: “Vas a ser feliz si consumís tal cosa, si tenés un hijo, si sos flaca”, etc. También se pueden hacer otras cosas en la vida, se puede tocar un instrumento y ser feliz, hacer una banda o cantar lo que una quiere. Generar que quienes hacen música se escuchen mutuamente. Me parece que lo que está pasando es que faltan referentes en esto de pensar por qué no hay nada hecho, y hay que meterse y hacer. Nosotras queremos generar un quiebre, tocar en el Quilmes Rock ponele, por más mierda que sea.

Marina: –También exponer el hecho de que no hay un compañerismo entre minas, sale una cosa de competencia, no hay apertura, y eso es un chip que te meten. Ese es un triunfo de los tipos, una función asignada por el género; que nos vamos a cagar entre nosotras ponele. Y hay quienes no cuestionan ese modelo, bueno, nosotras queremos mover esa neurona y seguir pensando, haciendo, tocando.

Para contactarse con Yilet: [email protected]

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