Viernes, 13 de julio de 2012 | Hoy
DEBATES
En el último mes se conocieron los casos de dos familias que recurrieron a la maternidad subrogada en la India, un país con altísimos índices de mortalidad de gestantes y de recién nacidos/as. La elección de este destino para completar una familia tiene que ver con razones económicas: todo el proceso, desde la gestación del embrión hasta el parto, cuesta la cuarta parte que en Estados Unidos y los tours médicos proliferan para ofrecer este servicio –entre otros, más netamente turísticos–. Sin cuestionar el deseo de quienes buscan convertirse en padres o madres, lo que ha faltado hasta ahora en los relatos de las parejas que vuelven de un destino exótico para Argentina con un recién nacido o recién nacida cuya adopción es automática, son las voces de las mujeres que ponen el cuerpo, mujeres invisibles sin derecho a tener contacto alguno con quien gestaron ni mucho menos a arrepentirse de la decisión que tomaron.
Por Flor Monfort
Aasia Khan nació y vive en Mumbai, India, tiene 29 años, tres hijos y está casada. Es la protagonista de Made in India, un documental que registra el proceso por el cual Aasia lleva en su vientre el embrión de una pareja norteamericana, que finalmente se duplica y resulta un embarazo múltiple y que Lisa y Brian Switzer consiguen por medio de un contrato de maternidad subrogada por el que pagan 30 mil dólares. Después de mostrar cómo vive junto a sus hijos y cómo concurre a los controles que le exige la clínica, Aasia dice “ellos están felices porque van a tener dos bebés pero yo no hubiera hecho esto si no fuese pobre”.
Rebecca Haimowitz y Vaishali Sinha, autoras del film, consiguen a lo largo de la película este y otros testimonios de mujeres que, en primera persona, cuentan por qué prestan su cuerpo para que otras familias sean padres y madres, cuánto les pagan, qué controles reciben y cómo se relacionan con ese bebé o bebés por venir, con quien no les está permitido tener ningún contacto. Aasia usó burka durante todo el embarazo para que sus vecinos no la reconozcan, otras dicen que lo hacen pensando en el futuro de sus hijos, que este dinero les permitirá educarlos, se sorprenden por la posibilidad de llevar en su vientre a un hijo que no les corresponde biológicamente (y sobre el que renuncian a toda potestad y contacto), pero sobre todo exhiben el contraste que resulta de sus vidas con las que del otro lado del planeta tiene la otra parte del contrato. En este caso, los Switzer, una pareja texana que entre típicas fotos de boda yanqui y la soltura de quienes están adoctrinados por la era del reality, relata la odisea que los llevó a la India, donde los costos para acceder a la maternidad subrogada son de entre 25 y 35 mil dólares, a diferencia de los 100 mil que, en promedio, les saldría hacerlo en su propio país. Hicieron siete tratamientos de fertilización asistida que fracasaron y vendieron su casa para pagar los costos, cuentan no sólo en Made in India sino en los medios de su país, donde vivieron un boom mediático en 2009. Los Switzer vendieron una casa en San Antonio para concretar su sueño de ser padres, pero por poner su cuerpo para el procedimiento, Aasia recibió 2 mil dólares.
Made in India forma parte de una serie de trabajos y reflexiones en torno de la explotación de mujeres pobres para beneficio de un negocio que se extiende y que tiene aristas de todos los colores: el año pasado se conoció el caso de una pareja de varones argentinos que acudió a la maternidad subrogada en India para concretar su sueño de ser papás. Este mismo diario documentó la odisea, desde la angustia de los nueve meses a la elección del color de la habitación. Carlos Dermgerd y Alejandro Grinblat son la primera pareja LGBT en acudir a este procedimiento y ambos contaron el proceso por el cual eligieron a la mujer canadiense que ofició de donante y a la india que llevó al bebé en su panza. La primera, universitaria y residente en California, de la segunda sólo saben que está casada y que vive en Nueva Delhi. “El alivio que implica la inclusión de la familia diversa no impide que se escuche en estas historias un ruido raro sobre el fondo de la escena: una familia es ‘feliz’ pagando un costo económico que no logra menguar el costo sobre otra familia (porque todas las mujeres subrogantes son madres) que expone su cuerpo por fines netamente económicos”, dicen desde SAMA, un grupo de mujeres que investiga y reflexiona sobre las prácticas que incluyen la salud de las mujeres en el mundo y que forma parte del colectivo que dispara preguntas sobre el alquiler de vientres en India.
La maternidad subrogada comenzó en India a fines de los ’70, pero se incrementó en los últimos años debido a las ganancias que deja el turismo médico. Se estima que el turismo reproductivo es un negocio que mueve dos mil millones de dólares anuales: se hace en todas las ciudades grandes, e inclusive en algunas pequeñas del estado de Gujarat, que es uno de los más conocidos para el turismo médico y específicamente para maternidad subrogada. Arotunda es la clínica más famosa (y aparece en la película) pero muchos hospitales ginecológicos privados y clínicas lo hacen. Basta con buscar “maternidad subrogada en India” en Google para que aparezcan decenas de agencias que organizan el viaje (Planet Hospital es una de las más conocidas y atendieron a los Switzer) ofreciendo al mismo tiempo paquetes de turismo estético que incluyen estadías en spa para completar el tour antes de volver a casa. Todo junto y en la misma bolsa, una especie de e-bay de los cuerpos que se trasladan y mutan para obtener resultados, pero que en el caso de la maternidad subrogada tiene como protagonistas a mujeres que lo hacen por desesperación, muchas veces con miedo y una naturalidad forzada, ya que en cuanto empiezan a ser interrogadas se cuestionan si era necesario y, como Aasia, reconocen hacerlo desde la carencia y no desde el altruismo. Alguna dirá “para que otras familias puedan concretar su sueño”, pero la línea no se relaciona con las imágenes harto conocidas de pobreza y chicos descalzos que abundan sobre la India, postales que pueden aplicarse a nuestro país y por donde deambulan los Switzer con la ilusión del hijo propio.
Las mujeres como Aasia son de clase baja o directamente pobres; con educación formal básica y muchas veces sin educación formal alguna (en muchos casos firman los documentos con la impresión digital del pulgar). Siempre son mujeres casadas y la edad requerida es de entre 21 y 35 años. Así lo cuenta desde Nueva Delhi Radhika Chandiramani, feminista india que trabaja en una organización llamada Tarshi, dedicada a derechos y educación sexual de las mujeres en el mundo. Toda clase de cirugía (de corazón, sustitución de caderas o rodillas, trasplantes de órganos, etc.) está en oferta y los servicios son muy baratos. “El problema es cuando deriva en cosas que explotan situaciones de pobreza. Salvo las intervenciones de reasignación de sexo –para las que Tailandia es el lugar más barato– India ofrece los mejores precios. Se están construyendo hospitales enteros exclusivamente para esto, hacen packs turísticos que incluyen excursiones, un retiro a un centro de ayurveda y todas las garantías para que el negocio sea redondo: vas una vez, pagás, volvés a los 9 meses y te llevás tu bebé, es la fórmula”, dice. “Es un negocio floreciente que aporta muchas divisas al país. Uno de los mejores cirujanos cardíacos indio acaba de abrir un hospital en las afueras de Delhi que tiene todas las comodidades de uno 5 estrellas, exclusivamente para este tipo de turismo. Esta es la principal razón por la que la ley sobre reproducción asistida no se discute ni se aprueba. De las prácticas de reproducción asistida, la más popular (dentro del turismo médico) es la maternidad subrogada porque es de éxito garantizado”, explica.
En el caso de Aasia, ella transitó el embarazo desde su casa, pero en muchas clínicas llevan a las mujeres a vivir a alojamientos especiales donde las alimentan bien y donde descansan todo el día. Radhika contabiliza cientos de testimonios de mujeres que dicen hacerlo para estar en un lugar acondicionado e higiénico, lejos de sus maridos y de las familias de ellos, a las que pasan a pertenecer una vez casadas. “La maternidad subrogada es una práctica común pero no entre los propios indios. Para una pareja heterosexual india reconocer que su hijx fue gestadx por una subrogante es algo que avergüenza; si lo hacen, jamás lo admitirían en público, por eso es muy difícil saber las estadísticas. Es una vergüenza porque tienen el deber de continuar la dinastía familiar a través de su propia sangre. Es muy importante para las familias la pureza de la sangre, que tiene que ver con la casta, un tipo de ordenamiento social jerárquico que se transmite de una generación a otra, tiene raíces religiosas y una influencia enorme sobre la vida de la gente. Está muy ligado a la pureza, a prácticas para mantener la pureza –hábitos alimentarios, profesiones que se pueden ejercer o no– y a algunas castas. Es una de las principales razones por las que se asesina a muchas mujeres –y a veces también a hombres– que se enamoran y quieren casarse con alguien de una casta ‘inferior’. Una de las principales funciones de las mujeres es concebir; si no pueden hacerlo, se las considera ‘yermas’ e incluso se habla de ellas como ‘una tierra que no da fruto alguno’”, explica Radhika.
Según un artículo de The Guardian del 5 de junio no hay estadísticas de subrogancia, pero se estima que nacen 25.000 bebés al año, al menos 50 por ciento “encargados” por parejas occidentales. Allí aseguran que se están implantando más de cuatro embriones en algunos casos y que se practica la “reducción fetal” en otros. Muchas mujeres pasan por cesárea para que la fecha del parto les convenga a los que lo encargaron y vuelca el testimonio de una chica de 21 años, embarazada de mellizos, que dijo que lo hacía para que su hija se educara mejor y hablara inglés como la periodista. Una chica que ya estaba planeando sus próximas tres subrogancias. También cuenta la historia de Premila Vaghela, de 30 años, madre subrogante. El bebé que gestaba nació a los 8 meses de embarazo y lo pusieron en terapia intensiva. A Premila la pasaron a otro hospital, porque había tenido un infarto, y poco después murió. “En muchos contratos dice que si la madre tiene lesiones graves o cualquier enfermedad con riesgo de vida en los últimos meses de embarazo le van a brindar la asistencia necesaria para llevar a término el embarazo. En casos como el de Premila es raro que su familia proteste, dado que ya le habían pagado (y son ellas las que asumen todos los riesgos en el contrato, donde no hay responsabilidad para la clínica ni para los que encargaron la subrogancia) y la historia no deja de helarte la sangre sobre lo que puede pasar en los peores casos, donde el subtexto parece ser ‘lo único que importa es la vida del bebé, la mujer es secundaria’”, dice Radhika.
Según Unicef, en la India la mortalidad infantil asciende a 57 muertes por cada mil nacimientos y una de las razones principales de esta estadística (que también calcula que uno de cada cuatro niños que muere en el mundo con menos de un año de vida es indio) es la malnutrición. En cuanto a la mortalidad materna, el Centro de Derechos Reproductivos calcula que más de 100 mil mujeres mueren cada año por complicaciones derivadas del embarazo. “Es una sociedad patriarcal donde se valora más a los hijos que a las hijas, porque perpetúan la dinastía familiar; las hijas se casan y pasan a formar parte de otra familia, se convierten en ‘propiedad’ de esa otra familia. Para casar a una hija, hace falta pagar dote –que en general es muy costosa– y esto es una carga económica muy grande. También se considera que sólo los hijos pueden oficiar los ritos funerarios cuando los padres mueren. Entonces, como las hijas se consideran una carga, mucha gente piensa que es mejor no dejar que nazcan, de ahí los abortos selectivos”, explica Radhika y aclara que si bien la Ley de Estudios y Diagnósticos Post-Concepción y Pre-Natales lo prohíbe, se sigue haciendo. “Los abortos selectivos según el sexo no reconocen distinciones de clase; es más, se hacen sobre todo entre las clases medias y altas con educación formal, en el norte del país sobre todo.”
Si bien hay un proyecto de ley en danza, estas prácticas son reguladas mediante las Directrices del Consejo Indio de Investigaciones Médicas. Son las pautas que acordó el establishment médico y se aplican hasta que se apruebe una ley. Se acepta claramente –y no está mal visto– que las mujeres lo hagan por dinero. En Made in India, una mujer cuenta que ella y su marido planificaron dos embarazos subrogados, así juntan el dinero que necesitan para comprar su casa. Al momento de entrevistarla, la mujer ya había dado a luz una vez y estaba dejando pasar el tiempo antes de hacerlo por segunda vez.
Según las Directrices, la madre subrogante no puede aportar los óvulos, dice textualmente: “Subrogancia es un acuerdo por el que una mujer accede a embarazarse, utilizando tecnología reproductiva, sin que ninguno de los gametos le pertenezca a ella o a su esposo, para llevar a término el embarazo y entregar el niño a la persona o personas para la/s cual/es ella actúa como subrogante. La madre subrogante es una ciudadana de la India, residente en India, que accede a que se le implante un embrión generado por el esperma de un hombre que no sea su marido y el óvulo de otra mujer, para llevar a término el embarazo y entregar el niño a la pareja/persona que requirió la subrogancia”.
Los criterios para ser madre subrogante son:
Ser menor de 35 años.
Puede ser familiar, conocida o no tener relación alguna con la pareja que le encarga el embarazo.
VIH negativa (le hacen la prueba antes de firmar el acuerdo).
Presentar una declaración jurada diciendo que en los últimos 6 meses:
a) no le administraron ningún medicamento/droga con una aguja usada por otras personas; b) no le hicieron transfusiones de sangre; y c) hasta donde sabe, ni ella ni su marido tuvieron relaciones prematrimoniales; d) no se inyecta drogas, y no se someterá a ninguna transfusión de sangre que no provenga de un banco de sangre certificado.
Ninguna mujer puede ser subrogante más de tres veces en el transcurso de su vida.
Las Directrices también dicen que en el contrato de subrogancia que la mujer debe firmar se incluye la renuncia a cualquier derecho como madre sobre la criatura y de la criatura sobre ella. Y que no se puede realizar el procedimiento sin el consentimiento del marido.
En la Argentina, el tema empezó a sonar fuerte a raíz de un caso mediático que copó las tapas de las revistas en agosto del año pasado. La actriz Flor de la V y su marido habían sido padres a través de una clínica en San Diego, con el óvulo de una mujer latina residente allí “con rasgos parecidos a los míos”, según declaró Flor, y gracias a la gestación de otra mujer con marido e hijos también elegida por la pareja. El 25 de agosto de 2011 nacieron en California Isabella y Paul Alexander y el relato sobre el proceso naturalizaba una práctica que en Estados Unidos está aceitada pero en Argentina era como una nave espacial bajando en cámara lenta. Para la psiquiatra Luisa Barón, que viene estudiando el tema desde hace cinco años a través del trabajo con seis parejas que no pudieron tener hijos por razones médicas y apelaron a esta técnica afuera del país, ese relato pudo y aun puede jugar en contra del imaginario social sobre la subrogación, pero ella celebra que pueda hacerse en casos donde la mujer está imposibilitada para ser madre con su útero, y apoya el anteproyecto del Código Civil que incluye la posibilidad de legalizar estos pactos a través de la figura de “gestación por sustitución”. “En la Argentina no se puede hacer pero tampoco se prohíbe, lo que lo impide es que el Código Civil actual plantea que madre es la que pare, lo que de alguna manera frena la práctica porque habilita a la mujer a arrepentirse y reclamar al niño ante un juez. El anteproyecto dice que tiene que ser gratuito pero yo creo que es justo que a la mujer se le pague en reconocimiento a la donación, por el riesgo que implica, el lucro cesante, etc. Y también me parece fundamental que se especifique que no pueden ser mujeres marginales, tienen que ser mujeres que cuenten con calefacción, buena alimentación, vitaminas, medicina, auto por si tienen que ir de urgencia al médico. Yo quiero un modelo honesto, transparente, que le permita a una familia solucionar un problema que no es electivo, pero me parece importante que esté legalizado y regulado porque, aunque no me consta que ocurra en la actualidad, su ausencia habilita contratos privados que sí pueden dar lugar a la explotación de mujeres vulnerables”, dice Barón, que organiza debates sobre la subrogación cada vez con más concurrencia, donde pretende derribar los mitos más comunes, según ella, que es un método simple, que se hace por catálogo, que a la subrogada solo le interesa parir por el dinero. “Es delirante pensar en la idea de catálogo o de venta de supermercado, es mucho más delicado y complejo pero es un modelo de familia que no estamos preparados para pensar todavía, estamos en una etapa de entrenamiento. Lo que pasa en India puede perjudicar la mirada sobre una legislación restrictiva y coherente pero de ninguna manera debe denegarla o nublarla”, pide.
Mientras tanto, los contratos de subrogación en la India son cada vez más frecuentes pero también las dificultades para sacar a esos chicos del país en determinados casos, como el de la pareja Dermgerd y Grinblat (a quienes le dijeron en el consulado que no tenían formulario para anotar al bebé como hijo de una pareja copaternal) o el de Elsa Saint Girons, la argentina que estuvo varada junto a su marido español por dos semanas ya que las leyes indias consideraban apátrida a la beba. Según Radhika estas dificultades responden al vacío legal concreto que favorece la proliferación de contratos entre las partes, aunque en la mayoría de los casos no pasa nada y los bebés salen del país sin ningún problema. Para ella, Argentina es un país pasible de repetir el modelo indio con iguales consecuencias que las que tiene en su país, pero sobre todo y como explora el proyecto de investigación “Assisted Reproductive Technologies: Implications for Women’s Reproductive Rights and Social Citizenship” en tres provincias indias (Orissa, Uttar Pradesh y Tamilnadu), replicar una práctica que afecta la salud de las mujeres en sus flancos más débiles y se disfraza en las necesidades de ciertas familias para exponer a muchas otras a más desigualdad y peores condiciones de vida. Para Barón: “Si bien el debate parece estar empezando, todavía no se problematiza con todas las letras, lo único que importa es que ninguna parte quede invisibilizada, pero sobre todo que todas las modificaciones del anteproyecto sirvan para mejorar la calidad de vida de todas las mujeres y no empeorar las de unas en beneficio de otras e incrementar el capital de entidades privadas”.
Enlaces mencionados en la nota:
samawomenshealth.wordpress.com
madeinindiamovie.com
tarshi.net
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