Viernes, 16 de noviembre de 2012 | Hoy
Resistencias Que en la última Marcha del Orgullo Lgbtiq –lésbico, gay, bisexual, trans, intersex y queer– se haya incorporado, entre otras, la demanda por el acceso al aborto legal no tiene que ver sólo con la insostenible postergación de este debate en ámbitos legislativos donde ya se han conseguido logros históricos como la ley de identidad de género o el matrimonio y la filiación plena para parejas del mismo sexo. Habla también de una alianza estratégica e histórica entre el feminismo y los distintos grupos que se identifican con la disidencia sexual y que en nuestro país tiene un germen definido en el Grupo Política Sexual, impulsado, entre otros, por el poeta, ensayista y militante del deseo Néstor Perlongher. Al calor de las discusiones de GPS, donde la revolución sexual y la revolución socialista competían entre sí y se retroalimentaban, nació un documento pionero que aquí Las12 reseña en exclusiva.
Por Mabel Bellucci
A partir de los años sesenta, casi todos los colectivos homosexuales de las principales ciudades del mundo acordaban plenamente sobre la trascendencia del feminismo en su impulso por la liberación sexual. Hubiera sido imposible alcanzar los propósitos de tantos otros movimientos sin el aporte crucial de la experiencia feminista, cuyos postulados descorrieron el manto de las políticas sexuales y aportaron herramientas de análisis cada vez más sofisticadas para ejercer una mirada crítica sobre la cultura sexista. De manera que la disidencia sexual encontró en el gran paraguas del feminismo un resguardo y un soporte desde el cual pensar y actuar en su propia militancia. Y esta unión persiste en la actualidad; basta con ver el modo en que se incorporó en la última Marcha del Orgullo Lgbtiq (sigla que se fue acuñando en el tiempo, sumando identidades que quieren ser nombradas: lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersex y queer) una consigna política: “Aborto legal ya”, haciendo espejo en la gran deuda que el feminismo tiene por la legalización de la práctica del aborto en nuestro país.
En Argentina, el feminismo fue la tierra necesaria para que empezara a germinar la disidencia sexual desde una perspectiva política. En el comienzo de la década del ’70, el poeta, ensayista y militante del deseo, Néstor Perlongher, percibió que las revueltas de las minorías sexuales eran parte de esa gran masa crítica que a modo de diluvio universal azotaba las más profundas raíces del capitalismo. En una circular del mítico Frente de Liberación Homosexual (FLH), la lucha sexual e ideológica –sin fecha ni firma, aunque se supone que fue escrita por el poeta– se reseñaban la organización de grupos que apelaban a la formación “y en el seno de las reuniones se esbozaban técnicas de concientización tomadas del feminismo que pretendían descubrir a partir de discursos individuales sobre un tema dado (la familia, el amor, la pareja) y los lineamientos comunes de la opresión en una fuerza de modificación revolucionaria”. También en esos años, fue el FLH el que propagó un manifiesto del Movimiento de Liberación de la Mujer de Estados Unidos, reproducido en el libro Para la Liberación del Segundo Sexo, compilado por Otilia Vainstock y publicado en Argentina, en 1972, por Ediciones de la Flor. Con estos ejemplos queda demostrado que aquellos materiales que paseaban en los pequeños circuitos feministas llegaban también a manos del FLH, seguramente por vía de Perlongher a través de afinidades político-afectivas con sus aliadas de la vida, entre ellas, la histórica feminista Sara Torres.
Como el feminismo, el FLH consideraba, en el peregrino panfleto Sexo y revolución, “que el sexo es una cuestión política. A partir de que la política es algo que se ejerce en todos los momentos de la vida cotidiana y que se trasluce en todas nuestras elecciones, por íntimas que sean. Por ende, el cuestionamiento revolucionario de la sociedad de dominación debe extenderse a todas sus esferas de actividad. Los sentimientos no deben dejarse en manos de la moral burguesa, la cual reconstruirá sus baluartes a partir de ellos”.
Desde 1972, el FLH entabló un diálogo ameno con la Unión Feminista Argentina (UFA) y el Movimiento de Liberación Feminista (MLF), las primeras organizaciones feministas a inicios de los años setenta que emergían en el paisaje porteño. De acuerdo con el testimonio de la poeta y feminista Hilda Rais en la entrevista “Cuando las mujeres dijeron UFA”, de Moira Soto para este suplemento, este colectivo eligió su linaje inspirándose en la obra Sexual’s Politics (La política del sexo), tesis doctoral que dio la vuelta al mundo, de la escultora y feminista estadounidense Kate Millet. Entre tanto, el escritor Osvaldo Baigorria propone que “Wilhem Reich fue el referente-guía para el activismo revolucionario sexual durante la posguerra”. En 1930, Reich participó en el nacimiento de la Asociación Alemana para una Política Sexual Proletaria, conocida también como SexPol o Sexual Politik (Política sexual), cofradía deseosa por unificar la diversidad de los movimientos sexuales existentes.
Con una u otra musa incitante, de esta asociación entre homosexuales politizados y feministas nació lo que en sus comienzos se llamó “Grupo de estudio y práctica política sexual”, una designación pretenciosa. Con el transcurrir de los acontecimientos pasaron a nombrarse Grupo Política Sexual (GPS). Ahora bien, como corresponde a una algarada pionera, sus orígenes fueron difusos. En marzo de 1972, la revista 2001 armó una mesa redonda llamada “Sexo y Liberación”, una urgencia temática del momento histórico. Por lo publicado en 2001 allí no emergieron grandes consensos por no entender a cuál de las dos revoluciones había que ir al encuentro o comprometerse primero. En efecto, las y los invitados eran testigos de la sucesión de experiencias que en esos tiempos se estaban llevando a cabo tanto de una como de otra, pero por caminos separados, sin que una sociedad incluyese dentro de sí ambas transformaciones radicales. Además, estos insistentes polemistas no alcanzaban a convenir un diagnóstico final sobre si las nuevas prácticas sexuales y eróticas que embrionariamente se exploraban en las sociedades voluminosas no respondían a una variante meramente hedonista como coartada para sustraerse de una realidad social conflictiva mucho mayor. Es decir, que el nuevo desorden amoroso también representaba una forma de reprimir la sexualidad al darles a las personas como espectáculo la mercancía sexual. Incluso más, reprimir todas las diversas manifestaciones sexuales incluía además defender el mecanismo del trabajo alienado para que el capitalismo prosiguiese con su reproducción. Entonces ¿qué secuencias generó ese debate? De inmediato, el FLH realizó su aporte mediante un extenso texto, en el cual la pluma de Perlongher se revelaba a simple vista, aparecido en la revista 2001, dos ediciones más tarde. “La liberación sexual es al individuo lo que la liberación social es a la sociedad. Es necesario provocar una revolución cultural, entendiendo como tal el conjunto de cambios en lo cotidiano, político, social, económico necesarios para la existencia de un hombre libre en una sociedad no autoritaria. Entran de inmediato a ser adiestrados mediante la opresión a formar parte del sistema productivo. La familia es una unidad básica de reproducción, es la microsociedad capitalista organizada de acuerdo con un sistema heterosexual fundamentado en la represión de la sexualidad y el placer. Los homosexuales son aquellos varones o mujeres que renuncian a cumplir el proyecto sexual establecido”. Asimismo, ponía la lupa sobre la aparente tolerancia y admisiones que se llevaba a cabo en las sociedades de consumo compulsivo que convierte al sexo en una mercancía más. Precisaba diferenciarla de la libertad sexual buscada. Además, hacía un llamado a los varones heterosexuales a que renunciaran a sus privilegios para que esa multiplicidad de identidades sometidas converja en un frente amplio de liberación sexual.
Tiempo después de aquella mesa redonda se convocó a los seguidores para que reflexionasen en torno de la polémica presentada. Así, se reunieron alrededor de cincuenta personas de todo tipo de talante: juventudes anarquistas, parejas que ambicionaban probar otras recetas por fuera de la heterosexualidad, feministas, nudistas, místicos, partidarios de la liberación sexual de menores, pacifistas, varones heterosexuales concientizados. En fin, esa galáctica psicodélica e izquierdista consistía en un abrigadero de mortales que deseaban experimentar vivencias más intensas y, a la vez, radicalizar sus cotidianidades y discursos. Como suele suceder con las convocatorias espontáneas, luego de un tiempo, varios integrantes decidieron replegarse y armar un grupo de afinidades. Los iniciadores del GPS fueron Perlongher, Eduardo Todesca, Norma y Pablo Lamas, Osvaldo Baigorria y otros pocos más. Nadie duda de que el cerebro organizativo del enlace inicial entre homosexuales y feministas fuera nuestro irreverente militante del deseo. El entendió la profunda ruptura que planteaba el feminismo de entonces. Lleno de convicciones, atento a los sucesos dentro y fuera de su entorno, tomó contacto no sólo con las organizaciones feministas que comenzaban su lucha en un Buenos Aires agitado por las rebeliones políticas sino también con gente dispersa, venida de otros universos culturales pero que disentían con el modelo patriarcal imperante. Nuestra armata Brancaleone bregaba, de acuerdo con el testimonio de Baigorria, “por el libre ejercicio de la sexualidad como un intento de franquear los límites de una revolución venidera. Preocupaciones sobraban aparte de lo presupuestado, había un franco interés por demoler los famosos edictos policiales que permitían el abuso impune de la autoridad. Las razzias policiales utilizaban como fundamento para su accionar violento los edictos y la Ley de Averiguación de Antecedentes”.
En cuanto a sus reuniones, con el tono de tertulia necesaria para el funcionamiento de un salón literario, a semejanza de los conocidos en el mundo parisino del siglo XVIII, las y los integrantes del GPS se juntaban para avanzar un paso más en torno de las lecturas grupales. Sin más, desaprobaban la organización genital compulsiva y reivindicaban la emancipación del deseo. Baigorria lo definió como una usina ideológica del liberacionismo sexual. Sus talantes cruzaban textos del universo clásico del marxismo, del feminismo y del psicoanálisis con la intención de profundizar cambios radicales alrededor de las sexualidades y combatir cuanta sumisión posible hubiese bajo un régimen de explotación sexual y de clase. Frente a sus reclamos resultaba factible deducir cuáles eran las lecturas recorridas. Devoraban El malestar de la cultura, de S. Freud; Contribución a la crítica de la economía política, de C. Marx; El origen de la familia, de F. Engels; Psicología de masas del fascismo, de W. Reich; Eros y Civilización, de H. Marcuse; Política Sexual, de K. Millet; La dialéctica del sexo, de S. Firestone; El Segundo Sexo, de S. de Beauvoir; El informe de Masters and Johnson y Diario de un educastrador, de Jules Celma.
Con arranques marcadamente declaracionistas, el GPS también elaboraba documentos de consenso sin un destinatario concreto, es decir, nadie recogía la botella a la deriva en el mar, pero tampoco representaban palabras arrojadas al viento; sin embargo, no hubo malhumores ni altercados significativos que ingresaran a la Gran Historia. Este pequeñísimo grupo de feministas del que hablamos percibió sin demasiadas vueltas que sus únicos interlocutores legítimos por fuera de las mujeres eran los integrantes del FLH. En efecto, no se equivocaron y tampoco ellos al desentrañar las premisas de sus compañeras de ruta.
En realidad, sus años de vida fueron pocos. Duró lo que duró la democracia: hasta la caída del gobierno constitucional peronista en manos del totalitarismo uniformado. Hicieron todo lo que pudieron: participaron con una intensidad rayana al fanatismo en fructíferas discusiones semanales hacia el interior del grupo, así como también en el armado de coloquios e intervenciones públicas con montajes de acciones callejeras.
De esta suerte, se entreveraron feministas y homosexuales para erosionar los cimientos de la opresión en común, bajo un esmerado anhelo por combatir cuanta sumisión posible hubiese bajo un régimen de explotación sexual y de clase, confluyendo en gestas y diálogos que, por cierto, no fueron de sordos.
De tanto reunirse y activar, el GPS confeccionó un documento que asaltó el universo ideológico de aquel entonces: “La moral sexual en la Argentina”, escrito en septiembre de 1973, bajo una autoría anónima y colectiva, aunque se percibía un desenfrenado espíritu estético de Perlongher. A fin de ese año, en la revista 2001, Año 6 y Nº 65, apareció una nota titulada “Investigación: La moral sexual en la Argentina”, firmada por O. B., es decir, por Osvaldo Baigorria. La misma hacía referencia al documento en cuestión que al final nunca fue publicado hasta el presente y reproducía textualmente varios de sus párrafos y secuencias mechados con información elaborada por el propio escritor.
2001 fue una publicación que se amoldó a los nuevos tiempos que le tocó atravesar e interpretar los problemas sociales de modos disímiles. Adoptó un punto de vista singular alrededor de un bricolage de tópicos que complejizaba el discurso revolucionario de entonces: ovnis, contrapoder, revolución sexual, lenguaje extraterrestre, alucinógenos y anfetaminas, feministas oprimidas, sexo liberado, píldora masculina anticonceptiva, astronáutica y cosmos, el Hombre Nuevo; juventudes anarquistas, así proseguía la lista de tendencias polémicas alrededor de la comunidad y su venidero porvenir junto con los avistamientos extraterrestres. Colaboraban legendarios impulsores de movimientos contraculturales, antisistémicos, de modalismos espaciales y de palpitantes estiletes literarios: Miguel Grinberg, Osvaldo Baigorria, Tomás Eloy Martínez, Tamara Kamenszain, el afamado historietista Héctor Oesterheld, el cuentista del policial negro Eduardo Goligorsky y el director del Diario de Poesía, Daniel Samoilovich, entre otros tantos.
Esta investigación La moral sexual circuló impresa en mimeógrafo entre los sectores universitarios y políticos radicalizados porteños, en un deambular que iba de mano en mano. Después, con el glamour propio de la pluma de Baigorria, fue publicado como artículo periodístico en la revista 2001 y sostenía lo siguiente: “Hemos podido ver a través de una dramaticidad una directa relación entre la explotación económica de una clase por otra y la manera en que se vive la sexualidad del protagonista en energía al servicio de la máquina, la impotencia de gozar sus propios deseos, el mecanismo con el que hacía el amor, todo conectándose entre sí y revelando los nexos de la condición de clase con la miseria conyugal y sexual”. Por lo expresado, no resultaba tan sencillo de advertir la relación entre la moral sexual de una sociedad y sus conflictos socioeconómicos. De inmediato, se preguntaban ¿qué es la moral sexual? Y respondían: “...suponemos que todas las reglas y leyes sobre la convivencia sexual que se difunden y aceptan socialmente. Tiene una finalidad explícita: dominar, reprimir y manipular los impulsos sexuales para amoldar a los individuos al principio del trabajo alienado y compulsivo y extender esa adaptación a la política”.
Evidentemente, sus planteos impugnaban el no ampliar la reprobación a la totalidad del proceso cultural por parte del movimiento de liberación nacional y social, totalidad que permanece inmune por más que se intente derribar políticamente al sistema. De igual modo, cuestionaba la ligazón entre la estructura socioeconómica y la psicología colectiva sobre la base del conflicto entre impulsos sexuales y superestructura ideológica. Para sus prosistas, las propuestas de transformación radical contemplaban solamente las condiciones económicas y políticas impuestas por las clases dominantes, dejando intacta la moral de clase, en especial, la moral sexual, que sostiene como único modelo la heterosexualidad compulsiva. Esa misma moral tradicional tiende a coexistir con el recambio e, inclusive, a “mestizarse” con las pautas morales por fuera del régimen. Y allí lanzaban ejemplos tales como: “...los métodos anticonceptivos al lado de la prohibición del aborto ilustra la mencionada coexistencia y el aborto que penado por la ley es tolerado por vastos sectores como método clandestino también. En cuanto a la píldora viene a sentar las bases bioquímicas de la reivindicación sexual femenina que ansía desprenderse de la condena de la maternidad. Sin embargo, relega a la píldora a una inofensiva neutralidad científica, de modo que su inserción en la pareja no cuestione la relación de dependencia de la mujer respecto al varón”. Y este artículo periodístico ultimaba un final de vanguardia: “La principal dificultad es todavía la falta de ligazón con la lucha política, es decir, la politización de la cuestión sexual”.
De alguna manera, quizás a sabiendas, la apuesta del GPS con su documento de investigación consistió en desarticular el clásico esquema marxista basado en las categorías dominación/revolución, a través del cual el poder sólo emana de las estructuras económicas. Como cierre, sin estirar demasiado la cuerda, probablemente se descubra en este grupo un foco insurreccional teórico sin el sostén de la estructura filosófica de lo que más adelante proveerá el post-estructuralismo francés. El Antiedipo, de Gilles Deleuze y Félix Guattari, se publicó en 1972 y Vigilar y castigar, de Michel Foucault, tres años después.
El arrojo intelectual de este grupo comprometido en politizar la sexualidad y conformar coaliciones entre disidencias minoritarias sirve como un antecedente próximo de lo que hoy se conoce como teoría queer. No para decir que lo queer comienza entonces o para hacer anacrónicas lecturas de hechos anteriores, sino para entender que lo que en este presente llamamos queer abreva desde tiempos previos en todos los excluidos no sólo sexuales sino del pensamiento heteronormativo.
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