Viernes, 11 de enero de 2013 | Hoy
RESCATES
Mina Loy (1882-1966)
Ninguna enumeración con pretensiones de exhaustividad puede agotar la trayectoria de Mina Loy, una de esas mujeres que, a caballo entre el siglo XIX y el XX, lograron crearse a sí mismas, a medida que un nuevo tipo de ser femenino salía a la luz. Multifacética, desde muy joven Mina se sintió cautivada por las artes, transitando en libertad los caminos de la poesía y la pintura, del teatro y el diseño. Pronto se cumplen cincuenta años de su muerte: tal vez le debamos una lectura más profunda de su obra, una traducción de su poesía que le haga justicia a su voz. La otra opción es esperar algún rescate emotivo por parte de Hollywood, porque su vida es digna de una película.
Mina Gertrude Lowry, hija de una inglesa y un judío húngaro, nació en Londres y murió en los Estados Unidos a los 83 años. Su paso de Europa a América es un salto más en una vida con el nomadismo como constante: a los 17 años fue a estudiar pintura a Munich, y de allí a París con su primer marido, Stephen Haweis, con quien tuvo una hija que murió en su primer aniversario. Esquivando los mandatos y ocultando su ascendencia judía, Mina cambió su apellido por Loy en 1904 para la exposición de sus acuarelas en los salones de otoño de la misma ciudad. Curiosa y aficionada a la lectura, se familiarizó con las principales corrientes filosóficas de su tiempo, y se volvió habitué de la famosa casa de los Stein, donde trabó relación con dos damas norteamericanas tan vanguardistas y transgresoras como ella: Gertrude Stein y Djuna Barnes, quienes junto a Mina formaron un trío de amigas entrañables.
Con el traslado a Florencia, Italia, la pareja decidió independizarse y, si bien tuvieron dos hijos allí, Mina se integró a la comunidad futurista en ciernes y fue amante de Filippo Marinetti y de Giovanni Papini. Algunos años después, en 1918, como respuesta a la misoginia de su fundador, redactó su Manifiesto Feminista, un texto clave en su producción que ahora parece algo desactualizado si no se lo considera en su contexto. Involucrada con sus sentimientos y aspiraciones literarias, y conectada de forma privilegiada con la vanguardia parisina y norteamericana al mismo tiempo, los primeros poemas de Mina, originales y físicos, recibieron bastante reconocimiento y se publicaron en revistas especializadas. Tal vez ésta fue la razón por la que se separó definitivamente de su marido, dejó a sus hijos con una niñera y se mudó a Nueva York, donde en 1916 la esperaban los integrantes del grupo de la revista Others (William Carlos Williams, Man Ray, Marianne Moore, entre otros), y donde conoció a Ezra Pound y a Duchamp, aparte de trabajar como actriz.
Pero todas estas aventuras dan un giro en 1917, cuando Mina Loy conoció a Arthur Cravan, el boxeador-poeta, el excéntrico trotamundos y sobrino de Oscar Wilde que acababa de llegar a los Estados Unidos huyendo de la guerra. A partir de ese momento, la “mujer moderna a la vanguardia de la vanguardia” se enamoró perdidamente y decidió seguirlo a México. Muy pronto, Mina quedó embarazada y, sin un peso, la pareja pensó en probar suerte en la Argentina. Se separaron con la idea de reencontrarse en Buenos Aires: ella iría en tren, y él en barco. Adiós, amor, adiós.
Cravan nunca llegó a destino. Y Mina, desesperada, parió a una niña y recorrió prisiones y pueblos buscándolo. En 1920 lo dieron oficialmente por muerto; ni su cuerpo ni su barco fueron encontrados jamás. Resignada y triste, Loy rehízo su vida junto a sus hijos en Nueva York y París. Los últimos años la encontraron escribiendo y viviendo del diseño de lámparas.
En 1929, en un cuestionario para la revista The Little Review, a la pregunta de: “¿Cuál ha sido el momento más feliz de su vida? ¿Cuál el más triste?”, Mina Loy respondió: “Cada momento que pasé con Arthur Cravan. El más triste: todos los demás”.
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