Viernes, 6 de diciembre de 2013 | Hoy
MATERNIDAD
Se acaba de editar en nuestro país ¿Dónde está mi tribu? (Capital Intelectual), un ensayo de la filósofa española Carolina del Olmo sobre la solitaria experiencia de la crianza actual. Su propia historia la motivó a escribir un libro que bucea en las contradicciones: del bombardeo de información sobre la maternidad a la falta de políticas actuales destinadas a cobijar a las familias y del cuidado como elección y no como destino de opresión.
Por Flor Monfort
En este mismo instante, miles de madres miran la pared de sus hogares, con un bebé a cuestas, preguntándose si será normal lo que sienten. Van a la computadora e intentan googlear la inquietud, pero a diferencia de casi todo lo “buscable” no saben bien cómo expresarla. Es soledad sí, pero con un hijo o hija en brazos es difícil decir que están solas. Es parecido al cansancio, pero los picos de euforia dificultan esa definición. Es ansiedad también (¿voy a recuperar mi vida? ¿mi cerebro? ¿mi peso?), pero tampoco la agitación las define. Ni siquiera la palabra puerperio logra abarcar la compleja dimensión en la que entra una persona cuando recibe un/a hijx, más allá de su situación económica, de su trama familiar y de su estado anímico. Lo que tienen en común esas miles, acá y en la China, es la falta de una red en la que caer de espaldas sin arrastrar al recién llegado; no solamente una red doméstica sino una política pública y un planeamiento estatal, interés que no debería ser menor considerando que los nuevos ensancharán las alas de la patria en un futuro no tan lejano.
Poco de lo ideal ocurre: hay soledad, hay ansiedad y hay cansancio en la maternidad, pero además hay en la actualidad un contexto que multiplica esas emociones por mil hasta volverlas, muchas veces, francamente insoportables. Lo dice en primera persona Carolina del Olmo, una filósofa española de 39 años que se vio en esta telaraña con la llegada de su primer hijo, César, y decidió indagar en la cuestión con la prolijidad de la academia, pero sin perder la crudeza de un relato biográfico. Allí estaban los libros de crianza, tan polarizados que parecía imposible ponerse la camiseta de unos u otros, pero además, una coyuntura hostil a la necesidad de guardarse para maternar: licencias pobrísimas, jornadas laborales eternas, abuelos y abuelas fuera del juego de la crianza y, sobre todo, una ausencia total de tribu, eso que la bibliografía especializada señala imprescindible: poder descansar en un otro, pasarse el niño de brazo en brazo, cuidar a los propios y ajenos y sobre todo criar en grupo. De allí nació ¿Donde está mi tribu?, que rescata los pocos espacios donde sí se puede ver el hilo invisible que une a todas esas madres que miran el blanco de la pared con los ojos como platos: la plaza, algunas organizaciones sociales, grupos de crianza e Internet y alerta sobre la grieta que se abre entre un bebé y quien lo cuida cuando éste está más solo que nunca.
–La polarización esta ahí desde hace muchos años, debe ser que hay algo en ese campo de cómo abordar la infancia, escrito casi siempre por varones adultos, que genera esta especie de divergencia inicial tremenda, entre los que quieren que el niño se amolde a todo y los que creen que el niño es una especie de ser angelical al que hay que amoldar todo. En cuanto a la literatura propiamente de crianza, desde el principio del siglo XX tiene este tipo de expertos, el duro y el blanco, enfrentándose. En cada generación ha habido un poco de cada lado. ¿Por qué? No lo sé, pero sí creo saber por qué ahora nos sentimos tan perdidos entre esos dos polos y es por esa especie de soledad, esa falta de cauces por los que pueda circular el conocimiento.
–Porque yo creo que lo que se descubriría si se hacen estudios proyectados sobre el resultado de cada tipo de crianza es que no hay posibilidad alguna de rastrear influencias. Hay una autora que se llama Judit Rich Harris que habla de la poca influencia que tenemos los padres sobre los hijos, poca comparada con lo que ambicionamos: entre lo que determina la genética y lo que determina aquello que les vaya pasando en sus vidas, con sus amigos, en sus relaciones, con su mundo, el hueco que nos queda es muy pequeño. Sacando del mapa a niños severamente maltratados, es muy difícil que alguien pueda señalar con el dedo y decir “seguro que a éste lo dejaron llorando de bebé” o algo parecido. Me alegraría si hubiera un método para criar niños con confianza, agradables, buenos, etcétera, pero por supuesto no es así.
–Creo que lo que ha pasado entre nuestras madres y nosotras es que, entre ellas, en su generación, hubo un componente de autoengaño, y de pensar que amoldándose a cierta horma social del trabajador varón sin cargas familiares ya estaba lograda la igualdad. Cierto autoengaño también a la hora de evaluar las perspectivas de realización personal que proporciona el trabajo remunerado. Ese autoengaño se ha ido disolviendo porque ya no se sostiene, porque la gente empieza a no creérselo, todo eso sumado a la precariedad laboral, las carreras profesionales que no son tales, un mercado laboral incierto que te hace muy difícil pensar que lo que tienes en el trabajo es el horizonte perfecto para realizarte como individuo. Y esto a la vez se combina un poco con cierto desencanto con la forma en que muchas mujeres de nuestra generación hemos sido criadas. Somos la primera generación que llenó las escuelas infantiles o las guarderías, la primera generación de biberón, horarios, cuarto propio... yo creo que hay muchas mujeres que no quieren repetir lo mismo entonces esa especie de ganas de hacer las cosas diferente arroja una valoración crítica que reconoce los logros de las mujeres anteriores, pero buscando ir un poco más allá. Los cuidados siguen siendo un tema de género, siguen siendo un lugar de opresión para muchísimas mujeres, pero yo por lo menos creo que hay muchas que empezamos a creer que los cuidados no son sólo eso. Creo que el cuidado puede ser también fuente de realización, pero lo que pasa es que está socialmente mal organizado. Bien repartido, bien organizado, con un entorno más fraterno y amigable, con jornadas laborales más cortas, los cuidados podrían ser otra cosa y no solamente una carga desagradable. Acá hay mucha tela para el feminismo, mucho que discutir y elaborar.
–Las cosas están yendo muy deprisa. La figura de nuevos padres (que si bien es una nomenclatura un poco ñoña de la prensa refleja una realidad) es muy nueva y cada vez más ocupan un rol activo en la crianza. Antes no existía eso. Yo creo que una perspectiva fundamental aquí es no insistir en los cuidados como una carga que nos tenemos que repartir y que los varones deben asumir su parte, sino hacer ver cómo los cuidados son una parte fundamental de nuestra constitución como seres humanos: todos somos vulnerables, todos necesitamos cuidados y todos debemos dar cuidados. Creo que los cuidados pueden ser una fuente de realización y de esa manera hay que hacérselo ver a todo el mundo. La tarea es inclusiva, pero a la vez tenemos que luchar por una organización del trabajo remunerado y del marco social que permita una asunción del cuidado como algo más que una carga. Nos tenemos que esforzar por entender que si no ponemos coto a las jornadas laborales eternas y a esta organización económica que tenemos no va a haber forma de asumir el cuidado como lo que puede llegar a ser.
–En España es igual, pero yo creo que hay cierta esperanza porque hay grietas, que hace 15 o 20 años eran impensables. Del mismo modo que la chica que busca novio a cualquier precio sigue existiendo, pero ya es un poco más cosa de la ficción. Creo que cada vez hay más hombres que asumen tareas de cuidado, ya no es algo que la gente mira por la calle si ve a un padre por la mañana con sus hijos. El relato es algo muy sólido, pero se puede ir minando poquito a poquito. Yo creo que ese relato oficial mainstream es difícil de romper, pero más complicado es romper aquellos que reproducen el relato oficial, pero por otros caminos: Laura Gutman es un ejemplo, con su separación tajante entre lo que debe hacer una madre y lo que debe hacer un padre. A mí eso me pone mala, porque por un camino que supuestamente no tiene nada que ver con el discurso oficial llegamos al mismo punto. Reivindicar la figura de la madre amantísima, un poco irracional y conectada con la naturaleza y un varón racional que se tiene que dedicar al mundo exterior: modelos ajados que con otros argumentos terminan resultando en lo mismo. Me parece que esos son discursos que hacen daño, no sólo a nosotras sino a ellos, me parece injusto quitarle a un hombre la posibilidad de asumir el cuidado y de maternar. Me parece injusto que se le diga “tienes que ser el sostén de la pareja madre e hijo” y punto, y además me parece un error tremendo, porque es la práctica del cuidado la que te hace desarrollar la idea de cuidado justamente, de la interdependencia en la que nacemos y vivimos todas nuestras vidas. Sin acceder a esa práctica de cuidados es imposible transformar la sociedad.
–Es muy problemático, porque a mí me gustaría que la idea que triunfara fuera: “Sí, nos volvemos a casa pero no sólo nosotras, también ellos. Volvemos todos porque no queremos compartir esa sociedad de mierda que nos han legado”. Yo creo que es el discurso de las madres que pueden zafar un poco del mercado laboral pero se mezcla de alguna manera con ese discurso patriarcal y retrógrado de “nunca debieran haber salido, la casa es su lugar, ustedes están preparadas especialmente para cuidar”. Creo que la manera de escapar a esa confluencia de discursos es ir siempre un pasito más hacia afuera, y ver qué transformaciones sociales requiere para cada uno de estos discursos la asunción del cuidado. Yo creo que necesitamos compartir y distribuir mejor las tareas y entender que la sociedad necesita reorganizarse para asumir las crianzas quitándole la etiqueta de género y la vertiente de clase. ¿Es posible dar ese salto? Esa es la pregunta pertinente para mí.
–Hay una cuestión que me gustaría señalar: si bien todavía quedan clases populares que conservan esa especie de tribu, en España se está erosionando a una velocidad de vértigo. Igual que antes las que daban la teta eran las pobres, y las ricas estaban con el biberón, y las pobres vivían con sus 300 primos y las ricas en sus mansiones aisladas, de a poco se está dando vuelta la tortilla: ahora las que dan la teta son las mujeres de clase media alta y las pobres andan con el biberón, pero las clases más bajas además están viviendo un proceso de precarización tan fuerte y están sometidas a un proceso de movilidad obligada que se están destrozando esos rasgos de tribu que hacían la pobreza más llevadera. En España los migrantes conservan sus redes, algunos barrios de tradición obrera, pero en general con la desaparición del trabajador de fábrica, se ha producido un descalabro tremendo en esta especie de tejido que amortiguaba los golpes de la economía neoliberal y me temo que vamos a ser nosotras, las mujeres burguesas, quienes vamos a tener que reconstruir parte de las redes, y hasta eso se va a convertir en una cuestión de clase. Los más vulnerables van a ser aún más vulnerables. Ahora dicho esto, que es una predicción pesimista de corto plazo, a largo plazo no sé. Cuando nació mi hijo, no me preguntes por qué, lo llamábamos Bam Bam, como el de los Picapiedras, porque pegaba muchas patadas. Y por esas cosas de las recién paridas que están un poco oníricas, como dice Laura Gutman, yo me despertaba con una frase: “Con Bam Bam llegará la anarquía”. No sé por qué yo sentía que mis hijos participarían de la revolución y de alguna manera y dentro de mi pesimismo global, lo creo. Esto tiene que reventar por algún lado y yo confío que la generación que viene podrá hacer algo.
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