Viernes, 11 de julio de 2014 | Hoy
ESCENAS
Un espectro coral de personajes que se van trenzando con magia y humor en Cactus orquídea, de la compañía El ensamble orgánico.
Por Natalia Laube
Hay muchas maneras de resumir la trama de Cactus orquídea. Una de tantas podría ser: cada tarde, en la mesa de algún bar porteño, Isaías (Lucas Avigliano) se sienta delante de su computadora e intenta darle forma a su primera novela. Como en casi todxs, unir las variables pasión y dinero no es un ejercicio que le resulte sencillo. Ya no puede fingir felicidad por su trabajo como redactor de folletines turísticos sobre Buenos Aires. Isaías quiere escribir ficciones, pero la inspiración no llega y el relato que lo motive, tampoco. Hasta que conoce a Imelda (Laila Duschatzky) y descubre de su mano una historia simple y mágica en partes iguales: la de Boris (Nacho Bozzolo), un ferretero que perdió a su mujer e intenta recuperarla plantando una semilla que, cuando crece, hace volver a las personas que se fueron. Pero tiempo al tiempo: para llegar hasta ahí deben tejerse, primero, otros tantos argumentos. De esta manera, Cactus orquídea nos lleva de paseo por la vida de Denzel (Gatto Filguera Oria), un oficinista gris que se evade de la realidad cada vez que puede; la de Esmeralda (María Estanciero), moza del bar que frecuenta Denzel; la del Peque, el ayudante sabelotodo de Boris, y la de la propia Imelda, guía en el Museo Nacional de Bellas Artes y amante crónica de cualquier extranjero que pise esta ciudad. Y presenta a cada uno de sus protagonistas de la mejor manera posible, con gracia, con humor y valiéndose de un elenco de actores y actrices virtuosas por separado y descollantes en conjunto.
Aunque cierto espíritu del cine indie sobrevuela cada escena (presten atención a la construcción coral, a esa pulsión por contar historias dentro de historias, a la cuota de realismo mágico que resulta decisiva en la estética de la propuesta), Cactus orquídea se hace cargo del lenguaje del cual está hecha, acudiendo a recursos propios del teatro: por un lado, la polisemia interpretativa (cada actor/actriz tiene a su cargo a un personaje principal, a otros tantos personajes secundarios y hasta se calza el traje negro para oficiar de tramoyista); por otro, el clásico efecto de extrañamiento, que acá se utiliza con el ánimo de transparentar procedimientos. “Quise hacer una obra sincera y la sinceridad pasaba, para mí, por poner los artificios en evidencia, por no ‘engañar’ al espectador. Todo lo que sucede –y se muestra– en la obra no fue premeditado sino que fue apareciendo: simplemente dejé que se viera aquello que los actores hacen”, cuenta Cecilia Meijide, directora de la obra.
Cactus orquídea es el tercer trabajo de la compañía El ensamble orgánico. Dirigidos en sus obras anteriores (Los ciegos y Asilo, para que vuelvas) por Nacho Ciatti, sus integrantes se animaron en la tercera puesta al cambio de roles: Meijide tenía ganas de probarse afuera del escenario y Ciatti prefería actuar (interpretó a Isaías hasta el mes pasado). “La experiencia de grupo es muy intensa. Es muy positivo trabajar con gente con la que se tiene mucha confianza porque hay un terreno ganado. Para construir y llevar adelante una obra de teatro independiente hay que tener mucha voluntad y convicción, y para que las cosas funcionen hay que quererse mucho. Por eso es tan valioso formar un equipo: cuando se combinan el trabajo y el cariño, las cosas salen mejor”, analiza Meijide, que sigue actuando cada semana en otras dos obras de la cartelera porteña: Rod Mubi, de Sebastián Suñe, y Anís, deliciosa creación colectiva dirigida por Adrián Canale. “Por supuesto, los grupos también tienen su lado complicado. Tenemos que volver a ponernos de acuerdo en cada trabajo nuevo que encaramos, porque cada uno va sumando experiencias afuera y en ese proceso va definiendo el tipo de teatro que quiere hacer, las cosas que quiere probar, cómo quiere trabajar. Vamos cambiando y creciendo.”
Cactus orquídea
Teatro Anfitrión, Venezuela 3340, CABA.
Sábados a las 22.30. $ 90
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