MITOS
Un misterio llamado Ada
Embrujados por la estela de la cancionista estrella de los años ‘30 que se llamó a silencio en pleno éxito, Lorena Muñoz y Sergio Wolf armaron pacientemente el rompecabezas hasta dar con Ada Falcón, ya anciana y recluida en un geriátrico de monjas. Sobre ella y la pasión por su vida, que hilaron hábilmente en el film Yo no sé qué me han hecho tus ojos hablan en esta entrevista.
Por Sandra Chaher
Ada podría ser una heroína romántica pero con una diferencia que la hace interesante: siempre se mostró antisentimental. Nunca admitió ese gran amor que marcó toda su vida.” Sergio Wolf es el autor y realizador, junto con Lorena Muñoz, de Yo no sé qué me han hecho tus ojos, pero es también el hombre embrujado que como un sabueso hambriento rastrea construcciones que ya no existen, archivos donde nunca hubo información, calles oscuras, persiguiendo las huellas que pueda haber dejado quien en su momento fue una diva y que por esa misma condición construyó historias de misterio sobre su vida y destino. Una tarea difícil la que emprendieron, pero que nunca se pretende como realización.
Wolf y Muñoz no quieren develar el misterio de Ada Falcón, no al menos totalmente. Indagan con curiosidad periodística sobre su relación con Francisco Canaro. Buscan testigos –que casi no hay o no quieren hablar–, leen cartas –que dicen poco–, resucitan las revistas de la época –que terminan resultándoles documentos inútiles–. Y cuentan lo que ya todo el mundo sabía: que Ada tuvo un romance con Canaro, que lo abandonó y cuatro años después también dejó la radio y la escena recluyéndose en un pueblo de Córdoba, que él flirteaba con otras mujeres además de ella, y que ella cultivaba hábitos glamorosos –baños de espuma de dos horas, picadas en su descapotable hasta San Isidro para que el pelo se le secara con el aliento del viento–, pero que los abandonó para volverse una austera terciaria franciscana. Poco dicen, en cambio, de los innumerables rumores sobre su vida, o si los dejan entrever no buscan develarlos. Yo no sé qué me han hecho tus ojos es una película sobre la pasión y el misterio: la pasión de un hombre y una mujer; el misterio de una vida que prefirió el olvido consciente y altivo a la decadencia pública. Pero también la pasión de otro hombre y otra mujer –Wolf y Muñoz– por una voz, por una historia, por el misterio, y finalmente, por la revelación: la Ada de carne y hueso, anciana, senil, coqueta, selectivamente memoriosa.
Se dice que Francisco Canaro, el director de orquesta, el hombre poderoso, el mujeriego, escribió Yo no sé qué me han hecho tus ojos cegado por el reflejo que le devolvían esas dos ciénagas verdosas en las que se hundió locamente. Que Ada lo abandonó después de haber quedado embarazada de él. Que tras la ruptura él la mandó a buscar muchas veces. Que además de vivir con otra mujer mientras fue su amante, ya la engañaba con un nuevo amor cuando ella lo dejó. Que la espiaba desesperado de celos cuando Gardel se la llevaba al río y le pedía que le cantara ese vals inolvidable. Que después de la separación, ella lo llamaba por teléfono y le decía “mirá cómo gozo”, haciéndole escuchar los quejidos que le arrancaban los arrumacos de otros hombres. Que él nunca la olvidó... y que ella se ocupó de que así fuera. Valgan estos versos finales: Yo no sé qué me han hecho tus ojos/ que me embrujan con su resplandor,/sólo sé que yo llevo en el alma/ tu imagen marcada con el fuego del amor.
–En la película aparece sólo Sergio como el investigador embrujado por el mito. ¿Esa pasión por la historia de Ada es compartida?
Lorena Muñoz: Totalmente. En el primer proyecto del documental Sergio no iba a estar, estaba planteado en tercera persona. Pero cuando Marcelo Céspedes y Carmen Guarini se incorporaron como productores nos discutieron lo impersonal y lo primero que se nos ocurrió fue que Sergio apareciera como el investigador de El Ciudadano, de espaldas. Pero en el documental vas filmando y se va modificando la estructura. Y entonces surgió casi naturalmente que él apareciera como personaje.
Sergio Wolf: En realidad la primera escena en la que aparezco de frente es en la entrevista con Ada, porque ella está sorda y tengo que acercarme para que me escuche. Y las entrevistas las grabamos al principio, después vino el resto de la película. Entonces las cosas fueron mezclándose. También pasa que en esas escenas, en Córdoba, era invierno y hacía frío, por eso yo estoy con sobretodo. Y después dejamos el abrigo para el resto de la película porque daba con este personaje que busca y busca. Pero esa búsqueda, que está planteada ya en el primer guión, no tenía al principio un tono policial. Se volvió así porque todo lo que buscábamos no estaba. Nosotros decimos que hacer un documental en Argentina siempre es policial porque no encontrás nada.
L. M.: El protagonismo de Sergio también nos permitió que estuviera presente nuestra mirada, lo que nos pasa con Ada, con el cine, con la Argentina.
S. W.: Nosotros discutimos cierto modelo del documental en relación con los testigos. No hay contemporáneos de Ada para entrevistar. Están todos muertos. El único, Oscar Bassil, de la orquesta de Canaro, aparece pero no quiere contar lo que sabe. El documental tradicional no piensa esas ausencias creando otros personajes, sino buscando voces autorizadas, algo que nosotros no queríamos hacer.
–¿Qué los sedujo de la historia de Ada Falcón?
S. W.: Su reclusión. Yo me enteré de ese retiro pero di por sentado que estaba muerta. Al tiempo compramos un CD, escuchamos su voz, leímos lo que se decía de ella. Y ahí pensamos en hacer una película de ficción porque seguíamos creyendo que había muerto. La pasión no es algo que se da instantáneamente, es un proceso. Tiempo después un crítico de cine me dice que estaba viva, pero viejísima, que él ya tenía lista la necrológica (risas). Y ahí era obvio que sería un documental. Pero además, los dos nos dimos cuenta de que el enganche con ella tenía que ver con que nos hubiera gustado vivir en esa época. A mí no me interesa este momento. Las grandes décadas del arte y la construcción en el mundo fueron las del ‘20 y ‘30. En la Argentina fue un momento de bonanza cultural y económica en el que se da un diálogo curioso entre la cultura alta y la popular. Es la época de la efervescencia de Buenos Aires.
–En un momento Sergio se pregunta qué es una diva. ¿Qué diferenciaba a Ada de otras cancionistas de los años ‘30?
L. M.: Yo creo que es la única que se construye como diva, pero sin que sea un proceso consciente. Era muy miedosa y creo que eso la hizo rodearse de un aura enorme de misterio. No le gustaba que la escucharan cantar. Llegaba a la radio y los músicos tenían que estar del otro lado de una cortina.
S. W.: Hay que dividir entre diva y estrella. Libertad Lamarque era una estrella, pero Ada ponía distancia con la gente, el misterio, las anécdotas como las de los baños de espuma. Y la reclusión posterior es parte de lo mismo. Nunca más volvió a cantar en público. Ella decía: “Yo no estudié música ni sabía leer partituras. Llegaba a la radio y cantaba. Y si no les gustaba lo que hacía me iba”. Eso es una diva.
–No profundizaron en el vínculo con la madre, que parece que fue determinante en su vida.
L. M.: Sí, fue importante, pero quedó afuera, como muchos otros temas que creímos que nos iban a alejar de lo central. Pero ella vivió siempre conla madre, dormían juntas. Y cuando Ada se retira, lo hace con ella. Se van a vivir a Salsipuedes, en Córdoba.
S. W.: Y cuando la madre murió, se dice que Ada intentó suicidarse tirándose por la ventana del hospital. Después la encontraron vagando por Carlos Paz y la llevaron al geriátrico religioso donde nosotros la entrevistamos y donde murió.
L. M.: Ada tuvo la posibilidad de filmar una película en Hollywood. Parece que se tomaron “el vapor” con la madre y cuando llegaron a Río de Janeiro la madre no quiso seguir. Insistió y se bajaron del barco y se volvieron en tren.
–Cuando ella se retiró, en el ‘42, se hizo terciaria franciscana. ¿Cuán probable es que haya influido en esta decisión la vida que había llevado antes, tan licenciosa para la época?
S. W.: Puta a los 20 y monja a los 40 (se ríe). Creo que sí, que se retiró para purificarse. Pero nosotros no vamos a decir que ella era pecadora.
L. M.: Ella se hizo terciaria franciscana pero nunca estuvo en un convento. Creemos que no le permitieron ser monja por su pasado. Pero nuestra película es de amor al mito, por lo cual hay cosas que nunca vamos a contar. Cuando la conocimos nos planteamos si estaba bien romper con su juramento de retirarse y que nadie la viera más. Decidimos seguir porque creíamos que lo mejor era hacer un documental para no olvidarla. Y cuando murió y al entierro fueron 6 personas, ya no tuve dudas, no debía haber olvido.
–¿Por qué creen que les permitió entrevistarla después de tantos años de no aceptar ser vista públicamente?
L. M.: A ella la entrevistaron sólo dos veces desde el ‘42 hasta el ‘99 en que lo hicimos nosotros. Yo creo que a nosotros nos percibió enamorados de ella. Yo me sentía muy identificada. Entendía completamente que hubiera dejado todo por lo que creía. La primera vez que la vimos, ella me hablaba todo el tiempo a mí y yo lloraba mientras la escuchaba.
–El personaje que construye Sergio desaparece en el momento del encuentro con Ada. Es como si apareciera el hombre real: conmovido frente a una anciana con la que casi no puede entablar diálogo. Como un nieto con su abuela.
S. W.: Muchos amigos me hablaron de sus abuelos a partir de esta película. Es probable que yo me haya sentido como un nieto.
L. M.: Yo siento que todo el principio de la película es la parte pensada y el momento de la entrevista con ella es el directo, lo documental realmente.
–En la entrevista hay momentos en que ella aparece lúcida y otros en que no. Y en los temas difíciles como el amor o la relación con Canaro, sus respuestas son esquivas, lo cual deja abierta la incógnita sobre cuán consciente es de sus respuestas.
L. M.: Así fue la charla durante los siete días: momentos de extrema lucidez y otros que no.
S. W.: Creemos que tenía demencia senil o algo parecido. Las monjas nos habían dicho que ella no sabía leer y cuando yo le mostraba revistas las leía perfecto. Vos podés pensar lo que quieras de lo que ella dice. Yo creo que hay una zona indiscernible entre lo que puede ser la selección de la memoria en alguien de esa edad y su enfermedad. Es imposible saber. Como cuando en la escena final le pregunto si tuvo un gran amor y me dice: “No recuerdo”.
L. M.: Yo creo que de verdad no lo recuerda.