Viernes, 27 de marzo de 2015 | Hoy
HOMENAJE
Hay cerca de sesenta librerías de mujeres en el mundo, y la única que existe en Latinoamérica está en Buenos Aires. La Librería de Mujeres es, desde 1995, un espacio donde se respira feminismo, gracias a sus textos, traducciones, revistas y actividades, que van desde la militancia pura y dura a los encuentros y amistades. Hoy, en su local de Pasaje Rivarola, combinan una editorial, una sala de charlas, debates y exposiciones, y un centro de documentación, y levantan la copa para seguir defendiendo las letras de y para mujeres.
Por Laura Rosso
La librería de Mujeres, que hoy aloja casi veinte mil volúmenes, nació de una amistad: la de Piera Oria y Carola Caride. Amigas y socias fundadoras en 1988 de la Asociación Civil Taller Permanente de la Mujer, fueron quienes pensaron este espacio. “Eramos una dupla inseparable. Piera fue una mujer muy lúcida. Crecimos juntas. Cuando murió se llevó un pedazo mío y yo me quedé con un pedazo de ella”, recuerda Carola. Piera escribió De la casa a la Plaza, junto con Alicia Moscardi, el primer libro sobre Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. “A los once años –cuenta su amiga Magui Belloti– vino a Argentina como inmigrante con su madre y su hermano. Su padre ya estaba aquí. Ese fue su primer exilio, el exilio económico de su familia, con todas las marcas en la identidad que eso significa: otro país, otras costumbres, otra lengua.” Luego se recibió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en 1974, enseñó en la Universidad del Nordeste en Chaco, fue militante de izquierda y la represión y la dictadura le impusieron su segundo exilio, esta vez político. “Tuvo un breve paso por Brasil y luego Venezuela y México, donde se quedó hasta su vuelta a Argentina –retoma Belloti–. Ese exilio supuso un cambio más radical: su identidad. Cambió su nombre para poder sobrevivir, y pasó a llamarse Emilia Soares. Al regresar a Argentina en el año 1984 recuperó su nombre, pero perdió parte de aquella identidad con la que había vivido, estudiado y trabajado en México.” Las tres –Carola, Magui y Piera– se conocieron en alguna reunión y empezaron una relación que se construyó a los largo de los años. “Piera murió en mayo del 2008 y fue velada en la sede de la Librería de la calle Hipólito Yrigoyen –rememora Magui–. Ahí estuvieron amigas, muchas feministas y lesbianas feministas y hubo conversaciones, música y cantos, ubicadas en ronda como solemos hacer las feministas nuestras reuniones. Tuvimos e hicimos muchas cosas en común en el feminismo; también nos separaron algunas diferencias, pero no por mucho tiempo.”
Todo un legado para seguir adelante, Librería de Mujeres cumple veinte años y el número redondo trae consigo el deseo de “seguir estando presente en el movimiento de mujeres”, revela Carola. En estos veinte años, atravesaron siete mudanzas y dos veces estuvieron a punto de cerrar sus puertas. Sin embargo, lograron reinventarse. La Librería tuvo su rincón de gatos, llamado La gatería, en el que se vendían libros de gatos y artesanías gatunas. Piera era una apasionada de gatas y gatos, tenía entre ocho y diez en su casa, que entraban y salían. (Algo así sucedía también en la Librería entre quienes preferían reunirse en festejos callejeros y aullidos para desbaratar estructuras patriarcales con la certeza de las siete vidas). La vida de la Librería se fue transformando como todo proyecto que quiere seguir vivo. Por eso, desde siempre, van con una mesa a los Encuentros de Mujeres, mantienen el club de lectoras más nutrido del país y crearon Librería de Mujeres Editoras que, entre otras publicaciones, tiene la colección infantil Mi sexualidad (de Liliana Pauluzzi) para niños y niñas de nueve a doce años, literatura no sexista como Yo soy igual, a partir de siete años, y No quiero ser princesa, quiero ser..., cuentos de María Victoria Pereyra Rozas –una de las hijas de Carola– orientados a la defensa de la diversidad y a la reivindicación del rol de las mujeres en la sociedad.
Los grupos de estudio y reflexión, los talleres, los debates y la producción intelectual colaboraron con la formación de feministas cuyo espíritu militante venía de los ‘70. Pero, ¿cómo era la militancia cuando no existía Internet? ¿Cómo se conseguían apuntes o textos feministas? “Como no había material impreso, tomábamos a autoras latinoamericanas, españolas, francesas, norteamericanas o inglesas, las traducíamos si hacía falta y preparábamos cuadernillos”, cuenta Marta. Por ejemplo, Josefina Quesada tradujo textos como El racismo en la pornografía y el movimiento de mujeres, de Tracy Gardner, La teoría lesbiana feminista, de Charlotte Bunch y Pornografía infantil, de Florence Rush. Para esas publicaciones, una tipeaba, otra armaba los cuadernillos, otra abrochaba las tapas, otra hacía las fotocopias. La que volvía del exilio o la que viajaba traía autoras, artículos y libros como los de Celia Amorós y Katherine Barry (La política de dominación sexual). Se formaban grupos de estudio con esos materiales y se hacían traducciones para que pudieran ser leídos por todas. Piera y Carola también editaban unos cuadernillos que se llamaban Prensa Mujer. Tenían suscriptoras y ofrecían el servicio de enviar por correo los artículos recopilados relacionados con noticias de mujeres. “La Librería nace de esas vertientes. No es hongo que aparece solito”, ilustra Carola. Mientras vivió en Jujuy, donde fue a trabajar junto a su marido a la Quebrada de Humahuaca, parió nueve veces. Tiene cinco hijas mujeres y cuatro varones. A su regreso, conoció a Piera y juntas organizaron un Centro de Salud para Mujeres que funcionó en la calle Luis Saénz Peña 1089, entre 1991 y 1995. Daban atención y trabajaban temas de anticoncepción y violencia. Luego fundaron la Librería, una idea que ambas tenían en la cabeza y que se inauguró el 8 de marzo de 1995 en un local del Paseo La Plaza.
Carola: –Tenemos más de setecientos libros que están agotados. Por ejemplo, Trilogía de la trata de blancas, de Julio Alsogaray, Ciencia y feminismo, de Sandra Harding, Nacemos de mujer, de Adrienne Rich, Reflexiones sobre género y ciencia, de Evelyn Fox Keller, Alicia ya no, de Teresa de Lauretis, y la colección completa de la revista Brujas.
Carola: –Un proyecto que no crece y se transforma, se muere. Estamos estudiando la posibilidad del e-book para incorporarlo el año que viene. Sería muy interesante poder digitalizar todo el material invalorable del fondo documental que hoy está en cajas y armarios. También queremos conseguir licencias para obtener los derechos y poder editar algunos libros acá.
Carola: –Lamento que Piera no pueda ver hoy la Librería estabilizada, porque fue un proyecto muy querido y donde pusimos mucho esfuerzo. Me emociona que podamos pensar en proyectos nuevos, no estamos detenidas, esto es algo dinámico, viene mucha gente joven que empieza a entender el feminismo desde la academia y se va incorporando, y eso es nuevo.
Carola: –Encontré muy fuerte la corriente del feminismo comunitario en Perú, con Julieta Paredes, que propone un feminismo que reconozca a los pueblos originarios. Las categorías que se van incorporando son feminismo y teoría queer, transfeminismos, prostitución y trata, educación sexual, descolonización, teoría del cuidado y nuevos feminismos. Sí, se van abriendo nuevos escenarios.
De las librerías de mujeres que hay repartidas en el mundo, algunas siguen abiertas y otras no, como la Toronto Womens Bookstore. una cooperativa que nació en 1973, convivió con una editorial feminista y cerró sus puertas en 2012. Era la única librería feminista de Toronto atendida por mujeres negras, que vendía ficción y narrativa, y se especializaba en movimientos sociales, feministas y teoría poscolonial. Entre las que continúan abiertas está la Librería delle Donne en Milán –desde 1975–, la Librerie des Femmes, en París, la Librería Relatoras, de Sevilla. Hay una única librería en el continente australiano, The Feminist Bookstore, en Sydney, y varias en Estados Unidos como Queer Division en Nueva York, People Called Women, en Ohio, y Women & Children First, en Chicago.
Llegaron los primeros veinte años de la Librería de Mujeres, y sin duda el deseo de seguir adelante queda anudado a tantos otros por los que militan los movimientos de mujeres. Pero hay algo compartido en esa experiencia de buscar y encontrar libros: sentir que ese espacio nos pertenece.
Nora Domínguez, directora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, Facultad de Filosofía y Letras: “Si en las sociedades de mercado en las que vivimos los libros son bienes de consumo y mercancías, ir en busca de uno de ellos a la Librería de Mujeres del Pasaje Rivarola implica algo más. Porque al recorrer esa característica única cuadra con cierto abolengo intelectual sabemos que vamos a ser protagonistas de una transacción especial. Allí el acto de comprar adquiere un valor afectivo, hay descuentos, modos de colaborar con sus dueñas mientras una se va haciendo un ahorrito propio, a veces regalitos, historias de viajes, relatos y anécdotas familiares y de amigas. Carola se ocupa siempre de que el acto frío y anónimo de compra y venta desborde hacia zonas más personales. Tengo la suerte de poder hacer casi una vez al año compras más grandes gracias a los recursos que como institución universitaria recibimos del Estado y que nos ocupamos de traducir en ideas, en investigaciones. La mayor parte de las compras del Instituto de Género provienen de la Librería. Nuestro Instituto está atado a su historia. Cuando me voy con las bolsas llenas de libros, de kilos que vencen la corrección de mis posturas, siento que me llevo un tesoro inmenso para las futuras lectoras y becarias que se van formando en las redes del saber feminista con esos libros que ofrecen Carola y su equipo. Son momentos de felicidad para ella y para mí; para ellas y para nosotras. Pasar por la Librería de Mujeres significa abandonar el momento individual de ese intercambio para convertirlo en un encuentro colectivo siempre presente y en sintonía con el futuro.”
María Lourdes Molina, licenciada en Psicología, doctora en Ciencias Penales y coautora del libro Explotación Sexual. Evaluación y Tratamiento, editado por segunda vez en el 2010 por Librería de Mujeres: “Me acerqué a la Librería allá por el 2005, en la búsqueda de esos materiales que aparecen citados en algún libro y que no se encuentran en muchas bibliotecas. Materiales que en las facultades de Psicología y Derecho de Argentina no se citan mucho, porque los temas de prostitución y explotación no eran por esos años ni nombrados. Y lo que el cruce de ese encuentro abrió no lo hubiera imaginado nunca. A partir del camino por la restitución de los derechos de las mujeres en situación de explotación sexual, el conocer la lucha de un grupo de mujeres en el marco del movimiento feminista y la Campaña Abolicionista ‘Ni una mujer más victima de las redes de prostitución’, la Librería se me presentó como un lugar de encuentro y crecimiento personal. Año tras año, el privilegio de asistir a debates con mujeres comprometidas y estudiosas y la actualización de materiales para iluminar el camino ha sido un regalo en mi vida. Es un lugar abierto al debate, crecimiento y cuidado de las personas que se animan a confrontar sus creencias y representaciones. Por muchos años más y que quienes las queremos, sepamos cuidarlas.”
Mónica Tarducci, colectiva de Antropólogas Feministas: “La Librería de Mujeres es parte del movimiento feminista y como tal evoca muchos recuerdos: es la Peatonal Feminista que armábamos los 8 de marzo en las dos sedes de la calle Montevideo; es Piera y los gatos que tanto amaba... Son también las reuniones y las ásperas discusiones para lograr un documento consensuado; la espera ansiosa de las novedades bibliográficas y la alegría de presentar algún libro. A propósito de las peatonales, es decir cuando cortábamos la calle Montevideo y armábamos un escenario desde donde hablar, cantar y bailar para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, recuerdo que se daba también el reparto gratis de champagne, porque un hijo de Carola trabajaba en una famosa bodega que nos lo proporcionaba gratis. Siempre fue un espacio abierto y acogedor para todas las mujeres que lo necesitaran. El tiempo pasa y todo se transforma, algunas mujeres indispensables ya no están. Pero la Librería perdura como lugar de encuentro. Mas ahora, que María Moreno me ha nombrado ‘salonera’ del lugar y yo organizo actividades creyéndome una Mariquita Sánchez...”
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