Viernes, 2 de abril de 2010 | Hoy
Por Liliana Viola
Que no exista la más remota posibilidad de cumplir cuarenta años sin que te canten de memoria o en karaoke “Señora de las cuatro décadas” , ya es razón suficiente para querer pasar a los 50 sin escala, edad dorada por yerma en la poética arjoniana que aún no recala en la falta de lubricación vaginal, la presbicia y los calores. Ganas de vivir, en suma, que se le deben al cantante.
Ya el primer verso pone a la cumpleañera en una situación incómoda. Vino dispuesta a cumplir 40 y resulta que le regalan un eufemismo que es peor que la enfermedad. Sí, su edad ya puede desgranarse en decenios, que no son dos ni son tres. Si ayer era una mujer de 39, ahora es la señora de las cuatro décadas, pálido remedo de señores más poéticos como el de los anillos o el de las tinieblas. Que vaya sabiendo la dama que a partir de hoy, si algo la va a definir en esta vida, son las cosas de su edad. Trascartón, lo evidente: “Su figura ya no es la de los quince”. Es cierto y es obvio y hasta bien mirado es bueno. Pero Ricardo necesita recordárselo ahora, si no cómo entra él en esta historia a valorarla y quererla a pesar de todo. Que la señora ensaye su mejor sonrisa porque en el verso siguiente se viene la propuesta: “Permítame descubrir qué hay detrás de sus hilos de plata y esa grasa abdominal que los aeróbicos no saben quitar”. ¡Carne sobrante y colgante! Se sorprende ella gritándose a sí misma en su propio cumpleaños mientras imagina al explorador manoteando tripas buscando quién sabe qué escatológico tesoro. Si no tiene hilos de plata, como la mayoría de las mujeres de 40, se sentirá un poco en deuda, fuera de target. Y si no tiene o no le molesta la panza, a fajarse. La Señora sigue atónita, moviéndose al compás preguntándose si todos se han vuelto locos en esta fiesta o si han estado estos años esperando que llegara Arjona para reírse de ella con una que cantemos todos. El estribillo acude al rescate: “Señora, no le quite años a su vida, póngale vida a los años, que es mejor”. Por fin una buena. Críptica como ninguna, más indescifrable que una máxima zen, este consejo no se entiende pero no es la idea seguirlo al pie de la letra. Ricardo va por más. “Es usted la amalgama perfecta entre experiencia y juventud.” Se trata de un cliché, es cierto, pero no por ello menos comprobable y alentador. La señora, que con defensas bajas se dispone a apagar sus velitas en su vestido nuevo, recibe un correctivo: “Usted no necesita enseñar su figura detrás de un escote, su talento está en manejar con más cuidado el arte de amar. No insista en regresar a los treinta, con sus cuarenta y tantos encima dejan huellas por donde camina”. Que se tape, que no haga papelones. Plop. Cuando la tiene bien convencida de que es una vieja con fuego en la mirada, el candidato le declara su amor oficiándose como única carta de presentación lo siguiente: “Para ver si se enamora de este diez años menor”. Y después que no digan que la edad no importa. Ojalá se anime la señora y se deje llevar por los brazos del joven, que si todo prospera tal vez un día le llegue a cantar: “Señora de medio siglo cuídese la osteoporosis, que usted es muy linda entera, no en dosis, no en dosis”.
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