UN FEROZ TRIBUTO A LA SENSUALIDAD DEL NORTE ARGENTINO.
La tragedia de un pueblo
Algo en el aire
Jorge Paolantonio
Seix Barral
214 páginas.
Por Sergio Di Nucci
Apartando la cuestión acerca de la legitimidad del término “literatura regional” (¿acaso no lo es toda, necesariamente?, apuntaría el coro de escritores a quienes se suele agrupar bajo ese rótulo), la novela del además de novelista, poeta y autor teatral catamarqueño Jorge Paolantonio Algo en el aire es un tributo (por momentos sonriente, por momentos feroz) al velado erotismo del norte argentino y sus crueldades. Las primeras cuatro líneas la resumen: “Cristina, rebautizada Cotona por las dificultades articulatorias de un hermano cretino que le llevaba cinco años, era en realidad –y en la lengua de ese pueblo maledicente– ‘la pioja Otero’”. Ahí está todo: la vindicación del habla popular, la tensión en cada frase, inmunes a las ociosidades y demoras, la violencia del lenguaje, la omniscencia desacralizadora.
Son muy pocas las referencias a los años: una función de estreno en el pueblo –Muchachas que estudian, de Manuel Romero, que en Buenos Aires se vio por primera vez el 6 de septiembre de 1939–, un colorido personaje que se extasía con la lectura de un libro épico –el Kalevala–, pero también por Himmler y Hitler, y no mucho más. Dos grandes bloques de acciones conforman la trama, que se desarrolla en un pueblo del noroeste argentino. La primera es protagonizada por Osvaldo Soiffer, el admirador del nazismo que llega desde Buenos Aires para dirigir la escuela técnica de artes y oficios, y que rompe el precario equilibro ambiental al fornicar con Cotona y enamorarse de una exangüe adolescente. Y la segunda, por La Princesa Yolanda, nacido Julio, un “marginal incisivamente sincero” que entabla amistad mortal con la mujer de un dentista. Sobre ellos, sobre todos ellos se cernirá la tragedia, una tragedia que se organiza sobre el perenne dilema entre la exclusividad amorosa y sexual hacia una persona y el impulso exploratorio. Las últimas páginas son de una contundencia que no dan espacio a ningún tipo de interpretación consolatoria del “fenómeno pueblo chico”: la tragedia adviene por inadecuación al medio, por actuar de acuerdo a convicciones inconvenientes, sea por los motivos que sean, por efecto del tedio homicida, por coraje, por ingenuidad o por un fondo común de estas tres cosas.
El repertorio de la novela se completa, en sus avances y retrocesos, con “la feminista” Flora Fernández Mason, la Niña Cirila (anciana, soltera), Doña Onésima (una exacta y temible almacenera), el “Tuco” Ferrara, una asociación de madres y otra de “siestámbulos” a quienes dignifica evitar la siesta, el director del periódico La Luz, y muy poco más. Es eficaz el modo en que, contra todos los pronósticos, los protagonistas terminan por modificar sus destinos (y es una bonita invención, o una pequeña e inefable lección de vida, la adolescente de la que se enamora Soiffer, porque termina siendo un sujeto auténtico en su capricho irreductible). La cárcel, el encierro psiquiátrico y la santidad completan el cuadro de un relato prodigioso en el lenguaje que se nutre de “las pequeñas muertes”, como señala el narrador al final del volumen.
Es imposible saber hasta cuándo seguirá siendo materia de debate si es lícito hablar de “literatura regional” y si lo es, si tiende a ampliarse o a reducirse en un mundo global caracterizado por el debilitamiento de los Estados y la cultura nacional. Por lo pronto, los temas y subtemas de la corriente a la que adscribieron y adscriben en Argentina, con mayor o menor incomodidad, Héctor Tizón, Daniel Moyano o Juan José Hernández, tienen continuidad, con los avatares del caso, en esta incisiva novela de Jorge Paolantonio.