Domingo, 15 de junio de 2008 | Hoy
EL EXTRANJERO
Richard Price, el eximio narrador del lado más noir de las urbes (Clockers, Samaritan, pero también guionista de El color del dinero y Prohibida obsesión, entre otras, y de la extraordinaria serie The Wire), construye un policial que no se conforma con ser sólo eso. Y lo bien que hace.
Por Rodrigo Fresán
Lush life
Richard Price
Farrar, Straus and Giroux, 2008
455 páginas
Pongamos que se llama thriller urbano. Algo que es un policial pero que no se limita ni se conforma con ser nada más que eso. Digamos que lo que allí se narra son historias noir oscuro protagonizadas por seres insomnes dando vueltas por la ciudad desnuda y que nunca duerme.
Y si alguien sabe de esto es Richard Price.
Y Lush Life, su nueva novela –que por estas noches figura en listas de best-sellers y está siendo alabada por la crítica norteamericana y a la que muchos le predicen un Pulitzer o un National Book Award–, trata exactamente de eso. De las caídas libres de presos en libertad cada vez más conscientes de una cárcel sin límites y que los persigue y los contiene no importa dónde vayan. Imposible fugarse.
Con intenciones menos panorámicas y balzacianas que Clockers y Freedomland, Lush Life es una historia más “pequeña” –como la de su anterior Samaritan– pero “pequeña” en el sentido de más íntima. Y –marca de la casa– es impresionante y admirable el modo en que Price narra y define y retrata mediante diálogos. La novela es, sí, conversación en un 80 por ciento y de ahí surge el problema más grande –sus derechos de traducción han sido adquiridos por Mondadori– para quien vaya a leerla de aquí a un año o dos en castellano: jerga, slang, inflexiones, modismos y giros son parte inseparable del argumento y –hasta donde yo sé– no ha nacido traductor en lengua española capaz de transferir todo esto a nuestro idioma. Buena suerte a quien le toque.
En lo que hace al argumento, Lush Life demuestra que se puede erigir una buena trama sin por eso tener que renunciar al apunte social y a la mirada rayos X. Y con mucho más y mejor ritmo que Tom Wolfe. Por encima de sus rasgos de procedural thriller, Lush Life atrapa –y más que posiblemente sea esto lo que la convierta en un libro que trascenderá al sabor del mes para quedarse como texto de consulta por los años que vendrán– como una virtual historia de lo que sucedió hace ya unos años en el Lower East Side cuando los pobres inmigrantes fueron erradicados de ese barrio para inaugurar coquetos restaurantes y sabrosas boutiques y parques y paseos donde los aspirantes a artistas como Eric Cash (el tan noble como patético “héroe”, manager de restaurante con aspiraciones de escritor, 34 años, jugando como un alter-ego de un posible Price que no triunfó: notar el chiste entre los apellidos con resonancias monetarias Price y Cash) o Ike Marcus (su “amigo” también indie-arty) cantan sus blues. Price, maliciosamente, se refiere a este grupo social como “La Bohemers” y una noche Ike se cruza en la trayectoria de una bala y muere y allí está Eric como testigo y llega la policía. Y, de pronto, hay ciertas inconsistencias en el relato de Eric, a quien Ike –más joven, con un futuro casi presente acaso más promisorio– nunca le cayó muy bien. Lo que sigue es la paciente investigación del oficial de policía Matty Clark. Pronto, los medios deciden que el asesinato es simbólico de “algo” y, ay, Cash descubre que es famoso por todas las razones incorrectas. Pero, por lo menos, ahora es alguien conocido. Las voces de Cash y de Clark son dos de los lados del triángulo oral del libro. El tercer lado lo ocupa y ofrece Tristan, un adolescente con sueños gangsteriles de los suburbios. Y si algo es necesario para probar el particular genio de Price, ahí están las muchas pero muchas páginas de la escena del interrogatorio.
Price –habitual guionista de The Wire, tanto mejor que Los Soprano, donde aparece en un breve cameo como profesor de taller literario de prisión de máxima seguridad– afortunadamente escapa al tan en boga shakespearenismo lumpen (ese que practica Dennis Lehane en Mystic River y Sydney Lumet en su nueva película Before the Devil Knows You’re Dead; esos argumentos donde parientes y amigos se matan entre ellos y lloriquean). Lo suyo es otra cosa muy diferente. Lo suyo –eso que aprendieron tan bien discípulos como Peter Blauner o Colin Harrison– es pintar su aldea y a aquellos que la ensucian y la iluminan con graffiti color rojo sangre. Price se planta frente a todo eso y lee entre líneas para después escribir en línea recta.
Es decir, a Price le interesan el crimen y el castigo. Pero le interesa todavía más el etcétera.
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