Domingo, 20 de julio de 2008 | Hoy
SASTURAIN
Pagaría por no verte es la nueva entrega de las aventuras de Etchenike, el personaje con el que Juan Sasturain incursionó en la ficción hace ya dos décadas. Un esperado regreso con menos melancolía y más melodrama noir.
Por Martín Pérez
Pagaría por no verte
Juan Sasturain
Sudamericana
320 páginas
La pesada tarde de verano da paso a una noche no menos calurosa, y es entonces cuando el veterano finalmente se decide a concurrir a esa curiosa fiesta de cumpleaños de un amigo con el que hace tiempo no se ve, y se prueba ese único traje liviano que hace años que no usa. Taxi a Retiro y tren al Tigre con una fiel pero extraña compañía: las Memorias íntimas de Georges Simenon. “A quién se le ocurre traer un libro a una fiesta”, le dirán más tarde, cuando la fiesta ya no sea tal, y todo el mundo intente descubrir una forma para volver a casa. Al único que se le puede ocurrir –eso está claro– es a Etchenike, un detective privado tan particular, que su mejor amigo no es ni una mujer ni un arma, sino un verdadero ladrillo casi interminable, en versión pocket y en francés, que en el transcurso de Pagaría por no verte, tercera incursión de Juan Sasturain en el mundo de ese personaje al que califica pudorosamente como “veterano” para no delatar tan rápidamente su decrepitud, terminará siendo casi un protagonista más de la historia. Ambientada a comienzos de los ’80, con la dictadura comenzando su retroceso pero detentando aún todo el poder, Pagaría por no verte tal vez sea la menos ominosa de las novelas de Etchenike, al tiempo que se permite incursionar con mucha efectividad en el resbaloso terreno de la intimidad de su protagonista, sin dejar de ser un policial hecho y derecho, claro está.
Creado allá por el comienzo de la primavera democrática pos-dictadura, de la que a fines de este año se cumplen las bodas de plata, Etchenike era Etchenaik, y nació como folletín en el efímero diario La Voz. Sus primeras aventuras se prolongaron más allá de las 138 entregas que duró el matutino, y terminaron compiladas en dos volúmenes bajo el nombre Manual de perdedores, que era el título del folletín diario. Dos años después de la publicación del segundo tomo en la colección Omnibus de Legasa, apareció Arena en los zapatos (Ediciones B, 1989), la segunda aventura de Etchenaik y su banda. Más melancólico y redondo como obra que los anteriores, Arena... tenía un pesado aliento trágico, como un auténtico manual de perdedores. (Ambos libros han sido reeditados recientemente por Sudamericana, con portada de Chichoni.) De entonces hasta esta tercera entrega han pasado casi dos décadas, y es inevitable que algunas cosas hayan cambiado. La más relevante, tal vez, es que la sombra innombrable de la dictadura ha dejado de flotar sobre esta nueva entrega. La novela de Sasturain nombra lo que hay que nombrar, pero lo hace principalmente para sacarse de encima todo eso con lo cual no habría policial, sino sólo crímenes de Estado. Pagaría por no verte tiene parapoliciales dando vueltas, cómo evitarlo. Pero son funcionales a una trama que es puro policías y ladrones. O, mejor dicho, policías y detectives privados.
En aquella fiesta a la que concurre acompañado por Simenon, el ahora rebautizado Etchenike volverá a ponerse en contacto con un viejo amigo de barrio devenido en empresario. Quien hará el contacto, en realidad, será su hija, y una compleja trama de engaños, pasiones y poder irá envolviendo una historia en la que el veterano y sus fieles secuaces –el gallego Tony García y el Negro Sayago– harán lo que todo detective privado sabe hacer: recibir golpes, salir corriendo y, cuando se pueda, devolverlos. Hacia el final de la historia, Etchenike recuerda que en la última novela de Hammett el protagonista lo único que hace es recibir llamados, justo lo que parece estar haciendo él en ese punto de la trama. Jocosamente autoconsciente de su rol, pero ya sin pedir disculpas por lo inverosímil que –bajo ese retrato clásico– resulta en ese contexto, Etchenaik es un personaje querible y, gracias al dinamismo de un libro que se deja leer generosamente, es un gusto volverlo a ver (leer) en acción.
Pagaría por no verte, es cierto, sufre un tanto por esa insistencia en buscar un final de policial clásico, aun cuando se burle de sí misma por eso. Pero cuando se atreve a meterse en la historia personal de Etchenaik –incursionando (o inventando) casi en el melodrama noir– encuentra lo mejor de una de esas raras novelas que se pueden leer de un tirón. Y se disfrutan con ganas.
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