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Domingo, 12 de octubre de 2008

EL EXTRANJERO

Hasta nunca, Columbus

Con su tercera novela en tres años, y tras una serie dedicada a la agonía de la edad y la enfermedad, Philip Roth vuelve la mirada a los años, el aire y los escenarios de su iniciático Goodbye, Columbus (1959). Pero –Roth nunca se lo permitiría– lo hace lejos de la repetición, la nostalgia o la elegía.

 Por Rodrigo Fresán


Indignation
Philip Roth

Houghton Mifflin, 2008
233 páginas

En la ya clásica comedia de 1985, en la primera parte de Volver al futuro, el simpático estudiante adolescente Marty McFly retorna al pasado de sus padres. Indignation –la nueva y breve pero tan intensa novela de Philip Roth– sigue el mismo curso pero aquí es el escritor quien parece retornar a sus propias fuentes, a los ambientes y paisajes de Goodbye, Columbus and Five Short Stories (1959).

Ya se sabe: año 1951 y un joven judío infiltrándose en el mundo de los wasp, seduciendo chicas gentiles y sensuales, soportando la sombra de padres insoportables (pero que tanto te quieren) y cuestionando y burlándose de las creencias religiosas de los mayores mientras el mundo entero parece derrumbarse por el solo placer de levantarse definitivamente cambiado.

Sin embargo, aquí este déjà vu picaresco dura poco y enseguida comprendemos que Indignation –con su ya habitual portada tipográfica y austera diseñada por el gran Milton Glaser– es una novela sobre el pasado irrecuperable escrita desde el impiadoso presente y firmada por el portentoso Roth que, en los últimos años, nos ha venido acostumbrando a páginas cada vez más fúnebres y oscuras.

De hecho, Indignation es –junto a Everyman, traducida como Elegía– el segundo libro en poco tiempo en el que Roth vuelve a ponernos en manos y en voz de un narrador ectoplasmático transmitiendo desde el más allá. O tal vez –como apuntó Roth en una reciente entrevista– Marcus “Markie” Messner no haya muerto aún. Pero -–flotando y hundiéndose en un delirio de morfina– está claro que le queda poco por vivir y todavía menos que contar y de ahí su observación obsesiva, casi científica, sobre su breve y vulgar existencia.

Y tal vez lo más interesante –el gran logro– de Indignation es que Markie, 19 años y quien no vacila en describirse como “el chico más agradable del mundo”, es un personaje detestable, irritante, quejoso, desbordante de prejuicios, embarcado en una cruzada que lo lleva hacia la perfección y lo aleja primero de los peligros de la Guerra de Corea y después del mundo de sus progenitores: un carnicero kosher enloqueciendo de a poco aterrorizado por la posibilidad de que algo le ocurra a su hijito y una mujer casi santa en su capacidad para aguantar los terrores de su marido y los llantos de su hijo.

Así –como bien señaló un crítico– Indignation (que Mondadori publicará en castellano a la brevedad) tiene interesantes puntos de contacto con el relato “The Jolly Corner” y la novela inconclusa The Sense of the Past de Henry James: tramas alternativas y fantasmagóricas en las que James ensaya lo que podría haber sido o dejado de ser si el propio rumbo se hubiera torcido. La diferencia con Roth es que aunque Markie sea judío de Newark, New Jersey, no quiere ser escritor, no tiene imaginación alguna (apenas se fantasea como abogado o, mejor dicho, como todos los clichés y alegatos comunes de un abogado triunfal), sufre accesos de vómito mientras polemiza con el decano citando a Bertrand Russell, y –lo más importante y lo menos zuckermaniano de todo– ni siquiera es capaz de disfrutar de la fellatio que le practica la bella y fatal Olivia Hutton, otra de esas perfectas mujeres con imperfecciones (o un poco bastante locas, si se prefiere) que son la especialidad de la casa Roth.

Los últimos tramos de Indignation –donde destaca un episodio de locura colectiva y estudiantil y sexual en un college de Winseburg, Ohio, y una terrible postal desde el frente de batalla– tienen, de algún extraño modo, el aire delicadamente pesadillesco y gótico de las aulas de otros dos alumnos conflictivos y conflictuados más o menos preocupados por sacar buenas notas: el joven Toerless de Robert Musil y Jakob Von Gunten de Rober Walser.

Indignation es la tercera novela que Roth publica en tres años -–su ritmo comienza a parecerse al de su detestado Woody Allen–, y está lejos de la expansiva concentración de su Trilogía Americana compuesta por Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana (aunque podría cerrar o no una suerte de tetralogía agonizante que incluye a El animal moribundo, Elegía y Sale el espectro). Tampoco goza de la furia eufórica y blasfema de esa obra maestra sobre el desenfreno del maldito que es El teatro de Sabbath. Pero Indignation –ocupando estos días la décima posición en la lista de best-sellers de The New York Times– es un libro raro en el buen sentido de la palabra, que se lee en una tarde, y del que se sale con la extraña sensación de haber espiado algo que no se debía ver por el ojo de una cerradura. De haber mirado ahí dentro para contemplar a un hombre suspirando y riendo y relamiéndose al mismo tiempo (algo así como la versión jewish writer del Joker de Heath Leadger) mientras nos enfrenta a una situación espantosa, clásica, definitiva: la inmemorial certeza de la que suelen alimentarse los grandes mitos y que nos demuestra, de nuevo, que una tontería puede convertirse –rodando montaña abajo– en el alud de una gran catástrofe sin retorno.

John Banville consideró a Indignation “como el mejor libro de Roth desde Las vidas de Zuckerman” (The Counterlife, de 1986 y aceptado como el punto donde comienza la Edad Madura del autor). Charles Simic la consideró “poderosa y rugiendo de furia”. A David Gates le asombró el modo en que “Roth en ocasiones desciende a una prosa vulgar simplemente porque se tiene una suprema confianza como maestro contador de historias. Y esa es, paradójicamente, su suprema humildad: estar al servicio del argumento y de sus criaturas”. A Christopher Hitchens, en cambio, le parecieron páginas casi senilmente desprolijas, juveniles y masturbatorias.

Lo único que puedo decir yo –acabo de leer su línea final, todavía conmovido y shockeado– es que terminé la última página de Indignation y, justo antes de empezar a escribir todo esto, como en una fiebre, volví a comenzarlo para así intentar descubrir, en vano, cómo Philip Roth lo había hecho, cómo Philip Roth lo había vuelto a hacer.

Si alguna vez –aunque lo dudo– lo averiguo, prometo comunicarlo.

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