Domingo, 6 de septiembre de 2009 | Hoy
Musulmanes reúne en un solo aliento toda la intensidad de un relato de droga, filosofía nihilista y el alumbramiento de una nueva vida.
Por Ezequiel Acuña
Musulmanes
Mariano Dorr
Casa Nova editores
128 páginas
Musulmanes es un libro hermoso y despiadado. Y la sensación dominante es que está escrito desde las entrañas. Sobre todo es una muy buena conjunción de tres poderosas corrientes de energía, porque en la escritura de Mariano Dorr hay mucha literatura –pura y terrenal–, mucha filosofía –humana y nihilista– y mucha droga de todos los tipos y colores. Por un lado está la historia de la cocaína y otras drogas, las anécdotas de la vida cotidiana a base de aspirar, y un repertorio de personajes –amigos del narrador, dealers, amantes, compañeros de trabajo, drogones cualesquiera– que se va sucediendo como un muestrario de formas de drogarse, de desear y de vivir. Por el otro lado hay un bebé en camino, un futuro cercano como padre, el relato de la abstinencia y todo lo que implica formar una familia.
Musulmanes viaja desde el más divertido y delirante estilo pánico y locura porteño, hasta los rincones más pulsionales y oscuros. Pero ciertamente toda la historia de cocaína y reviente tiene para Mariano Dorr una energía negra. La espera del bebé y el nacimiento funcionan como el rescate; la llegada próxima de ese bebé que se llamará Margarita es el elemento disruptivo que permite salir y contar todo “el loco” desde afuera, desde la abstinencia pero también desde la cordura con cierta nostalgia. Musulmanes parece ser un libro que no pierde tiempo en minucias, una novela despreocupada por el maquillaje y la forma correcta de vestirse. Se conforma con escribirse con lo que hay a mano, y cuando el lenguaje de todos los días no alcanza, inventar algunas palabras o hacer uso de jergas posibles. Y sin embargo, no parece haber oraciones de más, ni una sola desprolijidad.
Esa misma energía negra que surge de la escritura de Dorr para contar la cotidianidad de la droga parece transformarse y volverse energía blanca y pura poco antes del nacimiento para tomar una nueva forma en el bebé.
“Lo mejor de la droga –para nosotros– era sentir que la excitación y la euforia finalmente se extenderían para siempre, que nunca iríamos a bajar, que nadie volvería a dormirse jamás y que, en lugar del sueño, la vigilia se instalaría en nosotros en un solo golpe de lucidez que era, al mismo tiempo, un martillazo en el centro de las estructuras de la realidad. Margarita reúne su implacabilidad en la figura cangreja de la tenacidad.”
El contraste entre un tipo de relato y otro, entre lo negro y lo blanco, pero sobre todo la intensidad de la escritura de Dorr convierten a Musulmanes en algo bastante cercano a una experiencia sensible. Visto a grandes rasgos sería fácil pensar que se trata de una novela bastante clásica. En definitiva, es un libro sobre las pulsiones de muerte y de vida, los masoquismos y nacimientos, las compulsiones y los deseos: lo que cuesta cumplirlos y lo que pesa evitarlos. Pero precisamente, su mejor logro es su frescura, esa forma tan sensorial de ser leída.
Cabría preguntarse por qué un título como Musulmanes. Si es que la elección sólo se detiene en la referencia de Primo Levi a los golpeados y desnutridos con vendas en la cabeza en el campo de concentración. O si tal vez se trate de una inmolación literaria, tal vez una sencilla provocación filosófica, quizás una palabra más, inmotivada, producto de una epifanía de la cocaína. En todo caso, la regla en el libro de Dorr parece ser la inclusión sin un registro único: de la mala vida a la intelectualidad, de la pornografía amateur a la literatura profunda, de la perversión al amor paterno. Como en la vida, Musulmanes va del cielo al infierno ida y vuelta.
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