Domingo, 18 de octubre de 2009 | Hoy
Por Juan Pablo Bertazza
El primer enigma de Georges Simenon es el de su nacimiento. El último da vueltas en el aire todavía ahora. En el medio, la duda de si Simenon –uno de los escritores europeos más vendidos y conocidos de todo el siglo veinte y el primer novelista contemporáneo en ver una obra suya adaptada al cine– vendió su alma al diablo para adquirir una rapidez fabulosa a la hora de escribir novelas, muchas de las cuales las firmó con hasta 27 seudónimos como Jean du Perry, Georges-Martin Georges, Gom Gut, Christian Brulls y George Sim.
El primer enigma es que si bien nació en Lieja, Bélgica, el 13 de febrero de 1903, lo anotaron un día antes, aparentemente por la superstición del número yeta. El último es la razón por la cual, a veinte años de su muerte ocurrida el 4 de septiembre de 1989, sus libros se siguen comprando a lo largo de todo el mundo con un fanatismo que roza lo patológico. Para eso el propio Simenon apunta, desde el más allá, una primera respuesta: “Según las últimas estadísticas que manejo, a los 20 años un campesino francés emplea más o menos 600 palabras; los burócratas de las pequeñas ciudades usan entre 800 y 1200; la pequeña burguesía, 1500 y los intelectuales de 2000 a 2500. Cuantas más palabras uses, menos posibilidades tenés de ser comprendido; las resonancias de cada palabra difieren en cada lector y hay que usar pocas palabras abstractas; más palabras como ‘mesa’, ‘nube’ y ‘cama’, y menos palabras como ‘sublime’ o ‘exteriorización’. Es por eso, seguramente, que mis libros se traducen a un centenar de lenguas”.
Lo notable es que el fanatismo por Simenon trasciende todas las clases sociales, y no alcanza sólo a los amantes de las novelas negras sino también a figuras canonizadas de la literatura, en una amplia gama que va desde su amigo André Gide hasta Petros Márkaris (“Stieg Larsson necesita 800 páginas para contar lo que Georges Simenon cuenta en 150 palabras”), pasando por Gabriel García Márquez, quien alguna vez dijo que El hombre en la calle era lo mejor que había leído en su vida, y, entre nosotros, Osvaldo Soriano, declarado fan.
En 2003, con motivo del centenario de su nacimiento, se generó una especie de revolución en Lieja, su ciudad natal, a partir de una inmensa muestra montada en una carpa de 25.000 metros cuadrados en donde se mostraban fotos de la familia Simenon, documentos oficiales del joven George (como un certificado del Collège Saint-Servais de Lieja donde estudió hasta 1918, año en que este gran autodidacta abandona definitivamente los estudios), algunos de sus primeros artículos publicados en la Gazette de Lieja donde empezó a trabajar a la temprana edad de 16 años, primeras ediciones de sus libros, manuscritos y esquemas llenos de fóbicos y apasionados lápices de colores, calendarios marcados, pipas, camisas de cuadros rojos, fotos del bautismo de su barco Ostrogoth además de su licencia para manejar sobre el agua y, entre otras cosas, una carta de su editor Fayard remarcándole que una de las escenas de Maigret le parece “inverosímil”. Al mismo tiempo, Tusquets hacía lo propio editando toda su obra con el detalle de un fósforo encendido en los lomos y cubiertas de los libros.
Este año se trató de recordar los veinte años que pasaron desde su muerte, para lo cual varias ciudades europeas –especialmente, París y Lausana, dos de los lugares emblemáticos en la vida de Simenon– programaron también diversos actos, debates, exposiciones y conferencias en honor al escritor fallecido a los 86 años. En París, por ejemplo, hubo una gran exposición del pintor Marc Taraskoff con 45 portadas originales de sus novelas, mientras que en Lausana hicieron una prolongada demostración de las técnicas utilizadas por la policía científica de esa ciudad, las cuales eran adoptadas por el propio comisario Maigret. Pero lo que tal vez sea más significativo, se acaba de publicar el Autodiccionario Simenon, una compilación de citas y proverbios del novelista belga, que el periodista francés Pierre Assouline ha rescatado de sus libros, correspondencia personal, conferencias o entrevistas. “Una nueva mirada sobre la vida y obra de Simenon” anuncia el autor, quien ya había escrito en 1992 una biografía.
Hay algo totalmente pantagruelesco en la obra de este autodenominado “anarquista cerebral” y sonámbulo que, aún hoy, sigue siendo uno de los autores más prolíficos, más traducidos y más adaptados al cine y a la televisión en todo el mundo. Un total de 192 novelas, 158 relatos cortos, varias obras autobiográficas y numerosos artículos y reportajes publicados dan fe de su extraordinaria fecundidad. Ya en materia de mercado, más de 550 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, traducidos a 55 lenguas y publicados en 44 países, convierten a Simenon en el autor europeo más vendido del siglo XX, después de Agatha Christie.
Una barata interpretación psicológica diría que la impresionante fecundidad con que Simenon gastó la punta de su lápiz compensó el dolor que le causaba la pésima relación que tenía con su madre quien, según los especialistas, lo prefería toda la vida a su hermano menor Christian, algo de lo cual se puede entrever en novelas como Pietr-le-Letton y Le Fond de la bouteille.
Sin embargo, podría decirse que Simenon fue un hombre afortunado con las mujeres. O eso dejó entender él mismo cuando, durante una conversación con Fellini a propósito de la película Casanova, confesó haber tenido sexo con treinta mil mujeres, aunque su segunda mujer limitó la cifra a “no más de mil doscientas”; y el propio director italiano hizo un homenaje a esa confesión en la película La ciudad de las mujeres. Entre las amantes conocidas de Simenon se cuenta, nada más y nada menos, que Josephine Baker, la reina de la noche del París de los años treinta.
Claro que entre tanto goce hubo más de una espina. No sólo porque Simenon pasó la mayor parte de su vida casado –contrajo matrimonio con su segunda mujer, la joven canadiense Denyse Ouimet, al día siguiente de divorciarse de la primera, la pintora Régine Renchon– sino también por el suicidio de su única hija Marie-Jo, que sufría problemas mentales al igual que su madre Denyse.
A eso habría que sumarle su unión con la italiana Teresa, una doncella que había ingresado en la casa de Lausana de los Simenon cuando la salud y el alcoholismo de Denyse eran incontrolables, y quien lo acompañaría durante los últimos años de su vida, además de sus innumerables affaires extramatrimoniales, gran parte de ellos con prostitutas.
Esa vida llena de polleras y, por ende, de problemas, como no podía ser de otra forma, le sirvió a Simenon como fuente de inspiración para sus obras, como Tres habitaciones en Manhattan (1946), donde recuerda su idilio con la secretaria canadiense que luego sería su esposa, o Carta a mi madre (1974), escrito cuatro años después del fallecimiento de su madre.
Según John Simenon –hijo del escritor–, la ciudad natal de Georges siempre tuvo muchísima importancia en su literatura: “De hecho yo he conocido Lieja a través de sus obras. Para él la infancia fue muy importante, mi padre era como una esponja en aquella época, además su escritura era una forma de dar salida a sus inquietudes y a la falta de amor de su madre”, contó John. “Todo en su obra era biográfico. El decía que no tenía ni inspiración ni imaginación y que todo lo que escribía lo sacaba de la vida.”
Pedigree (1948) es la prueba cabal del testimonio de su hijo. Con más de 500 páginas de extensión, además de ser la más larga de sus novelas (la segunda es L’horloger d’Everton, de 1954, y hay que decir que la mayoría de sus libros son más bien breves) y la que más tiempo le llevó escribir, esta es la novela que menos depende de una intriga, la más autobiográfica, la más ligada a su infancia y adolescencia, y, sobre todo, la más anclada en la ciudad de Lieja. Con algo de novela popular, novela familiar, novela de educación, novela de clase y sátira de la pequeña burguesía de provincia, esta es sobre todo una canción de gesta sobre los pequeños personajes, la novela de una ciudad, la crónica emblemática de Lieja durante las primeras decádas del siglo XX.
Para muchos no sólo es su obra maestra sino también una de las novelas más acabadas de la literatura moderna.
“Yo no tengo de verdad ninguna nacionalidad: mi madre era mitad holandesa mitad alemana, mi padre mitad francés mitad valón. Me casé con una canadiense y muchos de mis hijos nacieron en EE.UU.” A tal punto fue nómada el espíritu de Simenon que parece pertenecer a una tradición de escritores en habla francesa que llega a nuestros días con el anteúltimo Nobel, J. M. Le Clézio. Si sus novelas hacen referencia a 1800 lugares en el mundo entero, podría decirse que más que bibliografía, la obra de Simenon constituye un gran mapa. Y fueron muchas las ciudades en las que el autor belga llegó a instalarse, como París, La Rochelle (Francia), Laurentienne (Canadá) o Lakeville (Estados Unidos) hasta que finalmente eligió Lausana (Suiza) para terminar su vida.
En 1928, después de pasearse en un pequeño barco por los ríos franceses, Simenon se saca el carné de capitán de barco y se hace a la mar con el Ostrogoth, un balandro de diez metros, y junto a Tigo, su primera esposa, emprenden rumbo hacia el gran Norte (Bélgica, los Países Bajos y el Cabo Norte). Es durante ese viaje que Simenon empieza una novela en la que aparece un tal Maigret.
Viajero infatigable pero antiturista –después de una larga travesía por el Mediterráneo, se embarca en un viaje alrededor del mundo entre 1934 y 1935– el propio Simenon declaró alguna vez: “Yo considero al turista como enemigo del mundo entero porque lo pervirtió absolutamente todo. Además generó que todas las ciudades se parezcan a todas las ciudades; ya sea en Francia, Argentina, Brasil, Perú o La India”.
Pero si hay una ciudad de total importancia en la vida de Simenon, además de su ciudad natal, esa es París. Simenon llega ahí en 1922 a los 19 años, luego de la muerte de su padre. Fascinado más por su bohemia que por su clasicismo, y más por sus zonas oscuras que por sus luces, Simenon hace de París la ciudad privilegiada y más presente de sus novelas y el lugar favorito de las investigaciones de Maigret.
“Muchos de los lugares que Simenon describe, sobre todo en los libros de los años cuarenta, desaparecían poco después. Ningún antropólogo cultural habría podido preservarlos mejor para la posteridad” dijo Lis Harris, un crítico del New Yorker.
La segunda ciudad más evocada en sus libros, luego de París, es La Rochelle, donde se instala desde 1932 a 1936. El contraste entre la visión positiva que Simenon tiene del paisaje y la visión negativa sobre la burguesía molestará a muchos de sus habitantes. Aunque, finalmente, en 1989, la ciudad le rendirá un homenaje al bautizar con su nombre al muelle situado al frente del de los Grandes Yates.
También en 1932 emprende un corto viaje de poco más de dos meses a Africa, un periplo suficiente para hacerse una idea definitiva sobre la colonización (belga, inglesa y francesa) y acumular una rica materia para muchas novelas y nouvelles: 600 fotografías de gran calidad y un reportaje bajo el título “La hora del negro” que apareció en el hebdomadario Voilá ese mismo año. Es en este viaje donde concibe la idea del hombre desnudo, fundamental en su obra porque determina que su carrera novelística sea la búsqueda del conocimiento del hombre tal como es, desembarazado de todo maquillaje social, cultural e intelectual bajo los cuales suele disimularse la condición humana. El mayor propósito de este viaje fue denunciar las mentiras de la propaganda colonialista y rechazar las seducciones del exotismo fácil. “La hora del negro” es, así, un panfleto violento contra la empresa colonialista y contra el estereotipo de un Africa lujurioso, alegre y colorido. Esa misma nota terminaba diciendo “Africa nos habla y nos dice mierda” en alusión a una publicidad de Citroen que decía “Africa nos habla”. El artículo generó la terrible paradoja de que le retiraran a Simenon, al gran viajero, por un tiempo, todas las visas por anticolonialista.
Ya convertido en un autor exitoso, Simenon se instala en 1933 en Porquerolles, la mayor isla del Mediterráneo francés, y los salvajes paisajes de la isla le inspiran cuatro novelas. Venía de abandonar Fayard para pasarse a Gallimard; en ese contexto de éxito busca una vuelta a la naturaleza. En ese lugar, la pesca será su principal pasatiempo.
Ya en 1945, Simenon se lanza a la conquista de Nueva York que también va a tener un lugar muy importante en su obra, sobre todo por el valor simbólico que adquiere sobre todo lo que es América. Descubre NY en dos o tres días durante fines de diciembre de 1934, una corta escala en su vuelta al mundo; y vuelve 15 años más tarde, el 10 de octubre de 1945.
Según muchos, en ese itinerario interminable, el último gran misterio de la vida de Simenon es el hecho de que si bien vivió sus últimos treinta años, desde 1957 hasta 1989, en Lausana (el lugar del mundo donde más años vivió), Suiza prácticamente no tiene ningún lugar en sus novelas.
Un párrafo aparte merece Jules Maigret. Simenon cuenta que él se encontraba en septiembre de 1929 en el pequeño puerto holandés de Delfzijl donde había dejado para arreglar su barco y ahí se le apareció el personaje como en una especie de iluminación. Pero muchos especialistas dijeron que no se trataba más que de una leyenda para envolver de mito al personaje, un personaje que no nació de golpe y porrazo sino más bien luego de un obsesivo y lento trabajo por parte del escritor. Lo cierto es que el comisario Maigret, uno de los grandes personajes de la literatura policial, apareció por primera vez en 1931 en la novela Pedro el Letón y se mantuvo hasta 1972, en Maigret y Monsieur Charles, durante setenta y cinco novelas y más de veintiocho novelas cortas. “Maigret y yo terminamos por parecernos un poco: pero soy incapaz de decir si es él que se fue pareciendo a mí o yo a él; es cierto que yo tomé algunas de sus manías y él algunas de las mías; muchos se preguntan por qué no tuvo hijos si siempre tuvo ganas. Esa es su gran nostalgia. Bueno, es porque cuando empecé a escribir las Maigret (escribí al menos 30 antes de tener un hijo) mi primera mujer no quería tener y me había hecho jurar, antes de casarnos, que no los tendríamos... Además yo envejecí más rápido que él; en su última reencarnación tiene 53 y medio, y cuando yo lo creé tenía ya 40 o 45; por lo que vivió 15 años mientras yo vivía casi 40; es decir que le di, sin saberlo, mis experiencias y él me dio su actividad. El es uno de los pocos personajes, si no el único, que tiene puntos de contacto conmigo, todos los otros son totalmente independientes de mí” confesó Simenon.
“El estilo de Maigret, de comprender y no juzgar, era el del propio Georges Simenon; tenía opiniones muy fuertes, que no cambiaba, pero tampoco juzgaba”, confirmó alguna vez su hijo, quien declaró que Maigret está inspirado en gente que su padre conoció, como su primer jefe en París, el escritor Binet-Valmer, o su abuelo, “el hombre que él siempre hubiera aspirado a ser, de vida calmada y tranquila”.
Uno de los grandes misterios en la vida de Georges Simenon, a quien le gustaba decir que “la vida de cada hombre es una novela”, es su ideología. Si bien de muchas entrevistas y de ese panfleto anticolonialista puede leerse un marcado interés hacia lo humano, abundan los rumores de que fue colaboracionista. Según algunos, sólo se trató de un gran malentendido debido a una serie de desgraciadas coincidencias (como su permanencia en Francia durante la ocupación nazi, sus contactos con la extrema derecha francesa y la filiación hitleriana de su hermano menor) lo que provocó una acusación de colaboracionista que le llevó a autoexiliarse durante algunos años en los Estados Unidos. El episodio empezó en 1944, cuando Simenon se instala en Francia y recibe una orden de detención, un episodio kafkiano que lo tendrá en vilo durante más de siete meses; la detención tenía que ver con los rumores de que había servido a la causa alemana publicando novelas en periódicos colaboracionistas y cediendo los derechos a una sociedad de capitales alemanes.
Por otro lado es innegable la insistencia de sus libros en lo que refiere al sufrimiento humano.
En Los crímenes de mis amigos (1938), por ejemplo, un libro insólito con algo de crónica, reportaje y ficción, postula una pregunta que se vuelve leitmotiv de su obra: ¿cómo nace un asesino? Algo que retoma en Carta a mi juez (1946), un maravilloso trabajo cuyo desconocimiento marca a las claras que todavía no hubo una lectura profunda de Simenon capaz de sumergirse en la profundidad de su obra y rescatar los mejores libros. En esa novela, el especialista en policiales, y de quien todos dicen que tiene un estilo sin estilo; medido, económico, sobrio y falto de humor, hace decir al protagonista (un preso que decide contarle a su juez los motivos de su homicidio) que el amor es la necesidad de comunicarse consigo mismo y con el otro, porque uno se encuentra tan maravillado, tiene tal seguridad de estar viviendo un milagro, tanto miedo de perder algo que jamás había esperado, que la suerte no le debía y quizás le dio por distracción, que a todas horas se experimenta la necesidad de tranquilizarse y, para tranquilizarse, de comprender”.
Simenon contaba que por capítulo escrito bajaba 800 gramos y por novela 5 kilos que los recuperaba en menos de un mes. “Cuando uno escribe así, dejás de pensar en expresar ideas, uno piensa en mantener el estado de gracia, un estado completo de vacío de sí mismo para ser el otro. Desde los 15 o 16 años, tuve curiosidad por el hombre y por la diferencia entre el hombre vestido y el hombre desnudo; el hombre tal como es y el hombre tal como se muestra en público, e incluso tal como se mira al espejo. Todas mis novelas, toda mi vida no han sido más que una búsqueda del hombre desnudo.”
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