Domingo, 25 de octubre de 2009 | Hoy
Por Claudio Zeiger
Unos días atrás, un globo de gas helio que surcaba el cielo de Denver, Colorado, mantuvo en vilo a los Estados Unidos y a gran parte de los habitantes del mundo que lo vieron por cadenas de televisión. Recordarán que el condimento fuerte de la noticia era que, presumiblemente, en el globo que iba y venía sin ton ni son por un cielo embravecido viajaba un niño de seis años. ¿Qué estaría ocurriendo ahí adentro? ¿Estaría con vida el niño? ¿Resistiría? ¿Se daría cuenta el pequeñín de que no era un juego sino una tragedia lo que estaba viviendo? El globo finalmente aterrizó vacío y poco después el niño apareció en el desván de su casa. Una broma que se escapó de las manos. Los padres crearon un reality show casero para ganar dinero. El padre es un mesiánico que cree en el inminente fin del mundo y buscó vender su historia para construirse un refugio antiapocalipsis. Estas hipótesis quedaron flotando en el aire ventoso de Denver, Colorado.
¿Qué habría hecho Roberto Arlt de recibir esta noticia por cable, entre 1937 y 1942, mientras escribía crónicas especiales para el diario El Mundo? Debió imaginar el globo, el cielo, el viento y (como nosotros) el niño en el globo. Probablemente habría titulado “En Denver los globos se tragan a los niños”, o algo así, y habría contado lo que pasaba por la cabeza del niño hasta el aterrizaje, y de ahí al desván de donde nunca salió. Y se habría olvidado del asunto, como nosotros. Pero habría contado la historia captando su núcleo de originalidad, su costado paradójico.
Son especulaciones, claro está. Así como, en el prólogo de El paisaje en las nubes, Ricardo Piglia especula sobre los destinos de Arlt en ese futuro que tanto imaginó y nunca vivió.
“Parece tan difícil imaginar la vejez de Arlt como la juventud de Macedonio Fernández. ¿Qué hubiera pasado con Roberto Arlt de no haber muerto a los 42 años? ¿Hacia dónde habría avanzado su escritura?”, se pregunta Piglia. Estirando el futuro y la vida de Arlt se puede agregar: ¿cómo habría reaccionado Arlt frente a la televisión, a Internet, a las tecnologías de la comunicación que acercan mundos coloridos, pero también los encapsulan en una burbuja de ajenidad, donde todo pasa pero en un punto ciego parece que nada pasara de verdad?
Internet y la televisión nos enfrentan a una figura posible y que, en sus ejercicios de periodismo literario, Arlt encarnó como pocos: el cronista inmóvil. Hay una novela de Manuel Mujica Lainez, Los viajeros, donde éstos imaginan el viaje con tanto detallismo, que nunca logran zarpar. Son viajeros inmóviles. Cuando comenzó con estas crónicas tan atentas a lo que hoy se denomina “globalización”, Arlt venía de España y Marruecos, pero para escribir las columnas de las secciones Tiempos presentes y Al margen del cable más bien lo situamos en la tarde o tarde-noche de la redacción, la mano en la frente, el cable en el escritorio, el dato más o menos inverosímil a la mano, la mano en la máquina de escribir, el sorbo de café y a galopar. Quizás exageramos. Hay un cuidado expresivo en estas crónicas que nos dan una imagen de ritmo más desacelerado, pero la inmovilidad de una escena de lectura-escritura define los contornos dentro de los que se movería Arlt en esos años. Ya era el autor de Los siete locos y Los lanzallamas. Era el periodista más que reconocido. Era Arlt.
¿De qué habla? ¿De qué escribe? ¿Qué mira? ¿Qué elige? Vértigo de los materiales: la guerra, las demoliciones de edificios en la ciudad de Buenos Aires, naufragios, caballos robados, ladrones de cadáveres, Hitler, Al Capone, Nijinsky, Valentino, Roosevelt, más guerra, más destrucción, más futuro, más modernidad apocalíptica. Pero no se trata de un registro al que sea ajeno la reflexión política, la opinión contundente sobre temas ciudadanos, temas de la comunidad. Sus lectores encontrarían –y apreciarían– la variedad, la heterodoxia, el estilo vital, pero también cierto ánimo editorialista tajante, la cosa es así o asá, por qué no, cierto moralismo.
Nosotros, lectores actuales de El paisaje en las nubes, encontramos otra cosa, otros ritmos, porque leemos seguidas las 700 páginas de crónicas como un novelón por entregas de la vida caótica. Como un rompecabezas donde las piezas que no encajan van quedando vertiginosamente atrás. Caos, fragmentos, planos superpuestos, colores fuertes. Arlt parece escribir a partir de un solo libro: Las mil y una noches. Todo su imaginario de cronista del mundo está impregnado de esa necesidad de contar para seguir, seguir para postergar, postergar para no morir. Y cuando se llega a la última crónica, Roberto Arlt acaba de morir de un infarto. La crónica –titulada El paisaje en las nubes– lo sobrevive unos instantes. Arlt es como una vibración en el aire que sigue emitiendo leves ondas. Vale la pena transcribir la “nota de la redacción” que acompaña el postrero texto con fecha 27 de julio de 1942: “Roberto Arlt contribuyó con su pluma a ennoblecer esta página, y su prestigio irradiaba sobre todas las firmas que aparecen en ella. Esta es su última nota, y en este momento de tremendo dolor no podríamos decir si es o no mejor que otras suyas. Pero repite una de las más preclaras modalidades de su conducta de escritor propenso a destacar el lado paradójico de la vida. Debe leérsela con una emoción particular, pues representa la última expresión de un espíritu excepcional en quien todos veíamos un hermano eminente”.
La “economía” de estas crónicas funden la figura del periodista y del escritor hasta volverlos indiscernibles. Por momentos estamos en el territorio de la máxima condensación. Una crónica es una novela o un cuento en miniatura: corazón desnudo de la noticia, del cable. Y en otros momentos nos agobia la cantidad de novelas que página a página nos saltan a la vista, se caen y van quedando irremediablemente atrás en el camino (elegimos dos donde esta fusión aparece representada con nitidez: en La búsqueda de Amelia Earhart, la tensión de la noticia es que no hay noticia, no aparece el cuerpo de la aviadora perdida en el océano; en Señores: soy el doble de Hitler se imagina una carta escapada de la censura nazi). Pero, ficción o realidad, crónica, cable o breve noticia, como bien destacaba la “nota de la redacción”, Arlt fue el gran cronista, móvil o inmóvil del lado paradójico de la vida.
El paisaje en las nubes
Roberto Arlt
766 páginas
Fondo de Cultura Económica
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