Domingo, 7 de febrero de 2010 | Hoy
Entre la filosofía y la mística, Vicente Fatone fue una figura importante y muy relegada en la cultura argentina. Profesor en varias universidades, llegó a ocupar el cargo de embajador en la India. La publicación de dos de sus obras puede encauzar un camino de retorno al pensador argentino de la filosofía oriental.
Por MARIANO DORR
Mística y religión
Vicente Fatone
Universidad Nacional
de Córdoba y Las Cuarenta
182 páginas
¿Por qué un libro sobre el conocimiento de Dios (o, mejor, sobre su desconocimiento) es un libro con plena actualidad filosófica? El intento por pensar de un modo no metafísico, ni objetivo ni subjetivo, por fuera de una lógica de la identidad, no tiene su origen en los esquivos ensayos que dejó el posmodernismo sino en el éxtasis de la mística. Por eso, Oscar del Barco (autor de El otro Marx y de numerosas publicaciones en revistas nacionales e internacionales) escribe en el Prefacio que Fatone, antes de todos los “post”, planteó un pensamiento errático “filosófico y post–filosófico, místico y post-místico”. Vicente Fatone nació en 1903, en Buenos Aires; consagró su vida al estudio de la filosofía oriental (y occidental), y murió en 1962. Fue profesor de Cosmología y Metafísica, y de Lógica en la Universidad Nacional del Litoral, profesor de Historia de las Religiones en la Universidad Nacional de La Plata y profesor titular contratado en la Universidad de Buenos Aires. Llegó incluso a ser embajador argentino en la India. Su influencia en la cultura argentina fue enorme y, aun así, la publicación de Mística y religión viene a (intentar) sacarlo del olvido: “Sí, un olvido generalizado, de casi todos, y más singularmente de la Universidad. En cierta medida, Fatone (aunque la edición del libro que estoy presentando podría, relativamente, desmentirme...) fue borrado de la universidad (deben ser muy pocos quienes lo lean y muchos menos los que estudien la formación y exposición de su pensamiento)”, escribe Oscar del Barco en un texto en el que repasa las obras de Fatone, ubicando al filósofo argentino en el centro de los debates éticos contemporáneos (en la línea abierta por Levinas y Derrida, continuada hoy –en Francia– por J.-L. Nancy y J.-L. Marion, y –en la Argentina– por Mónica Cragnolini y el propio Oscar del Barco). Jacques Derrida, en varias ocasiones, señaló que la deconstrucción no es una “teología negativa”; paradójicamente, negando esta filiación se acercó más y más a la extraña disciplina de estudiar a Dios mediante la negación de sus predicados. La “tradición mística” se inicia con la teología negativa del pseudo Dionisio (siglos V y VI d.C.), para quien “Dios no es ni alma, ni inteligencia, ni número, ni orden; Dios no es ni inmóvil, ni móvil; ni potencia, ni vida, ni esencia, ni eternidad, ni tiempo, ni sabiduría, ni verdad, ni uno, ni bondad, ni divinidad. Dios no es nada de lo que es, ni nada de lo que no es...”. En esta lógica del ni, ni..., la tradición mística es desarrollada por Fatone y presentada como una superación de la dialéctica.
Hegel enseñó que para comprender la realidad debíamos atender a sus tres “momentos” lógicos: el primero, la afirmación; el segundo, la negación (momento negativo que contiene al primer momento, pero negado); y el tercero, el devenir del uno en el otro (momento propiamente dialéctico). Vicente Fatone presenta la mística como un cuarto momento; su principio dicta que tanto la afirmación como la negación “deben ser negadas, y en este sentido es la negación de toda afirmación y de toda negación. El principio es lo que Otto ha llamado lo enteramente otra cosa”. Fatone agrega que lo mismo sucede en el budismo inicial, donde “el pensamiento parece complacerse con la paradoja”. Ahora bien, ¿cómo entramos en contacto con lo enteramente otra cosa? La mística –destaca Fatone– es experiencia, y “la experiencia mística es, como toda experiencia, incomunicable, pero no imparticipable”.
Mística y religión reúne dos tratados breves de Fatone; el primero, Temas de mística y religión (1963), comienza con una definición de la mística y sus problemas, “la presencia” y “el presente”. Los últimos cuatro capítulos están dedicados a Meister Eckart (el gran místico alemán), Leibniz, Nietzsche y Bergson. El segundo texto, El Hombre y Dios (1955), desarrolla la relación posible entre el existente humano y la divinidad. La prosa teórica de Fatone brilla en cada capítulo de ambos textos. Eckart (1260-1328) habló de alcanzar la unión del alma con “la cosa necesaria que llamamos Dios” mediante la abstracción y el desprendimiento, la renuncia, “el desierto del alma”. ¿A qué debemos renunciar para unirnos a la cosa necesaria? Prácticamente a todo, menos a la renuncia misma. ¡Incluso renunciar a Dios! “El más grande honor que el hombre puede concederle a Dios es ése: dejarlo tranquilo y quedar libre de él.” Para conocer a Dios sin mediación, Meister Eckart planteó una abstracción que no es sino “vacío, la nada”. Dios es la nada, y nos hizo a su imagen y semejanza, nos sacó de la nada. El vacío, la nada de Dios es referida por Fatone con hermosas palabras: “Si fuésemos capaces de mantener una copa vacía, totalmente vacía, la copa perdería su naturaleza para elevarse hasta los cielos. La pura nada del alma eleva así a la criatura hasta los cielos; y esa pura nada es la que obliga a la divinidad a descender hasta el alma”. Para Eckart, el conocimiento de Dios es sólo posible “sin mediación”, a través de la pura nada abstraída en el alma reunida con la divinidad. Creer que se sabe algo de Dios es caer “al nivel de las bestias”. Dios no se entrega al conocimiento “porque no se entrega a ningún querer extraño”. Sólo es posible tener de El un “conocimiento sin conocimiento”.
Siguiendo siempre de cerca la lógica paradójica, en El Hombre y Dios, Fatone se ocupa de diferentes tópicos religiosos; uno de ellos es la plegaria. Aquí se observa otra vez el carácter indecidible que Fatone coloca en el centro mismo de la relación entre Dios y los mortales. La plegaria no consiste en pedir algo. Si así fuera, dos pedidos contradictorios entre sí no podrían cumplirse (al mismo tiempo). La plegaria sólo tiene sentido cuando el hombre que la eleva “sabe que no merece nada; aun más: sabe que desear algo ya es no merecerlo: ninguna humildad más profunda que la suya. En la plegaria, el hombre no reclama nada: ni siquiera pide nada. Elevar una plegaria para conseguir algo significaría exigir un mundo especial para uno mismo”, y esto nada tiene que ver con la experiencia mística o religiosa, que implica ante todo un desasimiento. La plegaria es la posibilidad de que nuestro monólogo interior se abra en un diálogo con ese absolutamente otro que es Dios, aun cuando soñamos solos, sufrimos y morimos solos. Y si ese diálogo toma la forma del silencio, éste puede “decirlo todo, precisamente porque ha renunciado a decir nada”.
Este libro doble de Fatone nos enseña que –con respecto a Dios– erramos el tiro si pretendemos creer o no creer en su existencia, porque Dios –justamente– no existe (como existen las cosas y los seres vivos) sino que, en todo caso, es aquello que hace que cada cosa exista y que cada cosa que no existe, no exista. Incluso el propio Dios se sustrae a la existencia, se oculta. La mística es la experiencia de esta sustracción, la “conciencia cósmica” de un ahora eterno o, como dijo Meister Eckart, un regreso a la nada que somos y que fuimos cuando todavía no éramos, y junto a Dios... creábamos el mundo.
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