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Domingo, 15 de agosto de 2010

Las tablas de la ley

Una mujer de mediana edad, judía y sin empleo, sacude desde las páginas de Sangre kosher los cimientos detectivescos y su negra tradición de hombres duros y melancólicos.

 Por Alejandro Soifer

En un género que ha sido edificado sobre el imaginario de hombres recios y duros pero también sensibles y románticos, encontrarse con una detective femenina como Ruth Epelbaum resulta cuando menos interesante.

La protagonista de Sangre Kosher escapa a todos los posibles marcos o moldes del policial: es una mujer de mediana edad, judía, que vivió la mayor parte de su vida en Entre Ríos, y acarrea una vida sentimental en retirada que contrasta con el aroma misógino y varonil, cultor de las femmes fatales, que suele impregnar la novela negra.

Desempleada luego de varios años de trabajar como archivista en una dependencia burocrática de su ciudad natal, Ruth se cruzará con Chiquito Gold en un entierro en el Cementerio Israelita de la Tablada. El hombre, un importante comerciante de joyas de la calle Libertad, le encargará la búsqueda de su hija desaparecida sin dejar más rastros que una fotografía donde se la ve con su entrenador personal.

A partir de estas premisas básicas se desarrolla la trama de la novela en la que Epelbaum irá desentrañando oscuros secretos hasta dar con una verdad desagradable.

En el medio llevará al lector por una serie de escenarios y situaciones diversas que bordearán una tensión en incremento, donde se sucederá el frívolo ambiente de los gimnasios (la narradora lo trata sin compasión), una fiesta electrónica, quintas en Tigre y recuerdos de un pasado comunitario que parecen no poder ser superados nunca. Es en ese punto donde quizá resida uno de los aspectos menos interesantes de la novela: la restitución, una vez más, de la terrible historia de los tratantes de blancas judíos de la primera mitad del siglo XX (la llamada Zwi Migdal), que parece a esta altura, un relato demasiado transitado, un lugar común que ya no sorprende ni escandaliza. Por otra parte, la inclusión de una gran cantidad de términos y expresiones en idish sin un glosario explicativo al final puede generar que un lector no familiarizado pierda algunos de los rasgos que hacen a Ruth Epelbaum un personaje encantador o simplemente aparecer como molestas interrupciones de lectura, con términos cuyo significado no aparecen fáciles de restituir en contexto y que sí aportan a la construcción de la trama.

Más allá de estas cuestiones, el relato se desarrolla a través de capítulos cortos, oraciones también cortas y un ritmo entre telegráfico y eléctrico que lo dotan de un tono filoso y punzante. En la primera persona de la voz narrativa de Epelbaum, ese traqueteo verbal también aporta a su construcción como personaje, dotándola de una intensidad avasallante, lo que logra resolver uno de los aspectos más importantes en una novela negra: un detective cautivador.

Aun así, Ruth se encuentra secundada por otro personaje que asoma algunos interesantes rasgos y promete muchos más, Gladys, la shikse (empleada doméstica) que actúa como un Watson más sagaz y cínica que su par inglés. El contrapunto entre ambas mujeres genera una nueva torsión respecto de las convenciones del policial: no es Gladys una simple observadora inculta puesta en el relato para que su jefa se luzca mostrándola una inútil, sino que sus aportes y teorías resultan fundamentales para encarrilar algunos aspectos de la hipótesis final.

La cultura y el imaginario judío, contemplativos y de estudio, ofrecen una fácil vía hacia el desarrollo de un policial clásico. La idea de mezclar ese ansia de conocimiento e interpretación con la sangre y la acción del policial negro y batirlo todo con situaciones y lugares reconocibles de Buenos Aires desde la perspectiva de una mujer, generan un relato que resulta más vistoso como conjunto que desde algunos de los vericuetos de su trama que no terminan de generar un suspenso sostenido.

Ruth Epelbaum es la gran ganadora al final del juego, al quedar como un personaje más que interesante para pasar a engrosar el panteón de los detectives literarios. Las venas argumentales que quedan abiertas prometen nuevos casos y mucha más sangre en el futuro.

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Sangre kosher. María Inés Krimer Aquilina 184 páginas
 
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