Domingo, 12 de diciembre de 2010 | Hoy
Ciro Annicchiarico es un abogado penalista que supo investigar casos emblemáticos en los que estuvo involucrada la Policía Bonaerense. Ahora debuta como autor de policiales con un alter ego, el detective Ariel Giovenco, que en La trama Kandinsky-Una maldición bonaerense lidia con la lógica de encubrimientos, vista gorda y mala praxis que es propia del territorio y la fuerza que quedan bajo su lupa.
Por Eduardo Videla
La maldita policía vuelve a tener un lugar en una ficción aunque, en este caso, sería apropiado decir que toda semejanza con la realidad no es pura coincidencia. El autor es Ciro Annicchiarico, un abogado penalista que hace dos décadas trabajó en la investigación de uno de los casos emblemáticos que protagonizó la Bonaerense, la Masacre de Ingeniero Budge, entre otros.
En su nuevo rol, Annicchiarico enhebra La trama Kandinsky-Una maldición bonaerense, un relato que tiene como ejes la desaparición de un hombre joven, el robo de un auto, un secuestro sin pedido de rescate y las penurias de una investigación condenada desde el principio a transitar un laberinto sin salida. El protagonista y narrador es Ariel Giovenco, una suerte de alter ego del autor que es contratado por la familia de la víctima como representante legal y que se convierte en virtual detective privado.
Ya desde el principio, Giovenco esboza lo que sería su manual para abordar una causa compleja en su territorio profesional, la provincia de Buenos Aires. “Si uno quiere averiguar lo que realmente pasó, por donde menos hay que empezar es por la comisaría que interviene”, sugiere en el prólogo. Y recomienda “desconfiar de casi todo lo que dice el expediente”. Una indicación que podría ser útil no sólo para un abogado, sino también para un cronista de noticias policiales.
En La trama... van quedando de manifiesto las miserias que suelen conducir al fracaso las investigaciones de hechos criminales, verdadera causa de lo que se conoce como inseguridad ciudadana. La corrupción policial, la complacencia judicial a veces teñida de complicidad o negligencia y hasta la falta de destreza pueden conducir un caso a una vía muerta. De allí a la sensación de impunidad y a la vía libre para que ciertas organizaciones delictivas continúen con su tarea hay apenas un paso.
No se trata sólo de un retrato de lo que fue la Maldita policía –la novela está ambientada en los años ’90– sino de la descripción de situaciones que hoy mismo se registran y que algunas veces –pocas– se hacen visibles en las páginas de los diarios. La narración desnuda la impotencia de alguien que por momentos se siente solo ante una red de corrupción y complicidad con el crimen organizado.
En esa lógica de encubrimientos, vista gorda y mala praxis, los indicios se presentan como un rompecabezas casi indescifrable para quien verdaderamente busca conocer qué pasó. A esa abstracción alude Annicchiarico (o Giovenco) cuando traza un paralelo entre su investigación y un cuadro del pintor ruso Wassily Kandinsky, precursor de la abstracción. Cada nueva pista será un trazo en el lienzo de la pintura que pretende componer.
En una narración matizada a veces con fragmentos de expedientes y descripciones de procedimientos judiciales pero también con pinceladas de ironía y arranques de seducción, prevalece la narración de hechos por sobre el estilo literario. Por encima de todo, durante la lectura queda la sensación de estar siguiendo uno de los tantos casos reales que estremecen al sólo pensar quiénes son los que están detrás o por encima del delito.
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