Domingo, 6 de febrero de 2011 | Hoy
Un viaje al barroco del Siglo de Oro en una breve novela que instala a un interesante narrador joven y clásico a la vez.
Por SebastiAn Basualdo
Los trabajadores del frío podría definirse en principio como una nouvelle ajena a los cánones literarios actuales. Si algo inquieta, al punto de volverla interesante, no es tanto su temática o estructura como el hecho de reconocer al leerla, un narrador que emula de modo sutil aquellos rasgos estilísticos propios de lo que suele denominarse Siglo de Oro español. Naturalmente, la prosa ligeramente barroca está en función de amalgamar una multiplicidad de géneros que se dieron en el siglo XVI, con la novela pastoril, bizantina y picaresca, entre otras, hasta alcanzar el concepto de esperpento de Valle Inclán como guiño al lector entre evocaciones para nada solemnes.
Inteligente, perspicaz y con momentos muy logrados en lo absurdo, Los trabajadores del frío, de Ramiro Quintana, tiene personajes como el tuerto Teófilo, por ejemplo, quien había perdido el ojo cuando “siendo un mozalbete, ora timorato, ora temerario, siempre imprevisible y ávido, se lanzó –las manitas temblorosas sobre el manubrio, los párpados entrecerrados, los ríos de gélido sudor atravesándole los mofletes, el viento rizándole los rizos–, pedaleando de pie a expensas de dos piernas tipo retaco, en una bicicleta rodado 28, por la abrupta, pedregosa ladera de una de las montañas de la región”. Teófilo, primero de una serie de controvertidos personajes que van a desfilar como presentaciones efímeras en pequeño núcleos narrativos, es el esposo de Clarisa, quien, al decir del narrador, “no era una meretriz. Lo sé: debí haberlo dicho antes, a fin de no generar malentendidos o falsas expectativas. Sus cabriolas sexuales, las de Clarisa, tenían como finalidad la obtención de un efecto emocional, no la obtención de efectivo. Dicho esto, su favoritismo, empero, tenía núcleo amén de cuerpo, y lo componían los leñadores y sobre todo los carteristas –a la hora de detectarlos, su olfato era infalible, la razón por la cual abrigaba la certidumbre de que nunca un carterista había hollado el mismo suelo que ella–”.
Habitantes de una aldea remota donde “todo se pierde y nada se transforma, como sus personajes que oscilan entre buscadores de hierbas medicinales con el fin de curar el insomnio, criadores de ovejas que se disfrazan infructuosamente de lobos, trabajadores de circo que espantan roedores mirándolos a los ojos, son algunos de Los trabajadores del frío del joven escritor Ramiro Quintana, nacido en 1983 y autor de El intervalo (2006) y Ritmo vegetativo (2008), que nos permite recordar que el mundo es al mismo tiempo joven y viejo, como el individuo, se renueva con la muerte y envejece con la infinidad de los nacimientos.
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