Domingo, 20 de febrero de 2011 | Hoy
Con la novela La otra playa, Gustavo Nielsen plantea una forma de reconciliación con aquello que resulta irremediable y un regreso a los tonos de sus primeros relatos, en especial los de Playa quemada.
Por Martin Kasañetz
En el comienzo de esta novela hay una cita de Roland Barthes de su libro La cámara lúcida que da comienzo al texto y opera a modo de pequeña síntesis argumental: “Así es la foto: no sabe decir lo que da a ver”.
Es a propósito de esta idea que ya en las primeras páginas se describe a dos matrimonios que, reunidos para cenar, observan varias diapositivas –los anfitriones las encontraron dentro de una valija antigua comprada en una feria– de una pareja de desconocidos en sus viajes de vacaciones. Mientras pasan una a una las imágenes, juegan a imaginar la vida de los dos personajes a quienes observan haciendo un detallado análisis del contexto que los rodea. Primero los bautizan Cacho y la tía Alicia; luego se concentran en el auto, un Renault Dauphine –que aparece en reiteradas ocasiones casi como otro integrante del grupo familiar y podría dar algunos indicios de su posición en la escala social, una adscripción probable de clase media–; más tarde abordan la fecha del diario que se observa borrosa en las manos de Cacho y no logra revelar la época de que se trata; también analizan sus facciones, para determinar si estaban felices, tristes o recién levantados.
Lo interesante del planteo de Gustavo Nielsen es que describe a sus personajes principales por medio de los comentarios que ellos mismos hacen de esos otros a quienes observan. Un juego de espejos narrativos que ponen distancia para luego acercar al lector a los misterios que los mismos personajes se plantean. El espejo termina por enfrentarlos a ellos mismos, a ellos entre sí. Sus fantasías acerca de los viajeros terminan por definirlos, develando las características de su propia personalidad. Antonio –personaje principal de esta novela– sugiere la posibilidad de que Cacho y la tía Alicia estén muertos: “Dejame disfrutar”, contesta Zopi, su amigo. “¿Qué querés, que lloremos?”.
Antonio es fotógrafo y desde hace un tiempo siente que no ama a su mujer, se halla fuera de lugar aun dentro de su ámbito familiar. Sale diariamente a la calle con su cámara a tomar fotografías. Así conoce a una joven que llama poderosamente su atención, aunque él no puede determinar el motivo de tal atracción por alguien desconocido. Ella parece no notar su presencia, pero sin embargo termina posando para él.
El lector podrá descubrir que en los primeros capítulos de la novela se observan varios indicios sutiles que indican que más adelante el texto podría dar un vuelco sorprendente. Así lo demuestra Antonio en una de las charlas con Zopi durante las caminatas por la playa: “Si la precognición existiera, y uno pudiera ver el futuro en los sueños, o en estado de trance, y los vaticinios se cumplieran, querría decir que estamos viviendo en el pasado, en algo que ya ha sucedido. Un suceso que para nosotros puede ser nuevo, pero que para el tiempo es memoria”.
Gustavo Nielsen nació en Buenos Aires, es arquitecto, dibujante y narrador. Su libro de cuentos Playa quemada (1994) fue Primer Premio en la Bienal de Arte Joven de 1989 y Primer Premio del Consejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires en 1993. Es también, entre otros, autor del libro de relatos Marvin (2004) y la novela Auschwitz (2004). En su libro de relatos Playa quemada, más precisamente en el cuento que da nombre al libro, Nielsen abordaba el género fantástico transformando en muñecos de lava negra a los veraneantes de una playa que diariamente se movían buscando el mar. En esta novela vuelve a construir un relato fantástico pero que curiosamente está enraizado en un principio de realidad que lo hace más verídico, ya que utiliza la idea de la imagen, la fotografía y su observador para construir una trama atrapante.
La otra playa pareciera ser el espacio propicio para plantear un modo conmovedor de reconciliarse con lo irremediable.
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