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Domingo, 13 de noviembre de 2011

Un detective perdido en México

Después del éxito que supuso su novela negra Balas de plata, el mexicano Elmer Mendoza retoma a su detective El zurdo Mendieta para una trama donde, de acuerdo con la realidad más actual y candente de su país, sobran violencia y asesinatos de mujeres.

 Por Angel Berlanga

Hay en el Alexa una bailarina brasileña hermosísima que ha desquiciado de placer y sobre todo deseo a unos cuantos tipos de Culiacán y alrededores, a saber: los mismos dueños del cabaret, un sicario bastante brutal, un grupo de empresarios, un español viajero que se hace llamar Miguel de Cervantes, un boxeador en decadencia, un aspirante a la gobernación, un prestamista y vendedor de autos. Eso irá sabiéndose con el correr de las páginas de esta novela, que inicia con ella, Mayra Cabral de Melo, o Roxana, yendo obligada un domingo por la noche hacia un descampado en el que su asesino le disparará y le cortará un pezón. E irá sabiéndose por la pesquisa de Edgar El zurdo Mendieta, el detective policía de la Ministerial del Estado, que apenas descubre el cuerpo siente cómo acude a su memoria lo que la chica le fue diciendo a él, hace poco, en alguna tarde inolvidable. Este es el segundo libro que protagoniza Mendieta; con el primero, Balas de plata, Elmer Mendoza ganó el Premio Tusquets de Novela.

El zurdo tiene unos códigos de lealtades que no rompe –que no necesariamente tienen que ver con la ley–, es lúcido y rápido de boca cuando hace falta, y mastica algunas cuestiones existenciales que pasan a segundo plano con el trajinar del oficio e intenta tratar con su terapeuta, a quien procura ubicar, sin suerte, a lo largo de esta historia. La prueba del ácido transcurre en el México convulsionadísimo de estos días, con un presidente que “le está declarando la guerra al narco”, enfrentamientos sangrientos entre cárteles, corrupción generalizada, tráfico de armas, poderíos despampanantes y muertos, muchos muertos (la Comisión Nacional de Derechos Humanos contabilizó 50.000 desde que Felipe Calderón militarizó la cuestión). Mendoza, que nació en Culiacán en 1949, que publica desde hace más de treinta años y que ya anticipó la continuidad de esta saga, consigue una prosa de gran vertiginosidad, con párrafos en los que entrevera acciones y sucesos, estímulos a los sentidos, pensamientos y voces, sin detenerse a especificar la mayoría de las veces quién dijo qué o cuándo dejó de hablar, una agilidad que exige un lector atento y entrega una escritura que desborda una oralidad violenta y humorística, irónica y filosa, riquísima.

La prueba del ácido. Elmer Mendoza Tusquets 248 páginas

El asesinato de Mayra se encadena con otros: el de la chica con la que comparte oficio y departamento, el de otra mujer que estuvo casada con un empresario y tomó clases de baile con ella, un sicario jovencito que frecuenta el Alexa, un enviado del FBI que está por negociar una venta de armas con el gobierno. Muchos de los personajes de la novela anterior persisten aquí: los compañeros del departamento de policía, el capo del cártel del Pacífico Sur y su hija, un hermano guerrillero del que está distanciado y la mujer que le acomoda las cosas en la casa. En la narración El zurdo desconoce la autoría de los crímenes, pero Mendoza deja ver al lector, en algunos casos, quiénes son los asesinos: eficaz para diversificar perspectivas.

Con cada ejecución siguen apareciendo en escena personajes, intereses, pactos y traiciones. Las líneas de incertidumbres se superponen, acaso abrumen: parece adecuado para retratar un estado de cosas en México hoy. Y aunque todo termine cerrando, impresiona como que a Mendoza le interesa menos la precisión de relojería del policial que narrar y escenificar, siguiendo a Mendieta, los engranajes de poder y muerte pero también los rincones donde late la sensibilidad humana.

“No tenemos por qué invertir tiempo y recursos en eso”, oye El zurdo una y otra vez de boca de su jefe, que teme que la pesquisa salpique a algunos amigos poderosos. Por ahí anda el señor B, el propio padre del presidente de los Estados Unidos, que se allega en helicóptero hasta el campo de un hacendado para cazar patos. Y por ahí también se reúnen los capos de tres carteles de droga. A nuestro detective, sin embargo, lo desvelan a la par otros asuntos más del fondo de su alma, como creerse “un idiota sin amor”, que vive solo a los 43 años, o procurar acercarse a su hermano y a un hijo que no crió, o, sobre todo, encontrar de una vez al asesino de aquella chica hermosa que una tarde le dijo “oye, no creo que seas poli, tienes el encanto de los hombres de bien que los hace ver ridículos, hasta ahora eres la única persona que ha oído hablar de Joao Ubaldo Ribeiro, aunque no lo haya leído”.

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