Domingo, 18 de diciembre de 2011 | Hoy
El año 2011 culmina con una serie de acontecimientos y aniversarios alrededor de la figura de Abelardo Castillo. Mientras se cumplen cincuenta años de la aparición de su primer volumen de cuentos, Las otras puertas (1961), el jueves pasado recibía el Gran Premio de Honor de la SADE. Mientras evalúa la posibilidad de editar próximamente el diario íntimo de casi mil páginas que lleva desde los 18 años, Castillo repasa en esta entrevista su relación con la literatura, niega ser un cuentista tan clásico como dicen que es y reivindica la dimensión espiritual del arte.
Por Juan Pablo Bertazza
Los conectores que un escritor emplea a lo largo de una entrevista pueden dar cuenta cabal de su impronta. Abelardo Castillo, entre un vaso de gaseosa y una aspirina que le pide a Sylvia Iparraguirre, entre algunas interrupciones al levantarse del sillón para buscar una impresión de su monumental diario íntimo de 1000 páginas, repite una frase que hilvana cada una de sus respuestas: “vale decir”. Un vale decir que adquiere una connotación especial teniendo en cuenta que Abelardo Castillo es uno de los últimos representantes de la figura clásica de escritor, con una trayectoria literaria que atraviesa diversos géneros, pero también ideas, pensamientos, acciones y, sobre todo, valores en el sentido más potable del término. Eso es lo que puede vislumbrarse en la connotación profunda de cada título y nomenclatura, desde aquel Mundos reales que engloba su producción cuentística completa hasta Las otras puertas, el nombre del libro que por estos días cumple medio siglo de existencia, el primer volumen de relatos de Castillo que, en sus resonancias cortazarianas, además de dejar inaugurado su debut en un género en el que se erigiría como uno de sus máximos representantes, también da cuenta de esas puertas sexuales atravesadas por relatos que todavía continúan latiendo en la memoria de cada lector, como aquel grupo de chicos que buscaban iniciarse sexualmente con la mamá de su amigo Ernesto, o ese marica al que obligaban a debutar infructuosamente con una prostituta, o incluso aquel nietzscheano Núñez que irrumpía en horario de trabajo para ridiculizar y transgredir los valores oficinescos.
“A lo largo de estos cincuenta años, saqué algún cuento, cambié otro de lugar, y hay un cuento que les gusta mucho a los lectores, ‘Historia para un tal Gaido’, que hoy volvería a escribir”, reflexiona Castillo sobre un relato notablemente parecido a “Continuidad de los parques”. Un parecido en extensión pero, sobre todo, en la trama, ya que mientras el relato de Cortázar narra el asesinato de un lector a manos del personaje del libro que lee, el de Castillo cuenta el asesinato de un personaje hacia su propio autor.
“Es cierto, cuando lo conocí a Cortázar le pedí cuentos para la revista y él me pidió relatos a mí. En el viaje en el que le mandé ‘Historia para un tal Gaido’ para allá, ‘Continuidad de los parques’ venía para acá, era como si el mismo cuento viajara por el mar de un lado a otro. Después lo hablamos en el ’73 cuando nos encontramos físicamente y a él le parecía totalmente natural que ocurrieran esas cosas. La primera vez que vino a casa, yo escuchaba Radio Nacional y, justo cuando él aparece entrando por la puerta, interrumpen el programa de música clásica y aparece el sonido de un saxo. Cortázar escucha, dice qué linda música y me agradece. El saxo era el de Charlie Parker, pero enseguida tuve que explicarle que, lamentablemente, no se trataba de un deliberado homenaje hacia él, sino que la radio sola se había puesto a tocar Charlie Parker. También tomó este hecho con total naturalidad”, explica Abelardo Castillo, quien dicho sea de paso fue el primero en descubrir que “El perseguidor”, efectivamente hablaba del saxofonista.
La carrera de Abelardo Castillo está repleta de “vale decir”, diversas simetrías, giros y señales del destino como el círculo perfecto trazado entre el Gran Premio de Honor que acaba de recibir en la SADE, y el homenaje que organizó en esa misma institución a un destacado poeta de la ciudad de Buenos Aires, en esa misma institución: “Por ese entonces, don Fermín Estrella Gutiérrez, hombre de cultura formal y caballeresco era el director, y le pedimos la SADE para hacerle un justo homenaje a Mario Jorge De Lellis, por su libro Cantos humanos, que publicamos especialmente en El escarabajo de oro con ilustraciones de Carlos Alonso. Todo empezó raro porque era un poeta comunista, que militaba incluso, y encima lo conseguimos a Troilo para que tocara. Todo venía encaminado hasta que alguien me dijo a pocos minutos de que empezara el evento: ‘Si no le traen una botella de whisky, Troilo no toca’. Fui corriendo al bodegón de la esquina pero no me querían vender la botella porque sólo era para tomar ahí. Le explico al hombre que está Troilo, que necesitaba urgente el whisky y el tipo no sólo accedió sino que varios de los que estaban se vinieron conmigo. Cuando entro a la SADE con la botella de whisky en la mano y un pelotón de ebrios atrás, aparece Fermín despavorido y dice ‘¿qué es esto, Castillo?’ En esa época, cuando empezaba a gestar El que tiene sed, yo tomaba bastante. La primera nota de Troilo esa tarde fue como si se hubiera dormido sobre el bandoneón, una nota sola larga que daba la impresión de que no terminaba nunca y que creó un clima de éxtasis, como si fuera la primera vez en el mundo que se oía la nota de un bandoneón. También estuvo en el acto la vedette y actriz Egle Martin, recuerdo que Troilo, que también se puso a firmar los libros de De Lellis, le hizo una dedicatoria notable: ‘Negra, si la noche se llamara de algún modo llevaría tu nombre’”.
Desde entonces corrió mucha agua bajo el puente y el panorama, pero sobre todo la importancia de la literatura cambió drásticamente, a tal punto que Castillo establece una clara diferencia de época y, a propósito, en su conocimiento cabal de los máximos exponentes de la literatura argentina, en la humildad de Castillo a la hora de hablar sobre sus maestros, sobre los otros escritores, surge otra demostración de su importancia literaria: “Yo empecé a escribir en los ’50 cuando la importancia del escritor, no sólo en Argentina sino en el mundo entero, era otra. Sartre y Camus polemizaron sobre los campos de trabajo en la Unión Soviética, una polémica monumental que dividió al mundo entero. De hecho, recuerdo y está en una de las entradas de mi diario, que con José Felipe Acevedo leímos acerca de esa polémica a los 20 años, en San Pedro. Después de la caída de Perón, hubo otra polémica en torno del peronismo en la revista Ficciones entre Sabato, Borges y Martínez Estrada, un escándalo que salió en los diarios. Sabato descubría algo tardíamente en el peronismo la asunción de la clase obrera al escenario de las ideas. Sabato, que había participado de la Revolución Libertadora, hacía una especie de replanteo. A quién le importaría hoy el mea culpa de un escritor. La prueba es que Borges en pleno peronismo setentista no tuvo muchos problemas. Una vez lo encontré en casa de Esther de Isaguirre y me dice: ‘No sé qué pasa que todo el mundo me quiere, hasta los peronistas y comunistas’. Le contesté que la gente termina queriendo a los hombres que tienen una conducta nítida, vale decir, que pensaron siempre de la misma manera. Borges fue siempre un gorila y una especie de antediluviano le conviniera o no, jamás cambió de posición. Era de otra época histórica, y sin embargo lo terminaron respetando los peronistas. Recuerdo que en una manifestación pasaban coreando a Perón, y Borges justo pasaba por la esquina de Maipú, una cosa que podía terminar gravemente, pero alguien muy lúcido previó que ahí podía haber un desmán y se puso a gritar ‘Borges y Perón, un solo corazón’, el grito que terminó en boca de todos”.
¿No había cierta ingenuidad en las ideas políticas de Borges?
–No tenía un pensamiento político sólido, de eso no hay duda, pero en eso no había ingenuidad, sabía perfectamente lo que pensaba y por qué. Tal vez hubo ingenuidad en los episodios que marcaron un acercamiento con Pinochet y Videla. No te olvides de que era ciego, el mundo le venía filtrado por las noticias relativas que le daban. Pero en su ideología, Borges era reaccionario a conciencia y con argumentos, es más, había que explicarle que el 17 de octubre no fue algo armado de manera artificial por los peronistas. En una discusión que tuvimos en la Biblioteca Nacional le decía que la gente había salido a la calle con los chicos en brazos, que eso no se podía armar, y él no lo entendía y decía “bueno puede ser, de todas formas lo armó Eva, que tenía muchos más cojones que Perón”.
Entonces Abelardo Castillo no era ni peronista ni antiperonista pero también su vida aparece signada por aquella figura, a tal punto que significó su expulsión de la escuela secundaria. Un día que faltó la profesora a la clase de francés se pusieron a jugar al golf con unos tinteros que había sobre uno de los bancos y una regla para ver quién sacaba el corcho sin pegarle al tintero. El adolescente Abelardo le pegó al tintero con tanta puntería que la tinta terminó salpicando la pared central de un aula que estaba impecable porque al otro día venía la interventora. El enchastre para más detalles sucedió en la mitad exacta entre los retratos de Perón y Evita.
“No fue un acto político, fue algo inconsciente, pero se tomó como una manifestación anárquica o comunista porque el tintero era de tinta roja.”
“Aunque para algunos críticos El que tiene sed o Crónica de un iniciado es lo más importante que he escrito, es muy probable que el cuento sea lo más decisivo, sobre todo por el espacio que también ocupa en mi obra. Suelen definirme como un fanático ortoxodo de los cuentos, alguien clásico cuando algunos relatos como ‘Las panteras y el templo’ no se ajustan demasiado a eso. El único que no cree en eso de cuentista clásico, soy precisamente yo”, responde Castillo cuando se le pregunta acerca de los géneros y sus ortodoxias. “Además no creo en los géneros, el cuento viene a mí ya con su atavío y en el caso de las obras de teatro me pasa con mucha más claridad, escucho a los personajes hablar. Me formé con escritores que escribieron de todo: Sartre, Camus. Unamuno, por ejemplo, ¿era filósofo, poeta o periodista? Con ese tipo de escritor aprendí a leer, incluso leyendo a Herman Hesse. Los cuentos de él, que se leen muy poco, son lo más importante de su obra, tenía una maestría muy superior a la de Thomas Mann, que escribía malos cuentos. Los escritores con los que me formé escribían de todo.”
¿Por qué todavía no te decidiste a publicar íntegro tu libro de poesía?
–Publiqué algunos poemas aislados. Lo siento como demasiado mío, personal y un día sentí que era prosista, no poeta, sentí que esos poemas estaban escritos para mí, o por mí pero en un sentido tan particular que no me interesa la opinión que pueda tener un lector más allá de saber perfectamente que la literatura es comunicación y que la verdadera concreción del acto literario se da cuando el lector con su libertad lee aquello que vos, con tu libertad, escribiste. De esa unión de dos libertades, la de juzgar y la de crear un mundo, nace el verdadero yo literario. Lo sé desde mi adolescencia y con la poesía no me pasa eso, la escribo secretamente, como quien lleva un diario íntimo.
¿Desde cuándo escribís tu diario?
–Desde los 18 años, con una frecuencia importante de escritura que puede llegar a casi todos los días, salvo un año que fue el ’74, justo cuando dejé de beber, entre el ’74 y el ’75 no anoté nada, cosa muy curiosa porque cuando tomaba no había en mis diarios alusión a la bebida, salvo alguna palabra que yo relaciono con el alcohol pero que el lector no podría reproducir o, bien, alguna relación por la letra, cosas que escribía no sobre el alcohol pero sí borracho. En general, no hay mes en que no haya anotado algo. Y hay de todo: lecturas, problemas personales, mi relación con Dios, anécdotas cómicas o dramáticas y, luego, el momento en que la literatura de alguna manera cae sobre mí con el Premio Gaceta Literaria a El otro Judas.
Precisamente ese libro, al que luego se irían sumando otros títulos ciertamente relacionados como Israfel o El Evangelio de Van Hutten, insinúa un aura característica de Abelardo Castillo que hoy, en general, brilla por su ausencia en la literatura joven. Una dimensión espiritual que poco tiene que ver con la Iglesia o mismo con la religión que lo vuelve nuevamente a Castillo el último exponente de un tipo de literatura.
“Marechal me decía que yo creía que no creía, y yo le retrucaba diciendo que, con ese criterio, él era un ateo que creía que creía. Marechal es de esos escritores que sorprenden a su tiempo y necesitan de cierta asimilación por parte de los lectores, vale decir, que se borre la hojarasca, lo mismo le pasó a Roberto Arlt hasta 1960, él había muerto en 1942 y aún no estaba reeditado acá. Antes de eso todos lo conocían como el periodista de las aguafuertes que se comió al escritor. Marechal era un ferviente anticatólico, no criticaba a nadie, he oído a Marechal defender a Borges y eso que no lo quería nada, trataba de no hablar de él. Cuando Marechal muere, Borges fue uno de los pocos escritores que fueron al velorio y lo despidió en voz alta diciendo ‘adiós, amigo’ en un gesto muy conmovedor. A pesar de su prosa tan exquisita y castiza siempre recomiendo tener en cuenta al Marechal zafado, el que termina una de las novelas más grandes de la lengua, Adán Buenosayres, con la palabra ‘pedo’, un rasgo de atrevimiento que hacía imposible que lo leyeran en su época, ‘solemne como pedo de inglés’. ¿No tenía miedo de arruinar la novela?”
Fue también Leopoldo Marechal quien alguna vez le dijo a Abelardo Castillo que, en su obra, siempre se cuela Dios, a tal punto que tenía en alta estima Israfel, para la cual realizó el prólogo. De nuevo, una dimensión espiritual que no parece mantenerse en la literatura actual.
“Hay una ausencia de lo que es el espíritu religioso, un padre religioso, por ejemplo, es el padre Farinello que, dicho sea de paso, me presentó El Evangelio según Van Hutten, un libro herético. Yo iría más allá, uno de los grandes problemas filosóficos e ideológicos de nuestro tiempo no sólo literario y estético, uno de los fracasos del comunismo es la pérdida de lo religioso, es haberlo despojado de las máximas de los Evangelios como ‘los últimos serán los primeros’. Es como cuando le quitás a la literatura la dimensión de la locura y el sueño, yo creo que esa dimensión tiene que estar presente en el hombre y en el arte y, sobre todo, en la política, porque es una falencia no contemplar el espíritu religioso que une al hombre no sólo con la divinidad sino también con el Universo entero, hay que hacer que el hombre se sienta partícipe de algo que lo excede, si le quitás el espíritu contemplativo al hombre le quitás la posibilidad de soñar. Por eso, mis cuentos se llaman en su totalidad Los mundos reales, porque yo creo justamente que no hay un mundo real: está el mundo del sueño, la locura, las creencias religiosas, el pensamiento metafísico, todo eso es el mundo real y una de las falencias de la literatura contemporánea es haber perdido o no haber tenido en cuenta eso.”
Vale decir: palabra de Abelardo Castillo.
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