Domingo, 10 de junio de 2012 | Hoy
Es la posguerra en Londres y un hombre de la clase media baja, según nuestros parámetros, se deja vivir de manera feliz, hasta que al toparse con una familia necesitada afloran sus miedos y traumas de antes de la guerra. Alexander Baron y una sorpresa desde el más profundo núcleo de la tímida intimidad británica.
Por Fernando Krapp
Pocas novelas dejan tan poco para decir. Y gran parte de lo que podamos decir de Jugador tiene que ver con su autor: Alexander Baron, un tipo con cara de bueno, nombre ampuloso de aspecto griego con reminiscencias alemanas que esconde a un tal Joseph Alexander Berstein; a quien no conocíamos ni siquiera de rebote por otro autor, movimiento, generación, o lo que sea. Baron articula perfectamente en el universo de escritores que la editorial argentina La Bestia Equilátera, por fortuna, viene instalando con tenacidad y paciencia, escritores-laburantes, preferentemente ingleses o bien norteamericanos desencantados, algo olvidados o desconocidos por los traductores hipanohablantes, ignorados por los programas académicos, con nombres como Pritchett, Maclaren-Ross, Hayes, Lewis, con una doble vida como guionistas en el emergente mercado televisivo y cinematográfico de donde sacaron varias herramientas con las que reformularon la novela decimonónica, y crearon novelitas perfectas.
La novela de Baron lleva como título The Lowlife. Término algo complicado que la traductora Teresa Arijón optó por resumir con un simple Jugador. Si bien la traducción es buena y verosímil, la decisión por el título es por lo menos arriesgada, ya que el término en inglés abarca un amplio sector de la sociedad londinense de posguerra, que para nosotros sería algo así como “clase media baja”. En esa franja demográfica, ubicada en el olvidado East End londinense, se mueve Harryboy Boas, un tipo desenvuelto, liviano como la espuma, jugador de renombre en el canódromo, evasivo de las responsabilidades, que organiza su tiempo entre la lectura de novelas, las ilusiones futuras perdidas por el drama del azar al que Harry le presta poco interés, las relaciones con prostitutas, la vida tranquila y pequeña en una casa de pensión donde comparte cocina y baño con otras familias de los estratos más bajos de la sociedad londinense. El carácter de Harry está definido básicamente por su falta de compromisos.
Como en las buenas películas clásicas, algo viene a instalar el conflicto en la apacible vida de Harry: un matrimonio joven con un hijo de cinco años y muchas ambiciones de ascenso social absorben sin querer la energía de Harry, quien se ve envuelto en las pasiones y desgracias de un triángulo disfuncional. La voluntad irracional de Harry por ayudar a este matrimonio, y el hecho de encariñarse con su hijo, lo transportan hacia su pasado. Baron refleja entonces todo un universo de masculinidad acomplejada, hombres que huyeron de la guerra y prefirieron, existencialismo mediante, vagar y perderse en las ciudades europeas asediados por la culpa de aquellos muertos en el frente. No es casual que Harry sienta una angustia tremenda por una consecuencia bélica de la que no tiene ninguna noticia ni fuente concreta. Por otro lado, la relación con el esposo del matrimonio lo enfrenta hacia su propio espejo deforme; el imperativo categórico de progresar y ascender socialmente. La plata es, entonces, el motor y la combustión de la narración. El deseo mal encauzado crea un manto de billetes sobre un pozo donde los personajes desembocan ciegos en su carrera circular, que hacen de Jugador un precursor indirecto, no sólo del punk como señalan las escasas reseñas en Internet, sino del cine de los Cohen; quien las hace las paga de manera diferida, todo vuelve de un modo u otro, quien desea algo tiene el peso de un destino oscuro por sobre su propia condición.
Después de una temporada en el ejército, y tras un enorme éxito como escritor de novelas bélicas en una saga que Baron quiso titular como Men, Women and War, el escritor oriundo de Berkshire se centró en su pasado y su infancia en el barrio bajo judío del East End. Esta novela es el resultado: Baron construye por medio de una voz inolvidable un personaje entrañable, alejado de los prototipos cínicos y de los rabiosos narradores en primera persona. Uno de esos tipos que uno quiere por sus falencias, que se hace respetar por sus errores, y que crea una lógica propia llena de grietas: la visión de un mundo falso, un mundo perfecto. La voz de este personaje es uno de esos regalos que cada tanto la literatura nos da sorpresivamente sin esperar nada a cambio, como el mismo Harry.
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