Sábado, 11 de octubre de 2014 | Hoy
Una invitación a la feria Documenta de arte contemporáneo de la ciudad de Kassel, Alemania, es el disparador del último libro de Enrique Vila-Matas, una reflexión cargada de humor y alegría sobre el arte del siglo que viene pero que, en verdad, ya estamos transcurriendo.
Por Violeta Serrano
Lo único que le faltaba a Enrique Vila-Matas para ser feliz era estar sentado sobre un urinario firmado por Duchamp. En vez de eso, el escritor catalán estaba ubicado en una mesa que podría parecer normal y corriente a primera vista, pero que, en realidad, correspondía a una obra artística basada en el concepto de desplazamiento. Lejos de trabajar en su lugar habitual, el autor había sido invitado a hacerlo en la mesa de un restaurante chino a las afueras de la ciudad de Kassel, Alemania, en el marco de la feria Documenta del pasado año. Sobre su extraño escritorio, un florero horrendo y un cartel amarillo alertaban al visitante: “Writer in residence”. Sin embargo, no hubo demasiados merodeadores, salvo por una señora absolutamente emocionada que abrazó al autor una y otra vez al grito de “Writer, writer!”.
Enrique Vila-Matas estuvo a punto de no ir y, una vez que llegó, estuvo a punto de largarse. El día anterior le había llegado un mail advirtiéndole que al mexicano Mario Bellatín, anterior invitado en Kassel, le habían robado la computadora. Al leer esto, Enrique decidió que no iría porque creyó que el Dschingis Khan, el restaurante chino en cuestión, “no sólo era un lugar aburrido al final de un parque, sino un antro en el que los delincuentes entraban a saqueo, con ametralladoras cabía suponer, entraban sin contemplaciones y les quitaban la herramienta de trabajo a los pobres prosistas”, como queda escrito en las primeras páginas del libro en las que se explica cómo empezó todo, con un tono de deliciosa ironía que llega para quedarse. Tras otro mail tranquilizador, esta vez del mismo Bellatín, la curiosidad le pudo al miedo inicial y, en consecuencia, Enrique Vila-Matas decidió acudir. Salió de Barcelona a las seis de la mañana, justo el 11 de septiembre, coincidiendo con el día de la fiesta nacional de Cataluña. Se tomó un avión con un cierto alivio por lo que dejaba atrás. Sin embargo, al llegar al aeropuerto alemán y sufrir un desencuentro con quien era la encargada de ir a buscarlo, decidió comprar los billetes de vuelta de inmediato. Pero finalmente desistió. La responsable da con él a tiempo. Y menos mal. Si se hubiese ido, Kassel no invita a la lógica, su última novela, nunca hubiese sido escrita. Tuvo que crearla en condiciones similares a las que escribió Mujer en el espejo contemplando el paisaje, su ópera prima publicada en 1973 gracias a la editora Beatriz de Moura. Se puede decir que el entonces servicio militar obligatorio español fue una bendición para la historia de la literatura. Enrique Vila-Matas, obligado a ser soldado colonialista en la ciudad de Melilla, en el norte de Africa, decidió ponerse a escribir por las tardes en la trastienda del regimiento de artillería, no para publicar nada sino simplemente para no perder el tiempo. Si cambiamos la milicia por el Dschingis Khan, el resultado es similar. Enrique Vila-Matas estaba obligado a ejercer la premisa de Chus Martínez, una de las artífices de la Documenta: “En arte no se innova, eso ocurre en una industria. [...] El arte hace, y ahí te las compongas. Pero el arte, desde luego, ni innova ni crea”. Así que ahí precisamente estaba él, aliviado por no tener encima la presión de la novedad, pero fuera de foco, desplazado, ideando y dando forma a un libro que, con su declarada voluntad de ir hacia lo inclasificable, quiere ser un punto medio entre narración y ensayo.
El éxito en esta cuestión formal se lleva a cabo a través de un yo reflexivo que apunta adonde debiera hacerlo la gran novela del siglo XXI. Kassel no invita a la lógica no es ni un ensayo novelado ni una autoficción. Expone un retrato del declive de Europa y, a su vez, muestra una mano que señala el camino hacia el centro de la creación artística donde, a pesar del espíritu plúmbeo instalado, la solución pasa por la alegría. Como suele ocurrir en la obra de Vila-Matas, la vertebración del libro tiene que ver con la figura del paseante. Se basa, esta vez de forma fundamental, en El paseo, de Robert Walser, pero también en el Locus Solus, de Raymond Roussel. En el recorrido, ese paseante descubre alucinado obras de arte de Tino Sehgal, entre otros, y de esa forma evita caer en la desazón y la tristeza que suelen atacarle al final del día. Consciente de la fuerte crisis de España, el protagonista afirma cosas tan duras como ésta: “En mi tierra se había vivido de espaldas desde siempre al drama del declive de Europa, quizá porque en el fondo se había vivido prácticamente siempre en el propio declive, estábamos tan sumergidos en él que ni sabíamos percibirlo”. Tal vez utilizar el escenario de Kassel para ubicar esta novela sea, además de una coincidencia, una señal. La feria Documenta nace del desastre de la Segunda Guerra Mundial. Tras la devastación, los kaselianos, en vez de sumarse a la reindustralización como otras ciudades alemanas, optaron por la cultura, inaugurando la primera feria en 1955, aunque su eclosión no se diera hasta 1972.
La necesidad de repensar la vida y el arte en Europa para salir de su estado de abatimiento actual tiene su núcleo simbólico en este libro en la figura de una joven voceadora vestida de negro, llamada precisamente Kassel. Esta advierte “que Antonin Artaud fue de los primeros en denunciar que la Ilustración había destruido Occidente”. Más allá de adherirse a la idea que promulga su personaje, Vila-Matas lucha por situar en primera línea la risa y la provocación, consiguiéndolo desde el inicio de la obra. Ahí nos introduce al concepto del mcguffin que, en realidad, ya venía tramando desde el 9 de octubre de 2012, fecha en la que su columna habitual del diario El País de España coincide sutilmente con los primeros párrafos de este libro. Plagiarse a sí mismo es toda una declaración de intenciones y, a la vez, un diálogo con su propia vida. Fue en Cadaqués, ese pueblo del Mediterráneo en el que vivieron, entre otros, Salvador Dalí, donde Vila-Matas sintió por primera vez la fascinación por la vanguardia. Al ver en un restaurante a dos mujeres absolutamente distintas del resto, el curioso Vila-Matas preguntó a una moza y ésta le aseguró que se trataba de las viudas de Man Ray y de Duchamp, respectivamente. Fascinado por aquella visión, el escritor catalán tuvo en la Documenta de Kassel la ocasión perfecta de volver para redimirse. En su último libro deja de nuevo en ridículo a la crítica literaria española, que en el año 1985, respecto a su Historia abreviada de la literatura portátil, sentenció: “Se nota que el autor veranea en Cadaqués”. Otro urinario para el crítico, por favor.
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