Domingo, 21 de diciembre de 2014 | Hoy
Varios sellos españoles y argentinos se dedican a reeditar la poco difundida obra de Thomas Wolfe, un escritor que supo abrevar en el escurridizo género de la novela breve, respondiendo a sus más íntimas necesidades narrativas. Especulación es un gran ejemplo de su pericia para manejar el punto de vista, y aunque transcurra en los años treinta, su visión de la crisis es de enorme vigencia.
Por Fernando Krapp
Para referirse a las novelas cortas de Onetti, Ricardo Piglia creó un símil que bien se puede aplicar a las de Thomas Wolfe: un rayo de luz en un vaso de agua. Aunque, vale aclarar, asegurar que las novelas cortas de Wolfe hayan sido premeditadas en su concepción es un tanto forzado; él no las concibió bajo formatos preestablecidos ni parámetros genéricos. No hay un intento de regular la narración en una forma. Y, quizás, al igual que en toda la obra de Wolfe que pudimos leer en español, y que tanto la editorial española Periférica como la chilena Terramar y Montesinos se están tomando el trabajo de traducir, el agua que contiene ese vaso lleno de luz está hirviendo de calor.
Especulación (Boom Town en su título original) es en verdad el capítulo de una novela titulada K 52. Cuento que marca el comienzo del fin en la relación con Maxwell Perkins, uno de los editores más famosos de la historia de Estados Unidos (responsable de Cheever, Salinger, y otros tantos). Y revela dos facetas contradictoras de Wolfe: la necesidad de vender y darse a conocer en las revistas norteamericanas, y a la vez el carácter híbrido y evasivo de su obra. Incluso, en su novela más famosa, Del tiempo y el río, hay capítulos que sencillamente funcionan por afuera del torrente principal. Se abren y desgranan en ramificaciones, se pierden y se diluyen y se reencuentran en un mismo cauce. Especulación es otra muestra de su delicado y desproporcionado equilibrio entre desmesura y medición (dos aspectos que le quitaban muchas horas de sueño al gran Thomas y que le ponían los nervios de punta), entre un punto de vista parcial y la totalidad, entre el detalle y la inmensidad.
Sorprende, también, por una insospechada vigencia: narra el desbarajuste inmobiliario de un pueblo en la década del 30, poco tiempo después de la crisis. Y el efecto de esa lectura resulta inverosímil: parece que estuviéramos leyendo algo que ocurrió hace apenas diez años (la burbuja inmobiliaria que hizo volar la economía de Estados Unidos) y se entiende que en definitiva ese tema se ha convertido en un aspecto crucial para rever no sólo la historia norteamericana sino su idiosincrásica mentalidad.
Pero como estamos hablando de Wolfe, la especulación inmobiliaria es casi un trasfondo anecdótico que le permite narrar, como es usual en él, el golpe de efecto y el defasaje temporal que ejerce un espacio sobre un personaje que reincide después de un tiempo. La obsesión por el tiempo en Wolfe es sólo comparable (incluso en extensión y maratónico esfuerzo) con la de Proust. Pero ahí donde Proust construía signos que se replegaban en capas de la conciencia para crear diversos puntos de vistas narrativos, en Wolfe el tiempo es cuantificable. Las cosas no despiertan hechos inconscientes, sino que abarcan y se extienden hacia otras dimensiones que se despegan de los personajes y logran crear terrenos imaginarios de pérdidas.
El pueblo al que regresa John en Especulación no es lo que era. Asolado por los vientos especulativos de la burbuja inmobiliaria, las casas del pueblo y los loteos se venden por monedas para ser revendidos con ganancias millonarias. John no lo puede creer, ¿dónde quedó el pueblo de su infancia? Incluso sus parientes y amigos, hasta su propia madre, están fascinados por ese mecanismo: se pueden hacer ricos de la noche a la mañana con tan solo comprar unos lotes por unos pocos dólares. John, antes de volver a despedirse del pueblo, da una vuelta por el cementerio, mientras su madre se lamenta: podrían haber construido el cementerio en otro lugar, esa tierra tiene un valor incalculable. De ahí que no haya tampoco nostalgia ni desidia. El narrador de Wolfe no es una multiplicidad de yoes sino de cosas y de recuerdos, de fachadas y de personas, de ciudades y de campos, que afirman su punto de vista por la negativa. “La imagen de su pérdida, de la pérdida de todos, pasó por la mente de John, a la velocidad de la luz, con la instantaneidad del pensamiento, y entonces oyó la voz de su madre nuevamente. Y volverás, la oyó decir, porque no hay mejor lugar en toda esta tierra que estas montañas, muchacho. Algún día volverás.” La aventura de leer a Wolfe reside justamente ahí: en dejarse naufragar en el intenso acto de narrar.
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