Domingo, 28 de octubre de 2007 | Hoy
EN FOCO
Devenido Biblia queer, El género en disputa (Paidós), de Judith Butler, reeditado a más de quince años de su aparición, plantea hoy el desafío de si lo sexualmente contestatario requiere como correlato necesario el progresismo en política.
Por Patricio Lennard
Hay una frase de Simone de Beauvoir en El segundo sexo y que Judith Butler repite en El género en disputa tres o cuatro veces: “No se nace mujer, llega una a serlo”. Una frase que Beauvoir desliza sin suponer que la “persona” que se convierte mujer sea obligatoriamente del sexo femenino. Allí reside, sí, uno de los núcleos conceptuales de El género en disputa. Un libro central en la historia del pensamiento feminista, considerado por muchos la piedra basal de la teoría queer y emblema de los estudios de género, que si a lo largo de estos años ha visto convertirse varios de sus postulados en lugares comunes (fue publicado en inglés en 1990), ha sido más por la influencia y popularidad que alcanzó tanto dentro como fuera de los Estados Unidos que por un cierto envejecimiento de sus ideas. El feminismo como una “política de la identidad” y el intento de estabilizar una especificidad lésbica o gay son cosas que Butler desmonta en su estudio, poniendo en evidencia el carácter disciplinario que les es intrínseco. Ese fantasma moderno, que confunde identidad con sexualidad, y del que Michel Foucault ya había dado cuenta, es lo que Butler conjura cuando escarba en los hiatos que hay entre sexo y género. Así como Luce Irigaray, una de las más importantes exponentes del feminismo francés, piensa que sólo existe un sexo, el masculino, que evoluciona en y mediante la producción del Otro; o como la igualmente reputada Monique Wittig invierte la ecuación al sostener que en las condiciones de heterosexualidad obligatoria la categoría de sexo siempre es femenina porque “lo masculino no es lo masculino sino lo general”, Butler se aplica en denunciar lo útil que es para el heterosexismo clasificar a los cuerpos de esa manera, cuando en realidad hombres y mujeres son categorías políticas y no hechos naturales.
Es célebre la anécdota que refiere que en una conferencia, al preguntársele si tenía vagina, Monique Wittig contestó negativamente. Una boutade que se entiende mejor a la luz de la que sin duda es su frase más famosa: “Las lesbianas no son mujeres”. Las implicancias de esa sentencia (que una mujer se recorta en una relación binaria y de oposición con un hombre; que esa relación es la heterosexualidad; y que una lesbiana ya no se define en términos de esa relación de oposición) son las que llevan a Butler a pensar cómo las prácticas culturales de las travestidas, el travestismo y la estilización sexual de las lesbianas (esa que ella misma encarna en su versión masculina, con su pelo corto y sus ropas y gestos varoniles) infiltran la matriz heterosexual y la subvierten.
De ahí que el género –entendido como una construcción cultural del sexo y como una variable que hace posible que a una “mujer” no le corresponda necesariamente un cuerpo femenino– sea el terreno donde la parodia y la teatralidad funcionan como herramientas subversivas. Tesis que en su momento trajo aparejada más de un malentendido, como el que suponía que “el vestido hace a la mujer” y que el género es algo así como un rol que uno se pone como se pone la ropa a la mañana, lo que forzó a Butler a matizar, en Cuerpos que importan, tanto los alcances paródicos del travestismo como los alcances subversivos de la parodia de género.
Si bien el movimiento queer suscribe la idea de que uno no tiene que volverse “normal” para convertirse en alguien “legítimo”, no puede negarse que el reconocimiento que han obtenido lesbianas y gays en sus derechos ha reconfigurado el panorama. Quizás el hecho de que Butler desapruebe ese dicho que afirma que “el feminismo es la teoría y el lesbianismo debe ser la práctica” se debe a que –como opina Didier Eribon– en el presente “hay que renunciar a la idea de una ‘subversión’ sexual necesariamente ligada a un progresismo político”. Pues si algo nos incita a preguntarnos hoy El género en disputa es precisamente de qué modo la crítica de género y la sexualidad reservan para sí un poder contestatario. Cómo y dónde es posible allanar caminos para la disidencia y cuál es la mejor manera, al decir de Butler, de “crear problemas y de meterse en ellos”.
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