Sábado, 11 de septiembre de 2010 | Hoy
El barrio inaugurado por Evita tiene hasta una ley, la 2750, para su recuperación. Pero los plazos se vencieron en junio del año pasado y la situación sigue siendo crítica.
Por Sergio Kiernan
El barrio Manuel Dorrego fue, hace tantos años, un marco para pensar la vivienda obrera. Mataderos era literalmente un andurrial, más potrero que ciudad, con los corrales y una cancha como marcadores. En tiempos de Perón, se inauguró ahí el Dorrego, unas buenas docenas de edificios pequeños y espaciados, básicamente racionalistas pero con algún toque humano –como balcones de madera– y bien plantados en la idea tan de moda de la ciudad jardín. Más de medio siglo después, el barrio inaugurado por Evita en persona sufre del abandono y las promesas rotas, pero es una muestra de que algunas ideas funcionan.
Este rincón de Mataderos se encaja entre los corrales –curiosamente, llamados de Liniers–, plantas de transporte y la Ciudad Oculta. Sus límites legales son las avenidas Eva Perón y Lisandro de la Torre, y las calles Carhué y Justo Suárez, pero el vasto terreno irregular hace difícil ser tan exacto. Los edificios son un ejemplo de escala, alejadísimos del monobloque a la norteamericana que tantos disgustos nos dio. Cada unidad tiene planta baja y dos pisos, por escalera, con dos entradas apenitas proyectadas para guardar las escaleras. La fachada principal contiene estas entradas y largos balcones, por los que se accede a las viviendas. La fachada secundaria es plana y cribada de ventanas.
Entre edificio y edificio hay un espacio verde que ocupa más del doble que la planta edificada, con lo que se tiene la sensación de estar más en un parque que en una urbanización. Los árboles ya son muy grandes y varios superan la altura de los módulos, lo que ayuda a moderar todavía más la escala. Por todos lados, en cualquier tarde, hay vecinos entrando y saliendo, chicos jugando, y el visitante se siente claramente observado. Como diría Jane Jacobs, es un barrio que forma una comunidad, sabe mediar a los extraños y cuidar a los propios.
En varios rincones se ven amagos de quintas y aunque nadie diría que el lugar está parquizado, el pasto se corta y las ramas se recogen. Los vecinos explican que la ciudad es tan errática en sus servicios, que se acostumbraron a organizarlos ellos. También explican que hay inseguridad en el Dorrego, pero básicamente debido a que ajenos lo usan como lugar de “trabajo”: allí “nos conocemos todos” y nadie les tiene miedo a sus vecinos, lo cual es también una función de la escala.
El problema del barrio es su status legal y la pasividad del gobierno porteño, que hizo lo que hace tantas veces: no ejecutó una ley votada por la legislatura. El defensor del Pueblo adjunto, Gerardo Gómez Coronado, recibió una denuncia de un vecino y acaba de iniciar una actuación para ver si se puede activar el plan de obras legislado.
Resulta que existe la Ley 2750, creada especialmente para Mataderos, que determina un plan de recuperación y puesta en valor para el Dorrego. La ley fue sancionada el 12 de junio de 2008 y daba un plazo de un año para terminar los trabajos, largamente superado. Las promesas eran muchas: recuperación de los espacios públicos, recuperación de los espacios destinados a la recreación, construcción de patios de juegos infantiles, reparación de veredas externas e internas, construcción de rampas para personas con movilidad reducida, puesta en valor del Polideportivo, la pileta y todas las instalaciones, colocación de cestos y contenedores de basura, instalación de bancos en espacios públicos y recreativos, instalación de refugios peatonales en paradas de colectivos, enrejado perimetral del barrio y de cada uno de los edificios, reparación de calzadas externas e internas, puesta en valor del centro comercial del barrio, puesta en valor de las fachadas de los edificios del barrio, mejoras en la iluminación de las calles internas, arbitrar los medios para resolver las causas que llevan a la recurrente inundación de los sótanos de los edificios y al deterioro de sus cimientos.
La más breve visita al barrio permite ver que de todo esto, sólo se cumplió lo del patio de juegos: hay uno, con modestos subibajas y toboganes para los chicos. Ni luces, ni rampas, ni bancos, ni parquizaciones, ni fachadas reparadas, ni veredas, ni mucho menos rejas. El barrio está básicamente vintage 1950, con restos de baldosas de vainilla en sus bordes. El block 48 ya está apuntalado por la Guardia de Auxilio, por el penoso estado de sus cimientos, y varios edificios se compraron bombas de achique para los subsuelos.
Cada vez que se habla de este tipo de vivienda, concebida originalmente por su función social, surge el problema de dónde terminan las obligaciones públicas y dónde empiezan las privadas. El Dorrego nació como propiedad de la Nación, en alquiler subvencionado, pero fue vendido en gran parte con créditos blandos a lo largo de los años. Luego pasó a la Ciudad, con lo que hay una cierta confusión sobre los límites. Por ejemplo, los vecinos realmente esperan ayuda para que sus sótanos dejen de anegarse por la subida de las napas, y la ley es muy clara en cuanto a los espacios verdes, comunes y públicos.
Gómez Coronado ya emitió una resolución recomendando al ministro de Ambiente y Espacio Público porteño, Diego Santilli, que cumpla de una vez la Ley 2750 y arranque con las obras. Que Santilli sea un experto en ambientes y espacios públicos es debatible, pero se sabe que es un político profesional. Con lo que puede conocer un dato que varios de sus colegas de gabinete ignoran: su partido ganó repetidamente en Mataderos y los votantes esperaban las obras votadas masivamente por la Legislatura.
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