Sábado, 26 de noviembre de 2011 | Hoy
Son dos, tienen sobrenombre y arrancaron un proceso de restauración realmente notable. La vasta sede del Ministerio de Agricultura empezó a recuperar su aspecto de 1919.
Por Sergio Kiernan
Hay unos pocos edificios que se ganan el honor de ser conocidos por su nombre, como el Kavanagh, y poquísimos que se ganan un sobrenombre. Tienen que tener su magia, un enganche de encanto que los haga recordables, lo que explica que en general tenga torrecitas o miradores, o tengan cara de alojar fantasmas. El único edificio público que se mereció este mimo es el que aloja el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, que levanta sus mansardas en Paseo Colón al 900. A los taxistas hay que indicarles la altura y decirles simplemente que uno va a Las Mellizas.
Quien pase por ese borde de San Telmo verá un flamante andamio y un cartel que avisa que Las Mellizas están siendo restauradas. Los trabajos empezaron hace rato y ahora se hacen visibles porque llegan a las fachadas. La historia empieza en realidad el año pasado, cuando el ministro Julián Domínguez formó un equipo de trabajo centrado en la Subsecretaría de Coordinación Técnica y Administrativa. En un gesto raro y refrescante, Domínguez no sólo ordenó respetar la ley que indica que todo edificio del Estado de más de 50 años debe ser restaurado y no “renovado” o “reciclado”, sino que pidió el máximo rigor histórico posible.
A los dos edificios les hacía falta esta orden, porque no sólo llevaban un fuerte atraso en mantenimientos básicos, sino que habían sido atacados por esa comezón de “modernizar” que dejó el tendal, sobre todo en la dictadura. En el ministerio abundaban los techos pintados de marrón, para “bajarlos” visualmente, los cielorrasos flotantes para bajarlos en serio, y también acumulaciones de lámparas diferentes, equipos de aire acondicionado y colores indebidos.
El original al que se busca volver tiene una historia realmente notable. Las Mellizas nacieron a destiempo, con el edificio del 982 –a la derecha de la foto– planeado en 1911 como Asilo Nacional Nocturno de la Capital Federal. Los planos de la Dirección General de Arquitectura del entonces Ministerio de Obras Públicas creaban un edificio de 52 por 52 metros de planta, un semisubsuelo, tres pisos y una mansarda, para alojar a 375 hombres, cien mujeres, 25 niñas y 40 niños –una fórmula hoy incomprensible– sólo por las noches. El Asilo iba a contar con peluquería, baños y consultorios médicos, y se complementaba con dos vecinos menores –hoy la Dirección Forestal– para lavandería y cocheras.
Pero el Asilo nunca fue asilo, porque al inaugurarse en 1919 ya estaba destinado a Agricultura. Esto explica un aparente misterio, que es la cantidad de divisiones y equipamientos que obviamente no estaban en los planos originales, pero se realizaron con materiales de la misma época. La deducción es que con el edificio casi terminado se dividieron las grandes salas del plan original en oficinas.
La segunda hermana, en el 922, fue inaugurada exactamente diez años después, como sede de YPF. Los edificios se imitan exteriormente, pero son muy diferentes en lo material: el primero tiene estructura metálica y enladrillado, con ventanas y puertas de madera, el segundo es de hormigón y exhibe en su patio ventanales de metal y un claro aire racionalista. Como se sabe, YPF se mudó rápidamente a su magnífica sede de la Diagonal Norte, ella sí de un racionalismo brillante, y Agricultura se quedó con ambas sedes en Paseo Colón.
Los trabajos que ordenó el ministro Domínguez combinan la restauración con el reequipamiento. Por un lado, hay complejos planes para instalar sistemas de aire acondicionado –sólo el 922 tiene un sistema central, muy pequeño en capacidad– y de informática. Por el otro, un tratamiento completo de los dos edificios para devolverles su aspecto original. En los patios centrales se alzan andamios y se trabaja en restaurar las envolventes, recuperar celosías y ventanales, cegar aperturas malpensadas y agregadas con los años, y retirar un bosque de cables y caños. En ambos casos se encontraron edificaciones menores que tomaban buena parte de los patios y se encaró reconstruir molduras y texturas perdidas. Tras mucho cateo y pruebas de color se logró una combinación que reproduzca el tono original del símil piedra, ya perdido bajo capas y capas de pintura.
En los interiores, se recuperaron los infinitos peldaños de mármol de las escaleras y se pintaron las barandas del gris oscuro original, retiraron el inefable verde inglés que tenían. Mientras, se cateaban los pasillos para descubrir la paleta original, que resultó de lo más vibrante. Es que el ministro Domínguez tenía la idea de transformar el pasillo del primer piso del 982 en un espacio histórico. El lugar es el único que conserva sus lámparas de bronce de 1919, sus puertas y peldaños de mármol, y hasta algunos muebles. La primera tarea fue retirar el embaldosado de la década del treinta y mandar a hacer encáusticos que reprodujeran los encontrados por debajo de alfombras pegadas. El pasillo ya luce como el original, con un color durazno que sorprende por lo poco ministerial, pero es el que se descubrió cateando.
Otra aventura fue recuperar algo del equipamiento perdido. De los muebles de 1919 queda alguna muestra, pero de las lámparas queda nada. Con una foto de 1920 se pudo detectar un modelo y, foto en mano, encontrar una pieza idéntica. Pero sólo una, con lo que se encargaron cien reproducciones para instalar donde estuvieron hace noventa años. Lo mismo ocurrió con las pérdidas farolas exteriores, reemplazadas por unos farolitos casi descartables con la única excepción de un par de nobles piezas de bronce que sobrevivieron.
El ministerio está viviendo apenas la primera etapa de un trabajo raramente visto entre nosotros. Las fachadas comenzarán a ser restauradas apenas se terminen los estudios técnicos que guían estos trabajos. Luego se seguirá con infinitos trabajos de recuperación de espacios interiores, que van desde unificar la colección inverosímil de artefactos de luz de los dos edificios, a reabrir puertas cortadas y bajadas. Sólo en pinoteas hay hectáreas de bosques canadienses y eslovenos a retomar y pulir.
Ya la escala de Las Mellizas hace que todo este proceso sea notable, pero además está su ubicación, en plena Area de Protección Histórica 1 y sobre una avenida que es una vidriera urbana. En estos tiempos de piqueta y pérdidas para el patrimonio, esta restauración es un hito.
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