Sábado, 7 de marzo de 2015 | Hoy
El macrismo sigue rompiendo plazas y muestra la hilacha al mudar una comuna a un shopping. Las torres que no entienden.
Por Sergio Kiernan
El macrismo en funciones tiene un modelo de parque –de plaza, de plazoleta– único y monocorde. Este modelo es un modernismo pobretón, de materiales rústicos, que no aspira a durar más que un tiempito antes de romperse o simplemente quedar como el vestido del año pasado. Como toda arquitectura es parlante, aunque esté de moda negarlo, los parques del macrismo dicen que son descartables, una obra de hoy y para hoy, sin aspiraciones de durar. Es un mensaje violentamente contrario a la identidad de Buenos Aires, que en todo caso se traba en una espléndida decadencia casi clásica.
Que esto es un modelo y no un accidente se demuestra no sólo por la cantidad de obras, la monotemática costumbre de arruinar parques, sino por una especie de inquina tonta en el tratamiento de los clásicos. Un ejemplo de libro es el curvón donde termina la avenida Quintana en Recoleta, justo enfrente del paseo Chabuca Granda. El lugar tiene una fuerte identidad con el cementerio, la única iglesia colonial de la ciudad, el viejo asilo devenido centro cultural y los parques de gomeros colosales. Como es una zona especial, tiene su reglamentación de farolas antiguas, doradas o verdes de acuerdo con su ubicación. Recoleta, se sabe, es irresistible para los macristas, que no paran de tratar de arruinarla poniendo bolones de cemento y empedrados mal puestos, y tratando de cargarse sus espacios verdes con estaciones de subte.
En el curvón encontraron otra receta. Muy a la Daniel Chain, “entubaron” la calzada reduciéndola y recargando la curva, supuestamente una manera de ordenar el tránsito, que no necesitaba ordenarse en particular. Además de complicarle la vida al enorme bus turístico del colega de gabinete Hernán Lombardi, la obrita sirvió para poner en el lugar esos farolitos chinos tan modernos y de mala calidad que ya pueblan todo el país. Como esto es calzada, técnicamente, no corre la reglamentación local y los farolitos chinos puestos en el ensanche hacen un papelón al lado de las farolas tradicionales de la vereda real. Para peor, hay una inexplicable duplicación de gasto, porque los chinos están justo al lado de los originales...
Basta de Demoler agrega otro caso a esta guerra contra los parques, avisando que el Ministerio de Espacio Público está gastando 37 millones de dólares en arruinar el entorno del Rosedal, en Palermo. Este lugar es de lo más clásico de Buenos Aires, un parque creado por Thays y también dueño de una reglamentación propia que indica farolas y ciertos mobiliarios. La vereda del Rosedal es de baldosa tradicional porteña, de las de vainilla, y de un color rojizo que va bien con los senderos de ladrillo que por tantísimos años identificaron nuestros espacios verdes. De hecho, donde termina la vereda y empieza el césped hasta sobrevivían los ladrillos maquinados, curvos, que fueron el tradicional borde de cantero de esta ciudad. Los millones se gastan, según la licitación 226/14, en “mantenimiento”, pero la realidad es que arrancan el embaldosado para poner cemento peinado. Una porquería, estética y material.
Con lo que no extraña que los vecinos del Parque Lezama muestren una desconfianza pampa ante el mismo ministerio, sobre todo porque les mandaron como interlocutor al director de Uso de Espacio Público Patricio Di Stefano. La asamblea del parque denuncia que la estrategia del macrismo ante el conflicto por la horrenda reforma que quieren hacer es “congelarlo”, perdiendo el tiempo en mediaciones. De hecho, lo que propone el gobierno porteño es lo mismo que los vecinos ya rechazaron en 2013 y que se suponía era una etapa cerrada. Esta pobreza de argumentos muestra una pobreza de gestión y de ideas todavía sorprendente. El Lezama no es “un parque”, es una de las creaciones más delicadas de los porteños, un parque victoriano con un relieve muy especial que muestra cómo era esta pampa antes de urbanizarse, y una serie de construcciones frágiles y hermosas.
El macrismo insiste en que el problema del Lezama es el vandalismo y que al enrejarlo se soluciona. Para eso propone más de esas rejas penosas con las que arruinan todo parque y demuestran que no entienden la diferencia entre poner una verja y montar un corralito. De hecho, el Lezama estuvo alguna vez enrejado y hasta se sabe dónde están dos de sus bellos portones originales, ambos en manos municipales y en la zona sur. Pero nadie, y menos Di Stefano, hace una propuesta de restauración de acuerdo con la belleza del lugar, ni menos una de participación vecinal para administrar el lugar, enrejado o no.
Con lo que hoy a las 18 hay asamblea en el parque y el martes una reunión abierta en la Legislatura para hablar del conflicto con legisladores y vecinos. La oposición en pleno ya avisó que va a participar.
El macrismo tiene un lado de señora gorda que asoma en los momentos menos pensados, como en la inauguración este verano de la nueva sede de la Comuna 2. Como se trata otra vez de Recoleta, se empieza a entender que el barrio del que es vecino Macri le saca lo mejor de adentro.
Es que la Comuna se mudó al cuarto piso del shopping Recoleta Mall, una de las cosas más feas de la zona y beneficiada por un convenio urbano que les permitió anexar la amplísima vereda, una real plazoleta, y ponerle seguridad privada. Sin darse cuenta de lo que decía, Macri mostró su alegría al mudar la sede al centro comercial, explicó que uno podía sacar turno para cualquier trámite y en lugar de esperar irse “a disfrutar del shopping” hasta que te avisaran que te atienden por un mensaje de texto. Como los niños y los locos, el jefe de Gobierno hasta dijo la verdad: “Esto representa lo que nosotros buscamos”.
Pena que contradice hasta las mismas políticas que su gobierno dice sostener, como la de apoyar los Centros Comerciales a Cielo Abierto. Quien haya leído el completo estudio publicado en mayo pasado por el Consejo Económico y Social de esta ciudad recordará que Buenos Aires tiene ocho de estos CCCA. El Consejo reúne a una notable representación de propios ajenos, oposiciones y oficialismo, empresarios y sindicatos, ong e Iglesia, universidades y centros de estudio, con lo que sus informes son ampliamente consensuados. Macri, al parecer, no leyó eso de que lo deseable es alimentar los “zócalos” comerciales urbanos, que le dan vida a la ciudad, y no los shopping cerrados, que la anulan.
No hay caso: la suma de shopping y Recoleta lo puede. De hecho, el viejo CGP y sede de la comuna en Uriburu 1022 ahora queda para las cosas feas, como reclamos por basura e iluminación.
El 14 de febrero, la tapa de este suplemento avisó de la llegada de las torres a los barrios, contando la obra en la vieja fábrica Huser en Floresta. Es un terrenón deseable, de los que se está haciendo difícil de conseguir en otros barrios, con un edificio de ladrillos de una cuadra de largo, protegido. El proyecto implica dejar la cáscara de este edificio –no lo pueden demoler– para una entrada, una piscina cubierta y una suerte de SUM. Atrás, tres inmensas torres formando un muro de cien metros de largo, en un barrio donde un primer piso es llamativo.
La empresa que construye el emprendimiento, TGLT, mandó una larga carta a m2 firmada por su director de Operaciones, Alejandro Bello. El texto es obviamente “de comité”, con largos párrafos contando cuántas obras hizo la empresa y hasta avisando que cotiza en Bolsa... Pero luego hace aclaraciones interesantes de repetir, para ver en qué piensa este tipo de desarrolladores. Por ejemplo, según la carta los edificios de TGLT son “diseñados por estudios de arquitectura de trayectoria”. Esto seguramente es cierto, como también debe ser que tienen prestigio, premios y muchas notas en las revistas especializadas, las que escriben y editan arquitectos para que las lean otros arquitectos. También es seguramente irrelevante, porque lo que planea hacer TGLT en Floresta es francamente mediocre como diseño: tres edificios enormes sin arte ni parte, sin un toque siquiera que distinga arquitectura de mera construcción.
La carta sigue diciendo que TGLT “es una empresa comprometida con los lugares donde desarrolla sus actividades. Antes de iniciar cada proyecto, realiza las consultas pertinentes a las empresas de servicios para asegurar la adecuada provisión de agua, electricidad, gas, desagües e Infraestructura en general”. Esto es evidentemente cierto, pero no es el tema de la nota, que hablaba no de la provisión de servicios a las obras de la firma sino del impacto de edificios tan grandotes en el barrio. La carta avanza diciendo que en “numerosas ocasiones” la empresa mejoró la infraestructura local, sin dar ningún ejemplo concreto.
De hecho, lo único que menciona específicamente es una calle peatonal, la prolongación de una avenida y la construcción de un paseo público costanero en el proyecto de La Maltería en Rosario, donde hicieron once torres y reciclaron un edificio “abandonado”. Esto es curioso, porque reciclar el edificio, estirar la avenida, crear una calle peatonal y abrir la costa al público fueron imposiciones del gobierno rosarino, no gracias de TGLT. De hecho, el tono del párrafo implica una obra de caridad –“vocación por la preservación del patrimonio”, “revitalización de una zona postergada”– que no cierra con el éxito comercial del emprendimiento.
La carta termina afirmando que TGLT sí habló con los vecinos y que “la gran mayoría ha manifestado su beneplácito”, expresión papal que indica que tienen gente en Floresta que los apoya.
Nada más, con lo que hay que explicarse mejor. Si TGLT hiciera una obra así en un lugar tan socialista y estatista como Nueva York, se encontraría con que no tiene que hacer consultas con las empresas de infraestructura, sino que las empresas de infraestructura le revisarían los planos y le pasarían la cuenta por adaptar lo que existe a la nueva escala de su proyecto. Esto hasta incluye volver a asfaltar la calle, que será arruinada por los camiones durante la obra. Entre los reclamos de los vecinos –sí, allá también hay asambleas– se contaría que un porcentaje interesante de los departamentos se vendieran o alquilaran a precios por debajo del mercado, para mantener el mix poblacional y evitar la gentrificación del barrio. Ni hablar del edificio catalogado, que debería tener un aspecto social en el sentido de ser accesible a los vecinos para ciertas actividades. Y si hay que hacer cambios en el tránsito o los horarios de estacionamiento por la cantidad de coches que atrae la torre, hasta hay que aportar a las horas extras de la policía y al pago de los nuevos carteles en la calle.
Nada de esto existe en Buenos Aires, donde la “consulta a las empresas de infraestructura” es un verdadero subsidio a la industria de la construcción concentrada.
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