Jueves, 29 de abril de 2004 | Hoy
MARIANA CARRIZO, BAGUALERA DE RIMA FILOSA
A los 21 años emerge como una nueva figura del folklore argentino, después que en Cosquín 2004 asombró con sus coplas pícaras y profundamente femeninas. Ella dice: “Las canto para que las mujeres sepan que no hay que quedarse calladas”.
POR KARINA MICHELETTO
Mariana Carrizo, la más
joven promesa coplera de Salta y consagrada como revelación
en el último Festival de Cosquín, mete púa en un taxi que
atraviesa la avenida Corrientes.
Te digo que Atahualpa se robó varias coplas populares. ¿Será
que pensó que, como eran de todos, también eran de él,
y les estampó la firma?
Callate, salteña rencorosa. Yupanqui se iba en burro desde Tafí
Viejo hasta Tucumán y no decía nada. Vos te quejás porque
tenés un día de micro de Salta a Buenos Aires.
La destinataria de la chicana es una amante del folklore empecinada en dar a
conocer los exponentes nuevos e históricos del género, devota
de Yupanqui. Por tanto, acusa recibo del comentario.
Y ésas son las que le conocemos de acá. Imaginate todas
las que les habrá robado a los franceses cuando vivía en París
y nunca nos vamos a dar cuenta...
Mariana guiña el ojo y sigue metiendo púa, sabe que sus dardos
surten efecto fácil. Pero, si se pone seria, aclara que a Yupanqui lo
quiere como lo quieren todos, sólo que la verdad es la verdad. Y que
ella escuchó algunos de los versos que llevan su firma iguales o muy
parecidos, copleados anónimamente entre los cerros. O los encontró
en algunas otras recopilaciones. En todo caso, reconoce Mariana, Yupanqui no
fue el único. Por las dudas incluyó en el disco que acaba de grabar
su versión de una zamba, La viajerita. Escrita por... Yupanqui.
Mariana Carrizo es menuda, bajita, y de lejos hasta puede pasar por adolescente.
Lo único que tiene para acompañarse cuando canta es su caja bagualera.
Parece poco, hasta que suelta la primera copla. Si estuviste haciendo zapping
en esas noches de enero en las que sobran los canales porque no hay nada para
ver, quizás pasaste por la sempiterna transmisión de Cosquín,
y la viste. Si pasó eso, seguro que te detuviste. Eso es lo que ocurre
siempre que Mariana se sube al escenario. Hay algo en sus coplas, en la picardía
o dulzura con que las dice, que funciona como un imán.
Tenía ocho años y ya sentía la artisteada: para mí
no había otra cosa que la música. En el pueblo pasaban discos
por un altoparlante y yo me volvía loca. Me encantaba una canción
de Edith Piaf, y La Traviata cantada por Pavarotti. Estaba cuidando las ovejas
y me llegaba la música con el viento. Por ahí soplaba para otro
lado y yo corría para donde iba el viento. Cuando volvía, las
ovejas ya no estaban. Entonces sabía que, a la vuelta, cobraba seguro.
Así que entraba a la casa poniendo la espalda, entregada, como el Chómpiras.
Sigue contando. Yo quería estudiar música de verdad, partituras,
esas cosas. Pero en mi casa no querían saber nada. Lo veían como
algo indecente. Mi papá quería que yo fuera monja. ¡Pobrecito!
A los trece años me regalaron un casete de Leda Valladares. Ahí
me picó la curiosidad y me largué a investigar. La investigación
de Mariana fue escaparse de su casa para viajar, a dedo o haciéndose
la dormida en los colectivos. Iba buscando coplas por los parajes perdidos en
medio de los cerros, aprendiendo de cada lugar. Buena parte de esas coplas populares
están incluidas en su repertorio. El resto está tomado de las
pocas y valiosas recopilaciones existentes, y de cancioneros españoles,
el antecedente de las coplas norteñas. Lo que más me emociona
es escuchar a los viejitos. ¡Con qué sentimiento que cantan! Te
hacen vivir lo que escuchás, dice Mariana.
Las
coplas que yo les canto
son escritas por el tiempo,
me las enseñó la vida
las iba cantando el viento.
Hasta los cinco años,
Mariana vivió con su abuela en Angastaco, un pueblito en medio de los
Valles Calchaquíes. Después creció en San Carlos, a veinte
kilómetros de Cafayate. Para mí es más fácil
defender algunas de las cosas que canto porque las viví. Yo sé
lo dura que es la vida en los cerros, no es como la muestran las postales. La
gente baja para vender sus cositas, quesos, charqui, pasan días enteros
durmiendo a la intemperie, con frío, lluvia, tormentas. Y por ahí
cuando llegan lo que sacan no les alcanza para comprar lo que necesitan, o la
novedad que llegó al almacén del pueblo. Esa impotencia se hace
copla.
Cuando el pobre anda queriendo
viene el rico y se atraviesa
y ahí se queda el pobrecito,
rascándose la cabeza.
Dice convencida Mariana: Las que cantan coplas son casi siempre mujeres.
¿Por qué? Porque los hombres se creen más pícaros
y lo único que hacen es ir a tomar chicha y vino. Y cuando llegan con
el vinito en la cabeza ya vienen más corajudos y altaneros. Ahí
es cuando se quieren desquitar con las mujeres y ellas se tienen que aguantar
calladitas. ¡Ah, no, eso sí que yo no lo tolero!.
A
los hombres hay que quererlos
y no darles de comer
porque comiendo se olvidan,
muertos de hambre quieren bien.
La selección de coplas
que hace Mariana no es inocente. Están los versos tiernos, picarescos,
amorosos. Y están los que advierten a los hombres que no hay que pasarse
de la raya. En un contexto machista como el del norte argentino, eso puede ser
una bomba de tiempo. Yo las canto a propósito, para que las mujeres
sepan que no tienen que quedarse calladas. Para que no se conformen con ser
más machistas que los hombres, cuenta. Alguna vez tuvo que enfrentar
una silbatina de quince minutos porque cayó mal una de sus coplas feministas.
Casada quisiera estar,
casada por un ratito.
Casada toda la vida,
eso sí no lo permito.
Esta copla la puse
escrita en el disco porque me identifica un poquito. Estaría bueno vivir
casada por un ratito, ¿no?
El disco que Mariana acaba de grabar, y que presentó ayer en el Teatro
Alvear, se llama Libre y dueña. Le puse así porque representa
a la copla. Ella dice los sentimientos libremente, no se calla nada.
Parece más bien una declaración personal.
Dejame echarle la culpa a la copla.
Ya
me voy, ya me retiro
si me dan su permisito,
que tengo pa desplumar
en mi nido un gorrioncito.
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