Jueves, 2 de marzo de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA > EL NO HACE FUTUROLOGIA
Cuando comenzó el show de anoche en River, este suplemento entraba a imprenta. Por eso, he aquí un ejercicio sobre lo sucedido anoche con la bola de cristal en la mano.
Por HANNIBAL PUESTO
A veces el periodismo gráfico tiene esta clase de complicaciones: la única incomodidad de los shows de U2 en la Argentina (además de los precios de las entradas, claro) es que cayeron en dos días tan inconvenientes como el miércoles y el jueves. No porque uno no se pueda acercar a la cancha de River entre semana sino porque este suplemento cierra los martes (casi ininterrumpidamente desde hace 14 años). ¿Cómo hacer para acercar al lector una idea exacta de lo que sucedió en Núñez, si a la hora de ir a imprenta los músicos todavía se están bañando para salir? Con los Stones sólo hubo que atrasar un poco el cierre, pero los irlandeses plantearon un problema insoluble. Por eso, el NO abraza la futurología, la ciencia ficción y la lectura interactiva al mismo tiempo: en esta edición, con algo del espíritu de los libros Elige tu propia aventura, se ofrecen tres opciones de crítica del show, y todos contentos. Sobre todo los muchachos del taller.
1) La lógica
(con vértigo puro)
¿Habrá alguna manera de desmantelar a U2? La segunda visita a la Argentina terminó colmando las expectativas de un público que los esperaba desde 1998, cuando el Popmart Tour dejó a todo el mundo de boca abierta frente a la pantalla gigante, el limón espejado y la comprobación de que el cuarteto no era sólo una de esas cosas que se disfrutan en disco: U2 podía ser real, even better than the real thing, y disparar, una detrás de la otra, esas canciones de vinilos gastados y cedés flamantes.
Y ahora lo hicieron de nuevo. Y hay que decir que con el correr de los años Pop fue perdiendo lustre, condenado entre las mejores canciones de Zooropa y All That You Can’t Leave Behind, pero How to Dismantle an Atomic Bomb es seguramente un disco que resistirá mejor la prueba del tiempo. No quedan dudas de eso cuando la intensidad de Miracle Drug le deja paso a Sometimes You Can’t Make it on your Own, y Bono se saca las gafas para correr un poco al personaje y recordar que le está cantando a su padre, y se pasea por la elipse y declara que “sos la razón por la que canto”. Y cuando la piel todavía está erizada, el escenario se tiñe de rojo como en la simpatía por el demonio Stone y Love and Peace or Else parece un par de gritos en la cara de Bush, y todo termina detonando en Sunday Bloody Sunday y Bullet the Blue Sky, nada menos. Sabedores de que cada incursión por ciudades lejanas significa encontrarse con un público ávido de esas que sabemos todos, los irlandeses concedieron Pride (In the Name of Love), New Year’s Day, Where the Streets Have no Name, One, Zoo Station, The Fly, Mysterious Ways, pero eso sirvió también para revisitar páginas más oscuras como 40 y el doblete An Cat Dubh / Into the Heart, estratégicamente colocado antes de Beautiful Day.
Así, en más de dos horas, U2 le fue dando forma a un show aun superior al del supermercado pop, con unos tipos más veteranos (Bono envejeció en ocho años más que Mick Jagger en un cuarto de siglo), pero no por ello menos enérgicos, capaces de ponerle el cuerpo a un show de estadio y salir ganando. La misma sensación que los felices 65 mil invitados a la fiesta tenían al encarar la salida, resignándose a la ausencia de taxis al grito de “Uno, dos, tres... ¡¡catorce!!”. Vértigo puro.
2) La rara
(con pocos hits y lados B)
¿Qué llevó a que U2 tomara una decisión tan arriesgada para su tercer show en la Argentina, el primero de este Vertigo Tour que vino a completar una quincena inolvidable en materia de espectáculos en Buenos Aires? Según se comentaba el miércoles por la tarde en la pileta del Four Seasons, el fanatismo que asomaba en cualquier lugar donde algún integrante del cuarteto asomaba su carucha llevó a que Bono y The Edge, los capitanes artísticos del grupo, decidieran poner a prueba la famosa fidelidadargentina. “Brown Sugar la toca cualquiera”, habría dicho el héroe de los niños africanos que tienen hambre, tristeza, malaria, disentería, etcétera. Lo cual es cierto, pero de todos modos el grupo asumió un riesgo demasiado grande.
Debe tenerse en cuenta el historial de U2: activos desde 1976, con trece discos grabados desde 1980 (contando un par en vivo), los irlandeses tienen un archivo de canciones por lo menos importante. El fan atento tuvo algunas pistas en el DVD Vertigo Tour Live from Chicago: en esos shows del 9 y 10 de mayo de 2005, el grupo exhumó algunas rarezas como An Cat Dubh, Into the Heart, The Electric Co. (de Boy, 1980) y 40, de War (1983). Por eso no resulta tan extraño que el grupo fuera revisitando los rincones del desván con Seconds (muy bien recibida, sobre todo porque fue el primer tema viejo en aparecer y nada hacía prever que todo continuaría en ese tono), y la oscurísima Shadows and Tall Trees, y Three Sunrises (lado B de The Unforgettable Fire) o Scarlet, quizás uno de los pasajes menos llamativos de October. A medida que pasaban los temas, quedaba clara la noción de que éste sería un show para muy fans: como ejemplo, bastó que sonaran los primeros golpes de batería de Sunday Bloody Sunday para que el estadio entero se sacudiera la modorra con suficiente potencia como para tirar abajo la lámpara de la casa de la señora que denunció a los Stones por ruidos molestos.
Así, en este nuevo encuentro con el público argentino, U2 dejó una sensación agridulce. Lo que tocaron, lo tocaron con ganas, eso es innegable. Su núcleo duro de fanáticos –unas 350 personas, quizá 400– festejó todas y cada una de las ignotas canciones que el cuarteto sacó a la luz, y a pesar de todo la puesta fue impecable, y las cuatro o cinco canciones realmente populares despertaron ese conocido espectáculo que puede armar el público argento cuando le tiran onda. Pero cuando el grupo volvió para los bises con Elvis Ate America, de su banda paralela Passengers, un considerable número de personas eligió encarar hacia la salida antes que se terminaran los taxis. Y, en verdad, nadie se animó a reprocharles nada.
3) La delirante
(con Charly, Palito Ortega y Jaime Torres)
Nadie, ni la mente más afiebrada, se esperaba algo así. En la era globalizada, la rápida edición local del Vertigo Tour en DVD permitió que el fan pudiera estudiar el show que iba a ver en River, pero al cabo tanto estudio sirvió sólo para apreciar mejor las diferencias. Hubiera sido realmente llamativo que Charly García apareciera en ese show en Chicago, pero su invasión del escenario de River fue también bastante inesperada. Los cables que hablaban de una visita secreta de Say No More al Four Seasons habían sido desestimados como simples rumores, pero evidentemente el encuentro existió y condujo a eso que se vio (y, lamentablemente, se escuchó) en el Monumental. No se trata sólo de que García está muy lejos de poder afinar en el dueto de One. Que destruyera el rack de efectos de The Edge no pudo menos que empañar totalmente esta segunda visita de los irlandeses. Y la imagen final de The Edge llorando desconsoladamente en escena no hace más que confirmarlo.
Por lo demás, ¿qué les dejó el Vertigo Tour a las 65 mil personas que poblaron el estadio Liberti? Precisamente una sensación de vértigo, pero no del bueno. Apenas había pasado media hora de show cuando Bono, en sus primeras palabras al público, anunció que abjuraba de todas las acciones llevadas a cabo en los últimos meses: “Esta noche he invitado a Greenpeace para que vea cómo le arranco la cabeza a un par de pingüinos empetrolados”, dijo el frontman, sin dejar de hacer los cuernitos a la Ozzy Osbourne y antes de anunciar su campaña en pro de la reducción de impuestos a los millonarios. Y mientras los chicos del fans clubenrollaban prolijamente sus cartelitos de “We missed you”, la banda la emprendió con una vigorosa versión de Me gusta el mar, de Palega Ortito.
Ya entonces quedó claro que no iba a ser una noche más. Y así fue. El dúo de guitarra con delay y charango entre The Edge y Jaime Torres confundió más de lo que sorprendió; El habla de hambre y nosotros viajamos en turista, el tema propio estrenado por Clayton y Mullen Jr., pareció un simple relleno antes del solo de batería de Bono; la aparición de Brian Eno, con un pizarrón en un costado del escenario para explicar un par de canciones, significó un insalvable bache en la intensidad del show; la chica elegida por el cantante para bailar en escenario, según apuntó el enviado de una agencia de noticias, era en realidad un trabajador que en la zona del Rosedal responde al nombre de Solita. Demasiados momentos extraños para una noche muy diferente a lo que se preveía. Pero el rock siempre da revancha. n
(Para saber qué pasó anoche, consultar la sección Espectáculos de este diario, y evaluar cuál de estas críticas estuvo más cercana a la real.)
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