Jueves, 27 de agosto de 2009 | Hoy
LOS MANAGERS, ANTES Y DESPUéS DE LA POLéMICA SENTENCIA SOBRE CALLEJEROS
¿QUE ES UN MANAGER? ¿UN ENTE HUMANO SEPARADO DE LOS ARTISTAS POR UNA MAMPARA INFRANQUEABLE O UN PERSONERO QUE LEGITIMA SUS DECISIONES LUEGO DE UN CONSENSO? “ACA, LOS MANAGERS TENDRIAN QUE LLAMARSE SECRETARIOS”, DICE MUNDY EPIFANIO.
Por Cristian Vitale
Puede que, en ciertos productos masivos, la figura del manager dé con la imagen del hombre que opera en las sombras. Que baja de un pedestal para leerle al músico –o algo así– el manual de instrucciones para triunfar en la picadora de carne, y llevarse los morlacos. Mambrú, Bandana, Ricky Martin o los Jonas Brothers sabrán contarlo mejor, pero el rock en sí –y el rock que se autoasume independiente– se mueve en otra dimensión. Es, en teoría, horizontal y participativo. Si el músico no es amigo del representante, al menos lo incluye como una parte esencial que da movimiento a la máquina. El músico siempre sabe lo que el manager hace. No le firma un poder total y se desentiende. Es corresponsable en las buenas, y también –debería serlo– en las malas. Músicos y managers son, y mucho más en el rock de presumida ralea independiente, algo así como amigos. Socios de confianza. Casi indisolubles. Nadie, a esta altura, podría pensar a Los Redondos sin la Negra Poly; o a La Renga sin el Gordo Gaby, que incluso –damos fe– participa en las notas periodísticas como un músico más; o a Divididos sin Jorge “Killing” Castro.
Por otro, el manager jamás se mueve en abstracto. Opera en un contexto colectivo, global, que implica costumbres, ritos, pertenencias, necesidades, preferencias y referencias. Interactúa dentro de un estado de cosas dado del que músicos, público, bolicheros, productores, patovicas y otros actores son parte. A su forma y en su rol, pero es parte. Se mueve como puede. Negociando. Negando y concediendo. Consultando y discutiendo. Transando o accediendo. Protegiendo o corrompiendo.
Aunque no es de incumbencia periodística dictaminar justicia, el fallo sobre Cromañón desestima la verdadera proporcionalidad entre los actores en juego. No se discute si 18 años es mucho, poco o nada para Diego Argañaraz, el manager de Callejeros. O para Chabán. O para quien sea. Pero, ¿Argañaraz es el Diablo y Fontanet, Dios? ¿18 a 0 no se parece a una goleada por falta de arquero? ¿Es negro y blanco sin grises? ¿Argañaraz arrió a los músicos como vacas al corral? ¿Les adornó el salón con velitas de fuego como si fuera una fiesta sorpresa? Esto no tiene nada que ver con las condiciones de independencia, horizontalidad, amistad o cercanía de las que los músicos –incluso Callejeros– se jactan –o se jactaban– antes del diario del jueves. Las pocas veces que el NO intentó comunicarse con la banda para hacer una entrevista –antes de la tragedia–-, la respuesta del propio Argañaraz fue automática: “Los chicos dijeron que no quieren dar notas a los medios que le dieron la espalda”. ¿Acaso no era una decisión consensuada o era un capricho de Argañaraz? ¿Se puede sindicar al manager en desgracia como único responsable, sólo por la fuerza formal de un gancho?
Sin ser expertos en leyes, huele a relación proporcionalmente perversa que al manager le hayan caído 18 años de sombra encima, y ninguno a sus músicos. El caso es que la condena desengancha un abismo a los músicos del representante. Aun con la vista gorda de Argañaraz ante las dos bolsas de pirotecnia que la Familia Piojosa dejó debajo del escenario; o con la displicencia “de piola argento” de “dejar hacer a los chicos”; o con el poder de decisión sobre los lugares en los que el grupo debía actuar; o con el hecho de haber sido echado a las piñas por los músicos; por sus pretensiones de “vender” a Callejeros como un espectáculo integral; o con las mochilas sin revisar, su comprometida agenda pirotécnica y los invitados de El Fondo no Fisura. “Yo creo que ese pibe –Argañaraz– no estaba capacitado para llevar adelante ese barco, con el peligro que condecía ese barco. Ni en pedo. El que no sabe es como el que no ve, decía mi abuela. Es como el que come todo el día pancho y hamburguesa, desconoce el 90 por ciento del sistema alimenticio, ¿no? Ahí está”, dice al NO el experimentado Mundy Epifanio, que hace casi 30 años debió lidiar con la organización de los problemáticos recitales de Riff y hoy representa a Todos Tus Muertos y Attaque 77, además de organizar los recitales de Bersuit Vergarabat, Ratones Paranoicos y Gustavo Cerati en España.
Epifanio descree que en la Argentina se aplique bien el significado de manager. “La palabra está mal traducida aquí. Manager es algo así como un gerente o un encargado, cuando aquí, en realidad, el 95 por ciento de los artistas tiene secretarios, no managers. Entonces, si una persona es secretario, no puede decir que no. Los que se autodenominan managers, porque la palabra suena lindo, porque es extranjera, en realidad tendrían que llamarse secretarios. Dicen todo que sí y esto afecta directamente a la producción de los eventos, porque desde el seno del grupo hay muchas divergencias, no hay una conducción. Es como un equipo de fútbol sin director técnico, donde el cuatro quiere jugar de ocho, el arquero quiere patear los corners y ese quilombo se traduce en irresponsabilidad de producción, en negatividad de acciones y en un freno al desarrollo del artista, cuando no termina en una tragedia. Para mí es un problema de definición, y un problema de prejuicios, porque las bandas en la Argentina se resisten a pensarse como pequeñas empresas, los músicos quieren seguir siendo bohemios, irla de loquitos sueltos y, como tales, no entienden que tienen responsabilidades; entonces pasa lo que pasa, ¿no?”
Fausto Lomba hace 12 años que cumple el rol en Catupecu Machu. Dice: “Hay distintos tipos de manager; están los gerenciadores, que son los que hacen lo que la banda quiere y que para mí representan el 80 por ciento de los casos en la Argentina. Son los que acatan órdenes de los músicos y actúan en consecuencia. Pero en mi caso, con Catupecu Machu tenemos una concepción diferente. Somos amigos desde chicos y el nivel de consenso entre nosotros es mucho mayor que la media; discutimos todo, y después, en el caso de que el show sea grande, lo defendemos en el contrato con la productora. De cualquier manera, el manager jamás va a hacer algo que el artista no quiera. Eso está claro”.
Lomba recurre a la alegoría simbólica del elefante blanco. Puede ser, el elefante, una mina en bolas, un porro gigante o una ametralladora. Para el caso da igual. “A ver... si yo quiero meter un elefante blanco en un show, primero me tengo que poner de acuerdo con los músicos, porque el manager nunca va a hacer algo que el artista no quiera. Después, tengo que consensuarlo con los productores y ver cuáles serían los beneficios o no de poner el elefante blanco en determinado contexto. Hay que estar atentos sobre el lugar donde tocás y dónde ponés el elefante, porque el lugar lo elegís vos, nadie te lleva de los pelos. Si elegís un lugar, te tenés que hacer responsable del lugar que elegiste. Una vez, Fernando (Ruiz Díaz) amenazó con levantar un show en Obras si no ponían goma espuma en las vallas, para que los pibes no se golpearan. Ojo, los imponderables siempre están, sólo se trata de llevar el riesgo al mínimo.”
Roberto Cosseddu, manager-amigo de los Horcas, habla de dos modos de trabajo. Uno estrictamente profesional: la administración de cuentas y fechas, un rol más cercano a lo funcional que a lo humano. Y otro más relacionado con lo personal, a la criolla. “Acá pasa que algún amigo lo hace de onda y, si funciona, se genera una relación de dependencia. Cuando esto sucede, el manager adquiere preponderancia y debe saber adoptar decisiones por más difíciles que sean y hacerlas valer, porque el artista a veces sólo atiende su mundo. El trabajo del manager es bajarlo a tierra... contener, escuchar, aconsejar y entender al artista porque su sensibilidad es diferente al resto y es precisamente esa sensibilidad lo que lo hace diferente. ¡No es difícil ser el jefe del jefe!”
Desde el lado de los músicos, pocos admiten la situación de desenganche. Como el Vasco, baterista de MAD, y el Tano, baterista de La Mancha de Rolando, Sebastián Bereciartúa –hijo de Vitico– cumple el dual rol de músico-manager en Viticus. El reconoce la existencia de bandas “grandes” en las que el músico no sabe cómo es el lugar donde va a tocar. “Recibe su parte y hace su trabajo: tocar.” Pero, en su caso, dice que no existe decisión que no consulte con sus compañeros de banda. “Si alguna vez nos pasara algo o tuviéramos algún tipo de inconveniente, seríamos todos igualmente responsables. Aunque me toque firmar a mí, las cosas las hacemos entre todos.”
Otro ejemplo es el de Adrián Barilari, histórico cantante de Rata Blanca. “No existe un manual de manejo entre músicos y representantes. En mi caso, lo fundamental es que se firme un contrato para establecer las pautas que se van a llevar a cabo después. De allí surgirán las facultades que el artista le otorgue a su manager y las que éste deberá cumplir, pero considero que el artista debe monitorear siempre los pasos de su representante para estar al tanto y de acuerdo en cosas que surgen en estos negocios que poco tienen que ver a veces con lo artístico.”
Puede contemplarse la autocrítica –nacida del dolor– que llevó a Maximiliano Djerfy a abandonar Callejeros “a las piñas” (“No deberíamos haber tocado esa noche”, dijo alguna vez), pero cuesta creerle que ellos sólo se subían al escenario y tocaban, que se mantenían al margen de los pormenores de esos shows integrales. Es cierto: Callejeros corrió con la maldición de un estado de cosas mayor, que podría haberle caído a un sinfín de bandas de aquel entonces. No pueden ser considerados asesinos (ni ellos, ni el manager, ni Chabán). Pero los 193 muertos fueron allí, en Cromañón, en “su” recital, y las bengalas, como en decenas de recitales de otras bandas, no entraron solas. Es inútil negar responsabilidad, al menos. Reconocerla para limpiarse por dentro, más allá de las rejas. Hay una sentencia moral que está esperando: el infranqueable poder de la conciencia, esa abuela que regula al mundo, como decía el gran Flaco Spinetta, un rockero de los que ya escasean.
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