Jueves, 29 de abril de 2010 | Hoy
NARRADORES SUB-30 #1 > JAVIER SINAY: SANGRE JOVEN. MATAR Y MORIR ANTES DE LA ADULTEZ
Por Federico Lisica
Hubo una época en la que el Nuevo Cine Argentino estaba obsesionado con retratar en primera persona a chicos de clase media embarcados en la nada (Nadar solo) y aquellos que sin tiempo (¿y sin clase?) mataban y agonizaban (Pizza, birra, faso, Fuga de cerebros). Javier Sinay, autor de Sangre joven, pone paños fríos a la asociación. “Quería escaparme del cliché de la clase baja, como si sólo allí hubiese violencia. Tenía casos de chicos de clase alta, de chetos. Finalmente fueron seis los que trabajé, pero investigué el doble. No pude avanzar con las entrevistas por recomendaciones de los abogados. No quiero hacer teorías berretas pero, a veces, es más fácil hablar con gente del pueblo”, señala el periodista, que se quedó con ganas de incluir los crímenes, aún no esclarecidos judicialmente, de Ariel Malvino (muerto en sus vacaciones en Brasil a manos de unos “chicos bien” de Corrientes) y el de Solange Grabenheimer (la imputada es su amiga Lucila Frend, con quien vivía en un PH en la zona norte del Gran Buenos Aires).
En las páginas del libro, homicidio y juventud juntos asumen su cara más extrema (la muerte propia o a manos de quien tiene la misma edad que uno). Es una investigación apegada al género policial, “en las formas, todo lo que está ahí, sucedió”. De hecho, sobre el final del trabajo tuvo que borrar una tercera persona inventada y que narraba los hechos, para apegarse de modo más fiel a lo acontecido.
Cada caso tiene su particularidad (hay pasionales, sin resolver, masacres, pasados de rosca), pero el hilo que los une nace de una convicción: “Me interesaba mucho retratar a esta generación. Casi todos nacieron en los ‘80 y yo también. Quise describirla con sus ámbitos y personajes. Y trazando ese mapa juvenil, me di cuenta de que yo mismo frecuentaba los lugares o los conocía muy de cerca. Está muy presente lo difícil de salir, se van formando a los ponchazos en un país en crisis. Creo que los define esa incertidumbre y el abandono en el que viven. Está todo mal y están muy poco cobijados. También surge el lugar de los padres”.
Afirma que las historias lo sumían en un compromiso y que al escucharlas de primera fuente no salía indemne: “Traté de reflejar el dolor de una manera cercana, sin la demagogia de querer mostrar como que yo había atravesado eso, pero que por edad sabía de su mundo, el zoom a veces se abría y en ocasiones se cerraba”. Así aparece el hobby de DJ radial de uno de los involucrados, o Pokémon y Los Simpson como uno de los placeres de otro joven. Ahí es donde los relatos ganan por aplomo, son construcciones bastante diferentes de las regaladas por los informes televisivos o páginas policiales. “Eso se fue dando con la investigación –concede–; al describir con tiempo su mundo, estos pibes se iban transformando en seres con muchas caras. Todos las tenemos. Algunos hicieron cosas horribles, pero antes de hacerlas eran relativamente normales.” El autor no deja de sorprenderse de que la redención aparezca, en palabras de los propios culpables, justamente en la cárcel.
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