Jueves, 1 de julio de 2010 | Hoy
BOLAS NEGRAS EL SUB-SUPLEMENTO DEL NO PARA SUDáFRICA 2010
Por Javier Aguirre
Hay un mexicano que se llama igual que yo. Tuve esa revelación durante el mítico Mundial de México ‘86, cuando mi meta-tocayo (¿doble tocayo, en nombre y apellido?) jugaba con la 13 del seleccionado de su país, y yo era un niño que veía el torneo de la gloria maradoniana sentado en el piso de la casa de mi abuela Peri. Ahora, Javier Aguirre es director técnico de México, y estos últimos días vecinos del triunfo 3-1 de la Selección Nacional contra ellos (¡tomá meta-tocayo!) en octavos fueron muy raros.
Según los diarios y los noticieros, “Javier Aguirre afirmó que...”, y yo no recuerdo haber afirmado nada de eso. Según los enviados especiales a Sudáfrica de los canales deportivos, “el esquema de Javier Aguirre buscó detener a Messi”, y yo juro que no tengo ningún esquema. Y si lo tuviera, jamás lo usaría en perjuicio de Messi. Hasta Maradona habló de mí: dijo que me había dado un gran abrazo y que habíamos ido a comer juntos, hace tiempo, en Madrid. No voy a tirarme contra Diego a sólo 48 horas del cruce temible contra los alemanes, pero debo decir que miente. No tuve el gusto de conocerlo, abrazarlo, ni comer con él. Ni en Madrid, ni en ningún lado.
La invasión de Javier Aguirre sobre mi vida tiene muchos capítulos. He recibido decenas de correos electrónicos de incautos hinchas mexicanos y españoles –este muchacho dirigió al Atlético Madrid hasta hace meses– que, según el resultado, me felicitan por alegrías que no les di, me alientan para que siga así, me piden que dé una oportunidad a tal jugador al que no conozco o hasta me putean (con insultos incomprensibles y ricos en “chingas” y “pinches”) por decisiones que no tomé. Claro, mi e-mail no es un alias codificado del tipo [email protected] sino un austero e inequívoco [email protected]. Bah, no tan inequívoco, a juzgar por la cantidad de mails ajenos que recibo.
Alguna vez tuve la tentación de contestar esos correos, con la misma crueldad de quien le sigue la corriente a un llamado equivocado, y replicar, con tono de Chavo del 8: “Pues sabes que ese Cuauhtémoc es un burro adicto a las tortas de jamón y al zumo de tamarindo, y fíjate que si no lo pongo es porque se me antoja en las chamarrotas”. No lo hice. De esto nadie tiene la culpa, y conviene no sumar más confusión.
Lo peor es la corazonada de que este canoso entrenador mexicano no es el único Javier Aguirre que anda por ahí, usurpando mi identidad sin saberlo. Si tan sólo tuviera un nombre aymara combinado con un apellido lituano, o si hubiera adoptado un seudónimo irrepetible, probablemente sería más difícil la homonimia. Pero ya es tarde; tendré que resignarme y afrontar con hidalguía el terrible drama de no poder googlearme a mí mismo.
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