Jueves, 5 de abril de 2012 | Hoy
BAFICI, BAFICITO, BAFIZOTE
Se presenta la primera ficción de los hermanos Pablo y Diego Levy seleccionada en el Bafici para la Competencia Argentina. Humor a tono con la vida cotidiana.
Por Federico Lisica
–¿Es buena la guitarra? –pregunta el estafador.
–Es la que toca Slash –dice canchero el vendedor.
–Ah, ¿quién es Slash? Dale, la llevo.
El cuñado de Mariano –el estafador en cuestión– concibió un plan perfecto: usar la tarjeta de crédito del novio de su hermana para llevarse todo lo posible de una tienda, luego denunciar “el plástico” como robado y a repartirse entre ellos dos los productos. Pero Tu Sam tenía razón: puede fallar. Y falla. Se escapan en el Siam Di Tella de Mariano, quien está seguro de que anotaron su número patente. Así comienza Masterplan, la primera ficción de los hermanos Pablo y Diego Levy seleccionada en el Bafici para la Competencia Argentina. “El verdadero masterplan es lo que viene después –cuenta Pablo, quien además interpreta al cuñado–. Mi personaje es el típico chanta que se manda a mudar, pero Mariano no quiere asumir lo que hizo; todo se resolvería si cuenta la verdad pero, para peor, prefiere ocultarlo.” Vendrá el derrotero de un “paranoico” –según sus creadores– que se maldice por su destino. Para cubrirse, denunciará el robo de su adorado coche vintage, que además es ocupado por un vagabundo. “¡Todo por un microondas!”, exclama el veinteañero en apuros interpretado por Alan Sabbagh.
La película surgió de una anécdota de un conocido de los realizadores y que el protagonista escuchó replicada en su círculo íntimo dos veces. “Esta es una fantasía que tienen muchos: la de cagar al sistema, un gesto de rebeldía –dicen entre Diego y Alan–. Es como un pagadiós de un bar en Gesell, ¿quién no lo hizo? Te colás en la cancha, en un boliche, o vas a un museo en Europa con un carnet trucho de periodista. Bueno, también te podés autorrobar la tarjeta y que se jodan los de la empresa. Es como la última gran cagada de la adolescencia”, desgranan.
El plan en el que se ve involucrado Mariano es una nadería al lado de un caso real. Hace algunas semanas, un contador mexicano de 28 años fingió su secuestro. Tras pedir plata para su liberación, apareció en un casino de Puerto Madero con prostitutas. El pibe dijo que se trató de una “broma” y ahora tiene una causa por extorsión. Esta podría ser la segunda parte de Masterplan. Sus realizadores (que trabajaron en el guión con Marcelo Panozzo) se fascinan con ese plano en el que la realidad se vuelve ficción. “Es el humor de lo que pasa todos los días, acá no hay chistes, ni gags”, apunta Pablo. Al pedirle referencias, Diego opta por una mezcla de Antes que el Diablo sepa que estás muerto o Un plan simple con la nueva comedia americana. “Me gustan esas películas donde la cuestión se desbarranca a partir de un hecho ínfimo, y la vida de su protagonista toma un carril totalmente distinto por una mala decisión. La actuación de Alan me hace acordar mucho a Seth Rogen.” Un perdedor muy creíble, una interpretación contenida, de poco divismo, un humor seco que el resto disfruta casi a su pesar.
En ese raid todos querrán sacar su tajada. Como el insistente investigador de una aseguradora (gran aparición de Campi), sus suegros que lo impulsan a que tome el gran paso, la novia persistente y sus compañeros de “una agencia de contenidos” que lo denostarán más que de costumbre. Atención a las escenas que calcan las reuniones de creativos publicitarios. “Nadie sabe bien de qué trabaja Mariano. Hace ‘contenidos’ en una agencia. Tengo amigos que están en ésa –explica Diego–. ¿Qué es hacer contenidos? Vos podés fabricar un mueble con madera, pero contenidos... ¡dale!” El absurdo de lo cotidiano que los directores captan sin hacer demasiada alharaca. También está la escena de un restaurante chino, en el que la dueña toma los pedidos con un auricular de alta tecnología, pero lleva las cuentas en un ábaco. “Eso es absolutamente cierto”, repasan.
El mundo del protagonista se viene abajo como un castillo de naipes y el único que lo apoyará es el okupa que vive en su coche. Un lumpen querible interpretado por Andrés Calabria, el mismo que se robaba las escenas de la ópera prima de los hermanos Levy, Novias-Madrinas-15 Años. Este Sancho Panza aporteñado es en la vida real uno de los vendedores del local de telas de Once registrado en aquel documental. “La repercusión de Novias... nos sorprendió (N. del R.: ganó el premio del público en el Bafici 2011), fue una experiencia muy casera. Estos proyectos van pintando, nos caen, nos jugamos, defendemos la idea y somos medio caraduras”, explica Diego. Entre esos amigos del under teatral aparece Iair Said, la revelación de Mi primera boda de Ariel Winograd. Allí con un DJ tan engreído como elocuente, aquí un cultor de la apnea a punto de romper su record en una pileta hogareña.
“Lo que hace a Masterplan una película muy poco baficista es que ellos dos no tienen tics del cine argentino”, manifiesta Sabbagh. Dos hermanos directores que dicen tener más influencias de series americanas que del cine “coreano o iraní”. Quienes no tienen pudor alguno en hacer una película de género y presentarla en un festival que opta por la experimentación. Hay algo muy disruptivo en Masterplan y beneficioso para el marco que la contiene. “Lo que buscamos es que no caiga, no hay que esperar 10 minutos para que pase algo, en muchas películas argentinas sucede y funciona, no está mal –dice Diego–, pero nosotros no somos tan amigos de eso. Queremos ver más. Que no te levantes de la butaca por ningún momento. Básicamente es una película que querría ver. Hay una falta de cierto tipo de cine de humor y buscamos hacer foco ahí.” En todo caso, la escena más “NCA” de Masterplan es el momento en el que Mariano hace natación. Muchos films han tenido ese instante reflexivo bajo el agua. Pero no salió como pensaban. El personaje hace un largo y llega al otro lado morado, pidiendo aire, exhausto.
* Masterplan, 15 de abril, a las 22.30 en el Hoyts 3 del Abasto; 17 de abril, a las 19 en el Teatro 25 de Mayo; 19 de abril, a las 13.45 en el Centro Cultural San Martín.
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