Domingo, 28 de junio de 2015 | Hoy
NORA LEZANO
Desde hace veinticinco años, la historia de Nora Lezano con el rock y sus protagonistas –estrellas distantes, cercanas, oscuras o luminosas– pasa por la mirada y el foco de alguien que se reconoce más como retratista que identificada con un afán documental, una fotógrafa interesada en entablar un diálogo y una relación que trascienda los límites profesionales, pero sin sacar los pies del plato del oficio, la tarea diaria y artesanal. En esos bordes, Lezano se convirtió en la fotógrafa predilecta de Charly García, Fito Páez, Gustavo Cerati, y además hizo pasar frente a la lente de su cámara a casi todos los protagonistas del rock nacional, de Luis Alberto Spinetta a su hijo Dante, de Fabiana Cantilo a María Fernanda Aldana, de Divididos a Andrés Calamaro, de Francisco Bochatón a María Gabriela Epumer. Ahora, la muestra Fan, montada en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, resume en 400 fotos extraordinarias un mundo de historias que anudan la época que va de 1990 a la actualidad, de la vida íntima de los backstages a los escenarios, de la imagen auténtica a la verdad del artificio.
Por Mariana Enriquez
En 1990, Nora Lezano asistió a su primer y último curso de fotografía. Un día, cuando iba a clase, el colectivo en el que viajaba paró en el semáforo de Cabildo y Lacroze. Y, por la ventanilla, ella vio a Richard Coleman cruzar la avenida. Le pidió al chofer que le abriera la puerta y bajó. “Tenía la cámara conmigo. Era super fanática de Fricción y Soda Stereo. Seguí a Richard un par de metros hasta que paró en un teléfono público y le pedí una foto.” El accedió.
Es la primera foto que Nora Lezano le sacó a un rocker y el inicio de un hilo invisible de complicidad, camaradería y seducción que se extendió durante 25 años –y que continúa, aunque su relación con el mundo nocturno, intenso y exigente, doloroso y volátil del rock sea ahora más distante y ella prefiera retratar rockers casi exclusivamente como un encargo, como su trabajo–. Como fotógrafa y ya no tanto como parte, familia, presencia constante.
Esos 25 años, la historia de Nora Lezano con el rock, están resumidos en 400 fotos y reunidos en la muestra Fan, montada en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta. La muestra es deslumbrante. La primera foto es la habitación de una fan en Santa Catalina, Jujuy; un prolijo cuarto de adolescente que grita años 90 en sus posters de Leo Di Caprio, las Spice Girls, Thalía. A su lado, parte de la memorabilia que Nora fue juntando durante más de dos décadas: fotos de púas ampliadas, de colores, todas frente a un recorte de la revista Gente enmarcado que dice “‘¡Menuditis!” y donde Nora niña, a los 12 años, está pasmada de amor por Menudo en la puerta del teatro Premier, con esa devoción púber inmortalizada en ojos atentos, ojos que pronto querrían mucho más.
Se viene diciendo desde hace tiempo que Nora Lezano es la Nan Goldin argentina, una comparación perezosa que a ella le resulta, más bien, extraña. “Adoro a Nan –dice–, pero mi trabajo no tiene nada que ver con el suyo. Sí, esta gente, estos músicos, fuero mi entorno durante años y algunos eran y son mis amigos. Pero yo pongo un flash de vez en cuando. Yo no tengo el estilo de pulsión documental que tiene ella. Yo soy, ante todo, una retratista.” Cuando piensa en influencias, en referentes, piensa en otra mujer, casi el opuesto de Goldin: Annie Leibovitz, nombra, y habla de la relación que la fotógrafa de Rolling Stone establece con sus retratados, de la confianza, de sus deliciosos backstage. También menciona el despojo de Anton Corbijn, la profundidad de Alberto García-Alix y los blanco y negro de Hedi Slimane. También puede agregarse a Bob Gruen, amigo de músicos, testigo cuando sus bandas favoritas tocaban para cinco, el elegido de Lennon, que lo subió a una terraza con la remera que decía New York City. Pero Nora Lezano es distinta. Más competente que Bob Gruen en el aspecto técnico, más casual que Leibovitz, más juguetona que Corbijn, menos trágica que García-Alix. Todas sus fotos están atravesadas por una relectura de ese concepto de “fan”. Si fan es el que admira pasivamente, en la mirada de Lezano, el fan es otra cosa. Es el que pide. El que propone. El que dice “no me aburras porque me voy”. El que se queda porque quiere ser seducido. Y en esa seducción, juguetona, accidental, aparece una forma de ver que define a los fotografiados en un intercambio donde la que empuña la cámara es la que propone. Es cierto: Charly García, el mas fotografiado por Lezano (“¿tendré cientos de miles de fotos suyas? Capaz”, dice) también dispone según su humor, pero la que construyó a ese ser delgado debatiéndose entre el genio y la autodestrucción, ese vampiro en la torre del Say No More es Nora. Charly en blanco y negro con gorra de lana, por una vez sereno; sus pies de ave predadora; su tristeza con un ramo de jazmines en la mano; la mugre de su cama y sus piernas cruzadas, delgadas como lápices. El se muestra para ella dentro de un carrito de supermercado, en el balcón, y le pide que lo pasee: madre y amiga, pero también –y fundamentalmente– una mirada que, cuando hace falta, es insistente y delata disciplina. “La gente se impresiona mucho con la muestra y algunos, conocidos y desconocidos, me dicen ‘gracias’. A mí me emociona. Pero cuando me hablan de la ‘impresión’ me pregunto qué será. Y pienso: no pueden creer que yo hago lo que quiero con ellos. Que les hago hacer cosas. No pueden creer ese poder. Se asombran, dicen ‘¡hasta dónde llegó!’ Yo por ahí me intimido, pero no lo demuestro o me sobrepongo; y es cierto, los llevo adonde quiero. Por eso también lo de ‘fan’, que es estrictamente cierto, también es irónico. Yo estudié biología y empecé a fotografiar como fan de verdad. De ir a los shows. De escaparme de la escuela para ver pasar por la vereda a Cerati. Con la carpeta y el cuarto lleno de fotos. Lo que pasó después fue de Cenicienta: entré en ese mundo. Fue increíble. Yo era una admiradora. Pero cuando empecé a fotografiar siempre pedí más y mejor.”
En ese vínculo hay honestidad, respeto y desfachatez. En Fan, la muestra, también hay una mezcla que habla de amplitud: un poema de Vicente Luy, fotos del club de fans de Vilma Palma & Vampiros, Robi Draco Rosa en colores cálidos con el humo del cigarrillo sobre la piel morena, Dee Dee Ramone en el patio de una casa a las afueras de La Plata con su novia adolescente sentada en su falda –Barbara Ramone, que parece un muchachito prerrafaelista–, un rincón con backlights de negocios bautizados Litto Nebbia o Queen, un video de Nora tocando en la guitarra la intro de “De música ligera” y uno lo ve y piensa “pero qué bien toca, qué idéntica a la versión original” y de pronto se revela la magia: detrás suyo hay una cortina negra que oculta a Gustavo Cerati, las manos son de él, que al tocar la tiene abrazada. Los dos saludan con una reverencia después del truco, sonrientes. Fotos de Liliana Herrero en una casa abandonada, de Pity en un cementerio de autos, de Charly García y Gustavo Cerati abrazados, muertos de risa, de María Fernanda Aldana con los ojos en blanco y dientes de vampiro de papel metalizado, un crepuscular Nito Mestre, una soleada Fabiana Cantilo, León Gieco inflando un globo con gorro de cumpleaños, Gustavo Cerati con sus dos hijos Lisa y Benito, Charly con Migue en el balcón antes de la tormenta personal que los separó, Gato Azul, el hijo de Miguel Abuelo, en un cuarto despojado con el colchón en el suelo y la mirada llena de melancolía. Hay un desnudo sin vanidad de Andrea Alvarez: parece más desnuda todavía porque su híper melena afro está peinada en un suave lacio y su pubis se continúa en un bombo. Hay un desnudo de espaldas de Francisco Bochatón que lo define: siempre a flor de piel, tratando de alcanzar algo, perseguido por su sombra. Lou Reed y Laurie Anderson están inmensos y fuera de foco; Patti Smith sonríe, achinada; Charlie Watts le da la mano a De la Rúa. Hay una foto de Caetano Veloso sentado en una playa carioca. El periodista Daniel Riera cuenta que mientras él discutía con los jefes de prensa porque querían hacer fotos sólo en el hotel –para qué traer un fotógrafo de Argentina si no se puede salir de un hotel idéntico a cualquier otro–, Nora callaba. En eso llegó Caetano; ella se le acercó y le preguntó: “¿Vamos a la playa?”. Fueron. Los prenseros, silenciados. Nora no conocía a Caetano. Apenas había escuchado un disco suyo. ¿Qué desafía y qué desarticula esta mujer? Hay cuestiones de la empatía y la intuición que no puede ser explicadas. En otro de los rincones, casi perdido, un video con imágenes de backstage y noche pero también de día: son todas fotos de Nora en situaciones de amistad, diversión y cansancio, de gira con músicos amigos y no tanto: se la ve de pelo largo, jovencísima, y también más recientemente, con su corte radical y su estilo de fashion icon. La besan, la estrujan, la abrazan; hay protoselfies y selfies contemporáneas en ascensores y baños y mesas de bar; pero también hay mates y perros y espejos donde los músicos se maquillan y ella corrige algún defecto; está con los Divididos en la nieve y con León Gieco en la Antártida y en La Quiaca. Está trasnochada y está feliz. Ellos también.
Es imposible enumerar estas 400 fotos y que incluyen algunas colgadas como posters Pagsa, con la posibilidad de hojearlas y elegirlas como posters: ahí hay imágenes tan recientes como las de Acorazado Potemkin o Los Rusos Hijos de Puta, que fueron publicadas en este suplemento hace apenas meses.
“Tuve que abrir negativo por negativo, desde el rollo 1, para esta muestra”, dice Lezano. Se intuye que fue un trabajo absorbente y también movilizador: en las paredes de la muestra hay amigos queridos que están muertos, María Gabriela Epumer, Gustavo Cerati, Luis Alberto Spinetta. Pero el criterio de selección, explica, no fue emocional: “Elegí buenos retratos. Yo retrato gente. Yo no soy muy buena en el vivo y por eso hay pocas fotos de shows y la mayoría son, diría, logros: Nick Cave, Bowie, Cobain. Son convencionales y soy fan de ellos: tenían que estar. Pero elegí una de Leandro Fresco porque la luz me parece una maravilla; o una de Barbi, de Utopians, porque el movimiento de su pelo traza un arco exótico. Cuando decidí mostrar estos 25 años con el rock lo primordial fue eso: decir soy fotógrafa, quiero que la gente que ve fotos de rock vea calidad. No la pavada del camarín, de todos abrazados: nunca mostraría esas fotos. Lo social no me interesa. Son un documento, sí, tienen su lugar. Pero yo quise otro criterio”.
Un criterio donde no importa tanto la naturalidad como la verdad del artificio; donde el respeto es darles a los retratados la mirada de un artista, que es honesta y que construye un vínculo desde una admiración que no obnubila. En estas fotos, en el trabajo de Nora Lezano, la noción de autenticidad –tan cara al rock y tan dañina– está hermosamente borroneada: hay actuación en la intimidad, hay construcción desde el juego y el afecto, hay una mirada implacable que aprendió a fotografiar en este ambiente pero no se resignó a la complacencia ni a la demagogia. Los dirigió con un carisma inexplicable, con su raro talento que se mezcla con la habilidad de saber callar y saber decir, y consiguió verlos como nadie. O, pensándolo bien: consiguió verlos como la mejor.
Fan se puede visitar hasta el 26 de julio en la sala Cronopios del CC Recoleta, Junín 1930.
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