Domingo, 11 de octubre de 2015 | Hoy
CINE > CRIMSON PEAK
Durante muchos años Guillermo Del Toro soñó con esta película, un romance gótico victoriano, con fantasmas, sexo y violencia. Por fin pudo hacerla: Crimson Peak (La cumbre escarlata) se estrena la semana próxima y es visualmente apabullante. A principios del siglo XX, una heroína intelectual, su novio oscuro y encantador y su hermana bella y temible viven en una mansión fabulosa de Inglaterra que se hunde en sus cimientos de arcilla roja. Las interpretaciones de Mia Wasikowska, Jessica Chastain y Tom Hiddleston son impecables, pero la gran protagonista es la casa moribunda, hogar de una aristocracia que se viene abajo junto con su mansión de la colina.
Por Mariano Kairuz
“Prefiero mantener los ojos abiertos”. La respuesta de la joven aspirante a escritora Edith Cushing funciona como declaración de principios, a la vez que como advertencia: a los ojos bien abiertos, a la mirada despierta y temeraria, suele revelárseles todo aquello que los demás se niegan a ver.
“Cuando la situación me incomoda, lo que hago es cerrar los ojos”, es la propuesta que, amable y tal vez algo condescendientemente le ha hecho su misterioso pretendiente, mientras le tomaba las manos para, ante la nutrida concurrencia de la casona de Buffalo, Nueva York, hacer una demostración de cómo se baila un vals en la Inglaterra victoriana, el universo del que proviene el caballero. Estamos en el muy moderno año de 1901, justo después de la Feria Mundial; Norteamérica hace la transición de las velas y la lámpara de gas a la revolucionaria corriente eléctrica. Edith Cushing acaba de terminar una novela –preferiría, dice, que la comparasen con Mary Shelley antes que con Jane Austen– y, contra lo que se espera de las señoritas de sociedad, ha elegido desde chica verlo todo. Y verlo todo es verlo todo: lo que está ahí, en la superficie, y también los fantasmas de los que ya no están.
Y eso es lo que hay en la nueva película de Guillermo Del Toro, La cumbre escarlata (Crimson Peak), estreno del próximo jueves: fantasmas. Fantasmas y monstruos, pero los monstruos son, esencialmente, seres humanos; personas. Del Toro ha dicho que este proyecto largamente anhelado –lo escribió hace casi diez años, justo después de El laberinto del fauno; en el medio empezó y se cayó su adaptación de En las montañas de la locura, de Lovecraft, empezó y debió abandonar El Hobbit; filmó Titanes del Pacífico; produjo la serie The Strain, y siguió trabajando en sus obsesiones de siempre: Frankenstein, Las brujas, de Roald Dahl– es “menos una película de terror que un romance gótico”, y en ella veremos destellos de sus lecturas favoritas: Shirley Jackson y su The Haunting of Hill House, que fue un par de veces al cine, una vez convertida en una obra maestra de Robert Wise, la otra olvidable; Jane Eyre de Charlotte Brönte, Cumbres borrascosas, de su hermana Emily, La caída de la casa Usher de Poe y también algo de Henry James, aunque no tanto de Otra vuelta de tuerca como muchos esperarán, dice, sino del cuento de fantasmas “El amigo de mi amigo”. Propenso a difundir a sus admirados, en las entrevistas el director cita infinidad de otros autores; entre ellos Oliver Onions, Francis Marion Crawford, Sheridan Le Fanu –autor de “Carmilla”, pionero relato de vampiras lésbicas– , y a M. R. James, porque “es un tipo que te seduce con una información erudita y sus criaturas son a veces vagamente reminiscentes de cierta repulsión sexual: no era un hombre muy sociable”. Del Toro se inspiró en parte en el cuento de M. R. James “Una viñeta” para la coloración de los fantasmas de Crimson Peak: allí el autor describe a las apariciones espectrales “no como espíritus melancólicos que buscan perdón”, sino entidades físicas, tentaculares y espantosas”, “rosadas” y “calientes”.
También es posible reconocer elementos de cien films con casas encantadas, no necesariamente embrujadas pero sí vivas, pulsantes y tenebrosas, desde la de The Innocents (la adaptación de Otra vuelta de tuerca que filmó Jack Clayton con guión de Truman Capote) hasta, un poco menos previsiblemente, el Overlook Hotel de El resplandor, en particular por su aislamiento en medio del blanco nieve que se tiñe brutalmente de rojo. Porque hay cuatro protagonistas extraordinarios en La cumbre escarlata. Primero, la citada Edith Cushing: Edith por Warthon, Cushing por Peter, legendaria figura de Hammer Films, la productora que le puso colores vibrantes al horror gótico europeo entre los ‘50 y los ‘70, colores en los que se inspira sin duda la paleta escarlata-shocking de Del Toro. Edith es Mia Wasikowska, la Alicia de Tim Burton, a esta altura acostumbrada a estos personajes atormentados y en conflicto entre lo antiguo y lo moderno, recordándonos en algún que otro momento con su palidez, la expresividad de sus ojos, el amarillo casi anaranjado de su cabello, y el largo camisón blanco con el que merodea los derruidos corredores de la casona en el medio de la nada del Norte de Inglaterra, a la Mia Farrow de El bebé de Rosemary. En segundo lugar, los hermanos Sharpe, Lady Lucille, y Thomas, que llegan a Buffalo en busca de inversores para una moderna máquina de extracción que tiene que ver con la arcilla roja sobre la que se halla emplazada la citada mansión familiar. Lucille es Jessica Chastain, que con dos películas en cartel al mismo tiempo (esta y Misión rescate) pone a prueba una vez más su enorme rango, y se consolida como una de las mejores actrices de su generación: la sutileza y el misterio en su mirada, el juego entre hospitalidad y rigor con que recibe a Edith, erizan la piel. Thomas, el pretendiente, quien se enamora de Edith y se la lleva a Inglaterra con él y su hermana tras la muerte del padre de ella, es Tom Hiddleston, uno de los British Boys del momento –junto con Benedict Cumberbatch, que iba a interpretar originalmente este papel y por suerte no lo hizo–, el muchacho que pendula entre la cultura pop (es el semidiós Loki de Thor y Los Vengadores) y Shakespeare; un rostro y una figura que se prestan muy bien a la postal-daguerrotipo de fines del XIX –y que también fue vampiro para Jim Jarmush en Only Lovers Left Alive. Y finalmente, claro, la casa misma: la ominosa construcción de tres pisos bautizada Allerdale Hall pero conocida por los lugareños por su inestable base arcillosa (y su leyenda maldita) como Cumbre Escarlata. El color del que la tiñe el suelo que se va filtrando desde el sótano y las paredes a medida que la casa se hunde, poco a poco, así como los fantasmas trágicos que aloja. “Una casa –dice el director– habitada por la ausencia, llena de pasillos vacíos, de formas que parecen humanas, pero que solo contiene a dos personas. Que está hechizada por su pasado, el pasado que está destruyendo a los protagonistas”.
Diseñada por Del Toro y construida en un enorme set canadiense, la mansión respira como lo hacen las casas y los castillos de films como Rebecca, una mujer inolvidable, o el Dragonwyck con Vincent Price, la Old Dark House que James Whale y Boris Karloff crearon para Universal en 1932, o los palacetes de las adaptaciones de Poe filmadas una y otra vez entre las mismas paredes por Corman. La casa respira como, describe Del Toro, un organismo aun vivo pero moribundo que ha empezado a descomponerse; sus muros agrietados, sus pasillos y habitaciones poblados por alguna siniestra pintura de sus antiguos habitantes, y muchos insectos: mariposas y polillas, pobladores naturales del universo del director de Cronos y Mimic.
La cumbre escarlata es probablemente la película visualmente más ambiciosa de Del Toro, lo que no es poco decir del director de El espinazo del diablo, Titanes del Pacífico y Hellboy; a tal punto que el estilo, la dirección de arte, los ambientes atmosféricos y los colores hipnóticos se engullen el argumento como la mansión a sus habitantes.
Stephen King la vio hace unos días y tuiteó que era absolutamente “aterradora” y que lo había electrizado como lo hizo Diabólico (The Evil Dead) de Raimi treinta años atrás. Su hijo, el escritor Joe Hill, la llamó –también en twitter– “la Edad de la inocencia de Del Toro empapada en sangre, un vals gloriosamente enfermo a través del territorio de Daphne du Maurier”.
Contarla es arruinar la experiencia, pero puede decirse más o menos esto: que el romántico Sharpe llega hasta la frustrada e incomprendida señorita Cushing –que cree que jamás será publicada, sencillamente por ser mujer y no dedicar su talento a las novelitas rosas– en el momento justo y con la sensibilidad apropiada. Un hombre capaz de apreciar la combinación de pasiones y horrores que –no se nos describen pero se nos ofrecen lo suficiente para que los intuyamos– constituyen el corazón de su prosa; un hombre con un pie en la era victoriana –empeñado en rescatar esa mansión que se derrumba– a la vez que con la mirada posada en el mundo nuevo de las máquinas y la tecnología. El problema es que lo único que poseen los Sharpe a su nombre es esa casona imposible de rescatar; así que el padre de Edith se opone a la relación e intenta sacarse de encima al pretendiente, para abrirle paso a su más clásico competidor, el noble Doctor McMichael, interpretado por Charlie Hunnam (Titanes del Pacífico). Sin embargo, el que habrá de salir del mapa no es Sharpe sino el Sr. Cushing, de manera violentísima. Liberado el camino, Edith se casa con Sharpe y se van juntos a vivir, ellos y Lucille, a Allerdale Hall, a intentar reconstruirla con dinero de la familia de ella.
Sobrevendrán entonces, lo dicho: visiones de fantasmas –no muchas pero muy originales en su disposición visual–, escenas de violencia –un puñado, pero gráficas e inusualmente salvajes; impresionantes incluso para un cine que nos viene anestesiando con sus chorros de sangre digital–, y otras de sexo –apenas un par pero intensas y, una de ellas, bastante potente–. “Es un romance gótico clásico con fantasmas”, insiste Del Toro y por clásico se refiere a que “la gente se ha acostumbrado a que los temas de terror sean tratados como ‘found footage’ o artefactos de presupuesto clase B; o desde el punto de vista de la moral judeo cristiana; exorcismos y eso de que, si sos bueno, los fantasmas desaparecerán. Yo no creo en eso. Quería que mi película fuera como una vuelta atrás, a los films de fantasmas de antes”. Aunque con un personaje femenino más fuerte, más acorde al verosímil y las expectativas actuales: “En el romance gótico normalmente hay una heroína desesperada, que debe ser pura con un hombre oscuro y taciturno que termina siendo inocente de los cargos de los que es sospechado. Yo quería una figura central más proactiva, una chica realmente fuerte; y un tipo que no fuera necesariamente inocente”.
La cosa es, dice el director, que un narrador debe amar a sus villanos tanto como a sus héroes. Hay un elemento ambiguo y poderoso –y desde un principio sugestivamente incestuoso– en el retrato de estos dos hermanos que quedaron solos de chicos, en lo que llegamos a saber sobre su pasado y su fortuna perdida. “Son como una familia de mineros de la arcilla”, dice Del Toro, que escribió el guión junto a Matthew Robbins. “Me gustaba la idea de la familia adinerada que drena la sangre de la Tierra, que la chupa como una sanguijuela. No será sutil, pero me gusta”. Están, dice, el tema de la familia como un leitmotiv de sus películas (“la familia es la que uno hace, aquella con la que nace, que es a la vez grandiosa y aterradora”), y a la vez, superpuesto, el de la aristocracia. “Esto no es Downton Abbey. No me gusta eso que yo llamo ‘porno de clase’, en la que todos parecen decir ‘Si tan solo la aristocracia estuviera aun a cargo de las cosas, la vida sería tanto más civilizada’. Un carajo. Eso no es verdad, nunca lo fue. Y esto es lo opuesto. Esta es una película acerca de un rasgo increíblemente decadente de la aristocracia, que se pudre en una mansión sobre una colina. De cierto modo, es anti-porno clasista. Como las grandes películas de casas encantadas que siempre admiré, lo que busco es que uno esté asustado de los fantasmas y todo eso, pero al final, lo más aterrador es la gente que está viva: es a ellos a quienes más debemos temer”.
Y el terror en Crimson Peak lo proveen los vivos, claro, y lo hacen con violencia física. “No es arbitrario. El gótico contiene un elemento de shock: Lord Byron alguna vez dijo algo que parece salido de la boca de (el rey del sensacionalismo del marketing cinematográfico) William Castle: ‘Cuando todo lo demás falle, shockealos’. Mucha gente olvida que cuando aparecieron, las novelas del gótico romántico eran bastante punk. Estaban muy cargadas, eran inapropiadas, valerosas, explícitas. A falta de una mejor comparación, eran como los Sex Pistols de su tiempo”.
Hace poco le preguntaron a Del Toro si alguna vez hará una película que no contenga algún tipo de monstruo. El contestó que es poco probable, y esto acaso se deba a que mantiene una relación con lo sobrenatural desde chico. “Necesito algún elemento de horrible belleza en cada una de mis películas. En ese sentido creo que Crimson Peak es mi película más bellamente horrorosa.”. Criado por su madre poeta y su padre empresario, Del Toro tuvo su primer contacto con el más allá a los 12 años, cuando le pidió a su tío muerto que le diera una señal de que había algo después de la muerte, y a continuación escuchó su voz espectral (y salió corriendo espantado). La experiencia tardaría mucho en repetirse: durante décadas –Del Toro tiene, desde esta semana, 51 años–, cada vez que se registra en un hotel pide que le muestren “la habitación encantada”. Pero no tuvo suerte hasta que llegó a Nueva Zelanda unos años atrás –cuando se preparaba para hacer El Hobbit para Peter Jackson– y por la noche, mientras veía una serie en dvd, empezó a escuchar los sonidos de un asesinato, como si estuviera ocurriendo en ese mismo momento en ese mismo cuarto. “Fueron veinte minutos; una mujer gritando y un hombre sollozando. Fue aterrador”. Pero su respuesta no fue salir corriendo, sino calzarse los auriculares y seguir adelante con The Wire hasta el amanecer. Porque eso es lo que pasa, parece creer el director, cuando se enfrenta el mundo con los ojos bien abiertos: como le pasa a la sufrida heroína Edith Cushing, lo vemos todo. Hasta los fantasmas.
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