Domingo, 26 de junio de 2016 | Hoy
LA DAMA DEL MAR
Menos frecuente que el cruce de teatro y literatura acaso sea el de cine y teatro. Pero de esa novedad parte la flamante puesta de La dama del mar, la obra más difusa y lírica del gran realista noruego Henrik Ibsen que con dirección del cineasta Diego Lerman sube a escena en el teatro Sarmiento. La relación con el cine no se detiene en Lerman, ya que una de las referencias centrales para esta versión fue la película de Mario Soffici de 1954, con la actuación de Zully Moreno. Esta vez, la impactante María Merlino encarna a Elida, la mujer que con nostalgias de sirena desencadena una extraña trama en un balneario, papel que a lo largo del tiempo llevaron en su piel nada menos que Sarah Bernhardt, Eleonora Duse y Vanessa Redgrave. Todos los ingredientes están dados para hacer de La dama del mar un gran espectáculo que no elude la investigación dramática, el rescate de Ibsen y la reivindicación de los años dorados del cine nacional.
Por Mercedes Halfon
Clásico sobre clásico sobre clásico. Algo así es La dama del mar, dirigida por Diego Lerman que acaba de estrenarse en el Teatro Sarmiento. Es una versión de la obra teatral del noruego Henrik Ibsen, tan recordada como –vaya a saber por qué– poco montada. Pero también lo es de una adaptación previa, cinematográfica ésta, realizada en 1954 nada menos que por Mario Soffici uno de los mayores autores del cine argentino y latinoamericano. Estamos entonces frente al tercer momento de esta dialéctica: la primera instancia fue eminentemente teatral y tuvo lugar en Copenhague en 1888, la segunda fue cinematográfica y local, la tercera tenía que –de algún modo– unir las dos cosas. No es raro entonces que el encargado de llevar a cabo la síntesis fuera Diego Lerman. Un autor que se mueve del cine al teatro con fluidez, traficando saberes, sensibilidades y procedimientos de un mundo al otro con pulso y belleza. No solo llena salas en el off durante temporadas y temporadas, sino que su última película, Refugiado, se llevó el año pasado los Premios Cóndor y Sur, por sobre los tanques Relatos salvajes y El clan. Hay sin duda algo poderoso en este salvoconducto que le permite a Lerman sus desplazamientos, sus cruces de fronteras.
En teatro el director viene trabajando dentro de la compañía que fundaron junto a su mujer María Merlino llamada Flor de un día. Ella, una actriz impactante, de ojos expresivos y boca pequeña, es la protagonista absoluta de las piezas que hicieron juntos. Primero fue la modosita costurera de Nada del amor me produce envidia, con texto de Santiago Loza, una soltera eterna que cosía para novias, madrinas y bautizadas, mientras reflexionaba frente a su máquina de coser sobre cómo disimular con su arte los defectos ajenos. Era (es, porque continúa en cartel después de ¡seis temporadas!) una suerte de documental de un modo de sentir y de hablar de una época. En esa misma línea llegó Qué me has hecho vida mía, con dramaturgia en colaboración con Marcelo Pitrola, donde la compañía se introdujo en la vida de una de las más glamorosas y aguerridas partícipes de la década del 40, nada más ni nada menos que Fanny Navarro. La tercera pieza fue Cómo vuelvo, sobre textos de la hermosa narradora bonaerense Hebe Uhart, en el que Merlino encarnaba a una maestra rural que iba de escuela en escuela, de pase en pase, intentando encajar en la institución escolar de la cual no se sentía parte. A lo largo de todas estas obras, el dúo Lerman-Merlino, siempre bien rodeado de cómplices afines, ha traído una novedad a la escena argentina. Por un lado la actuación de ella, suntuosa y cálida, con una intensidad de diva antigua, por otro las puestas de él, de una belleza casi japonesa en su detallismo, se suman a un corpus de temáticas que el teatro no venía pensando. La tradición del cine argentino, sus modos de representación, sus personajes más célebres y su vinculación con la historia y la política.
Y así llegamos a La dama del mar. Desde los fiordos nórdicos, a las playas de Quequén y Mar del Plata filmadas por el más célebre director argentino de la década dorada. Y de ahí a las inmediaciones del (¿ex?) Zoológico. Mutaciones de la materia y del espíritu.
Pero todo comenzó en Noruega, más precisamente frente al mar, en la última parte de la obra del dramaturgo Henrik Ibsen. Diremos de él lo que se ha dicho incansables veces, pero no viene mal recordar una más. Que puso la platea para el drama moderno, que más allá del impacto inicial que irradiaron los textos, su fuerza atravesó océanos, canales, estrechos y se convirtió en lenguaje universal. No solo por la perdurabilidad de obras como El pato salvaje o El enemigo del pueblo, que se han representado en todos los teatros del globo, sino porque también fue el instaurador de un tipo de discursividad. Ibsen fue pionero en el desarrollo de un realismo –sensorial, lingüístico, icónico, social– en el que el individuo lucha contra las fuerzas sociales de su contexto. De ahí en más todo va a manar de ahí: de Arthur Miller y Jean Paul Sartre hasta Tito Cossa. Incluso para romper con él fue necesaria su obra. Sin Ibsen no existiría Beckett.
Su obra tiene distintos momentos. Va de un romanticismo tardío y epigonal en sus primeras piezas, a un realismo neto que instaura desafiando las formas vigentes que tiene su punto máximo en Casa de muñecas: el instante en que una obra de teatro se adelantó no sólo a la realidad de su época, sino también a la imaginación, a lo que era posible pensar en un momento dado. El último periodo, es el de un realismo introspectivo, las piezas se vuelven más ensoñadas y simbólicas. Es a este momento que pertenece La dama del mar. Su protagonista es la clásica heroína de “conciencia difusa”, psicología enigmática, opaca, no puede explicarse por su pertenencia social.
¿Qué ocurre en esta pieza tal como lo escribió el dramaturgo de profuso pelo cano? Todo sucede en un balneario de la costa noruega donde la joven Elida, vive con un médico mayor que ella y las dos hijas del primer matrimonio de éste. Élida había vivido su infancia junto a su padre, el farero del pueblo, en un ambiente de libertad total y correrías en la playa. La ya de por si tambaleante armonía del matrimonio empieza a resquebrajarse del todo cuando una mañana fatídica regresa el antiguo amante de Elida, un extravagante marinero prófugo de la justicia, con quien ella se había comprometido en un ritual frente al mar.
“Es una obra rara de Ibsen” dice Diego Lerman, sugiriendo que ese fue justamente el punto que lo animó a meterse allí. Entrar por la ventana, por la puerta trasera, por donde no se debe entrar. La promotora del proyecto fue originalmente María Merlino; había realizado algunas escenas cuando era estudiante con Julio Chavez que la habían dejado prendada. Lerman no se interesó tanto sino hasta saber ese vericueto por el cual su director favorito del cine clásico argentino, Mario Soffici, había hecho una adaptación allá por 1954 con la diva Zully Moreno como protagonista. “Es una obra rara de Ibsen y es una película rara de Soffici”, redobla. Y es por esa rareza esencial –la obra menos iluminada de dos autores centrales– que entraron a la puesta. “El descubrimiento azaroso de este cruce entre Soffici e Ibsen se convirtió en el motor desde donde establecer un punto de partida para esta versión. Nos permitió pensar la dramaturgia a través de capas temporales, espaciales y narrativas superpuestas, quizás algo no tan diferente de lo que le sucede a Elida con su pasado y su inconsciente. En definitiva, apropiarse de un clásico es también entrar en ese diálogo infinito con aquello que irradia y pensar cómo nos interpela hoy.”
Como ya el título anuncia, el centro de la obra es ella, Elida, la dama que añora el mar como una sirena moribunda. Un personaje enigmático, cuya insatisfacción con la vida matrimonial y su angustiante deseo de libertad es mostrado en la pieza de un modo abstracto, difuso, como si se tratara de algo un poco inconsciente, una puntada de adentro que amenaza con llevársela. Hay que tener en cuenta que quien hizo esta pieza fue el mismo creador de la heroína más vanguardista del siglo XIX –o una de ellas–la corajuda Nora que abandonó a su familia de un portazo en el final de Casa de muñecas. En este sentido, Marcelo Pitrola, asesor artístico y parte de la dramaturgia de la versión local, dice de Elida: “Es una anti Nora. Ella no solo no se va, sino que el conflicto que atraviesa es menos burgués. No pasa por un manejo de la plata o alguna clase de factor económico. Es claro que ella tiene sus deseos e intereses que entran en conflicto con el matrimonio arreglado por su padre, pero al final de la pieza Ibsen no se anima. Parece que hubo una presión social para que hiciera una obra en la que el personaje femenino se quedara. Hay una búsqueda si se quiere más simbólica, a ella la atraviesa un deseo atávico, cierta promesa de aventuras. Algo muy noruego además, la idea de la navegación, el salir de la propia tierra. Está poseída por una nostalgia del mar, como si fuera una versión de La sirenita de Andersen algo modificada.”
La versión que se podrá ver en el Teatro Sarmiento, tiene además de a María Merlino, un elenco estelar compuesto por Marcelo Subiotto, Esteban Bigliardi, Flor Dyszel y Mario Bodega. La puesta recrea un poco cómicamente el ambiente de un balneario de mediados del siglo pasado y su clima de ensueño entre las olas. Árboles y rocas pintadas de azul, humo blanco saliendo por rejillas abajo del escenario, los personajes se mueven como si de verdad fueran fantasmas o mortales que pisan un suelo de espuma. Elida es atraída por esta especie de dios Tor, que viene desde la profundidad de los mares o desde las mismas nubes, a llevársela. Pero rápidamente la escena es interrumpida por un director que hace marcaciones bastante desopilantes (el como siempre impresionante Marcelo Subiotto, de vigoroso vikingo a verdadero artista enamorado): es el propio Mario Soffici que le está hablando a la bella y caprichosa Zully Moreno. A la pieza se le cae una capa, dejando ver en un primer plano la representación decimonónica del clásico ibseniano y, en un segundo plano, actuaciones que resuenan a nuestro cine de de teléfonos blancos.
Pero no se queda ahí la cosa. Un tercera capa de la obra ocurre en la actualidad. Es aquí donde una intrépida investigadora encarnada por Flor Dyszel se propone desenmascarar el por qué un director que hizo grandes piezas de realismo social como Kilómetro 111 o Prisioneros de la tierra se le da por meterse en la adaptación de un texto tan lírico y alejado de su cronotopo. Dice Lerman: “Quisimos generar una maquinaria teatral que exponga de forma lúdica, por un lado, la trama central de La dama del mar y, por el otro, el desvío hacia el universo del cine argentino de los años ‘50, sus procedimientos, y un anecdotario apócrifo de chismes en torno a la filmación de aquella película de Soffici”. Aparecen escarceos amorosos entre la diva Zully, su marido Luis César Amadori, el propio Soffici como un director poseso por el amor y el trabajo y hasta la hermosa actriz mexicana María Félix. “Nos preguntábamos ¿Cómo es que un director de cine decide hacer una película y no otra? Es un misterio. ¿Existe la casualidad en estas elecciones?”.
Estas preguntas sobre el cineasta, obviamente, fascinaban a Lerman. Se trata de un autor que le gustó siempre y su encuentro con Ibsen proponía un terreno singularísimo. Es por esto que realizaron una ardua investigación asesorados por Camila Mansilla en teatro y Lucía Rodríguez Riva en el Museo del cine: “Soffici es un director de cine clásico pero que trabaja con una noción de puesta en escena muy concreta. Lo espacial y lo narrativo son muy preponderantes en él. Rosaura a las diez por ejemplo, es una película muy sofisticada para la época en Argentina, está en sintonía con Rashomon o El ciudadano. Hay una multiplicidad de miradas, un pensamiento sobre el punto de vista, algo muy poderoso y nuevo. Tiene que ver con que venía del teatro, había sido actor e ilusionista. Esto, a su vez, compatibilizaba perfectamente con el cruce que estábamos pensando”.
Ahora bien: ¿cómo mixtura un director que va de la pantalla a la escena y viceversa todo este cúmulo de materiales bígamos? Hay sin duda una identificación: “A mi siempre me gustó el teatro. Tuve una abuela que me llevaba a ver de todo. Después estudié cuatro años en el Sportivo teatral, pero no es que me propuse hacer teatro, tenía la idea de aprender a dirigir actores. Sí quise dirigir cine. Pero se fue mezclando. Empecé un poco casualmente, primero queriendo ayudar a María, fui involucrándome más y más, metiéndome con más decisión. Años más tarde, después de mi segunda película, hice la carrera de dramaturgia en la EMAD. Y empezaron las obras. La dama del mar va a ser la cuarta . Siempre que termino pienso que va a ser la última. Pero hubo una continuidad”.
Diferencia y acumulación. Son los destellos que se cuelan de un lenguaje al otro, el aporte más interesante de Lerman a la escena. Así como su primera película, Tan de repente se hizo con un equipo íntegramente proveniente del mundo del teatro y esto se notaba –unas actuaciones de una particularidad impensable para la pantalla de aquel entonces– aquí la proveniencia fílmica también se filtra y trae su magia. Todas las obras de Lerman-Merlino proponen ambientes alejados en el tiempo y el espacio –obras “de época” o “de género”–que sin embargo perciben cercanas, íntimas, nos introducen en climas delicados, insinuantes. “Me interesa pensar la puesta en escena de teatro muy visual. En Nada del amor… contar desde lo espacial y lo lumínico el mínimo cuarto de una costurera. En Qué me has hecho vida mía era un mecanismo de radioteatro donde interactuaban los espacios. Dos espacios divididos. En Cómo vuelvo elegimos la sala pensando en la inmensidad del campo. También lo sonoro, pusimos parlantes atrás que hacían que el sonido flotara de adelante para atrás, algo más propio del sonido de cine que teatral. Hace un tiempo que estoy trabajando con técnicos de cine en teatro. Para mi esto tan artesanal, es fantástico como desafío: al principio con una sola actriz y ahora con un grupo: cómo generar un dispositivo que produzca un fuera de campo potente y presente”.
De toda esta acumulación de significados, Ibsen, Soffici, Lerman, el resultado es una mezcolanza potente, a la vez poética y cómica: “Nosotros nos animamos a trabajar con una libertad y desparpajo absoluto. La dama del mar como obra es casi un estado, un estado de indefinición, uno podría decir que Élida está loca, pero eso es muy tranquilizador. Para mi es mucho más complejo el estado que atraviesa, y eso indefinido genera una tensión en ella y en todos los que la rodean. Yo quería que fuese muy lúdica. Desde la actuación y desde el lugar de la puesta en escena, no quería que fuera una obra de teatro a la italiana. Ahí fue que surgió esta idea de hacer un muelle que salga del escenario, a la altura de los espectadores.” Es esa puesta lo que condiciona finalmente a quien ve y todo lo que ve: como si nosotros fuéramos el mar, el mismo al que los actores le dedican sus mejores palabras, sus declaraciones de amor, sus actos de locura.
Las funciones de La dama del mar son de Jueves a sábados a las 21 y los domingos a las 20 horas en el Teatro Sarmiento (avenida Sarmiento 2715).
DG: ALEJANDRO ROS FOTO DE TAPA: XAVIER MARTIN
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